miércoles, 20 de agosto de 2025
The Last of Us. Segunda temporada.
Todo es mentira, incluso en la segunda temporada de The Last of Us: “No es lo mismo mentir que ser un mentiroso”. Con canciones que hacen pensar, o sin canciones, o sin guitarras y con un auditorio vacío, y con mordiscos inesperados, TLoU sigue sorprendiendo, para bien, aunque no te creas nada de lo que te cuenta. O no te cuenta todo lo que quieras que te cuente, en esta serie del Oeste (porque transcurre buena parte en Seattle) y cada uno debe buscar su camino. O sus caminos. Aparte de la sangre y las sectas, en este nuevo feudalismo de pandemia (habrá que acostumbrarse) hay, casi como en JdT, a las ausencias inesperadas, a capítulos memorables (en esta temporada, el segundo) y a esa valentía de limpiarse a personajes que piensas que son algo que está entre lo imperecedero y lo inmortal. Y como Jordan y Pippen, “de tí me fío, de Seattle no”. Hágase querer por las profecías, sean falsas o de las otras. Pero al final, como (casi) todo en la vida, este asunto va de venganza. Venganza de la de toda la vida, o vidas, o lo que se tercie entre ascensores, discos olvidados y vómitos que señalan el camino de la supervivencia, o de la falta de ella.
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