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miércoles, 13 de agosto de 2025
The Last of Us. Primera temporada.
“A veces uno ve lo que quiere ver”. Aunque no siempre puede verlo. Esa frase del capítulo 8 de la primera temporada de The Last of Us siempre nos persigue cuando andamos peleados con el tiempo, con lo que nos rodea, con lo que nos pasa y, sobre todo, con lo inesperado. Los cambios, las incomodidades, la muerte que nos rodea. Todo llega de golpe y, a veces, para quedarse. De por vida. Aunque, “si el mundo está perdido, ¿para qué molestarse en seguir?”. Pero seguimos, y lo volvemos a intentar, volvemos a errar, repetimos esos fallos que nos persiguen como cicatrices en la cara, como heridas en el brazo, como bilis en el ánimo. Los personajes que son risueños al principio acaban siendo taciturnos; los que beben vinagre al amanecer, intentan cambiar, pero el vinagre sigue ahí, en todo lo suyo. No es fácil ver algunos capítulos de The Last of Us, porque hasta los más cafres, los más bestias, dejan momentos que van del zoo a la cárcel feliz, de la visita inesperada que nos cambia la vida a la muerte más violenta jamás pensada. Pero está bien recrearse también de las incomprensiones, de aquello que nos supera, de la necesidad de sacar nuestros más bajos instintos en los momentos que no siempre esperábamos. Pero todo es mentira y “los únicos que no se infectan son los muertos”. Al final, “todo sabe bien cuando tienes hambre” y el resto no cuenta. Nada. “Y cuanta más gente mates más te costará dormir”. Y algunos ya no tienen sueño. Nunca.
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