viernes, 19 de julio de 2024

Hombres fósiles

Kermit Pattison, al comienzo de Hombres fósiles, nos dice: “Este libro es tanto una historia de la ciencia como una historia de detectives acerca del mayor misterio de todos: ¿de dónde venimos? Como buen misterio, empieza con un cuerpo”. Pero es más que eso. Son esqueletos, son cerebros, son pies, son dientes (“los dientes son cápsulas del tiempo”), son sexo (“era una estrategia de apareamiento: los ancestros humanos adoptaron la marcha bípeda para volverse monógamos”), son relación intermembral, son geología, son sabanas, son domesticación (“mucho antes de domesticar a otros animales, los seres humanos se domesticaron a sí mismos), son caníbales (“los carniceros humanos rompían los cráneos para devorar los sesos, que son ricos en proteínas y grasas”), son zonas volcánicas, son fotosíntesis, son paleoclimas, son cenizas y son cenizos enfrentados a otros cenizos. Ardi, ese esqueleto incompleto de 4,4 millones de antigüedad de la especie Ardipithecus Ramidus, lo cambia todo. Escribe el autor: “Cuanta más información obtenía, más intranquilo me sentía, ya que Ardi parecía refutar muchas de las teorías predominantes sobre la evolución”. Sorpresa sorpresa, pero hoy, sin mermelada: “Ardi fue una mujer inoportuna que sorprendió a los estudiosos de los orígenes del hombre más de lo que muchos estuvieron dispuestos a admitir”. ¿Éramos más de la Gemio o de Puente? Y en 2009, se publicitó a Ardi, y “tanto Ardi como el equipo que la descubrió parecían ser personas non gratas. Llegaron a referirse a una de ellas como el-que-no-debe-ser-nombrado”. Y apostilla Pattison: “Se despertó mi curiosidad. Cualquiera que no deba ser nombrado, sin duda, debe ser entrevistado”. Y ahí, justo ahí, aparece el señor White: “Tim White, líder del equipo de Ardi, es un paleoantropólogo, un científico del registro fósil humano con fama de contar con un agudo intelecto, poca paciencia para las tonterías -ante las que salta a la mínima-, una larga lista de descubrimientos y un listado aún más largo de enemigos”. He de reconocer que no me gustan los robapiedras. Me generan recelo. Pero esta historia de robapiedras va más allá del expolio y el señor White, como si fuera un personaje más de Reservoir Dogs, es atrayente: “Tenía una mente enciclopédica, era sarcástico y escandalosamente poco diplomático: tachó a un colega de idiota, a otro de carroñero y a otro de payaso, y a muchos colegas los redujo a la categoría de cabronazos”. Pero no era un recién llegado, y, los que lo rodeaban, tampoco: “Varios investigadores de Ardi eran veteranos del equipo que interpretó el esqueleto de Lucy en las décadas de 1970 y 1980”. Toda esta historia se trata “de una odisea científica que comenzó antes de que existiera algo llamado internet y que abarcó la carrera de seis presidentes de USA”. Más por parte de KP: “Esta historia es un viaje al pasado remoto para encontrar ancestros, animales, entornos e incluso un árbol de la vida diferente a los que reconocerían en nuestro mundo moderno”. Entornos. Vivan los entornos. Vivan las canciones de David Holmes. Pattison, sin prisa y con muchas páginas, habla del pasado de White, de su pasado con los Leakey, de su pasado con Lucy, de su pasado en Laetoli, de su pasado con el jefe de expedición Desmond Clark. El autor también se recrea en los cambios políticos de Etiopía, en la guerra Etiopía-Eritrea y de los cambios sociales y de mentalidad del país: “Los ideólogos marxista-leninistas no veían con buenos ojos la idea de que el comportamiento humano tuviera un origen biológico”. Ni más, ni menos (o dadme unas esposas, que decía EHDLCV). Resalta también de distintos personajes como Berhane Asfaw, Suwa, Owen Lovejoy, Johanson, de amigos, colaboradores, enemigos, secuaces y robapiedras de distinta calaña y diarreas varias. A veces, leyendo con interés, no sabes si el protagonista es Ardi o White. Más sobre White: “Para evitar que lo reclutaran y enviaran a Vietnam, White dejó de comer para que su peso estuviera debajo del mínimo exigido por el ejército”. Personaje, geniecillo loco o escapado de manicomio: “Solo quería conocer el pasado, fuera cual fuese. Exigía datos, hechos concretos y fríos, y no tonterías académicas o gesticulaciones teorías”. Y apostilla KP: “En lo que a White respecta, no existe más que una versión de la verdad”. Y con el libro aprendes mucho, la verdad. Sobre dientes (y no solo sobre la muela del juicio); sobre piedras (“La historia de la vida está escrita sobre todo en roca sedimentaria, pero su cronología está escrita en su mayor parte en roca volcánica); sobre carbono 14; sobre la evolución del cerebro; sobre los dedos y sobre el espíritu de Jerry García (vivan los Grateful Dead). Pero también entiendes el odio entre estos tipejos sin escrúpulos, que luchan por su nombre y por lo suyo. ¿Entonces? ¿Con quién estamos? ¿Con los malos o los muy malos? Escribe KP al respecto: “Imaginemos que la evolución humana fuera una obra de teatro. Los tradicionalistas, como el equipo de Ardi, se centraban en la progresión general de la trama, mientras que los cladistas, como Tattersall, lo hacían en el elenco de personajes y sus relaciones: mientras más, mejor”. ¿Y el árbol? ¿De verdad es ese árbol nuestro de todos los sueños? Hay que seguir leyendo: “Nuestra familia no siempre fue tan homogénea. Al menos otros cuatro ancestros humanos arcaicos de todo el mundo coexistieron en algún momento con Homo Sapiens”. Repetimos: ¿entonces? Piedras, huesos, no queda otra, solo podemos robar una cosa porque “los fósiles valen más que mil palabras”. Resulta, entonces, como en el Dirge de Death in Vegas (si no es imposible bailar así), que “los humanos somos zanquilargos, y la longitud aproximada de nuestras extremidades anteriores es del setenta por ciento de las posteriores” (sigamos bailando). Columna, pie, pelvis, problemas lumbares, vértebras. De todo aprendes con este libro, si es que consigues no pararte a buscar información de cada línea, de cada párrafo, de cada recreación. Pero desde la negación ajena se pasó al reconocimiento, porque “poco a poco, la profesión empezó a enfrentarse a la dura realidad de que los hombres más odiados de la paleoantropología podían tener razón en muchas cosas”. En definitiva, un libro con el que aprender muchísimo.

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