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domingo, 15 de junio de 2025
El tranvía fantasma
No es fácil la lectura de El tranvía fantasma de Miguel Sánchez-Ostiz. No es fácil, pero es estimulante, aunque como en la mayoría de los libros de MS-O, no leemos para quedar bien, pero ya sabemos que “el sambenito no te lo quitas ni duchandose con salfumán”. Reflexiona en ETF el autor de ese “redil de bichos de coral, amaestrados y domesticados”. Tras la pandemia del 20, todo cambia, pero MS-O nos lleva a recuerdos que son atemporales, aunque nos perdamos un poco con los nombres. Pero no tenemos buenos tiempos: “Mala época esta, mala, para ejercer de sociable y para casi todo lo que sea salvar el propio pellejo sin hipocresías. Hay que estar con los buenos, que son los que digan y así bauticen nuestros gobernantes”. Y, como siempre, MS-O nos mete en sus circo, porque todo es circo: “Las cosas ni son lo que parece ni lo que yo creo que son, ni están donde las había dejado. Nada, nadie lo es en la pista de este circo en derrota, en la escena de este teatro de variedades ni el ruedo de los locos goyescos”. Va dejando una estela MS-O de personajes que van de infierno en infierno sin redención, porque “las cosas, a los objetivos me refiero, cogen rumbos caprichosos”. Reflexiona también sobre “esa cloaca máxima que son las redes sociales”, en el que todo se exagera o se lleva al extremo, o al vertedero, con o sin gaviotas, aunque la gaviota máxima siempre está ahí. Y el recuerdo de César Borgia y de La Movida, y de la gran “sociedad gastronómica de borrachones”, y los quitababas y los golpistas de raza y las profecías que siempre se cumplen (a nuestro pesar). Borrasca y germanías, y personajes que viven entre la parranda y el manicomio, entre lo precario y lo siniestro y como vivimos ese “esperpento español que nunca cesa, el de un ejército que perdió todas las guerras en las que participó salvado en las emprendidas contra sus propios compatriotas”. Habla MS-O de escapar, o de intentar escapar, a la “Patagonia perpetua” o a lo que se tercie, y si se tercia no siempre son cervezas: “Las cosas como son o como se ven y padecen, sin mayores honduras, en plan tranvía… de Placeres a Cementerio, y vuelta, pero de vacío”. Nos recuerda MS-O a esos que van “paloma en la calle, lobo en casa” y sus transformaciones en público, al “manso altivo” y de que todo es mentira, ya que “no necesitamos la verdad tal y como la sirve la prensa diaria…”. Habla también el autor del “rabioso nacionalismo español rojigualdo”, de los problemas contemporáneos que hemos leído en prensa y de que “siempre sucede lo que imaginamos”. Es así. Y de la forma en la que algunos ascendieron, mutando y cambiando sus pieles hasta mostrar lo que eran realmente: “Savaterianos de segunda fila, saltatumbas que les decíamos nosotros, elogiadores de corruptos, tramposos, criminales de la derecha, pero con mucho nacionalismo vasco de por medio al que meterle el cuerno o poner en él los ojos de sapo”. Aparecen en ETF personajes de toda ralea, que van de los de “hedonismo de cátedra”, a los que van “coleccionistas de lo inverosímil” y llegando al “crítico con el mundo en plan abstracto, metafísico, pero jamás con el que llevaba la vara de mando y la llave del cajón de las perras”. Pero siempre vuelve el espejo, ese que nos refleja con la “vehemencia de feriante” y en la que “lo local no quita lo germano”. Y el recuerdo de personajes que no siempre se estudia (pone el ejemplo de José Bertán y Musitú) y que están en nuestro historia, Pero al final, ya con doscientas páginas en las retinas, nos damos cuenta de que “ya está bien de versos que ni nos corresponden ni son nuestros”. Y apostilla MS-O: “Los muertos, bien muertos están, descansaron y regalaron el descanso a todos aquellos para los que eran una carga, un obstáculo, una odiosa servidumbre”. Y en ese espejo, el de antes y el de ahora, solo vemos que “hay muchos menos sanitarios que policías dispuestos a abrirte la cabeza por gusto y por dinero”. Y llegamos al domingo de carnaval, que no lunes, que el lunes ya pasó y encontrar el sitio perfecto para no ver, o no ser visto: “No hay mejor lugar para rematar una carnavalada que los descampados, las lejanías, los lugares que parecen estar ahí y son remotos o al revés, lugares imaginarios, invisible para la mayoría. En definitiva, un libro con el que meditar sobre esos personajes que, antes o después, aparecen en nuestras vidas y que siempre tendremos presentes independientemente del correspondiente entierro de la sardina. Y el euskera suletino lo estudiaremos otro día. Mejor otro día, uno que haga bueno.
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