jueves, 24 de abril de 2025

Las pirañas. Tercera lectura.

Con Las pirañas no hay medias tintas, ni siquiera con la tercera lectura. Tengo que rebuscar en el pasado, en los archivos de viejos ordenadores, en un blog que ya no es lo que era para recordar la fecha de las dos primeras lecturas. Pero una vez que empiezas, el ritmo va a más, y ese “titiritero, saltimbanqui, de feria en feria, de nacionalidad imprecisa”, nos lleva a su terreno. Ese personaje, y otros, de este cuadro, “sin otra profesión conocida que la de enredabailes”, nos muestra un “coral de voces cencerrosas en suma”. Coral complejo, con este “apañamortajas”, de “conventos con tufo a sopa helada”, y con “euskalbarbas borrachos” en el horizonte. Menudo horizonte. Pero siempre hay un momento de resurrección, porque “solo en el dormir hay misericordia”. Las pirañas nos muestra desde el principio, sea primera o tercera lectura, a un “material de arrastre para gloriosos juegos florales” en el que encontramos “un discurso florido para el parlamento de la andada”. ¿Qué sería de nosotros sin la andada? Miguel Sánchez-Ostiz nos ilustra con ese “último y radical desamparo”, en el que no hay esperanza pero si al tercer día vemos algo de luz, nos aferramos “al rosario en familia”, y, si llega el caso, al “plato de guindillas para merendar” (aunque algunos lo preferimos para el desayuno). En esta imagen sin distorsión de “aldeanos críticos a lampar riñones”, siempre repetimos, aullido común en soledad taciturna, ese lema que debemos enseñar a las criaturas de la Formación Profesional Básica o a quien toque: “Antes que ser joven me capaba”. Y en la fauna, dándole a la tecla ahora, encontramos una señal de tráfico para “la busca de los proscritos, de los pródigos, de los toxicómanos, que llevan varios días sin tocar pared”. Repite mucho MS-O (y bien que hace) lo que nos encontramos y definimos en extramuros, en fuerapuertas, en ensanches. Y en Las pirañas leemos a aquel que “cuenta chascarrillos propios y ajenos, o más bien propios, y ridículos en el fondo, disfrazados de ajenos, e imparte, también como si estuviera en alguna colonia del Pacífico, allá por el mar de Joló, justicia, sí claro, justicia peregrina”. Y en esas peregrinaciones interminables siempre hay enredo y hay que “arrebujarase en esa tela de araña cómplices, encubridores, aliados, compinches, enemigos, afectos resobados, relatores, soploncillos, difamadores, celestinos, bufones”. Y sin solución de cambio tenemos carnet, en primera persona masculino singular, y ya es un “miembro cualificado de la pecera, a su modo, también una sardina brava”. Pero en este Belén sin inocentes todo atufa a “un tibio olor a establo, a invierno, a pasado”. Y en la huida, “nunca se vieron despojos como estos”. Y en mitad de ese “bárbaro apetito”, toca vivir el momento, y buscar “a cada especialidad su taberna, su trago y su posguerra, y con el tiempo su erudito”. Nada como encontrar ese cuadro, con esos grillos que no parar de gritar, “todo a punta de pistola o a punta de sus leyes infames”. Y toca comer, “caracoles de tapia de cementerio” sobre el “taburete de cuerpo de guardia” y acabar con el “carajillo quemado con el mimo de un ebanista de la corte del rey Sol”. Y cuando uno va a uvas sordas, llega tarde, tira el ancla, le tiembla la mano, coge el pastillero y acaba a “muecas naiperas” en mitad de la “sinfonía de casa encantada”. Todo es mentira, incluso si, en mitad de la noche, “alguno piensa si nuestra vida no será un puro tropiezo”. Puestos a tropezar, caigamos en los “andurriales de vivir del cuento”, caigamos en la andada interminable, caigamos en ese esfuerzo cotidiano de ir taberna tras taberna hasta encontrar nuestra casilla en el tablero: “Y al final apalancarse en el de la tribu, el genuino, y no moverse, ahí ni de coña, es decir, no moverse ni cuando cierran, conseguir que entonces te dejen estar a puerta cerrada y que te abran incluso para poder entrar si está cerrado”. Y apostilla MS-O: “Que las putas te conozcan por tu nombre de pila y hasta por tu apodo, que aquí apodos o mejor motes tienen todos”. Y en la recreación de esta corrupta historia, escuchamos “esta ópera de cuatro copas y los mismos bastos”. Pero no hay báscula que aguante este ritmo, esta andada, porque “casi todos lucen panzas soberbias”. Poniendo chinchetas en la pared, se conocen todos “en este kilómetro cuadrado que viene a ser un cuadrilátero de todos contra todos”. Y para rematar, testa sobre testa, compramos este fuego en invierno “puro Dickens”. Y en ese suelo sucio dickensiano, en ese dolor insano, ene ese “kilómetro cero que un tauromático bautizó nada menos que con el nombre de Selvática”, está este “pensamiento radical andante” nada como un recuerdo al PSP y a ese “PSOE del botín desvergonzado”, y a aquella frase (que también decía el hombre de la camisa verde) atemporal: “Yo de la guerra solo sé que no voy a ir”. Y en ese viaje de borregos, quedas oculto, incluso, en las ruedas, aunque “eran otros tiempos y que él se quedó atrapado en ellos (...) como en cepo de oso”. Y siguiendo la estela, vamos detrás de los “amigos del berrido intempestivo y del rebuzno”. Y las sayas de bruja, y los aristócratas, y los asuntos de sucesiones, y truenos de noches sanjuaneras, y decir las cosas de manera mendicante y asumir que “en este valle todos tenemos alma de granujas”. En definitiva, nos queda siempre “un viaje a una selva de lobos, a una ciénaga de sardinas bravas”. Y en el ombliguismo, siempre recaemos en esa mata de restos de camiseta almidonada, todo es euskaldún: “La trucha es vasca, todo es vasco, el universo es vasco, todo es preindoeuropeo, de antes de que el mundo fuera mundo”. Mundo con almax, con mucho almax, porque “estos no tienen empacho, puro Nuremberg, puro 1934”. Y puestos a buscar, busquemos: “En el seminario, sí señora, buen sitio, inmejorable, tan bueno como el manicomio o el cuartel o la cárcel”. Y aparte de la trucha, la raza: “Dicen que es cosa de la raza. Les gusta la raza a estos y lo que entienden de estas cosas”. Y aparte de la raza, el jabalí, el tiro en la nuca, emboscadas para todos. Habla mucho MS-O de la (re)conversión de los individuos, ya sean “rentistas de provincias” o “falangistas reciclados en gurús”. Quema de cartuchos (los últimos, los que peor suenan y más llaman la atención” para un personaje que es “un milhombres que ríe en la noche, a carcajada limpia”. Y en esos espejos, mil sombras de todo, se refleja siempre la miseria del prójimo, no la de uno mismo, porque esa nunca existe en primera persona del singular: “Por su despacho, que es tanto como decir por su bodega o por su despensa, pasan todos, y el que no pasa puede darse por jodido. En la trastienda de esta juerga fantástica se puede oír un vago fragor de seminarios y de conventos, de militancias varias y difusas, de militancia radical con los feroces etarroides o con los de la razón de la historia o de la lucha obrera, de panfletadas, multicopistas, saltos callejeros, pedradas, cócteles molotov”. Y, puestos a comparar, puestos a llevar al extremo, podemos encontrarnos con el “Kropotkin de la barraca” o con “el gran tenista hecho hamponcillo, un héroe sabio de la vida dura, de los que saben estar, la sentencia definitiva”. Ahora que estamos de aniversario planetario, podemos recordar (o intentar recordar), las nuevas sensaciones, que en el mundo pirañesco se traducen, por citar algún ejemplo, entre “enemas y humillación”. Y como no clarea, todo es tormenta perenne: “Se ha terminado, nos han quitado nuestras señas de identidad, ya no podemos beber, nos van a encerrar en casa, eso es un atropello, esto es la consecuencia de vivir en horizontal, del cortacésped y de la barbacoa”. A veces hay que soltar la carcajada, o no soltarla y creer en que podemos soltarla sin consecuencias ante la “pasajera y general irrisión de la parroquia”. Pero no. “No hay paraíso posible para esta humanidad”. Y como si fuera 1992, o 2025, “tanto seminario, tanto socialismo, para acabar viviendo de mangarla”. Y el personaje, nuestro personaje, sigue, existe, respira, aunque esté “intoxicado de la propia vida”. Y esas comparaciones continuas (“como Gordon en Jartum”) que no acaban nunca, como el personaje sabe a lo que pertenece: “A una raza de perdedores, de vencidos, a una raza de mercheros, de usureros de coacción, a esa tribu ubicua que entre sí se odian con furia ciega, que no con pasión, y se sonríen a piñata de teclado y se palmean las espaldas, de torpes que odian la inteligencia, la tolerancia, agredidos siempre por el refinamiento ajeno, torpes, sucios, llenos de ascos y remilgos, de un puritanismo que es insania de tratado de a mil páginas”. Con ese boli rojo, manchado a partes iguales de salsa y pacharán, el personaje se sabe “intoxicado de la propia vida, la que él se ha ido pacientemente construyendo”. Pero en ese ambiente, descrito pero no lo suficiente, aparece un “cotarrillo de matones, de profesionales del braguetazo, de la alianza ventajosa, estudiosos de fueros y privilegios”. Y subraya MS-0, en ese contexto, “el degradante sentimiento del siervo”. Y en ese cuadro, “viejo demonio el de ser aquel que no se ha deseado ser”. O no ser. Y hablando de diablos, “viejo demonio el del miedo a la vida, heredado como tantas otras cosas”. En esa “fúnebre galopada”, nos perdemos, o dejamos de perdernos. O lo que sea. Y ahí, MS-0, habla de manada, habla de cobardía, de claudicaciones, de rebaño y de poquedad: “Y si otro demonio es el pasado, cómo abolirlo, como abolir esos recuerdos fragmentarios de la infancia, de la adolescencia sombría, la culpa de todo, el no acertar, el no saber, cómo acallar las voces que desde allí llegan con el tono justo…”. Nunca acaban las preocupaciones, nunca escapamos de la soledad. Zarabanda. Antabus para todos. O para casi todos porque siempre hay “noches en las que anda acosado por el personaje que se ha visto obligado a representar de continuo”. Habla de la familia el autor, como “ese enfrentamiento sin origen ni término, inexplicable a la postre, peor que un fuego de esos que se consideran apagados y a la menor brisa prenden y lo abrasan todo. No hay rebabas suficientes, o no tenemos (tengo, 1ªPMS que decía EHDLCV) los arrojos suficientes para acabar con todo, porque la cara de pecado no nos la quita nadie. El personaje, en “un kilómetro cuadrado donde nada era lo que parecía y todo era mentira” solo puede salir perdiendo. Absolutamente mentira, como todo en la vida. Y con esa cara de tinieblas (¿se puede definir mejor?), siempre andamos “bailoteando como badajo en campana boba”. El fluorescente hace hincapié en “la condición de parias, de comparsas, de menestrales y de mirones…”. ¿Somos algo más en la vida aparte de eso? Y añade MS-O: “La calumnia, la peor de las mordazas, el buen nombre, todo mentira, filfa de primera calidad, instrumentos del sometimiento…”. Murga, nada como la murga. Y el momento de la zurda y “licenciado en bobería”. Y en ese retrato, en este retrato de “segundo día de inconmensurable novena”, de “ronda de un rosario de demencias”, nada como volver a la falsedad, eso que nos contempla y nos marca, de la que no podemos salir del cuadro. Nada como recordar otra frase (que no era nada de EHDLCV) que siempre se repite, antes del vómito: “Todo se arregla con cenitas”. Barbisss (o como se escriba, que tengo mala memoria) en el horizonte, que no falten. Picoloco al poder: “Hay que ir, mandando y templando y obligando o como quiera que se diga”. Desplantes para todos, que ahora Is nos canta una nueva versión de La Caja del Diablo. Y los corralones de la resaca y todo lo demás. Y el precio del paraíso, gran precio. Y esas descripciones, las que no llegan al alma, “algo de ritmo lento que la hizo famosa, se deja caer, parece abandonada, casi nadie anda por la calle y esta tiene algo angustioso, de tren perdido, de cita a la que llegas tarde, sobre todo si no es la nuestra” (y aprendemos el significado de fiemo en la farra, que siempre está bien aprender). Y ya puestos, buscar distancia de esa “legión de los licenciados y los artistas”, que nunca se sabe. Nunca se sabe. Raptos y despistes, compañía y asamblea dispersa: “La arquitectura, la empresa, la jurisprudencia, la política, los negocios y hasta el arte, sí, señores, y hasta el arte, todos reunidos”. Menuda reunión. Andorga, andorga, andorga. Kiliki, kiliki, kiliki. Quídam, quídam, quídam. Órdiga, órdiga, órdiga (parrillada de mariscos). Y ahora que en la prensa no hay descripciones de los que mandan, bien valdría un ejemplo: “Empezó de cursillista de Cristiandad, se puso unos zuecos de clínica, clop, clop, dijo que era anarquista, luego etarrón, batasuno y acabó, arrepentido, renunciando a sus pecados, donde todos, en el Partido Socialista, mañana ya veremos”. Joder, parece 2025, parece hoy, parece mañana. Chalota, chalota, chalota. Y ese Fernet Branca y, si hace falta, “compramos billetes de loterías premiados, el negro no tiene secretos para nosotros”. Ninguno. Uvas sordas, uvas sordas, uvas sordas. Nada más que añadir: “Para tener segura la pitanza y los vicios, y si se tercia, hasta las putas”. Claque, claque, claque: “Os imagináis lo que sería una patria para estrenar… Todo nuevo, joder, qué sueño más bonito, y todos dentro, todos vascos, pero nosotros solos, con nuestras leyes y nuestra cultura”. Y en esa hipérbole, convertida en chiste pequeño, leemos en este himno hecho letra impresa de hace muchas décadas: “Aquí todo dios va a tener que aprender euskera e informática y el que no aprenda, a la puta calle, no tendrá sitio, el sabrá lo que hace, y se ha acabado, se ha acabado”. Y ya puestos, “cuando se ponen a bodega llena, son temibles, le sueltan su vida escrita por ellos mismos, es decir, bien amañada, al lucero del alba”. Y más murga. Que no falte la murga. Que nadie nos quite la murga: “Hay quien opina que ha llegado a una situación en la que no puede envidiar nada, en la que lo mejor es no envidiar nada, porque sencillamente no tiene sentido. Nada envidiable. O todo, desde que haya siempre un rollo de papel de váter al alcance de la mano”. Y en ese marco, no cabe más brillo que el que no reluce: “Lo de nuestro hombre es una inveterada manía de no dejar al prójimo en paz, aunque afirme lo contrario, siempre atrapado en sus propias tonterías, bufón a pesar suyo, de escudriñar copa a copa sus miserias, de hacerlas añicos, de reducirlas a migajas, bien troceadas, bien masticadas, bien ensalivadas, bien deglutidas, de no dejar que saque la cabeza de sus propias miserias, de sus demonios, de sus vergüenzas”. Tal que así. Vaya retrato, vaya espejo. Y en esas “sólidas insensateces”, hay reflexión. Mucha reflexión. Demasiada reflexión: “Mas por qué no admitir, aunque solo sea por un momento, que es justamente la envidia, el rencor, los complejos, las heridas sin cicatrizar, las afrentas en silencio, la ambición, ese haber probado alguna vez los dones de la existencia, haberlos olido como los perros a sus amos desde el otro lado de la puerta, aunque estén muertos, y no haber podido olvidar, la sensación de que su vida tiene poco sentido, todo eso y mucho más, la soledad, sobre todo la soledad, el temor a que de pronto se abra un abismo a sus pies”. Zaquizamí, zaquizamí, zaquizamí. ¿Y alguien se acuerda del cuento de las tres hachas? Lo mismo de siempre, pero no siempre es lo mismo (EHDLCV dixit): “Todo este viaje, todos estos años, para acabar –el sabor de una historia demasiada vieja– escuchando sus miserias, sus gusanos, sus demonios, todo lo que permanece oculto y es en el fondo el motivo rabioso, la razón leprosa de ese éxito, todo para acabar escuchando este discurso abracadabrante sobre el amor burlado, la vida robada, la vida, cobrada y otras sandeces semejantes”. En la vida de este castañuelas, como en tantas otras, como en las nuestras por momentos, vemos como alguien se entretiene, o busca un refugio porque “no hubo veranos ni inviernos felices ni vacaciones ni hostias en vinagre, solo dolor y miedo y esperanzas frustradas y ambiciones pequeñas, nulas, nada de este mundo, todas liquidadas”. Y cuando te mandan callar, callas, que no queda otra. Bueno, queda la andada, “perderse en andadas monstruosas que le iban minando, hasta que su vida no ha sido más que una andada”. Fuera de lugar, que diría el otro, porque “nuestro hombre proviene de un tiempo que parece haber sido abolido para siempre, y si parece, es que lo ha sido”. En ese dolor, cuando no se levanta cabeza, “no hacía otra cosa que echar madera a la caldera de su insania”. En este retrato, con su fatal cuarta jornada, “de nana en prosa”, no hay que suavizar nada porque el infierno es así. Subraya el autor la importancia de “no nombrar las cosas”, intentando que así no existan. Pero existen, “porque tener miedo es un toque de distinción”. Las pirañas da miedo por su realismo, por “los días de sueños malogrados, de proyectos en común que duran lo que dura una maldita noche de tregua, trampas, antojos, trampantojos, toda la faramalla, la pantomima, la comedieta del común de los mortales, el barullo, la intendencia, el menaje, la Biblia en verso, la vulgaridad una patria, el destetarse, el darse cuenta de que la vida que uno hubiese querido era otra y esta en otra parte, y de ese follón no salimos, mierda, que no salimos”. Y llegando al final, aunque no queramos, todo es fracaso, todo “enfermiza atracción hacia todo lo que es enfermo, imperfecto, hacia todos esos lugares furtivos donde crece el horror”. Quizás algunos lo resumen con el miedo a la soledad, quizás que las quijoteras no funcionan bien (no nos funciona bien nada en ciertos momentos de la vida, que decía EHDLCV), quizá “lo que pasa por la cabeza de la gente es peor que lo que pasa en un ataúd a tapa puesta”. En definitiva, nada como volver a esta lectura en la que siempre aprendes a pensar en lo realmente importante, en lo que hay que subrayar en nuestro esquema mental para poder seguir adelante. Pero no siempre lo conseguimos y, antes o después, acabamos en el callejón que nos acecha como perro que vagabundea cuando la lluvia arrecia. Y hay épocas en las que la tormenta no para. Perenne.

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