sábado, 12 de abril de 2025

The White Lotus. Tercera temporada.

Nunca he tenido una identidad. No tengo que dejar nada. Ya soy la nada”. Váyase a Tailandia a que le obliguen a ir a terapia, o a hacer el gilipollas, o a tragar sapos de todo tipo. Aunque han cambiado un tipo de Los Soprano por otro de The Wire, la esencia es la misma. Trío de amigas desesperadamente falsas, con alcohol incluido; familia de cinco con madre adicta a tranquilizantes, padre adicto al trabajo, niño mayor crecidito adicto a los esteroides y al móvil y al trabajo, hija mediana adicta al budismo, hijo menor pensando en nabos y agujeros al mismo tiempo; pareja de adulto desgastada y jovencita de dientes llamativos; nativos haciendo el nativo; el viejo ya conocido; los trabajadores que todo esconden. Todo mentira en esta vida: “Si nadie echa gasolina, el depósito estará vacío, eso no es ninguna ilusión y el coche no arranca. Nada surge de la nada”. Y la catarsis del observador del robo, de la actuación imperfecta, de lo que podría haber pasado y no pasó: “Me dedico a lo que surge. Aquí hay mucha gente que se dedica a lo que surge. Es un buen negocio”. Huevos de pascua con sorpresa tailandesa. Móviles que no paran de sonar: “La mayoría de la gente ya no tiene valores, va a saquear”. Y siempre nos viene bien una clase de Geografía, nunca está de más. Y nada como el valor de un recuerdo, de un mal recuerdo. Mejor escapar, huir, dejar el móvil,volver a huir, dejar la mierda para otro día, y, en mitad de la cretinidad, dejarlo todo. O casi todo. O casi nada. O bajar huyendo en busca del taxi. ¿Podemos entender a alguien en el siglo XXI? ¿A nadie? Nada mejor que hacer a las dos del mediodía que escapar, que no hay tarde que valga la pena en mediocridad. Y rascar(se) los ojos pensando en tsunamis, en faldas largas, en budistas convertidos en emoticonos. ¿Qué es el aturdimiento? Masajes para todos.. El fuego, el pasado, el tenedor, las lámparas: “Ni los seres más viles merecen ser tratados mal. Solo consigues hacerlos peores”. Toca volver a leer la Biblia, ir a la otra vida, descansar para volver a subir y creer que, en mitad de la locura, nos volveremos a encontrar. O huir. O colocarse a las dos de la tarde antes de un show de serpientes. Igual que antes se hablaba de Hitler en las cenas, ahora podemos meter el comodín de Trump, y entonces empezamos a retratar al personal. Emociones y juntas militares que te lo quitan todo. Hágase querer por el Lorazepam, por las nubes oscuras, Hágase querer, con gafas de sol, por disparos acuáticos. Y siempre, siempre, delgados o acurrucados, hay que llevar mucho cuidado con las medusas. Viva lo antisocial: “El que se muda a Tailandia está buscando algo o se esconde de algo”. Y hasta tenemos la pregunta del millón: “¿Y si esta vida es solo una prueba para ver si podemos ser mejores personas?”. Los pasados curiosos y la supervivencia. Nada como mirar para otro lado, hacerse el sordo. O el multimillonario. Extremos. Aislamiento: “En un año puedes acabar adoptando unos valores radicalmente distintos”. Bajo esa apariencia de frivolidad, The White Lotus nos hace preguntarnos sobre la posibilidad de vivir sin comodidades después de vivir con comodidades, de todo lo que va más allá del sexo, de todo lo que nos sobrepasa y, llegado el día, dejamos de controlar. Y el soborno del pasado, ese instrumento que utilizamos (y nos utiliza) para volver a equivocarnos. Aunque llevándolo al extremo (al único extremo que vale, el dinero), al final vemos que la mayoría del personal (que la tire Epi), se reduce a esa moneda (la de dos euros de 2020 de arte mudéjar, por ejemplo) que todo lo compra (o casi todo): “No tengo intereses, no tengo aficiones, así que sin éxito no soy nada. Y no soporto ser nada”. Nada como la avaricia (estiércol para todos, decía EHDLCV) para avivar el espíritu y regar los cementerios y las cárceles. O no: “Al hacerte mayor debes justificar tu vida entera, cada decisión”. Y, casi siempre, escogemos la decisión equivocada. Casi siempre.

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