sábado, 9 de julio de 2022
Holocausto (1978)
Empieza Holocausto con una boda y una tarta, con brindis y caras alegres y caras tristes, uniformes peligrosos y bailes y olores que se confunden con perfumes. Pero era Berlín, y era 1935, y llamarte Moisés ya empezaba a ser peligroso. Pero la política lo mancha todo, y las esvásticas, más todavía. Paso a paso, todo se fue a la mierda. Expedientes brillantes y sin trabajo. ¿Nos suena? Cartelitos y cromos, política funcionarial, fracaso generalizado. ¿Solución? Vivan los desfiles, vivan las mentiras. Frialdad para sacar los más bajos instintos. Políticas raciales para limpiar. Nada como ponerse de picos pardos para hacerse el ario. Hágase querer por un plato de lentejas. Rubitos al poder. Y pasan meses, y hay olimpiadas y más desfiles, y más uniformes. ¿Cuántos millones de uniformes se crearon durante el nazismo? ¿Se podrían cuantificar con y sin música? Y más desfiles, y más coches, y más gestos y más locura y en 1938 era todo irreal, pero seguía siendo una locura. Y el pasado se olvida, y favor con dolor se paga. Es fácil olvidar, tragar sapos y recoger mierda para llenar el buche. Y negarse a abandonar la patria, que un nombre y un apellido lo es todo, pero no es nada. Nombres míticos para acabar con todo. Y que siga sonando la música. Pianos para todos. Escoria hasta en el fútbol. Y cristales rotos para todos, para todos los judíos. Buen retrato de aquella noche de noviembre, de aquel saqueo, de aquella infamia. Infamias institucionalizadas, pero sin uniforme, por supuesto. Y hogueras de libros, que no falten. Tambores y flautas, comitivas de vergüenza. Se podía mirar para otro lado hasta que se dejó de poder mirar hacia ningún sitio porque solo quedaba correr. Huir. Y en mitad del infierno, la preocupación por los libros, la obsesión por las letras. Y Wagner, y los artistas frustrados, y el espíritu de Saskia. Y la guerra civil en las familias, división con división se paga. Y las detenciones, y las jodiendas con vistas a las rejas. Y las etiquetas, que no falten. Y otro pasito, otro pasito más. Y mientras, óperas, y más Wagner y lo que haga falta. Y los héroes olvidados de la Primera Guerra Mundial. Y esas frases que nos va dejando Holocausto: “Nunca podrán vencernos mientras sigamos queriéndonos”. Y tras las etiquetas, los colores. Y los campos de concentración, y más música, que no pare nunca. Y mientras unos operan, otros al parque de atracciones. “Espía contra espía, así sobrevivimos”. Y la diatriba de luchar o dejarse llevar, de subsistir o escapar, de vivir o suicidarse. “La gente se viene abajo cuando tiene miedo”. ¿Cuántos sinónimos de cárcel se utilizaron en el siglo XX? Y 1939 como segunda etapa de esa escapada sin fin, de esa división que dejó a unos contentos y a otros mirando para otro lado. El fuego, los gritos, el horror. Y todavía algunos siguen aplaudiendo a Neville Chamberlain. Claro que sí. Siempre utilizando eufemismos para todo, que siempre hicieron falta secuaces en las SS. Y en cualquier organización. Y la locura de una Europa convertida en Alemania. “Cloaca vallada llena de judíos”. Eufemismos que no falten. Muros, guetos y brazaletes que no falten. ¿Cuestión de tiempo? ¿Colaborar o no colaborar? ¿Gases para todos? Y pasan tiempos y guetos, y te metes en 1940, y te llevan a Praga, y te dan arcadas leyendo carteles y panfletos varios: “No se entregarán a los judíos más recibos de ropas. Todos los judíos que no hicieron su registro en la policía deberán hacerlo de inmediato. Todos los judíos deberán llevar en todo momento su tarjeta amarilla de identidad. Los judíos no deben utilizar los transportes públicos. Los judíos no deben utilizar las bibliotecas públicas. Queda prohibido a los niños judíos acudir a las escuelas públicas. Queda prohibido vender a los judíos maletas, mochilas, maletines o artículos de piel. Los judíos no deben llevar maletas o maletines sin permiso de la policía. Queda terminantemente prohibido a los arios comerciar o hacer negocio con los judíos”. ¿Y luego qué? Y la Varsovia de 1941 convertida en apocalipsis primigenio, con el hambre como denominador común. Y Buchenwald como muestra de una paranoia que no acaba nunca. Y si hay que tragar se traga, y compartir con el ogro la virtud, se comparte. Ponga un Judas en su vida. “Los rusos deben ser tratados como infrahumanos, nacidos para ser esclavos, parecidos a los judíos”. Y Kiev, no solo cuando nieva, y el Ejército Rojo y su ofensiva y el perdón no existe porque no hay perdón posible. Descoser lo cosido, buscar en la oscuridad la posible luz. ¿O siempre es al revés? Y soluciones finales como agonía peligrosa. Y en mitad de ese bosque en llamas incluso había esperanza en el arte, en el talento, en la válvula de escape. Enlaces que se hacen en las condiciones inadecuadas. Escapes imposibles. Cartas sin firma, ajusticiamientos infinitos. “¿No hay cromosomas judíos?”. Y judíos contra judíos, que al final todo se vuelve en contra. No todos los judíos tenían el mismo enemigo. No. Pero al final todo se tuerce, o se vuelve a la normalidad, o se busca consuelo donde no hay nada. Y Heydrich y su séquito y el cambio de turno. Y esos curas que se mantuvieron en sus trece y que fueron reprimidos. Hace un buen resumen Holocausto de aquel desmadre, y también de la solidaridad, que no se nos olvide. “La función del arte es realzar la vida”. Pero la maquinaria del terror venció durante años. “Estar educado es ser mejor persona”. Partisanos todos. “Debemos distribuir películas, fotografías, carteles… Explicaremos con lógica y con persuasión que lo que hicimos era una necesidad moral e histórica. No hemos cometido crímenes, hemos seguido simplemente la lógica de la historia europea y eminentes filósofos y eclesiásticos acudirán en nuestra defensa (…) No hay que avergonzarse ni disculparse ni lamentarse por los judíos muertos. Debemos dejar bien claro ante el mundo que permanecimos entre la civilización y al complot judío para dominar el mundo y para destruir la honradez. Solo nosotros tuvimos el suficiente valor…”. Y como ese líder de las SS pensaban muchos. ¿Cómo llegar a esa situación? Y al final, vino un mal necesario, como los entrenadores de fútbol. Un buen rato para pensar en los errores que cometemos y en los parches que hay que poner para taparlos.
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