jueves, 19 de enero de 2023

El caso Moro

Ahora que todos somos expertos en Historia Contemporánea, en Historia de Italia, en Historia de todas las Historias, no está mal la lectura de El caso Moro de Leonardo Sciascia. Después de Todo Modo, después de la lectura de A cada cual, lo suyo, se entiende mucho mejor la historia de Italia, la historia contemporánea, la historia de todas las historias (esta vez, todas con minúsculas). Y después de Exterior Noche nos han salido más historiadores sobre Italia que en la misma Italia, que en la misma Democracia Cristiana (y veremos si no resucita ningún sumo pontífice con el asunto, al tiempo). Empieza LS hablando de luciérnagas y de Stendhal y de Pasolini y de preguntas que nos hacemos y en el momento en el que las hacemos: “¿Cómo puede adorarse lo que angustia?”. ¿Pero es que hay algo que no nos angustie? Sigue LS con los bichitos de luz: “A ese algo que ocurrió en Italia hace unos diez años lo llamaré, pues, desaparición de las luciérnagas”. Ni Democracia, ni cristiana, que diría el otro. O casa de putas. Sigue así Sciascia citando a Pasolini: “El régimen democristiano ha pasado por dos fases completamente distintas, dos fases que no se pueden comparar -lo que supondría cierta continuidad- sino que han llegado a ser históricamente irreconciliables”. Palabras de asesinado para hablar de otro asesinado, de Aldo Moro, “sobre todo Aldo Moro, quien parece el menos implicado de todos en las cosas tremendas que se hicieron desde el año 1969 hasta hoy, con el objeto, hasta ahora formalmente logrado, de conservar el poder”. Y apostilla sobre esa DC, sobre ese “poder democristiano que, hasta diez años antes, había sido la dura continuación del régimen fascista”. ¿Pero qué fueron la RFA y la Italia posteriores a la II Guerra Mundial sino meros continuadores de aquellos regímenes tan funestos? Continuación. Continuemos con metáforas latinescas, con cartas de Aldo Moro en su secuestro por las Brigadas Rojas llenas de censura y autocensura, por “ser un prisionero, un espía en territorio enemigo vigilado por el enemigo”. Añade Sciascia sobre esos BR: “Hijos, nietos o Biznietos del comunismo estalinista, los miembros de las Brigadas Rojas mamaron la polémica del vigilar y castigar y dieron un leve toque libertario a su petrificada ideología”. Cuantifica cartas LS (entre 50 y 70) las que las BR entregaron de Moro, y reflexiona sobre el secreto postal, y empiezan a salpicar nombres y mierdas, y mierdas y nombres y como en aquellas novelas de cerdos, todo se confunde con Leone, con Andreotti (enano rumbero), Ingrao, Fanfani, Misani, Piccoli y Craxi (también somos expertos de la última década del XX en Italia con tanto 1992, y 1993, y 1994). Y utiliza LS al Quijote y A Borges y su Pierre Menard, autor del Quijote, y a Unamuno con su Vida de Don Quijote y Sancho de 1905, y aquel compromiso histórico que ya no todos comprendieron (o muchos, o casi todos). Y recalca Sciascia, que la ausencia de Moro, lo que “produjo su presencia difícilmente habría producido: la paz y la armonía necearias para que el cuarto gobierno presidido por Andreotti se aprobara sin oposición alguna”. Los estados de ánimo, y conseguir lo que queremos conseguir. Escribe Sciascia y hay que subrayarlo, y volver a subrayarlo, aunque yo no subraye los libros: “Cuando la verdad, abandonada, abandona a la literatura, se hizo patente en la vida cotidiana con toda su trágica crudeza y ya fue imposible ignorarla o disimularla, pareció engendrada por la literatura”. Y en esa locura, en mitad de esa novela guionizada, porque todo tiene un guion, “los políticos del poder o próximos al poder culparon de ello a los hombres de letras”. Y en esa quijotada que fue la historia de Aldo Moro, sigue Sciascia mezclando a Borges en el asunto: “Tanta perfección no pude darse más que en la imaginación, en la fantasía, no en la realidad”. Y ahí, todo es apólogo, todo es fábula, todo relato ficticio, todo mentira. Y entonces, aparecen las etiquetas sobre Moro en la prensa, o, deberíamos decir, en La Prensa (ahora pasamos de las minúsculas a las mayúsculas, porque toca, o porque me da la gana): líder, o gran líder, o gran estadista. A ese respecto, suma LS: “Gran mentira, entre las muchas y gordas de aquellos días”. Y siguiendo con las estadísticas, sigamos poniendo números: “La razón por la que al menos una tercera parte del electorado italiano se identificara y se identifica con el partido democristiano radica precisamente en que éste no tiene ninguna idea de estado, cosa tranquilizadora y hasta tonificante”. Y la comparación con el Kutuzov de Guerra Paz que hace Moro. Y añade: “Si alguna idea tuvo Moro parecida a una idea del Estado, estaba como encerrada dentro del partido, dentro de esa ciudad medieval que era el partido, ciudad que parecía abierta e indefensa, pero que en los momentos de peligro se revelaba perfectamente fortificada y protegida”. Y el abandono de los que él creía sus amigos (siempre lo repetimos, no existe la amistad, existen personas con las que pasamos ratos), y la retórica nacional, y la idea de Muerte (esta vez toca mayúscula como podía tocar una luz verde o una ola rompiendo contra las rocas): “El Estado italiano está vivo y es fuerte y duro. Lleva más de un siglo conviviendo con la mafia siciliana, con la camorra napolitana, con el bandolerismo sardo; lleva treinta años siendo un Estado corrupto e incompetente, despilfarrando y malversando el dinero público impunemente”. Y los falsos comunicados que llevan a lagos y a más mentiras, a esquivos lugares de nieves perpetuas que lo ennegrecen todo aún más. Y añade LS que, salvo los socialistas, por interés (para convertirlo en “una especie de hijo pródigo u oveja negra”), todos lo dejan vendido. Y los tercios de Pablo VI, y la importancia del número 13, y como los compañeros de partido, o excompañeros, o exnadas (viva George Harrison [“prefiero ser un Beatle a un exnazi, aunque preferiría ser un exnada”], hablan de él diciendo que “no es el mismo hombre”. Y añade Sciascia: “Y tiene razón Moravia: en Italia, la familia lo explica todo, lo justifica todo, lo es todo. Como decía Lincoln de la democracia: de la familia, por la familia y para la familia”. Y papelitos con los que se justifica todo, o se pretende justificar, o escapar de la justificación, que todo se confunde: “Es la misma mentalidad a la que se refiere ese díptico de Trilussa que dice que la gente no se fía ya de la campana porque no conoce al que la toca”. Tolón, tolón, que tocan a muerto. Y en esos disparos, siempre hay técnicas: “Cuando la locura sigue un método, no hay que fiarse”. Y el añadido a la locura: “Y el método nació precisamente con el caso Moro”. Y el Renault rojo, y esas virtudes que se ponen con un asterisco: “Precisión, puntualidad y eficacia son para los italianos virtudes ajenas o cuando menos extrañas”. Pum, pum: “Una cosa al menos hay que funciona: precisamente la que por antonomasia llamamos cosa nostra”. Y en esa precisión y eficacia de las Brigadas Rojas, pone énfasis Sciascia, en “algo que responde más a un código mafioso que a un credo revolucionario”. Y como ejemplo, otro disparo: “Herir en las piernas a las víctimas, trasunto del desjarrate del ganado que practica la mafia rural”. Y entonces, más bolígrafo rojo (no podía ser de otro color en este caso) para la clave del drama: “Y las Brigadas Rojas no solo lo acusan explícitamente de ello en sus comunicados, sino que tienen la fúnebre ocurrencia de hacerlo también solemne y simbólicamente en Vía delle Botteghe Oscure, donde tiene su sede el Partido Comunista Italiano, y la plaza del Gesú, donde tiene su sede Democracia Cristiana”. De jesuitas a tiendas oscuras, y tiro porque me toca, y siguiendo con el juego de preguntas Sciascia se la hace con ese “esteticismo en el que morir por la revolución ha pasado a ser morir con la revolución”. En definitiva, una lectura con la que pensar en si los políticos, tanto los de antes como los de ahora, en todos los países, hacen siempre lo necesario sin mirar en sus intereses o solo lo hacen de acuerdo a su beneficio personal o grupal.

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