lunes, 1 de abril de 2024

Sangre y dinero. Segunda parte de la primera temporada.

“¿Sabes la droga más potente que he probado? Es la mentira. Una vez que la has probado, no puedes vivir sin ella”. Esa frase del décimo capítulo de Sangre y dinero resume todas nuestras vidas. Desde el principio, esta segunda parte de Sangre y dinero se vuelve más cafre, más vengativa, más asesina. Sin límite ni control. Sin límite de mentiras, sin control de daños. Todo vale, incluso poner en riesgo a la familia, a los hijos. Sangre y dinero es mafia con y sin corbata, hortera y cursi, leñera y de defensa central uruguayo, pero con patadas a la espinilla y en plan Goicoechea. Sangre y dinero es mérito y familia, clan y persecución, felicidad y locura, pero en esa descontrolada espiral no hay catarsis, ni epifanías ni resurrecciones posibles. Hay un rastro de lodo y flujos que en nada se parece a algo bueno. Pero los malos, siempre son los mismos: “El Estado no ataca al propio Estado. El Estado no reconoce sus errores. Nunca”. Pero los tocomochos, desde el parqué o desde Dubai (¿acaso hay diferencia ahora?), siguen siendo timos: “Esta estafa del carbono es un fracaso político pero también un escándalo ecológico. Las generaciones del futuro nos preguntarán: ¿En qué estabáis pensando? ¿Por qué no hicisteis nada para evitar el cataclismo? ¿Qué excusa pondremos? ¿El mercado financiero? El derecho a contaminar se ha convertido en un sálvese quien pueda. Un casino donde se gana siempre”. Escuchando casino y derecho a contaminar me he puesto a pensar en el Mar Menor, pero eso tocará otro día. Pero es que esto de la vida, es una partida, y “jugar es hacer trampas”. Sangre y dinero es una partida de póker continua, en Hong Kong y en Israel, con presidentes y con magistrados, con estados que han acabado simplemente siendo empresas. Pero como todo es mentira, solo nos queda las palabras, (o Manila), o un disco duro, o una escucha, o un vehículo a 230 kilómetros por hora. Lo dicho, toca reflexionar con las palabras finales de la serie: “El mercado de las cuotas de carbono es un lugar, un lugar donde el verbo ser degenera en tener, y donde tener degenera en aparentar. Pero también es un momento, el momento en que la economía política solo produce dinero y la necesidad del dinero. El mercado de los derechos de emisión es un estado mental, el de la frustración, el horizonte esquivo de la satisfacción aplazada sin cesar y de la avidez que se renueva cada día. Es la misma psicología que provocó los desplomes bursátiles y la que hará arder nuestros bosques, secará nuestros océanos y fundirá nuestros glaciares como en una maldición bíblica. Ya pagamos el agua que bebemos, aunque caiga del cielo. No hay motivos para que no paguemos también por el aire que respiramos. En el fondo, el fraude de los derechos de emisión no es más que la tragedia de la modernidad. El dinero que han robado es el del interés general y el de la solidaridad, y se ha robado directamente del bolsillo del pueblo”. Y reflexionando, nos damos cuenta que la cantinela del pueblo también es mentira.

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