viernes, 16 de febrero de 2024

Sangre y dinero. Primera parte de la primera temporada.

“Esta época es el reflejo de los timadores. Un mundo en el que todo está mercantilizado: naturaleza, clima, todo. Teníamos miedo de poner otro impuesto contra la contaminación. Pensábamos que había muchos, mucho impuesto. Queríamos creer en el mercado, el mercado, siempre el mercado, siempre igual. Creed en sus virtudes. Las cuotas de carbono son el improbable encuentro entre los mercados financieros y el Estado del Bienestar. Y los timadores supieron aprovecharlo. Sabían bien lo que querían”. Estas palabras del cuarto capítulo de Sangre y dinero resumen a la perfección el entramado de esta serie, que nos lleva a ese final de la primera década del XXI que mezcló dinero y perversión, pero, sobre todo, avaricia. ¿Qué sería de nosotros sin avaricia? Acumulamos por el simple hecho de acumular, por ese instinto sanguinario que nos lleva al extremo, al límite. Sangre y dinero nos muestra la estupidez gubernamental, la falsedad de las agendas multicolor, la cerrazón de tipos con corbata y señoras de tinte exagerado. Y todo ello poniendo a la familia en su sitio, porque esto va de apariencias, de timo, del tocomocho linamorgiano llevado a un estatus de obra de arte. Pringaos que consiguen, con la ayuda del pringao con coche caro, pringar al gobierno y al más pintado. El principio de Peter hecho capítulos, hecho confesión, hecho especulación, hecho falta personal antideportiva en un contraataque en el que solo puedes defender tú un uno contra cinco. Seres atormentados por el dinero y las hijas, por las esposas, por el trabajo y por estar casados con su profesión, ya sea por robar o por investigar o por seguir robando. “La fe suele viajar de incógnito”, se escucha, entre olivos y viñedos, decir a un judío con camisa arrugada verde en un Tel Aviv en el que se conviven franceses con delitos y perras. Sangre y dinero es metáfora de la podredumbre que la tecnocracia de universidad y apellido ha llevado a ministerios y que permite lo que no se puede consentir. Pero hay que llamar a las coas por su nombre: “El capitalismo es la libertad de un zorro libre en un gallinero libre”. La variabilidad de zorros y gallinas, y la ecuación correspondiente, nos lleva a pensar en que esto no tiene solución porque todo es mentira. El timo ecológico, hecho despensa y plato, convertido en el pan nuestro de cada día, en trigo sarraceno metido con calzador, en avena integral, en el todo sin azúcares añadidos, ha sentado cátedra y el robo ya está, como la muerte en la Edad Media, institucionalizado: “Timadores ecológicos… Eso es nuevo, ¿no?”.

No hay comentarios: