domingo, 26 de mayo de 2024
Civil War
El lema Agua para todos valdría para el comienzo de Civil War (ahora que las gaviotas murcianas se han olvidado del lema, suplantado en el voto agrario por unos abascales que buscan en esa mezcla de agua e inmigración temas con los que captar los votos). Agua para todos en una Yankilandia con fisuras, en una Yankilandia en guerra contra sí misma (¿acaso no lo ha estado siempre?), en un NY con policía masacrando a aquellos que tienen sed, con fotoperiodistas que tienen sed, pero de sangre. Y donde hay sangre hay foto, decía el hombre de la camisa verde. Una KD cansada, con ojeras, en busca de un clic con el que inmortalizar la muerte, que siempre está ahí, entre bombas y chalecos amarillos (otro día hablaremos de Nueva Caledonia, Macron, que la concordia te queda grande para llegar a ser emperador de la misma, que el título de zar pacifista ya lo tienen otros). Comparaciones berlinescas; resistencia desorganizada; guerras dentro de las guerras con unas banderas a las que les sobran barras y les faltan estrellas. El espíritu de Lee Miller sigue vivo, hasta que deja de estarlo. En esta película de zombies, con llamas y autopistas con coches destrozadas (todo demasiado previsible, todo visto antes ya, toda valija es poca) la agonía del gigante, parece que llega, pero cuesta. Y Gasolina para todos, que el estraperlo funciona bien, aunque siempre hay una rueda que sustituir, un dolor que reemplazar, una foto que pensar en realizar, aunque no tengamos que hacerlo. El túnel de lavado cuelga, pero no lo suficiente, que la época del saqueo siempre vuelve. Y en ese retrato, con víctimas y verdugos, no falta la cruz ni el jabón, no falta la amnesia porque siempre hay un Dachau aunque no sepamos que existió un Dachau. Me cago en la lealtad y en la bandera, decía mucho EHDLCV. “No existe ninguna versión de esto que no sea un error”, dice la Lee número uno de esta historia, conciencia sin conciencia en mitad del caos, en mitad de ese carro de supermercado que nadie volverá a utilizar porque no habrá ni supermercado ni nada que comprar. La etapa de las advertencias ya pasó. Tenebrismo a la luz de los bombardeos. La indiferencia siempre está ahí, seamos o no condescendientes. En nuestras ruinas contemporáneas no hay nada que construir, ni reconstruir, ni llevar a cabo nuevos procesos de recimentación: solo quedan cloacas putrefactas. “No es agradable estar asustado solo”. Nunca. Nikon no vale como contraseña en épocas de guerra. Tampoco. Y cuando hay que guiar al pajarillo en su primer gran vuelo, no tenemos alpiste. Ni grano, que hay vida más allá del Mao verdadero, que no es el chino sino el portlandiano. Viva Oregón. Viva la carnaza. Tiro al plato y tiro porque el parchís me apasiona. En este juego de la oca que es Civil War, no faltan motivos para la desesperanza, porque es el siguiente estadio en esta locura del XXI, que no es un siglo sino un refrito de fantasmas pasados. De muchos fantasmas que nos hemos empeñado en reconstruir. Estadios utilizados con otros fines, como las personas en épocas de guerra. Toda industria, incluida la del entretenimiento (¿es Civil War entretenimiento o realidad?) nos lleva a ese espejo contracultural, a ese espejo Antifa en el que todo se mezcla, como los líquidos de un revelado medieval que es utilizado para lo contemporáneo. Todo muy postmoderno, haciendo preguntas que sabemos pero que queremos que nos las contesten en voz alta. Repite Civil War, como en pandemia coronavírica, que la salvación está en granjas (o eso dicen), que la salvación está en los que fingen que no pasa nada, en los que creen que todo es mentira porque todo es mentira. Y en esta sucesión de columnas de humo, de edificios en llamas, las miradas se contraponen: las sucias, viejas y cansadas de los periodistas curtidos en mil batallas (¿qué es el periodismo aparte de una batalla?) con la de la joven que quiere retratar esas ruinas en brasas, esas parrillas humanas a las que solo les falta la carne de rata. Y mientras la guerra sigue, siempre hay un lapsus, un espacio temporal en el que no pasa nada: “¿La guerra te afectó tanto que no puedes probarte ropa?”. Y salen nombres en CW, en esa comparativa con el líder antes de dejar el liderazgo (o sus cenizas), que, boca abajo o boca arriba, con madera en el culo o no, nos llevan a lugares comunes porque CW es ese lugar común entre el recuerdo y el olvido, entre lo que queremos tener siempre presente y lo que nos atormenta en la pesadilla noctura: Gadafi, Mussolini, Ceaucescu. Y seguimos para boogie, que el hoyo 19 de este prostíbulo de locura siempre sorprende en su periplo. Siempre hay un búnker que nos atrapa y del que no podemos salir. Papa Noel siempre llega con sorpresa, con tiro a la cabeza, como bien aprendieron don Nicolás y su esposa, que la Navidad siempre tiene premio. Maniquíes deslavazados, pelos tintados, uñas que buscan un nuevo barniz, flores que invitan al sueño. El viaje parece que no quiere acabar, porque ya sabemos el final. Lo importante no es el final, es el viaje, es dormir cuando hay que dormir, es mirar el reloj por si mañana no puedes hacerlo. Cal para todos porque la zanja, antes o después, alcanza. Llega. Las bajas no importan. Las lágrimas, tampoco.
jueves, 9 de mayo de 2024
Los que escuchan
Le repito mucho a mis alumnos que todo es mentira. Los que escuchan es una gran reflexión sobre la mentira, y buena prueba de ello son las frases que deja al final: “Cuando comienza el relato, se pone en marcha la máquina de la mentira”. Más: “Lo único que podemos entender es la mentira”. En la página 511, se puede leer: “Y entonces empezó la condición humana, la melodía de la mentira”. Lo dicho, todo es mentira, pero las mentiras hay que contarlas bien y Diego Sánchez Aguilar lo hace reflejando la gran mentira de los institutos y de la parafernalia que rodea al cambio climático, a las empresas y a las posibilidades de éxito en el deporte, a las mentiras que engloban el cuidado de los mayores y de los grupos que luchan contra el poder establecido: “Hay algo indefinido que Asunción odia a los profesores: esa mezcla de arrogancia y servilismo, esa falsa humildad, sus maneras extremadamente educadas y atentas que apenas ocultan una condescendencia irritante, esa forma de vestir descuidada con la que parecen decirte que ellos están por encima de la vanidad y de las frívolas modas, ese aire de cansancio y resignación que apenas pueden ocultar tras las sonrisas de bondad y paciencia infinita”. El pasado también aparece constantemente en la novela, como algo que nos genera preocupación y vergüenza propia, porque somos ratas en un mundo de ratas, somos las gaviotas que esperan la hora del recreo para lanzarse a por los bocadillos que los alumnos tiran descaradamente. Los falsos mitos sobre el cambio climático son representados por una niña ciega que parece beber vinagre por las mañanas y que, directamente, tal y como la describe DSA, da miedo. Y ante la depresión, la decepción del día a día (acaso hay otra cosa) y la ecoansiedad, solo quedan soluciones químicas: “Otros, más apegados a los espejismos de aquella burbuja universitaria y a los mitos sobre el genio y la autenticidad, vivirán como una condena que solo se hará soportable gracias al uso de drogas legales o ilegales y a prolongados tratamientos de ansiolíticos y antidepresivos hasta que la vejez y la enfermedad terminen por borrar por completo aquella idea del artista atormentado y dolorosamente superior al resto de ciudadanos vulgares y finamente puedan morir en la paz blanca de la demencia y la amnesia”. Y como todo es mentira, bien vale darle a la quijotera sobre realidad y ficción, sobre preguntas que cierran círculos y abren polígonos, con fama o sin ella: “La realidad imita a la ficción porque la realidad, como muchas veces discutieron Ulises y Esperanza, no es más que una concreción de las imágenes que soñamos, vemos o leemos”. En LQE el acercamiento al arte es amplio, con alusiones concretas a artistas con universo propio que han hecho de sus interpretaciones obras atemporales. Y no vale reír, o tomarlo todo a chufla porque está ahí, justo ahí (entrecejo, alma) lo que nos espera: “Y esa sensación de que el apocalipsis se cierne sobre nosotros de forma inexorable y que no hay un puto motivo para frívolas o educadas sonrisas”. Y en esa gran metáfora que es la existencia, pone DSA la lupa en los programas de cocina con niños (o con padres que se empeñan en llevar a esos programas a sus hijos, martirizándolos o vendiéndoles una idea equivocada de la vida): “Las abrumadoras cifras de audiencia del programa demuestran que gran parte del país quiere agarrarse nostálgicamente a esa imagen de padres y niños unidos delante de una única pantalla en una emisión en directo, obviando, al menos por unas horas, la amplia optatividad que ofrecen las plataformas de entretenimiento y la abundancia de pantallas de todos los tamaños que hay en los hogares de clase media”. Y apostilla DSA: “Con esa condescendencia con que los adultos imaginan el mundo de la infancia como uno en el que solo existen la alegría la diversión”. Otro de los puntos a destacar es la continua idea de enfrentamiento que aparece en el libro, de guerra, de ejércitos, de la inmediatez porque “viene el tiempo de las murallas, las guerras y las fortalezas”. También ejercita la palabra el autor para pensar sobre la etiqueta que ponemos a los activistas, escuchando (o no) a los Clash, a Joy Division, a Los Ramones o a Dead Kennedys, ya que “la palabra felicidad es una trampa de la que intenta huir”. Y el capitalismo neoliberal, y la alternancia política (¿no van siempre de la mano?) y esas preguntas que no queremos hacer, o nos negamos a hacer, porque pensar te mete en líos. Pero en este mundo de falsos amigos en internet (la amistad no existe, sólo tenemos gente con la que pasamos ratos), quizás únicamente nos queda la locura: “Si Don Quijote tuviera redes sociales, habría encontrado a un millón más de locos como él. Y todos habrían dicho que sí, que son gigantes, que hay una conspiración para hacernos creer que son molinos, una conspiración capitalista, un genio malvado que nos manipula para que no veamos la realidad tal y como es”. LQE es un libro complejo, lleno de relatos magníficos dentro del propio relato, que a veces se hace un poco difícil leer pero que deja siempre muy buenas impresiones a pesar que todo, absolutamente todo, sea mentira.
domingo, 5 de mayo de 2024
We Were the Lucky Ones. Primera temporada.
We Were the Lucky Ones deja una desazón desde el principio que se extiende durante toda la serie. Una familia de polacos, de religión judía, con el sindiós del contexto de la II Guerra Mundial. De Radom. Con dinero suficiente para marcharse a tiempo, pero no se marchan porque Polonia, en palabras del padre de familia, era su hogar. La famosa cantinela de que allí no iban a llegar los alemanes, de que las persecuciones a los judíos se quedarían en Alemania. La diáspora familiar al comenzar el disparate. La marcha de parte de los hijos a la zona soviética, a Lvov. Y va cambiando, a lo largo de los capítulos, esa idea de que los rusos no eran tan malos como los alemanes. La descripción de los campos de trabajo siberianos. Y la persecución también en Francia, la huida de cualquier manera. ¿De qué sirve el dinero cuando solo hay terror? También se refleja la ingenuidad, la creencia de que todas las personas ayudan, o pueden ayudar. Error mayúsculo. Estas historias de supervivientes del holocausto, aparte de milagrosas, dejan un lugar para la esperanza, aunque los acontecimientos contemporáneos siempre se encuentran sometidos a múltiples interpretaciones. Con un último capítulo emocionante, de encuentros familiares y celebración de aquello que no se puede explicar por simple naturaleza, We Were The Lucky Ones nos ayuda, otra vez, a recordar ese pasado que se hizo tiniebla y que siempre tenemos que tener presente. Aunque algunos no quieran.
Blue Lights. Segunda temporada.
Lleva a lo sentimental la segunda temporada de Blue Lights. Pero a lo sentimental entre barricadas, entre cócteles molotov que caen mitad de un barrio envenenado por odios políticos y religiosos, por venganzas militares y dolores que no cesan, por drogas y por el control de un distrito que lleva la muerte en el entrecejo. Pero llevándolo a lo sentimental, los personajes se retratan entre tanta cacería impenitente, entre disparos y niños que juegan en un mundo de adultos, entre idas y venidas de personajes que tienen miedo a comprometerse, que tienen miedo a dar pasos en falso, que tienen miedo en comprometer a los demás. Y aparece ese fantasma, el pasado, aún más cabrón que el presente y que nos retrata en un momento de debilidad, en un momento en el que ya no hay marcha atrás, en el que los tambores solo tocan a guerra porque el enfrentamiento es lo único que queda. O lo que quedaba. Blue LIghts nos lleva a la sombra de la duda, del dolor, de la desesperación. Y en esa sombra, aunque no tengamos sol, hay que llevar mucho cuidado porque como decía Volpini, el diablo es un agente doble al servicio de la Providencia. Aunque se equivocan los que se empeñan en compararla con Line of Duty, la serie va creciendo en intensidad, con unos finales de los capítulos que buscan una continuidad y enfocan a unos personajes que siempre están en peligro. Y está claro que la lealtad no puede salvarte de todo.
miércoles, 1 de mayo de 2024
El caso Asunta. Primera temporada.
No tenía motivos para ver El caso Asunta. O creo que no. Pero la he visto. Y sigo sin saber los motivos de ver a guardias civiles y jueces y fiscales y mucha gente más buscando información sobre una niña. De ese infierno a la felicidad (era al revés, ¿no?) solo hay un paso. O eso decía siempre el hombre de la camisa verde. Que solo había un paso. ¿Y los límites de ese paso? ¿Dónde están los límites? El caso Asunta nos muestra esa historia macabra a través de jueces que instruyen y se hacen cargo de padres, de guardias civiles que cuidan nietos o esperan poder engendrar, de fiscales que no lo tienen claro, de periodistas que ejercen de tales. ¿Y el espectador? ¿Y el jurado? Las preguntas, los motivos, el victimismo, las decisiones, la posibilidad de elegir. El caso Asunta nos lleva a esa pregunta sobre la posibilidad de elegir, pero a posteriori no valen las respuestas. Ninguna. Un ejercicio de funambulismo en una historia convertida en circo mediático pero que sigue asustando pasado el tiempo.