miércoles, 17 de julio de 2024
The Bear. Tercera temporada.
Comienza la tercera temporada de The Bear llevándolo todo al estrés, al reproche, al sermón, al dolor, a la incomprensión, al grito. Cuando todo se lleva al extremo no hay medias tintas. Siempre hay malos. Responsabilidad y éxito, estrellitas en un horizonte deseado pero imposible de pagar. Platos rotos en todos los sentidos. Vasos que hieren. Imágenes que imponen. El intento de explicación de lo inexplicable lleva a los guionistas a tejer enlaces que ni las arañas arquitectas. Pero no siempre lo hacen con triunfo, no siempre hay un Merino para rematar en Merkelandia al final del tiempo extra. Y The Bear, con este tiempo extra (¿sobra todo después de esa cena de la segunda temporada?) intenta alargar una comida que no siempre es digestiva. En este embuste con platos de menú a 115 dólares, no solo todo es mentira, sino que piden mandil limpio y planchado, manos sobrantes, embarazos delirantes y huidas hacia ninguna parte. ¿Y entonces su éxito? Solo se explica con el relato de los hechos, yendo a causas fuera del fogón, a nórdicos escenarios, a bíblicas respuestas (todo tiene una bíblica respuesta, no sé porque recordarlo una y otra vez). Y de golpe, un cuarto golpe, de frenazo en seco, de armarios que vaciar y cuartos que llenar de sofás de segunda mano, de palabras no dichas y cicatrices por hacer, de ollas de dolor y cuentas que no cuadran, de computadoras hechas de nombre y de la explicación de un presente que no se puede explicar. Y en ese viaje, en esa transición de la tortura a la felicidad, resulta que no hay felicidad: todo es estrés, todo es una foto falsa, un correo no contestado, una imagen borrosa que no se puede focalizar (o se puede focalizar y no queremos hacerlo). Y barrigas que pueden explotar, pero esperan al momento exacto para no cortar el relato, para no cortar el hilo de esa madeja que es el bocadillo nuestro de todos los días. Siempre habrá que bajar la persiana, siempre habrá que poner punto y final a ese Imperio bizantino que ni es imperio ni es bizantino, pero que se jacta de ello. Siempre habrá que intentar huir antes del funeral, antes de soportar a la madre mezcla de payasa y borracha (o payasa borracha, que no es lo mismo), siempre habrá que esperar a los cítricos que, con su jugo, envenenan todo el ruido. Siempre habrá que superar lo que somos (“Soy un boceto grabado”). Almax para todos.
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