viernes, 29 de julio de 2022
Abbot Elementary. Primera temporada.
Modern Family ha hecho mucho daño a la comedia. Hay mucho guion que los imita o pretende imitarlos y hay que tener mucho talento para imitarlos. Y no es fácil. Abbott Elementary nos muestra a un grupo de maestros con muchos problemas, como todos los maestros y profesores: gente (ese ente siempre presente, sea lo que sea) imperfecta para enseñar a pequeños seres aún más imperfectos con padres hiperimperfectos. Relevos generacionales y siempre con la tecnología jodiendo la marrana: “La tecnología es práctica cuando llevas mucho tiempo solo”. Y frases que has querido decir en voz alta, y no las has dicho, pero Modern Family, digo Abbott Elementary las dice por ti: “Estás molestando a mis alumnos: no es por tu voz baja, es por tu mera presencia”. Tipos y tipas que piensan en la vieja escuela (Ray Donovan siempre en el horizonte, en el recuerdo, en la Irlanda verde que quiere unir Tatum y Durant), y en la nueva escuela, viejos modelos educativos contra lo que ahora te venden las redes sociales, los podcasts y el Tik tok, o Tik Tok, o lo que sea. Sustitutos a tiempo parcial que piensan en abandonar el barco pronto y acaban heredando el barco (o hundiéndose con él). Tipos raros, en definitiva, en un mundo cada vez más raro. Lo positivo es la brevedad de los capítulos: no hace falta estirar más el chicle. Y una directora, digámoslo, peculiar (¿hay algún director que lo sea?). O volver a pensar en el Principio de Peter. Y el peligro de los uniformes. Y Dragones y mazmorras. Y talento en mitad del desmadre. Y alumnos ridiculizando a otros alumnos. Y la pregunta del millón: ¿Somos más de Allen Iverson o de Tyron Lue? ¿La vida son títulos o estadísticas individuales? ¿Nos vale la película o el final de la película? Y El club de los poetas muertos ha hecho mucho daño a la docencia, y no solo por ese final de mierda. Y es cierto que las voces de los profesores no siempre coinciden con sus caras. Y siempre, siempre, habrá que repetir que “soñáis con ser Rocky y no sabéis dar un puñetazo.
Los carlistas
El carlismo es uno de esos asuntos de los que creemos que sabemos mucho, pero no es así. O mejor dicho, mejor hacerlo en primera persona masculino singular. Los carlistas, libro de Antonio M. Moral Roncal ayuda a entender ese complejo conglomerado de ideas, sucesos y equivocaciones no sé si bien intencionadas. Para AMMR todo se aceleró con la Revolución Francesa y con ese enemigo común que era el liberalismo. Siempre el liberalismo. Escribe AMMR: “Uno de los hechos históricos más interesantes de este periodo es el fortalecimiento de una corriente contrarrevolucionaria en el seno de un régimen absolutista”. Da más detalles desde el principio el autor: “El no restablecimiento de la Inquisición, hecho anecdótico pero cargado de significado junto a la formación de gobiernos moderados facilitaron la creación de una frustración entre las filas ultrarrealistas”. Pone énfasis el profesor de la Universidad de Alcalá de Henares en esas conspiraciones ultrarrealistas apoyándose en los Voluntarios Realistas, como la Guerra de los Agraviados (1827), sobre todo en Cataluña, que él define como “revuelta de protesta realista contra el gobierno, salvando la figura del monarca”. Apostilla AMMR: “El último año del reinado de Fernando VII fue una frenética carrera contra reloj entre carlistas y cristinos para organizar el inevitable conflicto”. Analiza el papel de la nobleza y de la Iglesia, indicando los prelados que se pusieron a favor del Pretendiente: el arzobispo de Cuba y los obispos de Solsona, Mondoñedo, Orihuela, Lérida y León. Respecto al día a día, “la balanza se inclina a favor del carlismo a la hora de analizar la actitud del clero regular”. AMMR le da tres características al primer carlismo: contrarrevolucionario, antiliberal y religioso, subrayando en bolígrafo rojo esa idea de “defensa de la Iglesia Católica y de su preeminencia social, religiosa y cultural frente al liberalismo”. ¿Y quién se levanta en armas? Alguien útil, y posible (me faltan cuatro adjetivos, Guillermo): “El soldado carlista se creía un soldado católico en guerra de religión”. Y todo bien sencillo, muy fácil de entender: “La simplicidad de su ideario y de los objetivos favorecieron esta convergencia social, elemento clave a la hora de explicar el arraigo popular del carlismo”. Divide en fases la primera guerra carlista (1833-1840): la fallida insurrección [septiembre 1833-diciembre 1833], la época de Zumalacárregui [diciembre 1833-julio 1835], la época de expediciones (julio 1835-octubre 1837) y el final de la guerra (octubre de 1837-julio 1840]. En los años de postguerra habla del exilio a Francia de uso 26.000 refugiados carlistas, y el exilio den Bourges de Don Carlos. En Cataluña destaca la figura del “trabucarie” o “latrofaccioso” mientras que en Madrid empiezan a crearse periódicos a favor del carlismo como La Esperanza (1844). Acaba este intervalo con la abdicación en Carlos Luis de Borbón Braganza, conde Montemolín. Subraya el autor el fracaso repetido de la posibilidad de boda con Isabel II. La segunda guerra carlista (1846-1849) o guerra de los matiners (madrugadores), sobre todo en Cataluña, aunque indica AMMR que “algunos autores se niegan a llamarla segunda guerra carlista”. Entre 1850 y 1868 señala el autor una época de crisis y dificultades, con la preparación de un alzamiento frustrado en 1855 y la conspiración de San Carlos de la Rápita que fracasa con fusilamiento y con Carlos VI firmando su renuncia al trono. Después subraya AMMR la teoría de las dos legitimidades y la alianza con los neocatólicos del carlismo. Con el sexenio, aparece la Unión Católico-Cartlista que en las elecciones de 1971 consiguió más de 50 diputados a Cortes y un importante número de senadores. La tercera guerra carlista (1872-1876) aparece gracias a la convergencia de “miedos, descontentos y desesperaciones ante un supuesto avance revolucionario”. Indica AMMR que “los carlistas comenzaron a crear un ejército semejante al de sus enemigos”. Subraya la importancia de la victoria en Estella y Montejurra: “A fines de 1873, la mayor parte de País Vasco y Navarra se encontraban bajo bandera carlista, de manera que, en poco tiempo, se estableció ya un estado legitimista”. Además, indica el autor que “el avance de la revolución democrática provocó un fortalecimiento de la contrarrevolución”. Pero el fin de la guerra vino con “el principal obstáculo para la victoria del carlismo: La restauración canovista”, a través del acuerdo y la represión. En el último cuarto de siglo XIX los pretendientes delegan en representantes como Cándido Nocedal o el Marqués de Cerralbo, que se centran en “la labor de propaganda que pasó a convertirse en una obsesión”, a través de la prensa, de la imagen y la transmisión oral. También da importancia el autor a la creación de la Casa de los Carlistas y los Círculos. Con la figura de don Jaime (1870-1931) se habla de Jaimismo durante el reinado de Alfonso XIII, con “notable interés por la conquista del espacio público, eso sí, imitando al resto de partidos”. Y da muchísima importancia AMMR al Requeté, que se utilizó en el “permanente enfrentamiento en las calles con republicanos y revolucionarios, especialmente cuando éstos amenazaban con un acto anticlerical”. Y el neutralismo ante la dictadura primorriverista al principio y la posterior crítica en 1925 al Directorio Militar, que provocó el control de la censura a la prensa carlista. Con la II República, en las elecciones de 28 de junio de 1931 se lleva a cabo una coalición con católicos independientes y nacionalistas, saliendo elegidos 5 de sus representantes. También, indica el autor, la colaboración con la creación del proyecto de Estatuto de autonomía, aunque la división entre carlistas y alfonsinos llevó a diferentes pactos. Con la muerte, sin hijos del Pretendiente, los derechos pasaron a su octogenario tío Alfonso Carlos, también sin hijos, que era hermano de Carlos VII. Indica AMMR la recuperación, a partir de entonces, del nombre de Comunión Tradicionalista o Tradicionalista Carlista. También subraya el autor la figura, desde Cádiz, del que él llama “integrista desconocido”, Manuel J. Fal Conde, que consiguió un importante número de votos en las elecciones de 1931, adquiriendo relevancia desde ese momento en el movimiento a nivel nacional. Con las elecciones en la época republicana, se reproducen los pactos con la CEDA en algunas provincias en 1933. En cuanto al papel de la mujer, destaca AMMR por lo novedoso, la figura de María Rosa Urraca Pastor, maestra burgalesa, aunque sigue afirmando el autor que “en el carlismo se seguía pregonando que el sitio natural y específico de la mujer era el hogar y la educación de los hijos, pero se aceptaba su incorporación a la calle cuando Dios, la Patria o el Rey lo necesitaban, como sucedía en aquellos momentos”. También pone de manifiesto Moral Roncal que, tras el golpe de estado fallido de Sanjurjo, hay choques “entre carlistas y afiliados izquierdistas”. Aparte del citado Fal Conde, subraya la imagen proyectada de Luis Redondo y Enrique Varela (jefe nacional del Requeté). En estos requetés, se cuantificaba las unidades en grupos (20 hombres), piquete (70) y requeté (276). Los enfrentamientos con grupos políticos provocaron muertes de afiliados y diputados, como fue el caso del diputado vizcaíno Marcelino Oreja por obreros socialistas en Mondragón. En 1936 se producen cambios en el movimiento, pasando la regencia a Francisco Javier de Borbón-Parma, sobrino de Alfonso Carlos, que le sucedió a su muerte. En las elecciones de febrero de 1936 los resultados alcanzaron los 10 diputados”. Con la Guerra Civil, indica Moral Roncal que “la prioridad carlista fue ganar la guerra anti-España”, siendo muy importantes en julio sobre todo en Andalucía y Navarra, y en batallas como las de Teruel, Zaragoza y El Ebro. A diferencia de otros grupos del frente sublevado, indica AMMR que el carlismo tuvo menos crecimiento que Falange durante la Guerra, aunque incorporaron a sus filas a personas procedentes de la CEDA, Acción Popular, PNV, la Lliga o Renovación Española. La negativa de Franco ante los partidos políticos llevó al destierro de Fal Conde. Tras el decreto de unificación de 19 de abril de 1937, quedaron asignados los roles en el nuevo estado en ciernes, siendo elegido el Conde de Rodezno como ministro de Justicia en el primer gobierno de Franco de 1938, iniciando una tendencia que se mantiene hasta la muerte de Franco. Durante la guerra, solo en Navarra ocupan puestos importantes en la administración, hecho que se mantiene hasta el final del régimen. Tras la finalización del conflicto, se iban a producir enfrentamientos con los falangistas, como el ataque sufrido en la concentración carlista del santuario de Begoña en agosto de 1942 (indica AMMR que incluso fue con la presencia del ministro Valera). A partir de 1939 se va a repetir la peregrinación a Montejurra, iniciándose el 3 de mayo de ese año, indicando AMMR que desde finales de los cincuenta “aumentó su carácter nacional, confluyendo carlistas de toda España, adquiriendo matices políticos y de sociabilidad, al producir discursos varios miembros de la familia Borbón-Parma”. Con el fallecimiento de Carlos VIII en 1953, y la elección franquista en la figura de Juan Carlos, Don Javier es invitado por Franco a abandonar España a mitad de la década de los cincuenta, aunque Don Javier colabora con el régimen en lo que AMMR llama “etapa de vigilancia tolerada”. Sin embargo, en el acto de Montejurra de 1957, era presentado el hijo del pretendiente, don Carlos Hugo, como príncipe de Asturias, resumiéndolo así AMMR: “Comenzaba un proceso de márquetin original y único: convertir a un universitario francés en un príncipe español”. Indica AMMR que aumentó la popularidad de los Borbón-Parma, sobre todo tras la boda de Carlos Hugo con Irene de Holanda, compitiendo en popularidad “entre las dos parejas reales". Además, indica Moral Roncal que “tanto el juanismo como el carlismo aportaban paulatinamente estrategias de colaboración y de oposición frente al régimen franquista”. El autor describe lo que el llama “el canto del cisne” a la “aventura política de Carlos Hugo”, indicando que “el Partido Carlista se convirtió en un partido socialista, autogestionario y federal, con el beneplácito de Carlos Hugo y tres de sus hermanas, que comenzaron a creer los vaticinios de la oposición antifranquista: a la muerte del dictador, Juan Carlos sería derribado del trono, por lo que era necesario presentarse como un candidato demócrata a sustituirle”. Subraya el autor la actividad política del partido en los años setenta, aunque su final vino por su fragmentación varios grupos en 1975, con la búsqueda de una alternativa por Comunión Tradicionalista y la Hermandad de excombatientes de Requetés en la figura de Sixto Enrique Borbón-Parma, “de reconocido talante ultraderechista”. Tras los dos fallecidos en los actos de Montejurra de 1976, recuerda AMMR que “los seguidores de Carlos Hugo acusaron al gobierno de Arias Navarro de impunidad y complicidad con los sixtistas”. Tras no participar en las primeras elecciones democráticas, en las de 1979 alcanzó únicamente los 50.513 votos, sin representación en diputados en Cortes, lo que llevó a la renuncia de Carlos Hugo en 1979. A modo de resumen, AMMR indica el “carácter amalgático, capaz de captar, articular y dar sentido a una variada gama de españoles descontentos (por el temor al orden social subvertido por la revolución, por la pérdida de los privilegios forales, por el empobrecimiento económico, por la disolución de formas de vida tradicional, por la amenaza a la Iglesia Católica y a la Monarquía tradicional…) con intereses dispersos y motivaciones múltiples”.
miércoles, 27 de julio de 2022
Sumisión
Sumisión es el primer libro que leo de Michel Houllebecq, recomendado por un grupo que tengo olvidado. Me extraña que no aparezca la palabra suicidio, la del suicidio de la civilización occidental, hasta muy al final. En el compacto de Anagrama que tengo entre mis manos no es hasta la página 241: “Europa ya se había suicidado”. He ido alternando el libro, en menos de una semana, con música de Nirvana y Pearl Jam, y Jeremy y Alive han sido canciones recurrentes. Jeremy cuenta la historia de ese chico que se vuela la tapa de los sesos en clase, como cuenta Ronen Givony en Not for you, y en el instituto no paran las clases: todo se ve como algo normal. En Sumisión se nos cuenta la islamización de la Europa contemporánea y, como en el instituto de Jeremy, todo sigue igual. En Sumisión, MH nos lleva a las cuitas de un profesor universitario, más preocupado por su ajetreo sexual que por sus clases al principio del libro, más preocupado en hacernos mención de lo que come (en todos los sentidos) y del tiempo que hace. Pero conforme pasan las páginas, lo único que no cambia es su obsesión por Joris-Karl Huysmans, desde el día de su tesis hasta el final: “La noche de mi defensa fue solitaria y muy alcoholizada”. Muestra MH la imagen (muy reconocible) del profesor universitario ( en este caso de Literatura del XIX) rodeado de seres en una facultad en la que hay fascinación por el dinero y el consumo: “Adoración de iconos variables: deportistas, diseñadores de moda o de portales de internet, actores y modelos”. Y mientras adoramos lo que no tenemos que adorar, llega la decadencia de occidente. Se inventa el autor una serie de personajes con los que el profesor obsesionado con Huysmans que le sirven de altavoz de sus pensamientos: “Cada vez estaba más influido por el pensamiento de Toynbee, por su idea de que las civilizaciones no mueren asesinadas, sino que se suicidan”. Y es en ese final, allá por la página 242 cuando lo resume a la perfección con la palabra que da nombre a este ensayo hecho novela: “La cumbre de la felicidad humana reside en la sumisión más absoluta”. Vivimos rodeados de gente hastiada con su trabajo, y me reafirmo en primera persona leyendo a Houellebecq: “Nunca tuve la menor vocación docente, y 15 años más tarde, mi carrera no había hecho más que confirmar esa falta de vocación inicial”. Y aplaudimos memes que nos llegan al móvil, y noticias sin interés en Twitter, y mierdas varias mientras ya no hay ni palos ni sombrajo. El profesor de Literatura del XIX va sustituyendo las alumnas que le hacen compañía y le calientan la cama, o él es el sustituido, depende de las borrascas y los anticiclones, de la bruma occidental o de la comida del libanés de turno. La historia se centra en la llegada de un partido musulmán al poder en Francia con la sumisión de la izquierda, y posteriormente en otros países, en solitario o en coalición. Y va soltando frases, pero no España ya hace tiempo que tenemos este problema pero no lo queremos ver: “Nunca he estado convencido de que sea buena idea que las mujeres puedan votar, estudiar lo mismo que los hombres, acceder a las mismas profesiones, etcétera. La verdad es que nos hemos acostumbrado a ello, pero ¿seguro que es una buena idea?”. Y ese profesor, que se “sentía tan politizado como una toalla de baño” va adaptándose a la nueva situación, como si ese palo astillado que entra por su culo y llega a sus entrañas no fuera ni palo ni estuviera astillado. Pero como todo vale para frenar a la extrema derecha, comemos halal o lo que haga falta: “El avance de la extrema derecha, desde entonces, hizo que las cosas se pusieran un poco más interesantes al introducir en los debates el olvidado escalofrío del fascismo”. Y en ese punto, en la solución a un problema que no tiene solución, sale la izquierda unida al islam como intento de solución a ese jodido problema que no tiene solución: “El islamoizquierdismo era un intento desesperado de los marxistas descompuestos, en plena podredumbre, en estado de muerte clínica para salir del cubo de la basura de la historia agarrándose a las fuerzas ascendientes del islam”. ¿Y enfrente? ¿Identitarios trasnochados disfrazados de algo que no quieren? ¿O sí quieren? Buena pregunta, antes de la respuesta: “Para los identitarios europeos está claro que, tarde o temprano, estallará necesariamente una guerra civil entre los musulmanes y el resto de la población”. Y uno es intocable hasta que deja de ser intocable. Y en la educación está la clave: “Quien controla a los niños controla el futuro, punto final”. Sumisión nos pone en un escenario en el que nos encontraremos, pero en el que ya tenemos ciertos factores presentes en el juego. Si no queremos verlo, es nuestro problema, y en la ONCE nos acogerían con los brazos abiertos: “Las ratas son mamíferos inteligentes. Muy probablemente sobrevivirán al hombre; su sistema social, en todo caso, es mucho más sólido”. Y equivocamos el sentido de la brújula, o no tenemos brújula, o no queremos tener brújula: “El verdadero enemigo de los musulmanes, lo que temen y odian por encima de todo, no es el catolicismo: es el secularismo, el laicismo, el materialismo ateo”. El buenismo nos hará morir rodeados de los nuestros, y no como ahora, con viejos solos en casas o en residencias. Pero luego repasando las notas, me di cuenta de mi equivocación. Aparecía la palabra suicidio, en el sentido estricto, en la página 196: “Me estaba aproximando al suicidio, sin sentir desesperación ni siquiera una tristeza particular”. Quizás, como ya adelantó el hombre de la camisa verde, nos pasa poco y queremos más, y mientras hacemos el gilipollas en bodas y comuniones, y olvidamos lo realmente importante: “Nietzsche dio en el clavo, con su olfato de viejo cabrón: el cristianismo era en el fondo una religión femenina”. Todo es mentira, incluso en el comunismo: “Trotski había tenido razón frente a Stalin: el comunismo solo podía triunfar a condición de ser mundial. La misma regla, advertía, valía para el islam: sería universal, o no sería”. Y apostilla MH: “La Iglesia católica se había vuelto incapaz de oponerse a la decadencia de las costumbres”. Cualquier gilipollas de turno se enfada con el cura cuando no deja bautizar a su hija si el padrino o la futura madrina, están divorciada. No pises la iglesia, no pienses en la iglesia. O no pienses en nada. Sumisión es un buen libro para hacernos pensar muchos asuntos, e, incluso, si vamos a suspender las clases en el próximo suicidio de un niño en un colegio o si solo estamos preocupados por no ponerles falta a los alumnos el día de la fiesta del animal sacrificado. Viva Napoléon, el nuevo Imperio sin romanos y las conversiones masivas. Y todo lo demás.
Coda: Y en 34 días empieza el curso. Viva la vocación.
lunes, 25 de julio de 2022
Gaslit. Primera temporada.
Viva la mentira, porque vivimos en ella. Gaslit es una sucesión de mentiras, como nuestra vida, pero a diferencia de ese chiste ambulante que es la nuestra, Gaslit brilla. “La Historia no está escrita por las masas débiles, los Don Nadie: los comunistas, los afeminados, las mujeres. Está escrita y reescrita por soldados que portan banderas de reyes. Eso es o que significa ser fuerte, eso es lo que significa ser norteamericano; eso es lo que signfica ser Nixon”. De Nixon, a veces, nos acordamos por Oliver Stone. O por cosas así. O por aquel gesto del helicóptero. Por esas despedidas sin reconocer nada, como cuando te llamaban la atención de pequeño (o de adulto). Gaslit nos hace vivir la mentira institucionalizada, la mentira desde arriba, pero que también llega abajo, al día a día, a las protestas de los veteranos de Vietnam, a las calles llenas de mierda (¿alguna vez no han estado las calles llenas de mierda?). Mejor no pensar, mejor no pensar nunca en el sitio de aquí a un año, mejor no preguntar y así no desaparecerán las pirámides. Gran pregunta esa de la desaparición de las pirámides, parece como si la hubiera hecho el hombre de la camisa verde. O no. Siempre volvemos a La Biblia, siempre adoramos, como en Cartagena, a Cayo Mucio Escévola. En Casi Famosos decían que “la gente guapa no tiene valores”; en Gaslit, aseguran que “la gente importante tiene la importancia que los demás les otorgamos”. Todo mentira en esta vida, aquí y en Arkansas: “Jesucristo no vencería los republicanos en las primarias”. Pero nos estamos haciendo mayores, o, mejor dicho, me estoy haciendo viejo, o me estoy preguntando si realmente nací viejo. Me costó un capítulo y pico darme cuenta de que Sean Penn era Sean Penn (con papada, pero Sean Penn). Quizás se esté convirtiendo en el nuevo Gary Oldman, y ya salga disfrazado en cualquier sitio, en cualquier velada nocturna, en cualquier chiringuito de verano, en cualquier mentira con traje (¿hay alguien con traje en política que no sea mentira?). Cuba, Méjico, confusión, todo mentira. Cuidar al café, como en un barco de vela. Comparar el matrimonio con un buen jardín, o un buen jardín con un matrimonio, ya no me acuerdo del término real y del término imagen. No deja de ser una montaña rusa, o norvietnamita, pero Gaslit nos ayuda a pensar en la balanza de la oscuridad, de que todo llega entre el fracaso y la vida cotidiana, entre lo asqueroso y lo que parece lúcido, entre un lunes por la casa encerrado en casa con las persianas bajas y unos zapatos que te hacen daño al salir un viernes por la noche. “Cada mentira que permitimos erosiona nuestro sentido de la verdad, hasta que nos convertimos no solo en mentirosos sino en la propia mentira”. Y en esta vida no vale solo reir, que las ratas tienen hambre de otras ratas, tienen hambre de soledad, tienen hambre de locura, tienen hambre de enfermedad. Quizás, simplemente, es que no pensamos lo suficiente, o nos escuchamos lo suficiente, o lo suficiente hace tiempo que no nos conviene: “¿Ha escuchado su propia voz en una grabadora? Suena extraño, como alguien más, alguien que no conoce”. Lo dicho, Gaslit, todo mentira.
Coda: Todos desnortados, entre otras cosas, porque la mayoría son sureños.
viernes, 22 de julio de 2022
Sherwood. Primera temporada.
Todo es mentira. Todos sois unos mentirosos. Todo es una jodida mentira. Empieza Sherwood con imágenes de mineros liándola bien y con la contestación de Doña Margarita: “Lo que tenemos es un intento de la mafia de cambiar el estado de derecho”. O algo así. Minas, huelga, esquiroles, subrayados negros, cajas de información confidencial, piquetes, traidores, jodiendas con vistas al túnel. Hágase querer por una mina. O por lo que dé carbón. Y respuestas que dan que pensar ante una candidata tory en un entorno así: “¿Estás registrada como loca?”. Saltos temporales que nos llevan a joder la marrana y a intentar creer que Trevor Francis era un plan B. No señor. Y esas frases que recuerdan a Juan Benjamín hablando de JFH y de Anelka y de todo lo demás. Mineros contra mineros, sindicatos contra sindicatos, mineros en huelga contra conductores de mineros que no hacían huelga. Todos contra todos. Y la policía infiltrando a su personal en todos los sindicatos mineros, en los blancos y en los rojos. Poco se ha escrito, para lo que fue, sobre el thatcherismo. Más se debería escribir y hablar, ahora que vienen curvas para la clase trabajadora (salvo en España, que el sindicalismo está comprado y no sale a la calle salvo cuando hay gaviotas podridas, si es que no hay alguna gaviota que no esté podrida). Pero Sherwood lleva ese pasado al presente, ese enfrentamiento a las familias, a los vecinos, a los taxis y a los bares, a joder familias que ya nacieron quebradas pero que aquella Gran Bretaña de los 80’s fracturó aún más. No se hace hincapié en los problemas sociales porque eso no siempre vende en la prensa (¿quién consume prensa?), en las series, en los relatos, en las películas, en las clases de los institutos. No se trata de hacer apología del owenismo, pero pasar de puntillas por ciertos asuntos, olvidar lo que no se debe olvidar no nos ayuda en nada. Y Sherwood ayuda a entender esa fisura que se produjo en la Britania de Margaret y que luego ha sido copiada por el resto: dinamitar la oposición entrando hasta el tuétano de las organizaciones que reivindicaban lo justo. ¿No reflexionamos o no nos interesa reflexionar? Y siempre hay un poeta romántico que nos sirve de código, de identidad falsa, que nos ayuda a “vivir una mentira en lo laboral y en lo personal”. Nos muestra Sherwood la auténtica guerra civil que con el asunto minero se montó en la pérfida Albión, enfrentando a padres con hijos, a policías con policías, a sangre y vecindad. Pero antes o después, te cruzas o te cruzan, aquí en el alquitrán, en el bosque o en el Purgatorio con sus múltiples nombres. “Todo el mundo carga mentiras”. Siempre nos equivocamos, pero está bien sospechar de cualquiera, no fiarse de nadie y crear en esa mentira que es que “la adversidad es el primer camino hacia la verdad”. Y ya puestos creer en algo, hagamos que Sherwood nos haga pensar aunque todo sea mentira.
Lykkeland. Segunda temporada.
No todo en la vida es una versión del Lust for Life de Iggy. No. La vida es una versión de una vieja canción que no siempre acaba bien. Puede acabar con rosas en una playa, puede acabar en una iglesia transformada en bar, puede acabar en voluntarismo, puede acabar en mantas húmedas que tapan un cadáver aún más húmedo sobre una mesa plegable de madera, puede acabar en una empresa de exportación de caballa o, como es lo más importante, en una gasolinera. Hasta el capítulo sexto, diría que la segunda temporada de Lykkeland me estaba gustando menos que la primera temporada por una serie de concesiones, unas concesiones que yo no hubiera hecho al ecologismo, al empoderamiento de la mujer, al poder de la Iglesia y de los pastores que en vez de guiar a las ovejas lo único que hacen es joder el rebaño, a la emancipación femenina, al maltrato entre niños. No sé, me chirriaba mucho, sonaba mal, después del buen recuerdo que tenía de Lykkeland desde el segundo capítulo de la primera temporada. A veces etiquetamos todo por seis horas y no sabemos lo que nos espera en las dos últimas, con dos maravillas finales que compensan todo lo anterior. Al final y al principio, se repite mucho la palabra avaricia, no solo en Lykkeland, sino en nuestra vida, en horas extras y catequesis, en tonterías que nos hacen pensar más en el dinero que en la vida. Goteras para todos. Vivan los hidrocarburos. Pero no existe la perfección y los accidentes ocurren, pero hay distintas magnitudes y no siempre valoramos en su justa medida dichas magnitudes. Damos importancia a mamarrachadas y no añoramos realmente lo que no tenemos hasta que dejamos de hacerlo. La vida, como en Lykkeland, es una sucesión de reventones y evacuaciones, de vertidos que nos joden o dejan de jodernos, de petrolíferas en apuros, de estados con más grietas que un deshielo. ¿Y con cuanto nos quedamos de lo que nos vende la prensa? ¿Somos realmente críticos? Parece que solo nos importa el precio de la gasolina, no vaya a ser que pensemos en otra cosa (¿me están utilizando?). Hay una frase en Lykkeland que resume el cotarro a la perfección: “La llama del gas convertida en la nueva estrella de Belén”. Consecuencias económicas que valoramos por días, por semanas, por meses, por años. Lo cuantificamos todo, no vaya a ser que nos pongamos a pensar (¿me están utilizando con este puto tema de la calefacción y de la gasolina?). Los vertidos, como metrorragia contemporánea convertida en hipérbole del capitalismo, son un apocalipsis temporal pero que acaban siempre mal. O muy mal. Si lo calculamos todo en la vida, estas hemorragias que causan guerras o accidentes son las que han movido la política internacional durante las últimas décadas. Hagamos recuento (¿por qué no me cojo esa estantería de libros y me pongo a leer?) y veremos que los grandes conflictos contemporáneos tienen ese jodido denominador común: el becerro negro que llama el pastor desviado de Lykkeland (y que necesita un asesor de vestuario, un estilista en toda regla distinta de la metrorragia). Pero siempre hay una ilusión en forma de bar, aunque no me acuerdo del tiempo que llevaba sin escuchar la palabra “chapapote”. ¿Dónde pijo están todos los que salieron a la calle con los accidentes chapapóticos en España? Esperando a Feijoo, o que llegue Feijoo a La Moncloa, que ya habrá tiempo de colapsar calles entonces con el chico de la cremita en la espalda. Desastres. Pero siempre hay una frase para soltar en un debate, en una sala de profesores, en un bar repleto de tipos con pin de la Agenda veinte treinta (o dos cero tres cero, o imagínate cualquier jodienda que soltar sin motivo aparente, en plan mormón): “Sí necesitamos el petróleo para tu barco ecologista, para tu coche, para la caldera del colegio de tus hijos y para el generador del hospital que se enciende cuando te operan del corazón y falla la electricidad”. No hace falta estudiar para soltar la frase, pero queda bien, con o sin chapapote en las suelas de las zapatillas (o de cera después de una procesión de Semana Santa). Subordinación, subordinación. Investigación. O no. “No siempre conviene saber con las personas con las que trabajas”. Gran verdad. En Lykkeland se recrea el golpe de estado en Irán y la inquietud de los que trabajan con el sha, y en esa incertidumbre te sueltan que “los mejores soldados no son siempre los que mejor se comportan”. Ni los profesores, tampoco. Y el ejemplo de Irán, también vale con Rusia, porque en este tiempo de la felicidad sin felicidad posible aparece la compra de gas ruso por parte de Alemania Occidental, y ya por aquella época, que no hace tanto, pero parece que hace mucho más, ya se sabía que “nada gustaría más a los rusos que inundar Europa con su gas y su petróleo”. O dicho de otra manera, al más puro estilo hombre de la camisa verde: “Nos tienen cogidos por los huevos”. Vivan las fronteras que tienen fisuras, tanto o más que la penúltima ley educativa española, que en dos años tendremos otra. Vivan las banderas, “que no creo que ser patriótico sea estúpido”. Y siempre se puede leer el Evangelio de San Marcos, claro que sí. Y entre tanta reivindicación, y mujeres que van llegando a puestos de importancia, y de bajos instintos, llega ese séptimo episodio y te un sopapo de los que estaríamos hablando todo el día si Lykkeland estuviera grabada en Yankilandia y tuviese tres letras distintas en su inicio en vez de esas NRK o tuviera solo la primera y en rojo. Pero no, el sopapo te lo comes y te hace reflexionar y te lleva a un octavo de más reflexión y de más de todo con las vísceras revueltas y pensando en sorollísticas preguntas sobre el precio del pescado y que hacen descreer de Dios al más devoto monje cisterciense. Lykkeland, otra pequeña joya que adorar, antes o después de nuestra dosis de avaricia diaria.
jueves, 21 de julio de 2022
Dark Winds. Primera temporada.
Dark Winds nos lleva, en helicóptero, a 1971 y a lugares envidiablemente icónicos, pero que te meten en líos. El helicóptero en cuestión vuelve a esos lugares, ya no tan icónicos y si muy sudorosos, después de un robo a un camión de seguridad que salía de un banco repleto de bolsas. Entierros, ritos y películas de indios y vaqueros en blanco y negro, que todo el dolor no va a ser televisado en directo. Y yo no veo brujas en los sueños, las veo continuamente en la calle y en el trabajo. Policías tribales con asuntos no solamente tribales. Cañones para todos en territorio Navajo. Vietnam y el adelgazamiento físico de los cuerpos de seguridad, obligando a alistarse para acabar con los rojitos de ojos achinados. Dos muertos, un viejo de 60 sin hígado ni ojos, y una niña de 19 años en el mismo lugar. Y en ese mismo lugar, una ciega y muda y vieja, que es testigo pero que no puede ejercer de testigo. Y entre policías navajos y FBI, comienza una historia que te engancha desde el principio, porque hay mucho a lo que engancharse. Y tipos que vuelven a su pasado, sin necesidad, pero con motivo, sin utilidad, pero con dolor. Todo tiene una explicación en la vida porque todo es mentira, sea sangre familiar o ajena. Presentimientos que dan trabajo. Embarazadas con síntomas variables. Y siempre hay un curandero en la familia. Y cada agente, especial o no, acaba como doble, trabajando al servicio de La Providencia, de los dioses indios, del FBI o de lo que cantara John Lennon. Perros muertos que no falten. Hasta curas de origen indio tiene Dark Winds. Hágase querer por un riachuelo y verá lo que no está escrito. Y morir de miedo, como casi siempre en la vida, y escapar, y magias que no se pueden entender (¿acaso alguna se entiende? ¿acaso se entienden las remontadas en el SB? ¿acaso se entiende algo en la vida?). Ritos, ceremonias, falsas apariencias, pasados que se confunden entre el polvo que se convertirá en barro y el agua que bendecirá tinieblas. Pero como siempre, nada es lo que parece, todo es mentira y una explosión no vale para cerrar heridas. Una buena serie para pensar que no todo vale en cualquier momento, que los principios hay que respetarlos y que siempre hay un resquicio para la esperanza. O no.
martes, 19 de julio de 2022
Los alpinistas de Stalin
Cita Cédric Grass a Stefan Zweig para empezar Los alpinistas de Stalin: “Porque no hay nada superior a una verdad que parece inverosímil”. Los alpinistas de Stalin es un libro de una Geografía macabra, de cimas que te dejan helado, o cojo, o con mutilaciones varias y te llevan a la muerte en sus múltiples variantes, y también es un libro Historia, de esa Rusia que mutó de zarista a leninista y cambió de señor feudal, pero también fue macabro y se portó muy mal con sus vasallos, e inventó purgas y gulags y muchas desgracias más. Los alpinistas de Stalin cuenta la historia de dos hermanos, los Abalákov, llamados Vitali y Yevgueni, que sufrieron mil perrerías y tuvieron altibajos y fama y desgracia y muchas pesadillas, en vida, en la montaña e incluso después de muertos. LADS es también una historia de fantasmas que te persiguen, te humillan, hacen cambiar tus principios y te mutan la piel y los muñones. Escribe CG al principio de LADS: “La Unión Soviética generó una potente dramaturgia, hecha de destinos conmovedores y de una providencia caprichosa”. Ahora se habla mucho de la Rusia putineja, de la Ucrania zelenskiana, pero escribe Gras que “la Rusia de Putin esconde a las víctimas del estalinismo debajo de las alfombras”. ¿De verdad hay tantas alfombras en Rusia? Con el régimen había que estar hasta que te perseguía o te perdonaba la vida. Montañismo en época de la URSS, pero en la Unión Soviética todo era política. Cédric Gras utiliza el orden cronológico para ir contando los sucesos y montañas que vivieron Vitali y Yevgueni, desde la primigenia detención de su tío Iván, cuando ellos tenían 13 y 14 años, que fue detenido por los chicos de la Revolución de Octubre por “obstrucción a la justicia de los obreros y los campesinos”. Con esto Pearl Jam te hacía un disco, pijo. Señala CG que “los iconos del comunismo debía ser proletarios en potencia”. No es así en el comunismo del XXI, cuyos líderes destacan por todo menos por eso. ¿Por qué la escalada y por qué Rusia y después la URSS? Porque la escalada, el alpinismo, era (y es) más que un deporte. Sé muy poquito de este asunto. Lo único que me acuerdo es de escuchar en Onda Cero a César Pérez de Tudela y poco más. No es un tema que me interese, eso de andar y escalar y pasar frío solo por llegar allí arriba. ¿Para qué? Pero no es esa la pregunta ahora mismo, ni en muchos momentos. Subraya CG que “un espíritu subversivo se remonta a la época de los zares, cuando la escalada hacía sus pinitos junto a la utopía. Por aquel entonces, la utopía de moda se llamaba socialismo”. ¿Qué ha quedado de aquella utopía socialista y comunista en el socialismo y el comunismo de ahora? ¿Ha quedado algo ¿Ha quedado? Los hermanos Abalákov se marcharon de Siberia a Moscú, pero con matices, como indica CG: “Se inventan una nueva biografía por obra del anarquismo. Un pasado carente de antepasados burgueses y de parientes socialmente malditos. Se abren a esa revolución que ha desclasado a su tío y ha nacionalizado sus bienes”. Añade el autor: “Se entregan a la construcción de ese socialismo victorioso” porque, además, “el arte ya no debe ser patrimonio de la burguesía”. Pero había trampa, porque “el realismo socialista prepara una emboscada”. Todo mentira, igual que eso que dice Gras que “la revolución pretende forjar un ciudadano modélico, al igual que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza”. Me gusta esa sorna que utiliza el autor cuando empieza a enumerar las jodiendas a las que te llevaba el régimen de la URSS pese a que quisieras pasar desapercibido o no meterte en jaleos políticos, porque todo, absolutamente todo, era política. Y como la nueva constitución garantizaba vacaciones, lo del alpinismo y la escalada sube en interés, y aparece la Sociedad de Turismo Proletario, fundada por compañeros de Lenin en el exilio de Suiza. Montaña sobre montaña y tiro porque me toca. O nos toca, que “el pesimismo se considera una tara pequeñoburguesa”. Y esos hermanos comienzan sus aventuras, y suben al Dij-Tau en el Cáucaso, y Yevgueni hace arte en invierno, y monumentos a Lenin, porque “Stalin ha decidido plantar el comunismo en el paisaje”. Siempre eufemismos para poner esculturas en las plazas, en los pueblos, en las aldeas olvidadas de la mano de Marx. Y de Engels, que Engels también tuvo parte de culpa y se nos olvida la parte importante, que sin Bioy Casares no tendríamos Borges. O sí. Pero ya da igual. “La altitud no podía ser contrarrevolucionaria”. Y más montañas: Bezengi, Jangi-Tau, Gestola y Katin-Tau. Y las novias, que los alpinistas también tenían novias, y luego madres de sus criaturas. Y la ciudad de Stalinabad, y el pico Stalin, que sale a relucir en LADS en bastantes ocasiones, porque entonces, como anteayer, “todo debe llamarse Stalin”. Y poco a poco, empieza a hablarse en el libro de represión. Y llega 1933 y Stalin colectiviza campos y los obreros empiezan a apiñarse en suburbios y todo es mentira, menos el estalinismo: “El desafío del ascenso del pico Stalin era sustituir a Dios por el marxismo en el altar de la Tierra”. Claro que sí, y a -45ºC, mejor todavía. Y los hermanos empiezan a resaltar, y a Yevgueni se le tilda como “hombre-máquina”, alpinista por encima de los alpinistas, tipo que como escribe CG “encarnaba al hombre soviético, inquebrantable y victorioso; también modesto, al menos aparentemente”. Y las cuitas en el pico Lenin. Poco a poco también va dejando pildoritas el autor sobre la comparación entre los alpinistas soviéticos y los alpinistas nazis, así como al final del libro lo hace comparando soviéticos y occidentales. Esos bustos de Lenin multiplicados hasta la extenuación como grandes Cristos rojos. Y los círculos artísticos, y ser reconocidos en Izvestia y Pravda, y el paso por Samarcanda camino del Turquestán y esa imagen y “el alpinista es un proletario como cualquier otro, un obrero del vértigo”. Antes se hablaba de los curas obreros, que también hacía obra (de Dios) e, incluso algunos, en el andamio. Pero sin pasarse, “que admirar el paisaje se considera una tara pequeñoburguesa”. Y todo se enrarece en la segunda mitad de los 30’s, y se disuelve la Sociedad de Turismo Proletario por ser “potencial tapadera de los enemigos del pueblo”. Es más, indica Gras que cualquier salida exterior tenía que llevar una autorización y “tiempo de control”. Apuntilla Gras: “Los extranjeros, aunque se declaren comunistas internacionalistas, están en el punto de mira de Stalin”. Y llega 1937 y los viejos héroes de la revolución del 17 son asesinados, porque “en su lugar, Stalin quiere a jóvenes sin cabeza, sin ideas propias, de un servilismo ciego”. O dicho de otro manera por el mismo autor: “Para muchos rusos, lo único que cambió en 1918 fueron los señores y el yugo”. Y desde ese momento, la locura: “Nikolái Yezhov, el Comisario del Pueblo de Interior, establece unas cuotas de detenciones para los meses venideros”. Y la detención del viejo tío de los Abalákov, fusilado sin informar a la familia. “En la década de 1930, todos los caminos llevan al gulag, incluidos los de las cumbres”. Se multiplican los expedientes y las detenciones y las deportaciones y los asesinatos. Un 4 de febrero de 1938 Vitali es detenido, “delatado” por otro compañero de montaña, Oleg Korzun, acusado de querer montar un atentado en la Plaza Roja por el 20 aniversario de la revolución. Interrogatorios, vejaciones, malos tratos, paso por distintas cárceles. Escribe Gras: “El miedo es una gran musa”. Añade a continuación: “Nadie logra resistir los métodos del NKVD”. Todos condenados por el artículo 58 acusados de terrorismo, espionaje y sabotaje. Pioletea Gras: “Los amigos más fieles se han convertido en feroces delatores. La cordada se rompe bajo tortura”. Y más: “No existe mejor policía que el miedo”. Y la llegada de Laurenti Beria al frente del NKVD en noviembre de 1938, y otra vuelta de tuerca en la locura antes de la guerra. Vitali acusado de espionaje en beneficio de Suiza y Alemania ya en 1939, y en un juicio raro, el 20 de febrero de 1940 Vitali es puesto en libertad, pero siempre habrá una sombra de duda sobre él, y no será posible su salida a escalar fuera de la URSS. Y hablando de piolets, llega la muerte de Trotski y recuerda CG que “más de la mitad de la élite del alpinismo soviético fue purgada”. Y la llegada de la guerra, y las movilizaciones y los alemanes llegando a las puertas de Moscú, y el Invierno convertido en general que los frena a más de -50 grados centígrados. Y los trabajos tras la guerra, y el ascenso al pico Karl Marx de Yevgueni, y su última subida al pico Stalin antes de fallecer el 24 de marzo de 1948 en extrañas circunstancias. Y la viuda que “nunca aceptó la tesis del accidente”, ni posteriormente, el hijo. Y el cambio del hermano que queda, Vitali, que siempre había tenido “celos” del hermano. Vitali funda la sección de alpinismo del club Spartak de Moscú, de la que es el primer director, compitiendo contra otros equipos y convirtiéndose en auténtico “homo soviéticus” y haciendo gala de su amor a la patria: “La montaña está politizada”. Y la muerte de Stalin en el 1953 y la llegada al Everest de Sir Edmund Hillary y Jruschov y su “deshielo ponderado pero tangible” y la llegada al pico de la Victoria un 30 de agosto de 1956, también conocido como el congelador o devorador de hombres. Relata Cédric Gras los procesos de rehabilitación de los condenados, llegando incluso al tío de los escaladores, siendo “absuelto post mortem”. Con un par. Describe CG la preparación de la expedición sinosoviética que pretendía llegar al Everest, pero que por problemas internos chinos no se materializa (proyecto “Everest 1959”), además de la acusación de Mao a Jruschov de revisionismo. Le quedaba a Vitali una tercera ascensión al pico Stalin que ya no se llamaba Stalin sino Kommunizm porque “todo lo que recuerda al bigotudo georgiano ha sido borrado del mapa”. Relata también CG las primeras expediciones binacionales entre soviéticos y británicos y acaba el libro con el final de Vitali, los homenajes, los reconocimientos y el drama que supuso la muerte de grupos de mujeres alpinistas en el imaginario colectivo. Los rusos finalmente llegaron al Everest en 1982 y Vitali fallecióen 1985, “un mes después del accidente de Chernóbil”. Los alpinistas de Stalin es un ejercicio de comprensión y recelo, de medias verdades y oscuros paréntesis que no sabes muy bien si llenar. O pensar en llenar.
La firma de Dios. Primera temporada.
La firma de Dios nos lleva, desde el principio a pensar en motivos por los que ocurren las cosas. ¿Por qué ocurre una pandemia? ¿Qué se nos escapa de lo que nos venden los medios? ¿Qué no entendemos o no queremos entender? Preguntas y respuestas que no están siempre en el orden correcto. Síndromes que no siempre se llaman como deberían. No sé si es deliberado, o provocado, pero me recuerda mucho el primer episodio, o el comienzo de ese primer capítulo, a aquella historia de los insectos de Black Mirror (desde el volumen de la primera respuesta de la protagonista de BM en ese episodio) hasta las preguntas de la comisión que investiga lo ocurrido durante 16 años. Se oyen voces de personas, incluso peronistas, sobre lo que hacen políticos y científicos, si hacen lo suficiente, si todo es posible en este mundo de caos y desesperación. Hasta de cambio climático, y subida de temperaturas y sus repercusiones. 427. Todo es voluntario hasta que deja de serlo. Comisión de la memoria se hace llamar la comisión que recopila lo que ocurrió durante tres lustros y pico. Preguntas que suenan forzadas, o no son forzadas, pero creemos que lo son. Quizás se mete demasiado en cuestiones formales, en los que te pierdes: ¿Qué pijo es la citogenética molecular? ¿Por qué no escuchar el nombre reconocible por todos? Síndrome de trastorno genético. Nombres, nombres, nombres. Eufemismos de mierda para bichos de mierda. Algo que parece virus, que no es virus: “Comportamiento incoherente y caótico”, como alumnos de instituto. Transmisiones confusas. Características confusas pero diferenciadoras: con código postal y denominación de origen. El recuerdo del mapa de Snow, el cólera, el “comportamiento errático del síndrome. Viva Taiwán y lo que haga falta. Patrones, sin mal, de contagio. O con mucho mal. Todo es mentira y con las plagas, más todavía. ¿Focos? ¿Paciente cero? ¿Mierda sobre mierda? ¿OMS sobre OMS? Viva Grecia, con o sin Varoufakis. Derrumbes para todos. Genes que estaban a la bartola y se despiertan como resacosos y la lían parda. Pum pum. Ya lo preguntó Mou: “¿Por qué?”. Agentes externos, ríase usted de James Bond y de Torrente. Los confinamientos “no sirven de nada”, y como dijo Sánchez, “no hubo confinamiento”. Redes sociales que había y que no deberían existir: redes antisociales, como siempre repito en clase con mis alumnos. Genes que tienen problemas, o te meten en problemas… pero que para los lerdos en la materia nos suena un poco a virus que viene del oeste. ¿Quién está preparado para un dramón de semejantes dimensiones? STOP. El abismo, ese lugar donde si te asomas quizás no vuelves. O vuelves de otra manera. Y el segundo capítulo nos cita a Federico para empezar, profundidades con o sin plomo en los bolsillos. Mensajitos en grupos de militares… Banderas para todos. Códigos para todos, mortal y de colores varios. Estudiar numeritos siempre da miedo. Mucho miedo, y más después de escuchar La firma de Dios. Formas posibles cuantificadas, como hacer PTI’s de alumnos. Atención, números perfectos como alumnos imperfectos. ¿Infinitos los números perfectos? ¿Hay algo infinito? ¿8127? ¿Contraseña? Silencio, que siga durmiendo. Sssssssssssssss. Problemas y matemáticas. “No hay nada más matemático que un patrón”. ¿O eran 8128? ¿Cuántos? Números, o letras, o palabras. ¿Códigos? ¿No era solo codificado el plus los viernes por la noche? Wegener en el horizonte, con la deriva continental como herejía retrofuturista. Guiones que seguir, datos que seguir, estelas sin Egipto como faros que utilizar en esta tragedia homérica sin parangón el XXI. “Fascistas de los de verdad”, no como los sucedáneos que vinieron después. “A veces hay que ser laxo con la ética”. Ponga un demótico en su vida, o un demótico contemporáneo. Viva la Escuela de Chicago, y los rascacielos, y los patrones. Ya lo decía el hombre de la camisa verde, que “los hombres más importantes son los conserjes de los rascacielos, sobre todo los de Benidorm”. O no. La firma de Dios va dando pasitos, va dejando miguitas de pan con o sin flauta de Hamelin. Lo incurable no siempre suena bien. Hágase querer por mensajes codificados. Chispa y pum pum. Dormir es aburrido. Siempre. No estamos para perder tiempo en la vida. Nunca. Todo mentira. Vivan los geniecillos locos, los tipos con bata pero sin uniforme, que los uniforme asustan a algunos, algunas y algunes. Agua, aire, comida, militar. Ponga esas palabras en una frase y nos sale “arma biológica” y únala a Rusia, China y USA y se nos hace el chicle agua. Pero no siempre está la magdalena para darle pespuntes. Viva la teoría de la conspiración. Todo es mentira. Il Popolo di Roma, la fiebre, la tos. Guarden las cosas en papel, que lo de internet se va todo a la mierda antes o después, con y sin campos de morsas esféricas. Hipótesis varias para echarle a los marranos. Siempre jugando como Capello, siempre al 1-0. Viva el catenaccio. Algoritmos al poder. Imágenes, textos, videos y más números: ponga criptografía en su vida, ponga matemáticas siempre en su vida, ponga mentiras siempre en su vida. El Sabbat siempre llega, que hay un máximo para trabajar en la vida. Mensajes sin SMS, sin WhatsApp, sin correos tradicionales ni electrónica. Saca la calculadora e invítame y nos vamos de vacaciones a Sulawesi, Ginés Caballero. Pero no, el hombre de la camisa verde era más del Renacimiento y de da Vinci. Viva Dante, antes y después del círculo infernal. Ya lo cantaban Los Rodríguez, palabras más, palabras menos. Ponga en el puzle Israel y extraterrestres. Viva el Doctor Moreau. Bioterroristas: “¿Quién sabe lo que piensan los terroristas?”. Aunque deberíamos preguntarnos si piensan, simplemente. Sume virología y quite familias. Viva la lingüística, y la filología, o los estudios hispánicos. ONU y los restos de la II Guerra Mundial. ¿Qué pijo son los indagadores? Ocho sin Katherine Neville. O con ella, y con Napoleón. Viva la revolución francesa, y las palabras con esencia. “El mundo ha cambiado”. Cuadrantes, en plan Matrix-Harris. Ríase usted de la prospección hospitalaria, de los yacimientos hospitalarios. Hágase querer por los conspiranoicos, por el testamento de Sancho III el Mayor. ADN para todos. Mapas genéticos de la población para hacer cualquier cosa que salga en un capítulo de la Pantera Rosa o del Hurón Rosa. Robar, a las 3, Los Vegetales. Viva 1035, viva el Viejo Reino de Navarra. Lo militar siempre suena mal: pum pum. La firma de Dios se parece, conforme pasan los capítulos y las pildoritas, a otro episodio de Line of Duty. Grabadoras nuevas, grabadoras viejas, grabadoras que recogen testimonios hasta que las montañas se olvidan de Sancho III el Mayor, y de Sobrarbe, y de Ribagorza, y de pueblos con Peste Negra al final de la Edad Media. Hágase querer por los puebluchos, por el Cenajo de turno, por la mierda sobre mierda. Los Hombres G y los bares, texto y contexto, mentira sobre mentira, palabra sobre palabra, corte al norte de Sancho III. ¿Qué pijo es una brújula? Todo es relativo, tanto o más que un aprobado con la LOMCE, o con la LOMLOE: pum pum. Y no hay España vacía en La firma de Dios, porque los pueblos si que están habitados aunque no lleguen a la gente de Ojós o de Villanueva del Rio Segura. Y entonces recuerdo el capítulo de La Pantera Rosa toreando al bicho, y con flores en los cuernos, y sin capa, y el salto al burladero. Tendido norte, tendido sur, Estafeta, San Fermín. Recursos y gente a cargo de las comisiones. Viva el espíritu de Blake Edwards. Espíritus aldeanos para soluciones mundiales. Ya lo dijo E.T.: “Mi casa”. Ahora que ya no tenemos a Balbín, siempre hay que buscar la clave. Viva el pecho ajeno, que la soledad es muy mala. Todas las ratas se juntan, antes o después. Cábalas para todos, esoterismo para todos. Todo está oculto, como el bocadillo después del recreo en el buche. Zóar para todos. Y en las manifestaciones, para contar, número de piernas y divida usted entre dos, por favor. Todo mentira en la vida. Intermediarios todos. Interpretar, comunicar, ecologismo y James Spader en Stargate. Wittgenstein siempre en nuestros pensamientos. Los Flechazos escuchados en bucle. Siempre. Viva el Pleistoceno. Configuraciones para todos. Fiebres everísticas. La prima de Dolly se revuelve con sus tripas, multiplicada no por cero como Bart el amarillo, sino por tres. Trato que tienen entre sí los comerciantes sobre sus negocios, o algo así. Judíos todos, hasta que dejamos de ser judíos. Huxley te vigila, te resume tu existencia en cada uno de sus textos. Y se adelantó. Viva la Genografía. Viva la G. Vivan las ecuaciones, con o sin solución, con o sin soluciones, con o sin como la cerveza, como la cerveza sin filtrar. Viva el mundo antes de octubre de 2005, cuando mis padres me compraron mi primer móvil para tenerme controlado. Viva el aislamiento, en sol menor y en caballos moviéndose en ele, y los masones en los sermones de San Pablo de Murcia. “La ciencia tiene que plantear hipótesis”. Especular es gratis: ciencia especulativa para todos. Hágase querer por una tecnología que le ponga imaginación a la vida, no solo a la Judea precristiana. Hágase querer por una esposa que estudia Dietética y Nutrición y te habla de disruptores endocrocrinos sin motivo aparente. Hágase querer por una latencia corta. Hágase querer por aquel capítulo de La Pantera Rosa del que ya no me acuerdo. Aliens en busca de una antenita. ¿Somos más de Bill o de Escarlata? ¿Seguimos perdidos en la traducción? ¿No hay cobertura? ¿No hay entendimiento posible? ¿Nadie ha leído a los historiadores de la Escuela de los Annales? ¿No nos suena Braudel, Bloch o Febvre? Siempre volvemos a Mou: “¿Por qué?”. Conjeturar es gratis y las respuestas, imprevisibles. Y si, todas las ratas se juntas y todas las ratonas cantan, como en Casi Famosos, el Fever Dog a la vez. Guillermo de Normandía y la batalla de Hastings, un inglés franco que no se entiende. Y siete por diez, y encuentra la definición del ser supremo que en las religiones monoteístas es considerado hacedor del universo. Jung por Jung y rezar hasta la extenuación, que la oración nos hará libres. O demasiado libres somos un peligro. Y esto ya lo habíamos visto en Network, con aquel presentador al que se le iba la quijotera. Y “los médicos lo prohíben todo”. Hágase querer por un milagro. Readaptar las viejas cuestiones. Pensar te mete en líos. Entidades como etiquetas. El plural y sus daños colaterales. Y la curación de lo incurable, y los huecos que cubrir, y lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible. Epístolas, Corintios, ángeles de luz, farmacéuticas, alargar lo que no debe ser alargado. Las segundas partes nunca fueron buenas, o casi nunca, frías o templadas o tibias. Sumisos todos. Hágase querer por una alianza, por un anillo con barras y estrellas. 37% de desocupados, Marruecos y Argelia, jodiendas con vistas a un gobierno con más grietas que un serac. Disuasión al poder. Disuasión siempre es eufemismo. Turquía ya no fue lo mismo después de los injertos ni de los golpes tejeristas. Soldadesca mejorada en busca de guerra, pero sin guerra. Castigos bíblicos, pasos atrás, cortando un siglo y sumando otro, buscando nuevas revoluciones industriales, nuevas revoluciones, nuevas… Silencio, se rueda, que un número, por muy alto que sea, nunca es suficiente. Pum pum. Y más pum pum. Que no falten. Muerte y peste que se te mete en las tinieblas de la quijotera. Pum pum y fuego. Oir, ver y callar, esperar y vomitar, llorar y recibir. 190. Distintos. La ciencia, la música y todo lo demás. Déjese querer por unos libros. Y un 19 de julio siempre hay que recordar un 36. Coja un tercio, y no de tostada ni sin alcohol. Malgastar o mejorar, crecer o escapar. Hágase querer por unas cuentas. Busca y hallarás, recordad a San Mateo. Himnos, que se repiten, hasta la extenuación, arroyos y remontadas de huesos, pies diferentes y cánones que no se saben interpretar, incompletitud y sueño, demostrabilidad imposible y toda mentira, conveniente o no. Péguele fuego a sus corsés, péguele fuego a las mentiras, que siempre vendrán más. La firma de Dios nos obliga a pensar (algo a lo que no queremos acostumbrarnos) en preguntas de difícil respuesta, en respuestas que no queremos escuchar, en imágenes que no queremos ver porque lo desagradable no es de nuestro gusto.
Slow Horses. Primera temporada.
He intentado enseñar Geografía a muchos tipos de individuos, individuas e individues, pero todavía no a perros, perras y perres. O quizás si había algún perro, y no me he dado cuenta. A caballos todavía no creo, pero Slow Horses, pese a un inicio confuso y desconcertante, va mejorando conforme van pasando los minutos. Siempre hay amenazas terroristas. Siempre. Hay mucho desocupado buscando problemas, originando jaleo, creando jodiendas con vistas al Canal de la Mancha. Hay tipos con pasados comunistas que se han pasado a la extrema derecha (más de los que parecen, en todas las latitudes y longitudes). Hay mucho imitador de Ernesto Sevilla que tiene la gracia en la suela de los zapatos. Y todo eso ha de ser vigilado, desde las altas esferas y desde las ciénagas más asquerosas. Necesitamos estar seguros. Necesitamos creernos seguros. Necesitamos. Slow Horses nos muestra un amplio catálogo de seres que se dedican a conseguir esa seguridad que no siempre tenemos. Gente con defectos, con muchos defectos, quizás con demasiados defectos. Pero es lo que hay. No hay perfección en los blancos acantilados de Dover ni el interior de Gran Bretaña. No hay perfección en ningún sitio. Pero es cuestión de tiempo. Siempre sale algo a relucir, y, sí es en foto, más peligro todavía: compañías peligrosas, imbéciles haciendo el nazi o el verdugo (yo soy más de verdugo) o, simplemente, el pasado en una ducha. “Solo somos caballos lentos, soldados rasos, pero si hacemos algo bien queremos saberlo”. Las cloacas de las cloacas siempre salpican mierda. Slow Horses nos muestra una pequeñísima parte de esa mierda, pero bien acicalada, bien enlatada, con una lacito para que parezca otra cosa y podamos utilizar un eufemismo para definirla. En este caso es el secuestro de un pakistaní en esa Inglaterra del Brexit, en ese paraíso en el que los que han venido de fuera se quedan lo bueno y le quitan el trabajo a los que han nacido en esas islas que pasan de la tortura al aceite recalentado en un café de 24 horas. Una buena serie, pero Gary Oldman ha vuelto a mutar, ya no es Drácula ni Lee Harvey Owald, ahora es un espía venido a menos que retiene en sus retinas y en sus viejas gafas sucias los caídos a ambos lados del muro de Berlín y que tiene las manos muy sucias de todo lo que ha tenido que hacer. Slow Horses nos ilustra a variopintos individuos que son utilizados porque siempre hay que pasar la escoba por la calle y meter debajo del camión de la basura lo que sobra. Una buena serie aunque los malos siempre ganan, que los de la corbata y traje nunca han sido buenos. Y que vivan los verdugos. Siempre.
sábado, 16 de julio de 2022
Capitani. Segunda temporada.
Tiene Capitani un aire de serie B que engancha. No es nada del otro mundo, pero ese aspecto descuidado, de putas baratas y gente venida del este y de África a buscarse la vida al final te engancha. Champán de casa con lucecitas de colores y niñas de la noche con tatuajes en el mostrador. Lo dicho, no es nuevo, no es una novela de García Márquez, pero al final, lo ves. Ahora todos los que mean agua bendita con sus cánones de exquisitez netflíxtica critican la abundancia igual que antes criticaban la escasez. ¿Pero qué es un canon? ¿Quién nos manda seguir un canon? Mafias nigerianas, ritos que te llevan a la confusión, fantasmas del pasado con voz de mujer, y encima, en plural. Los plurales siempre te meten en líos, que decía el hombre de la camisa verde. Líos de jurisdicciones que no pueden acabar bien. Saber mucho te mete en líos y jugar con varias barajas a la vez te da la partida pero te puede quitar la vida. Demasiadas batallas en una guerra cutre pero interesante, eso es Capitani. No tiene por qué salir a relucir el lujo en mitad del estiércol. Fantasmas en todos los sentidos, luces que se encienden demasiado tarde, números tatuados en un pecho que necesita saco de boxeo. Salir de una prisión, y no solo física, que hay ostracismos laborales que duelen hasta en el alma. Evitar el destierro no siempre es fácil. Y el fantasma del familiar suicidado, y el Zolpidem con más sustancias que te lleva a la locura, y las delaciones y la embajada de Nigeria en Luxemburgo y sus problemas. Pero como siempre en la vida, se repiten las preguntas universales: ¿Me están utilizando? ¿Cuántos me están utilizando? ¿Quién no me está utilizando? Finales en plan El bueno, el feo y el malo, o en plan Amor a quemarropa, o finales reconocibles a la vez que te das cuenta de que nadie es lo que parece y que no existe la ley, existe la interpretación de la ley. En fin, que todo sigue siendo mentira, también en la segunda temporada de Capitani.
viernes, 15 de julio de 2022
El silencio de Teo
El silencio de Teo, libro de Miguel Venegas, te trae a la memoria noches de elecciones y revuelta, sueños de revolución y mentiras que te crees cuando te tienes que creer pero que acaban con un matrimonio y cenando con la familia política en un encierro pandémico. O no. Cada uno escoge su camino, su media verdad y, todavía, quedan algunos que resisten a pasar por el aro, por lo convencional, por lo establecido, por lo que te dicen que debes hacer: casarte, criar, pagar facturas sin motivo aparente y seguir pagando recibos toda tu puta vida. Viva la mediocridad. El mes pasado, con el calor de Murcia, me encontré en El Sur, una tarde que quedé con los amigos Sergio, Andrés y Jesús Manuel, a un exalumno (Albaladejo) que fue de los pocos que tuve (y él estaba entonces en 2º de ESO) que se encerraron en sus tiendas de campaña en la Glorieta de España en la plaza de Belluga por el 15M. Me dijo, al marchar del bar, que seguía loco, igual de loco que cuando le daba clase. Más quisiera yo. Al final cumples años y te aburguesas, como casi todos. Es triste, pero es así. Deja buenas reflexiones sociales y políticas El Silencio de Teo. Escribe Venegas que “vivimos entre bostezos lo que contaremos de forma apasionada”. Vivimos poniendo cargas de lavadoras y lavavajillas y crees que tienes libertad y no tienes un pijo. Ya no recordamos la guerra de Yugoslavia (los años que he tenido alumnos en 1º de Bachillerato me he empeñado en hablar de ellas y les aburre soberanamente), y, como mucho, hacemos un acto por el fin de la guerra en Ucrania y nos ponemos una pulserita azul y nos acercamos a la concentración las primeras semanas, pero luego todo se olvida. Ya no hay uso de las palabras correctas, ya no quedan expresiones ni “con orgullo y testosterona, como los padres de antes”, ni nada del resto. ¿A quién le importa la izquierda y las guerras del mundo? A nadie. No se habla de Reverte, ni de Kapucinski, ni de Galiano, ni de García Márquez ni de Vargas Llosa cuando era comunista y no salía en el Hola con esa señora que, como decía Alfredo Díaz, “gracias a Porcelanosa tengo resuelta la cosa”. Ahora toca premio Nobel que readapta a Galdós, o eso dice. El silencio de Teo no sé si pretende ser retrato generacional o siempre relato de una situación que empezó siendo temporal y que ha terminado siendo estructural: vivir peor que los padres, pensar que con tu sueldo no llegas a lo que tenías pensado llegar y que disfrutas unas cañas un jueves para olvidarte que cobras una mierda en un mundo de mierda. Buscas sucedáneos, buscas “el amor porque es gratis y se da poco”. Venegas se centra en un periodista en “el mundo digital (que) nos lo ha dado todo, y casi todo gratis, y eso ya no lo vamos a cambiar”. Viva la precariedad. Se centra quizás demasiado en el periodismo, porque “es el mejor momento de la historia para hacer periodismo, pero el peor para vivir de ello”. Luego, al final del libro, en un viaje alucinógeno al otro lado del plástico, se acuerda de los profesores que se quejan por sus sueldos (aquí no hay cojones a hacer una huelga en el profesorado porque no toca con el gobierno que tenemos, habrá que esperar que llegue el señor del protector solar para hacerlas). Pero podría ser cualquier empleo. No aparece el nombre de Pablo Iglesias hasta la página 25. Recuerdo las charlas que tuve el año que trabajaba en el IES Isaac Peral de Cartagena, con horario de entrada a las 8 de la mañana y de salida otros a las 11 de la noche (viva el interino preferente y no preferente) y las charlas que tuve con Antonio Martínez Bernal, ex concejal y exdiputado regional que volvía a la docencia después de muchos años. Charlaba mucho con él, en mi horario gruyere, de política, del 15M, y él siempre tenía claro que no habría sorpasso de Podemos al PSOE. Yo pensaba que sí, y me equivoqué. Y me engañaron. Yo que trabajo casi siempre a tiempo parcial, me dejé engañar, o creí y las dos últimas veces que voté, en diciembre del 2015 y en junio de 2016, creí para luego descreer. Todo mentira. Pero no se habla de política, o no se quiere que se hable de política en los centros de trabajo, o se habla en voz baja, o no se levanta la voz, o el puño, o lo que nos salga del níspero, no vaya a ser que alguien se moleste. Y que no se lea mucho, que también molesta. Asegura Venegas: “Una sociedad que no cuida su cultura es una sociedad condenada al fracaso; y en España estamos en mitad de ese fracaso. Y si no cuida su prensa, está condenada al saqueo”. Yo que empecé segundo ciclo de Periodismo en la Universidad lo dejé hastiado de aburrimiento y cansancio, y todavía me arrepiento. Pero me despisto. Reflexiona MV sobre lo dificultoso de conciliar ese trabajo de mierda con unas relaciones estables que no sean solo de jincamiento y hasta luego Lucas. Escribe el autor: “Y preferimos tomar cañas y volar a Londres por 20 euros, que criar un hijo sin salir de casa”. También aparecen en ESDT la victoria de Carmena en el Ayuntamiento de Madrid, el 1 de Octubre en Cataluña, la victoria de Ada Colau y las referencias a Hitler en conversaciones (eso lo hacemos todos). También se refiere a ZP y a las bombas de los trenes, y de aquel “No a la Guerra” del que no tienen ni idea los alumnos de 2º de Bachillerato porque solo importa la selectividad y te quedas en la Constitución del 78 y de ahí no pasas. El problema es el paso del tiempo. El silencio de Teo es de 2018, y el Pablo Iglesias de entonces no nos parece el mismo de 2015, ni de 2016. Escribe MV: “La gente odia a Pablo Iglesias porque la gente quiere un gobierno de extremo centro, con todo igual salvo los colores. La gente odia porque en este país se aprende primero a cavar trincheras, y después a amar las ideas que te van colando dentro y sin remedio”. Recuerdo tener que argumentar mi voto por Podemos en diciembre de 2015 y en junio de 2016. Hoy no lo haría, entre otras cosas porque ya no creo en nada (bueno, un poco en Jugadores de billar y poco más). También estudia el cambio entre padres e hijos, entre chaquetas de pana y camisas guayaberas y lo inclasificable que llevamos ahora. Recuerdo cuando en el IES Jiménez de la Espada me soltaron eso de que los faldones se llevaban por dentro y no por fuera… Y en esa relación padres contra hijos (se lleva mucho, siempre en contra), de diálogos nulos y muros de lamentación sin Sabbat, de soledad y huida, de escasez de palabras hasta que es demasiado tarde. No es fácil escapar, o querer escapar, o poder escapar de la casa familiar. Unos esperan a los 43 años, 6 meses y 28 días, otros no pueden ni esperar a eso porque les es imposible escapar, o querer escapar, o poder escapar de la casa familiar, paterna, materna o comuna Kika. Pero como dice MV, “teníamos cubatas y nos creímos ricos” y, además, “a partir de los treinta ya podemos admitir que hemos fracasado casi todos”. Y en esa relación paternofilial, o maternofilial, entre adultos con necesidades de sexo y alcohol (no siempre en cantidades iguales), surge el conflicto y surge, inevitablemente la enfermedad, porque ese ente llamado gente (inclasificable siempre) se sigue muriendo de cáncer, o de infartos, o de ictus (antes no había ictus, solo infartos) o de lo que toque antes, durante y después de la pandemia. Y no es fácil. Cuando he ido a los entierros de los padres de mis amigos, siempre pienso en las palabras que decir cuando llegas, en el estado en que te encontrarás al hijo, a los hermanos del hijo, a los familiares del muerto, y en las conversaciones que se tienen en los tanatorios y siempre se acaba hablando de o mismo, o como escribe Venegas, “el mío es un país donde la mitad de los jóvenes no puede trabajar, y los que lo hacen no pueden vivir con su sueldo”. O quizás de esto no se habla en los tanatorios, ni en los bares, porque ahora están mal vistos los pensionistas, que ya cobran más que los cobran cinco euros por hora, y no se quiere entender que ningún indígena español quiera trabajar de camarero, ni de cuidador de enfermos o señores mayores, o de nada porque todo es mentira en la vida, y no hay cerveza que aguante una conversación profunda sobre Pasolini ni Marx: “Nos han condenado a la eterna adolescencia. Cerveza, amigos, noches de sexo y los Reyes Magos. Así no podemos hacernos viejos, papá. Solo podemos jugar”. Y como en Juegos de guerra, “la única manera de ganar es no jugar”. Y también hay espacio para ese señor que nunca gobernaría con Podemos porque no podría dormir tranquilo, y el “No es no”, y esas palabras que se quedan por el camino. Y como en 4º de ESO, podemos poner una definición de Revolución, como la primera de la RAE: Cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional, o podemos (se repite muchas veces esa palabra, con y sin mayúsculas) poner la que aparece en ESDT: “Revolución. En Europa era una palabra temida, prohibida, perseguida, porque no te vayan a venir a quitar la casa y las tierras que dejó el abuelo con el sudor de su frente”. No vaya a ser. No vaya No. Yo con 45 años no tengo nada a mi nombre, ni casa ni coche ni nada que saliera en un diálogo de Los lunes al sol (aunque somos más de El buen Patrón). No hay banderas suficientes (fabricadas en China, por supuesto) para este país, o para estos países, o para lo que queda de España, Federico, que el desafío catalán ha acabado con nosotros, con tanto lazo y tanto tipo gritando independencia y reivindicando el proceso en los bares. No he leído a Houllebecq ni a Philipp Roth, pero, como en ESDT, toca hacerse, muy a menudo (o cada vez que te puedas levantar a orinar, antes de que te ponga una auxiliar extranjera en un hospital inhóspito un pañal con velcro), la pregunta del millón de dracmas, que siempre hay que acordarse de Grecia y Varoufakis: “Mi felicidad consiste a veces en no preguntarme qué es lo que soy, porque resulta que soy un gran fraude”. Todo es mentira, aunque no está mal que nos recuerden lo que quisimos ser y el chiste ambulante en el que nos hemos convertido.
Coda: ¿De verdad no nos acordamos de Varoufakis?
martes, 12 de julio de 2022
The Lazarus Project. Primera temporada.
Unas caras reconocibles de otras series nos llevan a días repetidos y líneas temporales descartadas, a otra pandemia en 2022 y al enésimo caos mundial (sigo contando, y no paro). The Lazarus Project nos lleva a la disyuntiva (¿se puede decir disyuntiva y no coyuntura entre la séptima y la octava ola COVID-19?) de poder elegir volver atrás. Empieza The Lazarus Project con una acción inusitada para series de televisión y preguntándonos sobre la posibilidad del inicio del Apocalipsis y con el supuesto de saltos temporales hacia atrás como en 1963 o 1973, que siempre hay misiles o crisis de misiles o cabezas de misiles robadas. Siempre. Y a las desgracias universales se unen las personales del protagonista, que se pregunta sí todo lo que pasa alrededor suyo es culpa propia. Jugar con esas cuestiones solo te mete en líos. Mutantes con bucles temporales que recortan fragmentos de su vida, que ven cada reseteo del mundo, como en 2018. Lugares tristes para alcanzar algo que se repite, una y otra vez. En definitiva, máquinas del tiempo que evitan, muchas veces, la Tercera Guerra Mundial. Podían haberla utilizada hace 200 días en lo de Rusia y Ucrania, pero por lo que se ve no estaba operativa. Pero esta maquinita no la utilizan siempre, solo en situaciones especiales y eso da mucho que pensar, sobre todo cuando hay algo que afecta personalmente a uno de los protagonistas y se empeña en darle al botoncito de rewind como si de una minicadena de los 80’s se tratara para escuchar una canción grabada en la radio para escucharla en bucle. Y, precisamente, The Lazarus Project es un bucle que nunca acaba, que se repite una y otra vez sin solución de continuidad, que se enquista y se gangrena. Y nos lleva a preguntarnos si necesitamos salvar el mundo continuamente (todos los días, siempre lo mismo) y si nos hemos convertido en una plaga. ¿Somos plaga y necesitamos plaguicida? ¿Por qué no ser simplemente prescindibles? ¿Por qué no olvidarnos de todo y mandarlo todo al carajo? ¿Por qué no dejarlo todo en la singularidad? ¿Por qué no volver a hacernos olímpicos en plan La Costa Brava? Quizás, la única pega a The Lazarus Project es el algargue excesivo de bucles que se repiten hasta la extenuación al final, pero que tienen su explicación. Una buena serie con la que pensar en cada uno de los actos que hacemos, en si deberíamos volver atrás (si pudiéramos) continuamente y enmendar los errores. O quizás, todo sea un error.
Así murió Hernández Ros (tercer aniversario)
Hace unas semanas terminé Espinosa Pardo, el libro de López Mengual en el que aparece en diversos episodios Hernández Ros. Ahora, entre estíos de desesperación y milongas de baloncesto variadas, he leído Así murió Hernandez Ros (Tercer aniversario) de José Freixinós Villa, que tiene una foto enla portada de Ángel, con HR en bici delante de un 8 de aquellos viejos autobuses naranjas (ahora Murcia es multicolor en el tema de los buses) que nos llevaban a Murcia hace unas décadas. El personaje HR has sido olvidado en Murcia, porque hay mucho estiércol que el personal no quiere remover. HR es personaje novelesco, de esos que lloran relámpagos entre cárceles y sedes gubernamentales, entre pantanos y conspiraciones, entre depuraciones políticas y sentimientos encontrados. AMHR nos lleva a la crisis de 1984 en el gobierno de la CARM, aunque fue escrito en 1987. Al principio, JFV señala a los tres consejeros (Molina, Morales Meseguer y Albacete Viudes) “dimisionarios con Hernández Ros y subidos al carro vencedor de Collado Mena (que tenían) sus días contados en el Gabinete de Collado”. Ríase usted de Catilina. El denominador común de la desconfianza hacia Madrid, con un ejecutivo nacional y con unos dirigentes del PSOE que trataron a la CARM como un equipo de tercera regional con jugadores semiprofesionales. Hoy HR hubiera dejado en bragas a Revillas y Aragoneses, porque no hay nivel de comparación posible. Escribió JFV citando a socialistas murcianos que “es un giro en la política autonómica importante para reconducir otra vez el poder central”. Habla JFV de sobornos y periodistas, de consejeros autonómicos contra presidente autonómico, de mierda sobre mierda. La pregunta sería: ¿Le importa la CARM a alguien fuera de Murcia? Esa pregunta tenía valía en 1984 y la sigue teniendo ahora, aunque ahora somos chiste ambulante que no importamos para nada entre tránsfugas en el gobierno regional, si es que a eso se le puede llamar gobierno regional. Pero da igual, la Región no cambia. A posteriori, hemos visto que al PP nacional y al PSOE (ahí no puedo poner nacional ni español) no les importa nada. Ya lo cantaban Oasis: “I hope, I think, I Know”. Subrayaba el autor en 1987 el desencanto hacia los políticos. Yo dejé de votar hace tiempo. No sé si volveré a hacerlo y sigo sin entender que el personal lo haga. La tomadura de pelo es interminable pero nadie se pregunta si lo están utilizando en la CARM, en Murcia, en la vida. Calzonazos todos. Subrayaba también JFV lo “antinatural de la crisis de 1984” y el “ridículo” de muchos políticos, incluyendo la subida de sueldos que se impusieron en el gabinete autonómico. Además, indica JFV la importancia que jugó la Secretaria de Organización del PSOE, Carmen García Bloise, en este embrollo. “Madrid dicta sentencia”, escribió JFV, y pone el ejemplo del deseo de Guerra de escoger como sucesor de HR a Carlos Collado Mena. Y aparece la palabra traición allá por mayo de 1984. Enfatiza el autor “la soberbia de los vencedores”: complot y traición, en palabras de HR. Hace JFV una semblanza de los protagonistas en la tragicomedia del 84, empezando por HR, seguido por José Luis Albacete (consejero de Agricultura), Morales Meseguer (Sanidad, hablando de falsedad en la teoría de la conspiración), Pedro Antonio Mira Lacal (consejero de Interior), Carmen García Bloise, el periodista Joaquín García Cruz (que también tenía un importante papel en el libro de López Mengual, que aseguraba que todo “es un atentado clarísimo contra la libertad de expresión”), José Antonio Asensio Girón, CCM, Jiménez Conde, Josefina Cebrián (esposa de HR) y Martínez Pardo. Y junto a los personajes, más o menos bordes o inhumanos, el físico de Teniente Flomesta. Hace JFV la comparación con el dinero alemán que financió a González y al PSOE, indicando como distintos dirigentes socialistas señalaron al diario La Verdad como culpable de la crisis. Escribe JFV: “Murcia solo interesa en el plano informativo cuando las riadas del Segura arrasan nuestra tierras”. Y sigue pasando, ahora entre DANA y DANA, o, un poquito con el asunto del Mar Menor. Del AVE hablamos otro día, que una vez conseguido el soterramiento parece que da igual que tengamos trenes a Lorca o no (una puta vergüenza para la mayoría de partidos de esta región, solo me viene a la cabeza las quejas del fallecido alcalde de Totana y poco más, todos callan). Las hemerotecas son muy malas (o lo peor, como decía el hombre de la camisa verde). “Mata al rey y vete a Murcia”, repite JFV, el mismo que suscribe que la dimisión primera de Molina Molina fue “la que precipitó todo, a la que se sumaron Morales Meseguer y Albacete Viudes”. Reflexiona JFV sobre la posibilidad que tuvo MM de ser presidente regional, como gestor y especialista sanitario de renombre, aunque su condición de valenciano le restó en sus aspiraciones (y habría que añadir la muerte de varias mujeres en el Psiquiátrico del Lugar de Don Juan…que todavía esperan respuesta). De Albacete y su gestión con PROMURAL, del que fue Presidente del Consejo de Administración y Consejero Delegado, también quedan dudas y sombras, o sombras y dudas, o todo junto y mucha bruma a la vez. Incide JFV en la injeferencia de Madrid en los asuntos murcianos: “Es la rebeldía por la desfachatez a disponer de nuestras formas de vida. Es la repugnancia hecha vómitos de cuantos frescos se divierten con los intereses de los murcianos”. Y apostilla: “Murcia no tiene políticos. Nadamos en el gran vacío de los ciegos”. Otra día hablaré de los que vienen de Lorca, o nos imponen desde allí, pero hoy sigo sin tren de cercanías a Lorca, y vaya usted a saber hasta… Y esa pregunta de JFV a la esposa de HR: “¿Es cierto, señora de HR, Josefina Cebrián, es cierto que usted ha amenazado a su marido con cerrarle las puertas de su casa si claudica esta noche ante el comité ejecutivo regional?”. Habla JFV de “Murcia como circo nacional”. Escribe el autor: “La imagen del partido era la única obsesión. Ha sido lo único importante que sacudía las entrañas de los políticos socialistas durante la crisis. No había otra preocupación”. Hoy lo llamaríamos postureo. Se refiere JFV ala edición de El País de 19 de marzo de 1984: “operaciones valoradas en 11.000 millones de pesetas e iniciativas pendientes de consideración estimadas en 200.000 millones”. Soborno, deuda de la CARM (si viera ahora HR la de los últimos años, que parece que no cuenta), despilfarros, “pistoleros en busca de consejeros dimisionarios”. Y más: “supuesto intento de soborno” y “presuntas irregularidades”. Y de ese mismo 19 de marzo del 84, reproduce JFV un artículo de Diario 16 de Federico Jiménez Losantos titulado “La lubina autonómica”, en el que aseguraba que “las autonomías son carísimas” y que “en muchos casos la pasta se la quedan unos políticos mezcla de patán y contratista”. Añadía JFL que HR era conocido como “Lubina Mimmo” por su repetición en la petición del plato en los mejores restaurantes de Murcia. Y sentenciaba FJL: “Como la lubina autonómica cuesto lo mismo que la centralista, el resultado es carísimo. Hemos instaurado un caciquismo regional para sacudirnos el centralismo de antaño y, en muchos casos, el remedio es peor que la enfermedad”. Suma también otros artículos de Pilar Urbano en ABC, como el titulado “El tumor de Murcia”, en el que incide en PROMURAL (300 millones en péridas), de CHACONSA, y de Ingeniería Urbana, y del encierro de ciertas personas en el hotel 7 Coronas durante la crisis. A ellos añade otras columnas y artículos de Ricardo de la Cierva, Emilio Romero y las anécdotas en el restaurante Torrot del consejero Molina Molina presentado ante la prensa el esbozo del presupuesto regional y de la subida del 17% del sueldo de equipo de gobierno regional. Subraya el autor el papel de La Verdad y de L a Hoja del Lunes en todo aquel asunto. Para el calendario JFV en la noche del 26 al 27 de febrero del 84 y en la dimisión de Molina Molina, en esa diana también aparecen nombres como el de PROMURAL, MURACUA, el tren aéreo Murcia/Molina, el Casino de La Manga, la flota de barcos, y por el PSOE, COPEX, MIRSA y Mármoles Barina. Recuerda JFV el Congreso extraordinario de mayo de 1984 en Murcia, los reproches al restaurar como consejero a Molina Molina por los miembros del PSOE (él no era afiliado). En el siguiente capítulo del libro, JFV habla de la supuesta quiebra financiera de la CARM de la que se hacía eco constante El País, y en la que se incluían proyectos como la televisión autonómica o quedarse con Azarmenor (dueños del Casino de La Manga), el posible traslado de una parte de Transmediterránea con el objetivo de abrir la línea entre Cartagena y las islas Baleares, la renovación del Hotel Victoria, la promoción de películas que incluía un largometraje sobre Antonete Gálvez, y otras inversiones en factorías de piensas y la compra de barcos para los negocios de exportación, según informaba Joaquín Prieto en El País. Vuelve a incidir JFV en el desprestigio que el despilfarro en empresas como MURACUA (vivan los langostinos) y PROMURAL (viva el pimentón) hicieron en HR. También se refiere el autor a la figura del Delegado del Gobierno, Eduardo Ferrera Kétterer, y la distancia y frialdad de su relación con HR. Pone énfasis también JFV en la falta de asesoramiento de HR, y pone en entredicho la figura de Ismael Galiana. “El gabinete de HR no entendió jamás a la prensa”, es una frase que está latente en todo el libro. Ahí se contextualiza la información del diario La Verdad en la que se daba a conocer que el Secretario de Finanzas del PSOE intentó comprar a dos periodistas de La Verdad (García Cruz y Salanova, de las secciones de política y sucesos) por parte de Francisco Serrano Lucas. También se hace eco el autor de las conversaciones y reuniones en los bares (Dalton, Princesa) y en el hotel 7 Coronas. Y la visita nocturna de HR a La Verdad. Aparecen en AMHR bastantes veces las palabras bochorno, pistoleros, policía, montaje. Lo del montaje sobrevuela todo el relato, canta demasiado en do menor. Da también JFV la versión de García Cruz, y, como en la canción de Astrud, “del miedo que tengo”. Escribe JFV: “García Cruz se convierte en el gran protagonista. Su figura se va perfilando en toda España como el gran héroe de la libertad de expresión”. García Cruz y una información que lo vincula, según el libro, a una supuesta afición, o el viaje conocido como el del “Tren de solidadaridad con Polonia”, son otros aspectos que salen a relucir en AMHR. Se recogen las palabras de JGC : “Quiero matizar, fue soborno. Un soborno materializado. Porque hemos llegado a recibir 500.000 pesetas que era la mitad del precio convenido”. Y el archivo del caso en la Justicia, y la aparición del fiscal jefe en Murcia en el circuito regional de TVE, y la respuesta en La Verdad, y los careos entre HR y González-Conejero (entonces director de LV) por una parte, y del que se produjo entre JGC y Serrano Lucas, en el que aparece el nombre de José Luis Espinosa. Hasta pregunta a María Antonia Martínez por parte de JFV aparecen reflejadas en AMHR. Y la llegada de CCM a la presidencia del Gobierno de la CARM, pero con la sombra que dejaba todo el embrollo en cuatro cuestiones: empresas públicas de la CARM, empresas del propio partido, subida de sueldos y supuesto intento de soborno a dos periodistas murcianos. Y la entrevista final de JFV a HR en la que el expresidente hablaba de una crisis debida a acontecimientos extrañamente encadenados. Sobre el consejero Molina Molina, expresaba HR: “Hoy pienso que es más un enfermo mental, de conductas paranoicas más que cualquier otra cosa. Recuerda HR la oposición de LV, y se refugiaba en los números de las elecciones conseguidas con él al frente en la región para el PSOE, con un 53% del voto obtenido en las elecciones autonómicas y un 48% en las generales, asegurando que sin el intento de soborno hubiera seguido en el cargo. Deja el libro un aire de decepción sobre un personaje tildado de iluminado, con el que creo que sinceramente le hubiera ido mucho mejor a la CARM, intentando alejarla de ese perenne aldeanismo que tenía y que sigue teniendo en la actualidad.
sábado, 9 de julio de 2022
Holocausto (1978)
Empieza Holocausto con una boda y una tarta, con brindis y caras alegres y caras tristes, uniformes peligrosos y bailes y olores que se confunden con perfumes. Pero era Berlín, y era 1935, y llamarte Moisés ya empezaba a ser peligroso. Pero la política lo mancha todo, y las esvásticas, más todavía. Paso a paso, todo se fue a la mierda. Expedientes brillantes y sin trabajo. ¿Nos suena? Cartelitos y cromos, política funcionarial, fracaso generalizado. ¿Solución? Vivan los desfiles, vivan las mentiras. Frialdad para sacar los más bajos instintos. Políticas raciales para limpiar. Nada como ponerse de picos pardos para hacerse el ario. Hágase querer por un plato de lentejas. Rubitos al poder. Y pasan meses, y hay olimpiadas y más desfiles, y más uniformes. ¿Cuántos millones de uniformes se crearon durante el nazismo? ¿Se podrían cuantificar con y sin música? Y más desfiles, y más coches, y más gestos y más locura y en 1938 era todo irreal, pero seguía siendo una locura. Y el pasado se olvida, y favor con dolor se paga. Es fácil olvidar, tragar sapos y recoger mierda para llenar el buche. Y negarse a abandonar la patria, que un nombre y un apellido lo es todo, pero no es nada. Nombres míticos para acabar con todo. Y que siga sonando la música. Pianos para todos. Escoria hasta en el fútbol. Y cristales rotos para todos, para todos los judíos. Buen retrato de aquella noche de noviembre, de aquel saqueo, de aquella infamia. Infamias institucionalizadas, pero sin uniforme, por supuesto. Y hogueras de libros, que no falten. Tambores y flautas, comitivas de vergüenza. Se podía mirar para otro lado hasta que se dejó de poder mirar hacia ningún sitio porque solo quedaba correr. Huir. Y en mitad del infierno, la preocupación por los libros, la obsesión por las letras. Y Wagner, y los artistas frustrados, y el espíritu de Saskia. Y la guerra civil en las familias, división con división se paga. Y las detenciones, y las jodiendas con vistas a las rejas. Y las etiquetas, que no falten. Y otro pasito, otro pasito más. Y mientras, óperas, y más Wagner y lo que haga falta. Y los héroes olvidados de la Primera Guerra Mundial. Y esas frases que nos va dejando Holocausto: “Nunca podrán vencernos mientras sigamos queriéndonos”. Y tras las etiquetas, los colores. Y los campos de concentración, y más música, que no pare nunca. Y mientras unos operan, otros al parque de atracciones. “Espía contra espía, así sobrevivimos”. Y la diatriba de luchar o dejarse llevar, de subsistir o escapar, de vivir o suicidarse. “La gente se viene abajo cuando tiene miedo”. ¿Cuántos sinónimos de cárcel se utilizaron en el siglo XX? Y 1939 como segunda etapa de esa escapada sin fin, de esa división que dejó a unos contentos y a otros mirando para otro lado. El fuego, los gritos, el horror. Y todavía algunos siguen aplaudiendo a Neville Chamberlain. Claro que sí. Siempre utilizando eufemismos para todo, que siempre hicieron falta secuaces en las SS. Y en cualquier organización. Y la locura de una Europa convertida en Alemania. “Cloaca vallada llena de judíos”. Eufemismos que no falten. Muros, guetos y brazaletes que no falten. ¿Cuestión de tiempo? ¿Colaborar o no colaborar? ¿Gases para todos? Y pasan tiempos y guetos, y te metes en 1940, y te llevan a Praga, y te dan arcadas leyendo carteles y panfletos varios: “No se entregarán a los judíos más recibos de ropas. Todos los judíos que no hicieron su registro en la policía deberán hacerlo de inmediato. Todos los judíos deberán llevar en todo momento su tarjeta amarilla de identidad. Los judíos no deben utilizar los transportes públicos. Los judíos no deben utilizar las bibliotecas públicas. Queda prohibido a los niños judíos acudir a las escuelas públicas. Queda prohibido vender a los judíos maletas, mochilas, maletines o artículos de piel. Los judíos no deben llevar maletas o maletines sin permiso de la policía. Queda terminantemente prohibido a los arios comerciar o hacer negocio con los judíos”. ¿Y luego qué? Y la Varsovia de 1941 convertida en apocalipsis primigenio, con el hambre como denominador común. Y Buchenwald como muestra de una paranoia que no acaba nunca. Y si hay que tragar se traga, y compartir con el ogro la virtud, se comparte. Ponga un Judas en su vida. “Los rusos deben ser tratados como infrahumanos, nacidos para ser esclavos, parecidos a los judíos”. Y Kiev, no solo cuando nieva, y el Ejército Rojo y su ofensiva y el perdón no existe porque no hay perdón posible. Descoser lo cosido, buscar en la oscuridad la posible luz. ¿O siempre es al revés? Y soluciones finales como agonía peligrosa. Y en mitad de ese bosque en llamas incluso había esperanza en el arte, en el talento, en la válvula de escape. Enlaces que se hacen en las condiciones inadecuadas. Escapes imposibles. Cartas sin firma, ajusticiamientos infinitos. “¿No hay cromosomas judíos?”. Y judíos contra judíos, que al final todo se vuelve en contra. No todos los judíos tenían el mismo enemigo. No. Pero al final todo se tuerce, o se vuelve a la normalidad, o se busca consuelo donde no hay nada. Y Heydrich y su séquito y el cambio de turno. Y esos curas que se mantuvieron en sus trece y que fueron reprimidos. Hace un buen resumen Holocausto de aquel desmadre, y también de la solidaridad, que no se nos olvide. “La función del arte es realzar la vida”. Pero la maquinaria del terror venció durante años. “Estar educado es ser mejor persona”. Partisanos todos. “Debemos distribuir películas, fotografías, carteles… Explicaremos con lógica y con persuasión que lo que hicimos era una necesidad moral e histórica. No hemos cometido crímenes, hemos seguido simplemente la lógica de la historia europea y eminentes filósofos y eclesiásticos acudirán en nuestra defensa (…) No hay que avergonzarse ni disculparse ni lamentarse por los judíos muertos. Debemos dejar bien claro ante el mundo que permanecimos entre la civilización y al complot judío para dominar el mundo y para destruir la honradez. Solo nosotros tuvimos el suficiente valor…”. Y como ese líder de las SS pensaban muchos. ¿Cómo llegar a esa situación? Y al final, vino un mal necesario, como los entrenadores de fútbol. Un buen rato para pensar en los errores que cometemos y en los parches que hay que poner para taparlos.