martes, 18 de enero de 2022

El buen patrón

Empieza El buen patrón con un discurso y un despido, esas dos grandes mentiras (casi tanto como la fidelidad): todo patraña. Retos y metamorfosis, bajo el paradigma de un capitalismo que no deja espacio para el buen rollo, porque son incompatibles. Utilizando la prensa, el magnate de las básculas vende el negocio como una familia mientras su mujer le dice “que no se puede no pensar en nada”. Ojalá no se pudiera pensar en nada. Y mientras explota al personal, le piden favores para sacar a una bestia del cuartelillo, y, por supuesto, que lo hace, pero no siempre encontramos las respuestas adecuadas para situaciones incómodas. O tal vez, no sean las respuestas lo que buscamos. Nunca. Y no hay nada peor que contraer una deuda. Las facturas por pagar que me quedan, me dijo el hombre de la camisa verde poco antes de largarse al otro barrio. Y era verdad. Pero le daba igual. Siempre llega carne fresca al hipermercado, también decía EHDLCV. Y eso de la familia en la empresa, todo farsa. EBP retrata bien la sátira en la que vivimos inmersos, esa tragicomedia que no para de crecer y que nos afecta en todos los aspectos de la vida y nos deja hechos felpudos. Alfombras sucias, también decía Ginés Caballero que éramos. Y no tiene arreglo. Y la existencia acaba en lo grotesco. Y en la película van pasando días y la mierda sigue aumentando y hasta huele, porque es chabacanería pura y concentrada. Y si hay que reflexionar, hagámoslo sobre la fidelidad como truco de márketing. Pero al final, tanta cercanía da asco (y no hace falta estar en Las Vegas) y todo sale torcido y no hay balanza que nivele la mierda. Por muy calculador que seas e intentes controlarlo todo, siempre se pierde alguna batalla en la guerra. O muchas. El buen patrón es una buena película para pensar detenidamente sobre los que mandan sobre nosotros, sus actos y las plusvalías que pagamos para seguir en el circo.

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