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sábado, 8 de enero de 2022
Kamikaze. Primera temporada.
Kamikaze nos trae de golpe shock tras shock, bofetón tras bofetón. Cuento de hadas convertido en pesadilla, en terror en el que no ves salida y solo lo ves todo negro. Muertes familiares y la niña bien, con sus tropecientos mil seguidores de su ilustrísima influencia en redes sociales, ve todo tambalearse y decide tirar por el avión de en medio. ¿Se dice así? También repasa kamikaze los tópicos de nuestros días: los pésames y lástimas de los que te rodean, el loquero lamentable (como la mayoría, hay pocos que se salvan), el fontanero polaco (no estamos en Francia, pero si leemos a Zemmour) y el abogado que quiere sacar tajada. De todo hay en la viña de la niña que pena sus cuitas entre vodka y fin de año, entre aviones y testamentos hechos. El tono de la serie me gusta, con ese aire de dejadez de la protagonista hacia donde la lleve el viento, veleta rojiblanca esperando destino o caja de pino, depende del momento. El materialismo hecho trizas, porque el dinero no siempre da la felicidad (su ausencia, tampoco). Y entonces, a recorrer mundo, que la muerte siempre llega y hay buscar su máscara, hay que dar bandazos, hay que recordar a los fallecidos, a los que no están y con los que soñamos continuamente. La palabra que define Kamikaze es la catarsis, es la purificación de una cabra loca después de un suceso del que otros no se hubieran recuperado. Antes o después, en su nivel, cada uno tiene su catarsis personal con la tragedia que le toca vivir, porque tenemos que asumir que más pronto que tarde nos llega. Una buena serie para reflexionar sobre las ocasiones perdidas (o no aprovechadas) y la posibilidad de las segundas oportunidades.
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