martes, 25 de enero de 2022

Vatio

No me ha gustado excesivamente esa tapa dan dura y esa letra tan pequeña en Vatio. Lo demás, el contenido del libro, lo ha hecho. Y mucho. No conocía la existencia de Vatio, y he leído su segunda edición, que empieza con una cita de Conrad: “Creía que era una aventura y en realidad era la vida”. Prologa la historia Ray Loriga advirtiendo sobre la relación entre ídolo y acólito, y subrayando la pérdida de la inocencia. Como si de una canción de Guns and Roses se tratara, nos lleva A.J. Ussía a una lluvia de noviembre en el Mercamadrid de los heroinómanos, en el de las noches peligrosas en las que sabes como empiezas, pero no en el modo en que acabas. Lugares reconocibles en cualquier ciudad de España, buscando material y confundiendo a tipos, porque independientemente de su condición y procedencia, todos los yonkis son el mismo yonki. Me pasaba con mi primo Juan y sus amiguetes, eran reconocibles a cualquier hora del día y en cualquier momento del año: la misma mierda. Empieza Vatio con una decepción. Mejor dicho, con otra decepción. Cuando nos acostumbramos a la decepción, cualquier indicio de mejora nos lleva a que se nos iluminen los ojos, pero como cantan los Airbag, “ahí viene la decepción”. Después pasa a hacer una descripción de la vida en piso compartido, sus menús y sus miserias, sus compras de hachís y sus cuitas con la música. Un protagonista que quería vivir de la música, que tenía un ordenador con cositas que poca gente tenía y que malvivía, pero era un superviviente. Como casi todos en la primera década del siglo XXI. Me gusta como ilustra los bares en los que come el protagonista, me gustan las frases que me recuerdan a la primera de Sed de champán de Montero Glez, me gusta que afirme la simpatía de las gentes de Edimburgo, al igual que me lo aseguró Jonás este 31 de diciembre de 2021, que lleva más de 10 años currando allí. Conforme pasan las páginas se observa el gusto por los detalles en las descripciones, como en el caso del estudio de grabación, sus colores y sus olores, sus dependencias y la fauna que los habita. Y nada más empezar el siguiente capítulo, nos lleva a Las Barranquillas, un poblado en los que nos podríamos encontrar al Tiago y al Alergias mirando al suelo, porque como dice Ussía en esos lugares todo Cristo mira al suelo. Y cuando vas a un poblado, algo compras o algo vendes, cambias tu alma por lo que sea, cambias dinero por lo que te pide el cuerpo, cambias ansiedad por evasión, cambias nervio por lucidez o por fuga. Y podemos decir poblado, o barrio, o hacernos pacifistas o buscar fama o creer ahogarnos en la rambla de Espinardo. Lugares reconocibles. Y como en La Vereda, siempre hay un fuego encendido, sea la estación calurosa o templada que sea pasada la casa del general. Y el día a día, y las esperas, y los conciertos en Clamores. Y la industria, y la radio, y los cambios que trajo el nuevo siglo en el modelo de negocio, y la tele que quería niños bien y no drogotas con mal aspecto. De todo hay en Vatio, como el recuerdo, cada uno en su medida, de las muertes de John Lennon y de Enrique Urquijo. Y hablando de retratos, hasta el de las Azores sale, ahora que todos en España vuelven a decir “No a la guerra” con el asunto putinesco en Ucrania. Y las giras y las muertes inesperados, y los teléfonos, que como decían Martes y 13, no paran, “siempre jodiendo”. Quizás sean un poco repetitivas las visitas al poblado a pillar drogas, pero da, esa concatenación, una sensación de agobio permanente, de trabajar enfocado en esa dirección. Haciendo el juego de Alta fidelidad, deberíamos preguntarnos si los artistas están inspirados porque se drogan, o si se drogan para conseguir la inspiración. El libro es revelador, y, aunque parezca lo contrario, por momentos esperanzador. No es fácil levantarse una y otra vez, luchar con los demonios interiores y mostrar el talento a los demás. Todos tenemos ese lado oscuro, pero siempre sacamos nuestro corazoncito. Una novela que tiene buenos ingredientes para devorarla de principio a fin en dos tardes, en una noche de insomnio, en un sueño de octubre o de un enero depresivo. Un buen ejercicio el de la lectura de Vatio.

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