miércoles, 13 de julio de 2011

Sed de champán

Llevaba más de 10 años sin leer Sed de Champán. 10 años, se dice pronto. Me compre la primera edición, que sacó Edhasa, aquella de feísima tapa azul y que se la dejé a Escipión el Africano y que ahora estará en un lugar indeterminado entre El Ejido, Vélez, Murcia, Cartagena o La Murta. Vaya usted a saber. Pues eso, que más de una década después, la recupero ahora gracias a la edición hecha por el Aleph Editores. Sed de Champán es el Charolito. El cabrón del Charolito. El hijo de gitana que es el Charolito. La primera frase lo resume todo, muy bien: “El Charolito sólo se fiaba de su polla”. La segunda, lo deja aún más claro: “Era lo único en el mundo que jamás le daría por el culo”. La última, nos la deberíamos aplicar, como Irlanda o Grecia, en nuestro propio ombligo: “Vivorum meminerimus”.
La primera me la leí del tirón. En dos tardes de aquel final de carrera, cayó fulminada. Ahora, comprada el día 10 de junio, aquel viernes que hice una escapada entre clase y clase, me decidí a no leer más de 5 páginas al día. Me obligué a eso, a que el Charolito fuese un referente. Un referente diario, porque como escribe el gran Montero Glez, “el Charolito es un fuera de lugar, un perro aparte dentro de este perro mundo”. Siempre me han dicho que soy un pesimista, pero es que me pasa como al Charolito, que no creo en la suerte, que, muy de tarde, sólo existe la ausencia de mala suerte.
No quiero decir mucho por si a alguien le interesa. De los que transitan este Gintonicdream, sé que el señor Marqués (ahora rey de Alcantarilla), lo leyó. Sólo puede decir que la historia del Charolito, de Dolores Laredo, de la Carmelilla, del Flaco Pimienta, de los Hermanos Dalton, del Suavecito, de Don Ángel Tabanero, del Brasas, del Lombrices, del Tío Paciencias y de la Tía Pipota, del Pajas, de Don Emilio Mostaza y de todos los demás, es irrepetible, y, por eso, se merece 5 minutos al día. Por lo menos.