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viernes, 15 de abril de 2022
Jugadores de billar
No recuerdo cuando fue la última vez que, de sopetón, sin conocer nada del autor de una novela, o de la novela, el bofetón de realidad fue igual. Quizás con Las pirañas, o con El sermón sobre la caída de Roma. Y fue gracias a Alberto Olmos y su blog, y apareció Jugadores de billar y José Avello. Aunque Jugadores de billar también podría llamarse Comulgar después de fusilar. O de muchas maneras. Vaya manera de narrar el pasado y el presente, las jodiendas de la Guerra y las persecuciones visuales a estudiantes universitarias, la derrota de los tipos de cuarenta y tantos y la soledad, la adicción y la desesperanza, la locura y la ensoñación, el desprecio y lo cotidiano de aguantar día tras día a la familia, la desazón más descorazonadora. Una generación perdida, un tiempo sin futuro aunque hubiese posibilidades. Esa generación, como casi todas, habla de desperdicio, pero Avello deja frases que la retratan, porque “todo se descubre cuando ya ha pasado por primera vez”. Y no son solo frases hechas sobre memoria y olvido. Escribe JA: “Las grandes conmociones del espíritu, al igual que las enfermedades incurables, se revelan un día, de repente, en una nimiedad”. Jugadores de billar te lleva a lo pequeño, pero también a lo excelso, de ese tiempo en el que United le remontó al Bayern la final de Champions en el Nou Camp, o de ese momento en el que Ramos cabeceó en una final ante el Atlético. Esta esta tarde, con Sergio, Andrés y Antonio, hablando sobre nuestros profesores universitarios y hacíamos lista de los muertos y los vivos, de los que siguen y de los años que les quedan para jubilarse. En Jugadores de billar, varios de ellos aprovechan la facultad para todo menos para enseñar, a pesar de su talento. Flacos, gordos, pederastas, de todo hay en las facultades. Escribió Avello en JDB: “Con el tiempo, su experiencia de niño y joven monstruo de buena familia fue registrando todas las miradas humanas en un minucioso catálogo, un monumento elevado a la hipocresía”. Hablar de universidad es hablar de hipocresía y de endogamia. Por la página 548 de esta edición de Trea, aparece esa ciertísima afirmación de que “se metieran por el culo su famosa transición”, porque el franquismo, el postfranquismo y el inicio socialista tuvo mucho que ver con ese “infame comercio de la piedad”. Jugadores de billar muestra personajes brillantes y a la vez siniestros, gente sin alma y muertos en vida, y Avello pone en la balanza, sin querer juzgar pero juzgando mucho, la palabra dignidad. Escribe Avello al respecto: “La dignidad exige que la miseria humana no sea como un trofeo del espíritu, aunque la moda premie hoy ese espíritu canalla”. Y siguiendo con esa misma palabra, apostilla: “La dignidad es solo un atributo de las buenas conciencias y mi conciencia no es buena ni pretende una lápida laudatoria”. Pero muchas veces confundimos dignidad con otras cosas, y nos sentimos heridos a la más mínima. Heridos e insultados, y saltamos con o sin motivo, acomplejados de nuestro ombligo y creyéndonos el centro del universo, cuando eso está, si es que existe, en todas partes, como bien decía Trecet. Sigue Avello con ese tema: “Había proclamado que nadie tiene derecho a manifestar dolor o sufrimiento, porque el dolor y el sufrimiento son contagiosos y solo estaría permitido exhibirlos en defensa propia, frente a los verdugos que los causan”. Pero todo es mentira, o como dice JA, “a veces es mejor la fantasía que la realidad”. Jugadores de billar es una historia de complejas personalidades, de homosexuales que no lo parecen, de violadas que no lo parecen, de anestesiados de la vida, de niños de papá que disfrutan haciendo dolor, de peseteros con principios, de vidas de clausura y anís y mistela, de dueños de bar con mugre, de gente con telarañas en sus agujeros, de tipos sin conciencia, de sueños que no estaban rotos porque ni llegaron a la condición de sueños. ¿Pero hay alguien normal en nuestras vidas? Casi siempre etiquetamos a los que tenemos a nuestro alrededor, o a los que mandamos mensajes o videollamadas pero no abrazamos: “¿Qué era ser normal? Una entelequia estadística, una invención sociológica y moral que solo podía traducirse en mudez, quietud, disfraz, es decir, ser nadie”. Jugadores de billar también es un retrato de gente que ha pisado la cárcel, más o menos tiempo, de muertes sin explicación única, de frustración y, sobre todo, de venganza. Pero también es deleite, es unirse en torno a una mesa (de billar) y hablar de todo mientras comes tortilla con anchoas: “En el reservado del Café Mercurio se hablaba sobre todo de filosofía, de arte, de religión, incluso de política”. Y hace una definición de borracho el autor sobre uno de los personajes, sobre Floro Santerbás, que resume muy bien un estereotipo no siempre bien entendido: “Siempre fue un borracho bienaventurado: tragaba sin olvidarse de pagar, contaba intimidades sin faltar al pudor y escuchaba las ajenas con la debida atención, pero sin recordarlas nunca más; expresaba la alegría sin avasallar, era afectuoso sin ser besucón y, además, cantaba muy bien. Todos los borrachos del entorno se lo disputaban como colega de francachela y, al amanecer, se sentía triste y abatido como los demás”. Y luego te miras en el espejo. También retrata Avello, y hay que recordar que este libro es de 2001, ese ecologismo sin concesiones salvo para el dinero, que tanto nos llama la atención y que no todo el mundo tiene los arrestos de criticar, que unas veces hace daño y otras daña a los crápulas sin escrúpulos de la especulación inmobiliaria y de negocios varios. La prensa, o los miembros destacados de la opinión en la prensa, también salen bien reflejados, aunque en el caso del personaje de Manolo Arbeyo (como bien recuerda el autor, guisante en bable) se juntan el periodismo y el ecologismo, ese coctail explosivo que junto al dólar podemos reconocer en muchos articulistas de ayer y de hoy y no sabemos si de mañana, porque vaya usted a saber que pasa el mes que viene con la prensa. Las ínfulas de la juventud literaria, la soberbia, es recordada con estos personajes de Arbeyo y Santerbás, junto a Atienza y otros más, en una revista literaria universitaria llamada Poetas Salvajes, con fiebre que iba de Borges a Cavafis, pasando por Neruda y otros rapsodas de medio Nobel. Y de ahí, a lo peligroso. Escribe Avello: “Las tinieblas son enemigas de la voz humana, patrocinadoras del miedo y de la circunspección”. Y pone, con el ejemplo de Atienza como profesor universitario, ese diferenciación entre la genialidad y la mediocridad en una misma persona, porque lleva a “la implícita presuposición de que el talento siempre ha de ir acompañado de algún estigma”. Y eso está bien, está bien resaltarlo, está bien diferenciarlo, aunque no esté valorado. En tiempos de lo políticamente correcto, de #MeeToo y de arrodillarse haciendo el jarra antes de un partido de fútbol, en tiempos de ponerse morado a gambas un 8M o en el día de la antiquísima Comunidad Autónoma de Murcia o de Madrid, está bien diferenciar y añorar y valorar a quienes tienen el valor de llamar a las cosas por su nombre. Sobre el personaje de Atienza y sobre la forma de valorarlo en su departamento de Filosofía del Derecho, describe así al personaje su creador: “Personaje excéntrico y sin ambiciones, le respetaban por su preparación y le temían por su acreditada maldad y por su capacidad para decir en voz alta lo que otros callaban, sin importarle ofender”. Jugadores de billar habla de obsesiones y de personajes cansados, de vivir y de respirar, de faltos de segundas oportunidades y de fallar a los demás. Escribe Avello: “Se sintió tan exhausto, preocupado y satisfecho como si hubiera acabado de fundar una ciudad”. Llantos al por mayor, en soledad y por miedo, por llamarte gordo sin ser gordo o por ser cojo siendo cojo. Y en ese desamor, como el que tenemos ahora, como el de casi siempre, surge la palabra matrimonio en bastantes ocasiones a lo largo de JDB: “Su matrimonio había durado tres meses y había ocurrido en aquellos tiempos remotos e inexplicables, cuando la gente parecía casarse solo como pretexto para romper su relación con un divorcio”. Exacto, porque como subraya el autor, “muchas razones son peores que una sola”. El dinero también es tratado en todo el libro, un tema que no deja indiferente, que cada uno tiene sus facturas y algunos, demasiadas facturas. Sobre el cojo, escribe Avello: “Vicente el ciclista era un sablista contumaz (Mari solía decir que se debía dinero incluso a sí mismo)”. Y los bares, antes y después y siempre: “Quizás la memoria nos engaña y termina por inventarse los recuerdos que alimentan su nostalgia, pero en estos bares a los que acudimos un día tras otro, como si fueran recuerdos, uno se encuentra bien, porque uno se siente alguien allí”. Tal que así. Ahora que UPyD está en un cementerio, y Ciudadanos en una UCI, no está mal recordar de donde vienen la mayoría de sus afiliados, o venían, o la brújula sin veleta, y en JDB vemos ejemplos anteriores, de tipos que venían de organizaciones católicas y de allí pasaron al PC, y al PSOE y lo que diera dinero. Y también es Jugadores de billar una profunda reflexión sobre la muerte, las de la Guerra Civil y las de la democracia: “Hablar mal de un muerto es casi como pegarle a un niño o burlarse de un retrasado mental, un abuso innoble y odioso”. Yo he deseado la muerte de profesores y compañeros, no sé lo malo de eso. Diría que es hasta saludable. Con la gentuza no debemos usar un doble rasero, porque “nunca lo sabemos todo de los demás”. Siempre hay algo peor de lo que pensamos. O mucho peor. También subraya la falsedad de los entes, de las subvenciones, de lo irreal de instituciones como cajas de ahorro, Principado o Comunidad Europea: todo mentira. Siempre. Y juzga, porque hay que juzgar, los ídolos con pies de barro, los falsos mitos que hemos edificado desde la distancia sin ver lo despreciable, lo peor de lo peor, sean deportistas, nobles venidos a más o políticos con rodilleras en Madrid o la provincia de turno, que el sistema canovista sigue funcionando con distintas siglas. Y como hay que pagar, define JA la palabra mágica: “Hipotecas. La palabra hipoteca lo resumía todo: ruina, desahucio, vergüenza”. Y a los que nos gusta la noche, aunque ya no podamos disfrutarla como antes, nos recuerda los estertores de tantos días: “Ese tiempo apestoso al final de la noche, aún sin luz, demasiado temprano para comenzar nada, demasiado tarde para concluir con todo”. Vivan los borrachos, pero no todos, vivan los borrachos insomnes. Avello también reflexiona sobre el valor de las ideas, definidas por él como “inestables” y como pasajeras, o como la guerra quitó la sensibilidad a ciertas personas, ya fuera en la División Azul o en la retaguardia de los cobardes. Y cuando lea poesía, ya sé lo que pensar sobre el poeta de turno: “No pronuncies jamás la palabra crepúsculo, pues la forma en la que los malos poetas nombran lo que no entienden”. Hoy, con Sergio, Antonio y Andrés, hacíamos cuentas: en septiembre, veintiséis años desde el inicio de la carrera, y como piensa el personaje de Álvaro en JDB, “ya todos son veinte años más jóvenes que nosotros”. Y luego, el fracaso, aunque “no saber siempre es peor”. Pero no hacemos caso, y se pasa el tiempo y tenemos muchos asuntos pendientes. O demasiados. O la Biblia de las pendientes, como los alumnos de la ESO, y nos recuerda Avello que “todas las carambolas se repiten en alguna ocasión” y que “no hay nada más devastador que la desconfianza”. Tiene Jugadores de billar párrafos enteros para leer y releer, y recrearnos en nuestra falta de talento, para poder “justificar el ambiente de derrota desde su propia culpabilidad” (en este caso, podemos poner cada uno lo suyo, su primera persona del singular). Pero no es todo negro, que siempre hay un espacio para la esperanza, un espacio denominado amistad que deja resquicios para la salvación: “No es irracional arriesgarlo todo por un amigo. Es como hacer algo por ti mismo, es como alimentarte”. Jugadores de billar no deja de maravillar en sus casi quinientas cincuenta páginas, que son pocas, que no quieres que se acaben, pero lo hacen. Lo dicho, a la altura de Las pirañas.
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