jueves, 14 de noviembre de 2024

Ropasuelta

La lectura de Ropasuelta, de Santos Martínez, la terminé en un recreo con los alumnos de FP Básica haciendo el bestia en el campo de fútbol sala del instituto, con gritos que van entre lo cafre y lo desesperado. En Ropasuelta, SM escribe lo que se le pasa por la cabeza, o, mejor dicho, se atreve a escribir lo que a muchos se nos pasa por la cabeza y no nos atrevemos a hacerlo, o a decirlo en voz alta (“volví a pensar en eso de que cuando pasas demasiado tiempo solo no sabes si las bromas son privadas o simplemente no tienen gracia”). Me he reído mucho con la primera parte del libro, con esas frases que nos definen, que nos llevan a mirarnos al espejo aunque no tengamos espejo: “La estación seguía siendo el banco verde frente a la cabina telefónica”. El pueblo, los motes y hasta gente de Barqueros (todo el mundo sabe la historia de alguien de Barqueros, decía el hombre de la camisa verde). Pero también Ropasuelta es un guantazo de realidad (“No se puede vivir una vida en el victimismo”), de realidad no deformada (“un grupo de mujeres con la permanente de Rod Stewart”), de esos personajes atemporales (“Eran las de la asociación de mujeres. Tenían entre 50 y 200”), que siempre te encuentras en un autobús camino de un hospital. Y la gente que nace vieja también está retratada en Ropasuelta: “Había dejado el tabaco tres veces cuando la mayoría nos habíamos lo que era toser”. Las relaciones familiares llevadas hasta el extremo, los chascarrillos, las comilonas, los consejos maternos y saber “que lo que quita el hambre nunca da asco” (aunque mi madre es más del “hambre tenías que pasar…”). La figura del ricachón del círculo completo, del apellido que todo lo incumbre en el pueblo, en la provincia, en el más estricto canon del caciquismo. Pero todo eso, creo yo, sucumbe ante la idea de describir esas situaciones que no son fáciles de hacer: “Los escenarios de la adultez nunca son los mejores. Y los padres lo suelen saber”. Y apostilla SM: “Cada generación necesita encontrar sus callejones sin salida”. Y hasta se recrea con el gatillo: “Sabían lo que era tener amigos, el Ralfi hasta conocía el amor y quizás fueran conscientes de que no se deslumbraba y luego la cosa se convertía en una planicie con picos memorables y valles inevitables”. Si estuviéramos en una realidad paralela en la que no solo el 0,00005% supiese leer y entender lo que lee, habría frases de Ropasuelta que deberían ser recreadas como aquella generación de británicos lo hizo con las frase que dejó Guy Ritchie en Lock, Stock and Two Smoking Barrels. Y con esos recreos, los del fútbol sala y los de “había engordado 50 kilos desde Nochebuena”, nos lleva SM a Fuente Librilla pero da igual el lugar, porque en esos retratos que hace nos hemos encontrado alguna vez: “No se ha inventado todavía la manera de que un hombre mire a un niño y su madre no piense en tráfico de órganos”. Hasta en las referencias musicales tiene el colmillo afilado SM (con esas referencias a los desenchufados, a Lou Reed, a la música del bar). Respecto a los tópicos deportivos (“escucha más al Larguero que a su hijo”) parece que nos hemos olvidado que media España, hasta hace nada, se acostaba con el transistor. También hace una descripción de ese sistema ferroviario tan español, del español por el mundo como ejercicio de supervivencia, del Trémolo y el Kiosko y de como “ser escritor es el camino perfecto para acabar solo, alcohólico y desquiciado” y en la forma en que “se sonríe al sobrino retrasado de una mejor amiga”. Y con todo ese escenario, la preparación para lo que los de la zapatilla cara y mallas llaman “quemagrasas” se repite entre truenos de fondo y lloviznas impenitentes, con una Navidad convertida en algo entre berlanguesco y de días que se repiten entre polvorones y el recuerdo del pelo de Mijatovic. Del pelo de Mijatovic. Un muy buen libro que nos recuerda como asienten los orientadores de los institutos. Y yo he pasado por muchos institutos.

lunes, 11 de noviembre de 2024

Bellas artes. Segunda temporada.

Vuelve a luchar Bellas Artes en su segunda temporada contra la nueva corrección política, contra las políticas de género convertidas en degeneradas, contra el número y la (falsa) nueva igualdad. Si con la pandemia covidiana nos vendieron aquello de que “saldríamos mejores” (y un pijo, también), Bellas Artes es un acto de rebeldía contra los filibusteros, contra los piratas de traje y ministerio, contra aquellas autoridades que nos hacen cautivos en un mundo en el que nos va a hacer falta una aplicación para poder saludar y dar la mano a cualquier persona a menos que no queramos ser denunciados por cualquier delito que la nueva cultura política ha instalado (y ha venido para quedarse) entre nosotros (y nosotras, y nosotres, por supuesto, por supuesta, por supueste). Pero también va el asunto de cuentas en las Islas Caimán, de pensar que te están utilizando, de que todo es mentira y de que las casualidades no existen. Todo el mundo desaparece, y, si se puede, bochorno y cuernos y mierdas varias. Nada como que te engañen para mostrar la incredulidad. Vivan los cojos. Y los que persiguen al marxismo internacional. Todo mentira, hasta la pluma de Gadafi y la capacidad pesebrística del chantaje emocional. En este mundo de caudillos que es el arte, nada como que te restrieguen la falsedad en el morro. ¿Qué mierda es una performance? ¿Por qué los locos no se dan con dos piedras en los huevos como nos decía el tío Manolo? Ríanse de las actuaciones ajenas: “Todo lo que está mal. El arte como competición es una mierda. Los museos se están convirtiendo en parques temáticos. Los ministerios están llenos de burócratas, cuando no de parásitos. El mundo del arte es realmente a día de hoy un circo para esnobs”.

domingo, 27 de octubre de 2024

Ropa tendida

Al leer en papel, todo parece distinto. No he contado las veces que escribe Óscar García Sierra la palabra desindustrialización en Ropa tendida. Aunque debería llamarse desasosiego. Empieza RT describiendo al típico desocupado tras la jubilación “temeroso de que le recriminen su tiempo libre”. Recuerdo que cuando prejubilaron a mi padre con 53 hubo compañeros que se quitaron de la circulación, simplemente porque no sabían dónde meterse, ese tipo de gente que “lo único que ha hecho ha sido trabajar y protestar, como si la vida fuese una máquina de caramelos y él llevase años pidiéndole agua y quejándose porque no tenía tiempo para comer caramelos”. Pero aparte de ponernos en situación con la desindustrialización, ÓGS nos mete de lleno en el berenjenal de politóxicomanos y de gente que busca un plan b porque el plan a ya no daba para mucho más, y hay una espiral de fiesta, aunque “hace tiempo que ya es tarde”. Las frases y metáforas que utiliza ÓGS describen a la perfección una situación en la que miles de familias entraron, una dinámica sin solución de continuidad que es como ese edificio viejo que sigue en pie y no sabemos si lo habitan ocupas, o ratas, o ocupas comiendo ratas: “Hay quien piensa que estar destruido hace a uno indestructible, y quien asegura que sucede al contrario, y que cuanto más destruido está uno más se puede destruir. Pocas veces el lenguaje tiene tanta importancia como cuando se hacen juego de palabras con el sufrimiento”. En esta historia de tropezones en la que “cada tropiezo calle abajo parece definitivo, pero al final solo acaba siendo el anuncio de otro tropiezo mayor”, se huele el sudor y la colonia barata, se huele al yonki en primera persona del singular y su rutina (“todas las noches se parecen tanto que es imposible saber cuándo suceden las cosas”), el maltrato y la dejadez, el bar como refugio (“todos los bares baratos se parecen, todas las noches en el bar son iguales) y ese infierno que es personal pero puede llegar a un triple salto mucho mayor aunque no estés en Méjico (“a pesar de que todos los clientes tienen los mismos problemas y ninguno tiene ganas de vivir, todos piensan que el borracho de al lado está peor”). Y en ese paisaje, solo hay tristeza porque “crecer es como una carrera a ver quién se da cuenta antes: tú de que tus padres nunca han sido felices, o ellos de que tú no vas a serlo nunca”. Procuro decir a mis alumnos que pensar te mete en líos, y ÓGS nos dice en RT que “una carretera provincial no es el mejor sitio para no pensar”. Y apostilla: “Conduciendo entre montañas y fábricas abandonadas cualquiera puede acabar pensando que la desindustrialización es un decorado diseñado especialmente para sus problemas personales”. Y entre caminos, pensamientos y pollos varios, “a veces, sobre todo en un pueblo todos los caminos llevan al mismo bar”. Y entonces, ese edificio, el de las ruinas, los ocupas y las ratas, se viene abajo: “Siente que todo se derrumba y que, para bien o para mal, se encuentra a gusto entre el escombro: el escombro es su casa”. Y todo porque la falta de alegría lo ocupa todo, absolutamente todo: “A veces el secreto de la felicidad es ocupar poco espacio en la oscuridad, consolarse con la infelicidad en habitaciones felices en un mundo infeliz”. Y entonces solo queda una, escapar, o bajar al lugar de habitual costumbre: “Los hombres que llevaban siglos picando en la mina o conduciendo carretillas, usando maquinaria pesada o jugándose los dedos cada día en cualquier máquina, ahora estaban a salvo en los bares”. Pero bares aparte, el relato es esclarecedor: es la España que no sabe si madrugar o seguir de fiesta, si abrir la habitación del hijo esperando un saludo cariñoso o un exabrupto, si contestar a las palabras del ex con malas o peores palabras, si desear huir del domicilio familiar sabiendo que cuando todo salga mal tendrás que compartir ronquidos y olor de pies en la misma habitación que la madre. Y ese retrato, aunque duela leerlo, es enriquecedor. Un buen lienzo nos ha dejado, bien lleno de humo atrayente, ÓGS en Ropa tendida.

sábado, 26 de octubre de 2024

The Responder. Segunda temporada

Cuando ya está acabando la segunda temporada de The Responder, allá por el quinto capítulo, escuchamos eso de “ríndete a lo que eres”. Y es así. The Responder está repleta de fatalismo, de un fatalismo del que no puedes escapar y que te persigue, y hace que cada vez los asuntos se retuerzan un poco más y te haga explotar la quijotera. Y con ese fatalismo (¿he escrito ya fatalismo?), se tuercen las cosas en la familia, en el trabajo, a la hora de misa, en el accidente cotidiano, en ese pasado que siempre está ahí para recordarte que tu vida es derrota y encima en el descuento te marcan otro gol, en ese pasado todo puede empeorar. Y cuando todo empeora, sólo te queda seguir o escapar. No hay medias tintas: martillo en la cabeza o precio por ella. Una serie difícil por momentos por su crueldad, por su falta de escrúpulos, por su realidad sin barniz ni fachada edulcorada, por su cinismo en unos personajes llenos de remordimientos. ¿Qué seríamos capaces de hacer en caso de necesidad? ¿Robar a un padre? ¿Quién no ha pensado hasta dónde llegaríamos por lo nuestro? Lo dicho: “Cuida de tus herramientas y ellas cuidarán de tí”.

viernes, 25 de octubre de 2024

La isla de la mujer dormida

Ahora que apenas tengo tiempo para la lectura parece que disfruto más los libros que leo. La isla de la mujer dormida deja buenas frases, y, comparándolo con las últimas obras revertianas, lo pongo en un escalón superior. En esos años treinta, entre guerras y desplomes, tocaba supervivencia y en el caso de LIDLMD, “la misión de un marino de guerra es hundir barcos enemigos”. Pero a lo largo de la novela, parece que hay demasiados paralelismos con el presente, de lo local a lo internacional, desde el voluntarismo obligado de la España nacional a la huída del sombrero burgués en la republicana. Escribe AP-R “que la perspicacia también es una forma de cultura” y en LIDLMD vemos, con detalle, esas situaciones que llevaron al mundo a esa barbarie. La novela ahonda en las ausencias temporales (la familia que está lejos pero tampoco se añora, el matrimonio que convive pero busca un final más pronto que tarde) y en la evasión de las bibliotecas, en la locura de las ideas llevada al extremo y en el escapismo vital de esa lata de conservas que es la vida. Va dejando perlas sobre la normalidad de esa cooperación entre personas que se ven obligadas a la crianza: “A nosotros no nos dotó Dios con ese monstruo social creado por el cristianismo que es la familia convencional”. Y apostilla AP-R: “Se corre mal con un niño en brazos mientras arde Troya”. Sobre las ideas hay lugares comunes que podemos subrayar en un rojo más o menos intenso: “Soy anticomunista; por supuesto, sobre todo ahora, cuando al concepto más o menos sano del pueblo lo sustitueyen palabras como proletariado y populacho”. O un poco más intenso todavía: “La sospecha permanente es el estado natural del buen comunista”. Incluso el concepto de patria (“por confusa que sea la idea que tenemos de ella”) siempre es bueno recordarlo ahora que “hay virtudes que sólo existen en los libros”. Y, hablando de la patria, asegura el autor: “La única forma de amar a España es mantenerse lejos de ella”. Subraya AP-R el poder de los resentidos que acceden al poder y se vuelven más dogmáticos que el mismo dogma, aunque todo es mentira porque, “como cuentan los turcos, quien cuenta la verdad es expulsado de nueve pueblos”. Pero puestos a contar mentiras, “no era tan difícil mentir si utilizabas la verdad para envolver una mentira”. Pero igual que en LIDLMD, el viejo continente con pies de adobe sin pedefeizar, tiembla entonces como ahora: “No concibo que Europa renuncia a ser el faro de la civilización superior que iluminó el mundo”. Se habla en la novela de guerras accidentales, de mucha soledad, de rincones, de libros que salvar si hubiese incendio, de cumpleaños diablescos, de tumbas sobre las que dar vueltas y sobre todo, de esa Europa sin solución: “Hasta los bárbaros son ahora vulgares, reemplazados por anarquistas, comunistas, nazis o fascistas que pretenden sentarse a nuestra mesa”. Un buen recordatorio de lo que nos puede volver a suceder si no enderezamos el rumbo en ese mar endiablado en el que vivimos.

viernes, 18 de octubre de 2024

Como se hizo la guerra de los zombis

“¿Qué hace uno si debe tomar decisiones, aceptar una penitencia y reconstruirse como persona después de que la vida lo haya sometido a un bombardeo de saturación?”. Después de la lectura de Cómo se hizo la guerra de los zombis, de Aleksandar Hemon, uno no sabe si todo era una broma, o la broma era el todo. O quizás esté equivocado en sacar conclusiones, sobre este libro o sobre cualquier otro libro, porque todo es mentira. Escribe AH que “la guerra destruye todos los antes”. CSHLGDLZ es la historia de un terremoto en una vida que, en apariencia estaba bien (o superficialmente bien, que diría el hombre de la camisa verde) y que, de pronto, como suele pasar en los conflictos, degenera y se va al traste. La historia de un tipo y una familia que escribe como evasión o como escape, pero que se pregunta que “escribir no vale nada si no acarrea la agotadora e irresoluble carga de las decisiones sin consecuencia alguna”. Cuando juntas en una frase “acarrea” y “consecuencia”, cualquier asunto es posible. CSHLGDLZ deja una serie de descripciones y oraciones que nos llevan a creer que en la escritura está la salvación (¿acaso no lo está?). En este “proceso de cafeinización”, AH habla de internet como “la red mundial de las tentaciones” o de un porro como de un “inhibidor casero del atrás”. En la retahíla de pensamientos, no solo del gran Baruch, con el que va sazonando la ensalada de papeles de la portada, nos lleva a preguntarnos sobre la inspiración y su ausencia mientras recuerda a la ancianidad (“La señora Alzheimer, de soltera cogorza”) es lo que sobrevivimos, nos encontraremos. Pero va más allá porque “cualquier cosa puede ser causa accidental o del miedo”. Nos hace pensar AH sobre la posibilidad de errar continuamente (“en estos tiempos no se puede hacer nada sin efectos especiales”), de mirar por encima del hombro (“exhalaba un difuso aroma de desprecio hacia todos los débiles”) o sobre no llegar a cuartos de final en la Champions de nuestra vida (“grandes capitanes de empresa de la industria del fracaso”). Con la guerra de fondo (o G.W. Bush, en la tele), se muestra esa realidad, queda claro que “los hombres piensan, también beben y así establecen sus vínculos”. Pero no sabemos aparentar, porque nos preocupamos “mucho de que no se note” esa preocupación. Y también nos equivocamos al pensar un poco más allá en el tiempo de reloj, porque “eso de estar siempre conjeturando cómo será el futuro es una deficiencia humana”. Y entre descripción (“profundamente posmenopaúsicas” y descripción (“El mundo es una pequeña Bosnia”), seguimos avanzando páginas y preguntas: “¿Qué les pasa a los niños? ¿Y cómo es posible que lleguen tan fácilmente y con tanta naturalidad al estadio de superjodidos?”. Y apostilla AH: “Puede que se haya quedado en coma para siempre. Dios tiene mucha paciencia”. También escribe, a su ritmo inconexo, sobre “la suspensión de la incredulidad”. Pero en la mentira pensamos en personas y cópulas, en el envejecimiento de las películas, en la forma en que aburren los profesores a sus alumnos, en el mapa de Israel, en las costumbres adolescentes, en las habitaciones estudiantiles copiadas de ejercicios anteriores, en el infelicidad del mundo, en la forma de chillar de los perros cuando son ahorcados. Todo eso tiene CSHLGDLZ. Eso y mucho más tiene CSHLGDLZ. Aunque, ahora que es época de pinchazos, la pregunta tras CSHLGDLZ, sobre todo, es encontrar la que “lucha contra el sufrimiento y la cordura”. Menuda vacuna sería esa. Pero, siguiendo en esa premisa de lucha contra la verdad, nos encontramos con frases ilustrativamente bien construidas, con o sin música de fondo: “La historia americana: nos reinventamos con el fin de castigar a otros por lo que creemos que hemos sufrido en nuestra versión anterior”. Y en esas, en CSHLGDLZ, vemos diferencias entre pesadillas, porque la vida es una pesadilla. O no.

Industry. Tercera temporada.

“Ha hecho más daño a este país que los colegios privados”. Con Industry nunca sabes. Nunca sabes nada. Barcos, padres malversadores, fotógrafos, teléfonos y llamadas que no siempre tienen motivo. O quizás, puede que sí la tengan. “Los luditas siempre afilan los cuchillos con los rebeldes”. Quizás pudiera yo también “dormir mejor debajo de mi mesa”. Industry va de resurrección, de vuelta a una jungla en la que todos los bichos sacan el colmillo pero se acostumbran a carne humana demasiado pronto y lo demás sabe a a rancio. Ella, elle, él. Se habla de la carta blanca a la intolerancia, pero no siempre se entiende bien esa carta blanca. Viva el nepotismo. “Nada motiva más que la muerte”. Pero sigue sonando la misma música, aunque “tengamos que hacer frente a la tormenta en un barco de mierda”. Industry nos lleva al casco con traje, a la decisión encorbatada: “Otro día en la mina privatizando beneficios y socializando pérdidas”. (2) Pero como todo es mentira en esta historia de empresas y acciones y perrerías con cadenitas regaladas, el relato se resume así: “Esto es solo gente apretando botones, y apretamos los botones que nos benefician o hacemos que la gente apriete los botones que nos benefician y las personas también son botones”. O botones o humo. O espejos porque en Industry “diseñamos la realidad” porque todo es mentira. Viva Formentera. Pero suenan las campanas, redoblan, y vuelven a redoblar y hay que volver a misa. Siempre a misa, aunque no tengamos aeropuerto para volver y el agujero de la camiseta en el sobaco es, como no podría ser de otra manera, más grande. Y en el río no hay peces bebiendo, están buscando un bar en el Támesis. Ñam, nam: sándwich de queso para todos entre rumor y rumor o, como dicen en Industry, “charla barata protofascista”. Pum, pum, apostillando en el cristal una chinita chinarresca: “Tengo una lista infinita de puntos ciegos”. Y luego, el susto: ”El cáncer es como nuestro negocio, un país con su propio lenguaje”. O no. Frases paternas que siempre se recuerdan: “Si de verdad quieres condenar a un hombre, enséñale cómo se cuenta”. Padres, hijos, muerte, decepción, tratos preferenciales. Pero al final eso es la venganza, “lo que nos hace levantarnos”. Viva el dolor. Viva el dolor ajeno. Viva el disfrute del dolor ajeno: “La nostalgia sólo es útil cuando vendes algo”. Viva el riesgo y la amenaza: “Quizás sea más vergonzoso confiar en los amigos que dejarse engañar por ellos”. Petacas, chivatos y sucesores espirituales. Armonía y dinero, porque “el dinero es el final de la historia y amansa a las fieras”. Pero como todo es mentira, queda sacar tajada (o anillos, o ciervos que cazar, o chalecos) y darle fuego a la prensa con más fuego. Y seguir preguntándonos si nos están utilizando, con o sin escopeta cerca, o lejos, o en ningún sitio escopetable.

domingo, 1 de septiembre de 2024

El encargado. Tercera temporada.

El encargado no siempre deja buen sabor de boca, pero no hemos venido a esta vida a hacer gracietas para los sin gracia. No. Faltaría más. Si entramos en el tempo es para mandar a la mierda a los fariseos, a los falsarios, a los secuaces de un poder corrupto hasta el tuétano. Es cierto que no siempre las compañías son buenas, pero es lo que hay en el lienzo: chusma variada, con o sin traje. Y ese pasado, el que te dejó de lado, también tiene un espacio en un capítulo inolvidable, lleno de humor y rencor, de preparación y engaño, de fruta podrida y ejercicio de invisibilidad futura. Ahora que nos preguntamos tanto por la calidad de los líderes, debemos ir un paso más allá: debemos buscar la eficiencia, cueste lo que cueste. El encargado no va de quedar bien. No. Va de eficiencia. Y si tienes que ser un cabrón para ser eficiente. O eso entiendo yo. Aquí no hay odas baratas sobre el futuro. El encargado, cargado de matices y sarcasmo, va del ahora, de aprovechar la situación y tiranizar a la gentuza, porque muchas veces hay que sacar el látigo para que borrico entienda que camino solo hay una y en la cuneta se queda mucho animal.

miércoles, 21 de agosto de 2024

Frontera, cautiverio y cultura material en la Orihuela bajomedieval

En ese mundo sin fin que es el medieval, casi todo es inabarcable. Casi todo. En Frontera, cautiverio y cultura material en la Orihuela bajomedieval, Manuel C. Culiáñez Celdrán y Andrés Serrano del Toro, estudian la captura de seres humanos y su venta en distintos mercados o en territorios fronterizos, conformando “una actividad mercantil de primer orden que practican miembros más o menos destacados de una sociedad fronteriza fuertemente caracterizada por usos y mentalidades bélicas”. En las conclusiones del libro se habla de la frontera y se dice que “posee una gran vitalidad y porosidad en tanto que las poblaciones establecen contactos con los extranjeros o el otro, personificado en el musulmán”. Y hablando de bestias, llegamos a la página 22: “Se somete al otro porque es infiel, siendo en ocasiones considerado como una bestia y es aceptable usar de él como un objeto de cuya posesión se puede extraer un beneficio en forma de trabajo o meramente económico”. Y en ese contexto fronterizo, se habla de razias y algaradas, de tinajas y cofres, de camas y diferencias: “La oposición al diferente, en el caso occidental al islam, es el argumento perfecto para mantener una actividad que genera ganancias a todas las partes implicadas en el proceso, sobre todo a partir del siglo XII en la península Ibérica cuando el mercado se expande a consecuencia del avance cristiano sobre al-Andalus”. Dinero llama dinero, como llama al rosario o al toque de campana, y, entre baño y baño, “la cautividad y la esclavitud son fenómenos evidentemente mediterráneos”. Pero no sólo entre baño y baño, también en zonas más septentrionales como indican los autores: “Aunque la demanda se surta no solo en los espacios de contacto entre cristianos y musulmanes, sino en las zonas fronterizas entre esta última civilización y los pueblos africanos, ampliándose después hasta el centro y norte de Europa”. La lectura de FCYCMELOB es explicativa (nos ayuda a saber lo que hacía el exea o el alfaqueque, a diferenciar cautivo y esclavo o como ese corriente de esclavos no es sentido único, sino que es de doble dirección entre cristiandad e islam. Pero siempre con el dinero por delante: “El beneficio económico es el eje motivador del proceso bélico, más allá de la lucha contra el islam como justificación esgrimida por la iglesia y la monarquía”. Además, FCYCMELOB nos recuerda treguas de las que no siempre se acuerda uno (Majano), nos recuerda la percepción del mudéjar (“como un peligro para los cristianos y la integridad del reino”), nos recuerda intercambios de miel y aceite pero dentro de esa frontera “de visión negativa del otro”. Y también nos ilustran los autores con esos personajes “dedicados a vivir exclusivamente de la lucha, ya fuera declarada o soterrada”. Y martillean: “Esta tipología de persona al límite de la ley era necesaria en la mentalidad de esta sociedad, sobre todo en momentos de crisis” ya que “la cautividad era uno de los negocios más lucrativos tanto en su vertiente terrestre como en lo que se refiere al corso y la piratería marítima”. El dibujo lo completan con información sobre “el séptimo habitual”, los cambios mentales (“esta sociedad ya ha comenzado a sustituir la desigualdad basada en el nacimiento por la que se sostiene en la fortuna”) o el papel de la burguesía en el asunto de la cautividad. En la segunda parte del libro, Serrano del Toro se centra en la vivienda y cultura material en Orihuela durante la Baja Edad Media, insistiendo en que “en los últimos años, la vivienda medieval viene siendo objeto de la atención de los especialistas”. Y en este particular, el autor subraya “la importancia del análisis de un inventario de bienes que va a reconstruir la realidad material a nivel macro en el cuadrante sur del área valenciana”. Y en ese caso concreto de inventario, se diferencia los bienes inmuebles (viviendas, propiedad agrícola), de los muebles (muebles y utensilios, textiles, en tres ámbitos bien definidos como cocina, dormitorio y comedor). En cuanto a las viviendas, muestran claramente el estatus del dueño; respecto a las explotaciones agrarias, leemos lo siguiente: “En la Orihuela del momento el predominio de la actividad agrícola era absoluta y la casi totalidad de miembros de la oligarquía tenían intereses económicos en ella, llegando a gestionar lo que Barrio Barrio consideró como auténticas empresas agrícolas”. Y también se da la aclaración pertinente sobre lo que llamamos cocina, antes y después del XV. Aparecen diferenciados los tipos de cocina (donde solo se cocinaba, se amasaba pan y colada, en comparación con otras más amplias de reunión y distintos trabajos), y como “se supone que una cocina debía contar al menos con un pozo cercano”, y que “también habría una pila y una chimenea”. Y en ese hábitat, respecto a la sartén, se lee que “no es difícil ver un par por cocina, evidenciando el consumo de alimentos fritos en ese hogar, y por tanto, la hipotética tenencia de aceite”. Llegando al detalle, se hace referencia hasta los materiales de realización de las sartenes o el uso de la artesa para amasar pan. Respecto al almacenamiento y transporte, también se describe el uso de tinajas (“de barro cocido, vidriado o no”), realizadas por mudéjares que hasta las exportaban. En estas tinajas, se almacenaban “sobre todo líquidos como el vino, mosto, aceita agua y semisólido como la miel, o incluso sólidos como las semillas, las olivas, el salvado, las pasas, las harinas y la sal”. Completa el cuadro la cetra, los barriles y los contenedores de fibra de formas cóncavas de cáñamo, palma, mimbre y esparto realizados exclusivamente por mudéjares. Respecto al comedor, indica el texto que “no todas las viviendas medievales disponían de una estancia destinada específicamente a este fin”. Respecto a las mesas, deja clara la lectura que “no estaba al alcance de grupos humildes”, diferenciando entre plegables, desmontables y de pie. En los asientos se citan bancos y arquibancos y también aparece reflejado hasta el “telarcito de tejer velos”, con la aclaración correspondiente sobre la obligatoriedad de llevar la cabeza cubierta por parte de las mujeres, salvo las doncellas. En la descripción del dormitorio, aparece reflejado colchón, almadraque, cortina de cama y sábanas, junto al cabezal (almohada grande) y el traveser (jergón). Respecto a las mantas, queda indicado que en Murcia las más habituales eran blancas, por delante de las listadas y completa la estampa el delantal o delantera de lino, con función ornamental. En definitiva, una lectura que nos ayuda a entender mejor esos espacios en ese tiempo determinado, que, vistos desde fuera, nos parecen totalmente inalcanzables en su globalidad.

domingo, 11 de agosto de 2024

El quinto en discordia

El quinto en discordia nos lleva a esas preguntas que nos hacemos continuamente (o que deberíamos hacernos continuamente) sobre nuestro pasado: ¿Nos respetamos? ¿Hemos olvidado al lugar de nuestra infancia? ¿Y las personas de nuestra infancia? El quinto en discordia, en ese escenario concreto (“nuestro pueblo era tan pequeño que se estaba en él de repente”), no deja lugar para piedras que saltan o que engloban nieve. Todo tiene una explicación. Y en ese mismo escenario, lleno de grupos religiosos distintos, se habla de escenas (“estaba contemplando una escena y mis padres siempre me habían advertido contras las escenas, porque las consideraban una grave transgresión del decoro”), de retratos, de publicaciones, de infiernos personales. Pero en ese ecosistema de 5 iglesias para 800 personas todo era “un reino donde no existían matices en lo relativo al bien y el mal”. Matices. Y desde esos inicios, el protagonista ve marcada su personalidad pese a que “quería demostrar a los esclavos del clero y de la superstición que la moralidad no estaba relacionada con la religión”. Sangre para todos. Sangre de Cristo para todos. Y son los bichos raros, los de los libros, los del encierro voluntario, los extraños. Reflexiona EQED sobre los enfrentamientos (“dudaba de la justicia de cualquier guerra”). Y cuando se sale de ese ecosistema de menos de mil personas, y se mete en una guerra, se te abren los párpados y las retinas y toda la vista que no se había utilizado en años, aunque las guerras no siempre se entienden (“para hablar sobre las guerras ya están los generales y los historiadores”). Y Robertson Davies, el autor, no distingue de jaurías ni perrerías, porque lo que te encuentras en la guerra “eran la típica chusma que se puede encontrar en cualquier grupo de personas”. En ese tema, en el de la guerra, se detiene con acierto: “Vi a muchos hombres que dieron rienda suelta a su miedo y se volvieron locos, intentaron suicidarse --con buen resultado o con heridas suficientes para ser dados de baja—o se convirtieron en tal molestia para los demás que nos librábamos de ellos de una u otra forma. Pero también creo que otros muchos se encontraban en mi caso: tenían miedo de la muerte, de las heridas, de ser capturados y, sobre todo, de confesar su miedo y perder el respeto de los demás”. Y apostilla RD: “El miedo de esa clase no es agudo; es una compañía constante y agotadora que hace que todo parezca, en su presencia, gris. A veces se puede olvidar el miedo, pero nunca durante mucho tiempo”. Y al final, a la caja, porque “sin la panoplia de la muerte, un hombre muerto es un objeto desesperadamente carente de importancia”. En esas reflexiones, las de la guerra, el autor destaca el mundo de las apariencias (como la lectura del Nuevo Testamento en el frente, el único libro a su alcance y que hace que al protagonista lo llamen el diácono) y como “la religión y Las mil y una noches eran ciertas del mismo modo”. Del puñetero mismo modo. Vale también, como magia que es EQED, para soportar (o ayudar o soportar), lo insoportable, porque “en las trincheras no hacía filosofía, simplemente aguantaba”. Habla el autor de las heridas que sufrimos en la vida (las que dejan cicatrices físicas y de las otras), del desamor, de lo prohibido y de la enfermedad que llega de golpe y limpia poblaciones enteras. Y el deseo de escapada, a un circo o a un transatlántico, o, simplemente, a un buen libro de Historia: “Me volqué de lleno en la historia. La elegí porque en mis días de combatiente desarrollé la conciencia de estar siendo utilizado por poderes sobre los que no tenía ningún control y cuyos propósitos estaban lejos de mi comprensión”. La inseguridad también aparece reflejada, aunque no nos guste recordarla siempre: “Yo también fui un chico y sé lo que eso significa; a saber, un imbécil o un hombre preso que lucha por liberarse”. Y el martillazo, con buenas púas (“una boda es un callejón sin salida”). Y los viajes, y los olores, y los santos, y los manicomios. De todo hay en EQED: “La humanidad no soporta la perfección. La reprime y exige hasta que los santos tengan sombra”. Y la vuelta de Cristo, y las modas, y la irracionalidad, y las bodas con payaso y “los delirios del político aficionado”. Y en esta gran ópera, a bocinazos como una perra en celo o como Damon con Gorillaz, nos vemos atrapados en la familia o el infierno, porque es enorme “la gran cantidad de extrañas categorías que la palabra familia puede contener”. Pero sobre todo, EQED nos lleva a mirarnos el ombligo, a destruir ese espejo que nos embellece dentro de nuestra deformidad: “Creaste un Dios a tu imagen y semejanza, y cuando descubriste que no dabas la talla, lo depusiste. Es una forma bastante habitual de suicidio psicológico”. Y la metralla, que salpica como pimienta en parrilla, nos llega a todo Peter Pan viviente: “Debes envejecer, Boy, descubrir lo que implica la edad y cómo ser viejo. Un querido amigo me dijo una vez que desearía tener un Dios que lo enseñara a envejecer. Espero que encontrara lo que buscaba. Y tú debes hacer lo mismo o perecer. Los dioses mantienen eternamente jóvenes a los que odian”. Y como decía el hombre de la camisa verde, el que nace psicópata, muere psicópata: “Nunca he creído que las tendencias más marcadas de la infancia puedan desaparecer; quizá permanezcan como sustrato o cambien y se conviertan en otra cosa, pero no se desvanecen, y a menudo aparecen con mayor vigor tras cruzar el ecuador de la vida. Eso, y no la demencia senil, es lo que constituye la segunda infancia”. Una novela excelente para descreídos y crédulos, para todos aquellos que no se ven desde fuera ni escuchando el Angel de Massive Attack, porque como escribe RD, “creaste un Dios a tu imagen y semejanza y que, como no daba la talla, te convertiste en ateo”.

jueves, 8 de agosto de 2024

El tatuador de Auschwitz. Primera temporada.

El tatuador de Auschwitz Siempre que aparece el nombre de Auschwitz pueden pasar dos cosas: mostramos atención desmesurada o hastío. Atención porque siempre queremos saber más, siempre que una opinión sea respetable abrimos párpados y tragamos información; hastío porque se multiplican las publicaciones en cualquier estante de librería comercial los ejemplares con Auschwitz en la portada. Pero El tatuador de Auschwitz no deja indiferente. Es desasosiego puro y duro. Conocemos historias sobre A-B, pero parece que nunca son suficientes. Siempre está ese añadido de locura y dolor, de tatuaje envejecido con números que hacen del hombre simple ganado. Y en esta historia del tratamiento del hombre al hombre como ganado, que ya hemos visto antes pero que es duro de ver, solo queda reflexionar. La actual ola de antisemitismo es preocupante. No podemos olvidar el drama pasado por los errores de un pasado que estudiamos y en el que no encontramos esperanza. Ni atisbo de ella. Y la inquietud ante ese infierno no cesa. Nunca.

lunes, 5 de agosto de 2024

Mayor of Kingstown. Tercera temporada.

“Nada puede limpiar la sangre de estas manos”. Mayor of Kingstown vuelve en esta tercera temporada como se fue: saltando por los aires. Llena de pecado original, sigue buscando consuelo, aunque no lo consigue. Dice el faro de todas las oscuridades: “Yo me conformo con tener algo de paz, por retorcido que sea”. Pero no es posible. Todos los caminos no llegan a Roma, como no todos los autobuses tienen destino. Vivan los pastilleros. Vuelve Rusia, vuelve el odio racial, vuelve la familia y su defensa, vuelve lo borde y lo cafre al mismo tiempo que esa defensa, la de la familia, se vuelve insana. ¿Y qué hacer? Seguir: “No me permito sentir nada. No, tenemos negocios que atender”. La sangre sigue saltando y machando caras y corbatas, salpicando en coches, llenando puentes, subiendo el nivel del agua hasta el hundimiento. Y ese negocio, como es tan viejo como el amanecer, se cuida solo. MOK sigue con su colección de promesas rotas pero no te lleva al regalador de consejos contemporáneo porque no hace falta en ese contexto entre marrón, triste y justiciero (“¿Quieres que te de un consejo que no me pediste?"). Hágase querer por las jaulas y sus profanadores: “En la vida, los falsos profetas te prometen todo tipo de cosas. Y luego te quitan todo. Y cuando ya no les sirves, te dejan morir”. Pero a diferencia de paisajes sin bruma, en Kingstown, “el crimen sí paga”. ¿Para qué todo este sufrimiento si no sirve nada más que para padecer? Pues para lo de siempre, para colgarse medallas, para triunfar en un jungla despiadada, para sobrevivir en un zoológico que mengua y crece con bestias sin control: “Y es esa angustia encantadora, en esta vida de mentira, lo que te da poder”. Y ante este panorama lleno de fantasmas, en el que “el rey cae y le sigue la corte”, sólo nos queda la Biblia: “¡Cómo han caído los valientes en medio de la batalla!” (2 Samuel 1:25). Y mientras, ponemos la tele porque “nada mejor que espiar peleas ajenas”. Vivan las peleas ajenas bien hechas.

domingo, 4 de agosto de 2024

El ministerio de la guerra sucia

El ministerio de la guerra sucia se ha vendido como la última de Guy Ritchie (cuando en la penúltima de Guy Ritchie vimos que solo las primeras dos píldoras de la serie eran de Guy Ritchie, lo demás era chicle estirado). Ahora que todo es etiqueta plataformizable, hay que vender (y si es de APV, más venta). Con menos chascarrillos de los habituales (“siempre un ojo en la banda y otro en el pub”), a Ritchie se lo perdonamos casi todo, y si nos trae a Eiza, siempre se lo perdonaremos todo. Churchill, Fernando Poo, la isla de la Palma, Ian Fleming y gente que mata nazis. Y en esa tesitura (la de matar nazis), nos preguntan los chicos de Guy Ritchie: “¿Con qué frecuencia funcionan tus planes?”. Matar nazis, aunque vayan de etiqueta como los de la Gestapo (“cuánto más malos son, mejor visten”). Mucho nazi muerto, la verdad. En ese sentido, no tiene pega EMDLGS, pero el infierno sigue lleno de buenas intenciones.

martes, 30 de julio de 2024

Boiling Point. Primera temporada.

Seis meses después del final de Hierve, estamos en las mismas con Boiling Point. Cuatro capítulos para estirar ese chicle de gente incomprendida, de borrachos sin payasear, de familias convertidas en capítulo del Antiguo Testamento, de catorce de cualquier mes convertido en el final de todos los meses, de facturas que se acumulan y de secretos bien guardados, de hacer cosas por el empeño de un sueño, de una utopía, de una pérdida de la inocencia en un fogón. Este zoo, el de Boiling Point, no tiene el punto porque está desenfocado: la cocina es la excusa. Todo es mentira, todo embuste, todo cena recalentada para una celebración que no es de éxito sino de agonía. Una buena serie para entender que hasta los mejores platos dejan una acidez inacabable. O no.

martes, 23 de julio de 2024

Sugar. Primera temporada.

Empieza Sugar con una razia japonesa, con una razia que nos muestra a un tipo dedicado a encontrar a desaparecidos/raptados. Pero Sugar va a su aire, aguanta el alcohol como nadie, tiembla como nadie, está obsesionado por el cine clásico como nadie y se comporta como un caballero como nadie (hasta que deja de comportarse). Deja pistas sobre el lado oscuro la serie desde los créditos, porque nada es lo que parece, o lo que parece ser, o debiera parecer. Los secretos ocultos del viejo y el nuevo Hollywood, con encuentros con entidades que van dejando pildoritas de lo que podría ser el centro de la historia. Pero no vale desviarse del tema, que entonces Sugar saca los puños, las balas, el móvil o lo que haga falta. Aquí hay adicción (“un yonqui lo es para siempre”), pero si en este mundo hemos venido a sufrir, habrá que buscar una alternativa (“en este mundo ya hay suficiente sufrimiento sin que yo contribuya”). Vuelve a plantear Sugar la eterna pregunta de etiquetar, de poner el papelito adhesivo a algo que es difícilmente clasificable. Viejo aroma a cine negro con pinceladas fantásticas.

viernes, 19 de julio de 2024

Hombres fósiles

Kermit Pattison, al comienzo de Hombres fósiles, nos dice: “Este libro es tanto una historia de la ciencia como una historia de detectives acerca del mayor misterio de todos: ¿de dónde venimos? Como buen misterio, empieza con un cuerpo”. Pero es más que eso. Son esqueletos, son cerebros, son pies, son dientes (“los dientes son cápsulas del tiempo”), son sexo (“era una estrategia de apareamiento: los ancestros humanos adoptaron la marcha bípeda para volverse monógamos”), son relación intermembral, son geología, son sabanas, son domesticación (“mucho antes de domesticar a otros animales, los seres humanos se domesticaron a sí mismos), son caníbales (“los carniceros humanos rompían los cráneos para devorar los sesos, que son ricos en proteínas y grasas”), son zonas volcánicas, son fotosíntesis, son paleoclimas, son cenizas y son cenizos enfrentados a otros cenizos. Ardi, ese esqueleto incompleto de 4,4 millones de antigüedad de la especie Ardipithecus Ramidus, lo cambia todo. Escribe el autor: “Cuanta más información obtenía, más intranquilo me sentía, ya que Ardi parecía refutar muchas de las teorías predominantes sobre la evolución”. Sorpresa sorpresa, pero hoy, sin mermelada: “Ardi fue una mujer inoportuna que sorprendió a los estudiosos de los orígenes del hombre más de lo que muchos estuvieron dispuestos a admitir”. ¿Éramos más de la Gemio o de Puente? Y en 2009, se publicitó a Ardi, y “tanto Ardi como el equipo que la descubrió parecían ser personas non gratas. Llegaron a referirse a una de ellas como el-que-no-debe-ser-nombrado”. Y apostilla Pattison: “Se despertó mi curiosidad. Cualquiera que no deba ser nombrado, sin duda, debe ser entrevistado”. Y ahí, justo ahí, aparece el señor White: “Tim White, líder del equipo de Ardi, es un paleoantropólogo, un científico del registro fósil humano con fama de contar con un agudo intelecto, poca paciencia para las tonterías -ante las que salta a la mínima-, una larga lista de descubrimientos y un listado aún más largo de enemigos”. He de reconocer que no me gustan los robapiedras. Me generan recelo. Pero esta historia de robapiedras va más allá del expolio y el señor White, como si fuera un personaje más de Reservoir Dogs, es atrayente: “Tenía una mente enciclopédica, era sarcástico y escandalosamente poco diplomático: tachó a un colega de idiota, a otro de carroñero y a otro de payaso, y a muchos colegas los redujo a la categoría de cabronazos”. Pero no era un recién llegado, y, los que lo rodeaban, tampoco: “Varios investigadores de Ardi eran veteranos del equipo que interpretó el esqueleto de Lucy en las décadas de 1970 y 1980”. Toda esta historia se trata “de una odisea científica que comenzó antes de que existiera algo llamado internet y que abarcó la carrera de seis presidentes de USA”. Más por parte de KP: “Esta historia es un viaje al pasado remoto para encontrar ancestros, animales, entornos e incluso un árbol de la vida diferente a los que reconocerían en nuestro mundo moderno”. Entornos. Vivan los entornos. Vivan las canciones de David Holmes. Pattison, sin prisa y con muchas páginas, habla del pasado de White, de su pasado con los Leakey, de su pasado con Lucy, de su pasado en Laetoli, de su pasado con el jefe de expedición Desmond Clark. El autor también se recrea en los cambios políticos de Etiopía, en la guerra Etiopía-Eritrea y de los cambios sociales y de mentalidad del país: “Los ideólogos marxista-leninistas no veían con buenos ojos la idea de que el comportamiento humano tuviera un origen biológico”. Ni más, ni menos (o dadme unas esposas, que decía EHDLCV). Resalta también de distintos personajes como Berhane Asfaw, Suwa, Owen Lovejoy, Johanson, de amigos, colaboradores, enemigos, secuaces y robapiedras de distinta calaña y diarreas varias. A veces, leyendo con interés, no sabes si el protagonista es Ardi o White. Más sobre White: “Para evitar que lo reclutaran y enviaran a Vietnam, White dejó de comer para que su peso estuviera debajo del mínimo exigido por el ejército”. Personaje, geniecillo loco o escapado de manicomio: “Solo quería conocer el pasado, fuera cual fuese. Exigía datos, hechos concretos y fríos, y no tonterías académicas o gesticulaciones teorías”. Y apostilla KP: “En lo que a White respecta, no existe más que una versión de la verdad”. Y con el libro aprendes mucho, la verdad. Sobre dientes (y no solo sobre la muela del juicio); sobre piedras (“La historia de la vida está escrita sobre todo en roca sedimentaria, pero su cronología está escrita en su mayor parte en roca volcánica); sobre carbono 14; sobre la evolución del cerebro; sobre los dedos y sobre el espíritu de Jerry García (vivan los Grateful Dead). Pero también entiendes el odio entre estos tipejos sin escrúpulos, que luchan por su nombre y por lo suyo. ¿Entonces? ¿Con quién estamos? ¿Con los malos o los muy malos? Escribe KP al respecto: “Imaginemos que la evolución humana fuera una obra de teatro. Los tradicionalistas, como el equipo de Ardi, se centraban en la progresión general de la trama, mientras que los cladistas, como Tattersall, lo hacían en el elenco de personajes y sus relaciones: mientras más, mejor”. ¿Y el árbol? ¿De verdad es ese árbol nuestro de todos los sueños? Hay que seguir leyendo: “Nuestra familia no siempre fue tan homogénea. Al menos otros cuatro ancestros humanos arcaicos de todo el mundo coexistieron en algún momento con Homo Sapiens”. Repetimos: ¿entonces? Piedras, huesos, no queda otra, solo podemos robar una cosa porque “los fósiles valen más que mil palabras”. Resulta, entonces, como en el Dirge de Death in Vegas (si no es imposible bailar así), que “los humanos somos zanquilargos, y la longitud aproximada de nuestras extremidades anteriores es del setenta por ciento de las posteriores” (sigamos bailando). Columna, pie, pelvis, problemas lumbares, vértebras. De todo aprendes con este libro, si es que consigues no pararte a buscar información de cada línea, de cada párrafo, de cada recreación. Pero desde la negación ajena se pasó al reconocimiento, porque “poco a poco, la profesión empezó a enfrentarse a la dura realidad de que los hombres más odiados de la paleoantropología podían tener razón en muchas cosas”. En definitiva, un libro con el que aprender muchísimo.

jueves, 18 de julio de 2024

Perder el juicio

En la última frase de la contraportada de Perder el juicio, se puede leer: “Como dice Harwicz, se escribe una novela cuando se está en desacuerdo con el sentido de las palabras, cuando dejar de mentir es imposible”. Cierto, porque todo es mentira. No hay ningún tipo de límite en Perder el juicio. Ariana Harwicz lo deja claro desde la página 12 de esta edición de Anagrama: “Nunca se puede saber de antemano en lo que alguien puede convertirse”. Con el hombre de la camisa verde, siempre se repetía lo mismo: “De tarantinianos a chistes ambulantes”. Todo mentira. Tanta crisis existencial para acabar haciendo actos primarios. Apostilla AH: “No se decide nada a lo largo de una vida, uno va siguiendo con debilidad la propia vida por los caminos que te van indicando, las vas tratando de alcanzar sin firmeza siempre a unos pasos de caer en un barranco, pidiendo ayuda a la persona equivocada, haciendo autostop en una carrera peligrosa, huyendo de donde había que quedarse, quedándose por error”. Como todo es mentira, somos irrelevantes (“Podría no haber nacido nunca y todo sería igual”). Perder el juicio nos lleva a esos lugares comunes de la desesperación, de la huida con rémoras, de las cucarachas que comparten mesa contigo, del pelo en el consomé: “Puedo sentir la desconfianza del cerdo cuando se da cuenta de que lo van a seccionar vivo pero no todavía”. Y siempre nos equivocamos (lo sabemos, y seguimos fallando), y escuchamos como “el sonido de la peor opción de todas ya resuena”. Pero entonces surge el maldito listón (lo que mide, lo que esperamos que mida, lo que mida ponía en las camisetas). Y en ese listón, con ese maldito listón (con y sin Van Morrison de fondo), “tarda mucho la vida en volverse real, a veces nunca termina de volverse real”. Y apostilla AH: “Es que todo termina siendo menos de lo que pensábamos”. Reflexiona AH sobre el miedo (y su cambio de tercio, de bandada, de jauría, porque esta es una novela de caza y evasión, de religión con plan b y sin él, con canciones ausentes y otras que tararear). Ahora, con el jaleo francés (“siempre ha sido el jaleo francés”, decía EHDLCV) no está mal leer párrafos enteros de PEJ (“Todos atentos al color de la piel porque mucho universalismo y multiculturalismo pero para los de enfrente”). No está mal, porque “Francia está destinada a vivir amurallada”. Y luego, el flujo: “Hay que combatir esta adicción porque después de una gota viene el sorbo, el vaso, la botella y la intoxicación de etanol”. Y en esas seguimos, en ese inconformismo (sin capaces de vernos desde fuera): “A nadie le alcanza con el amor convencional”, porque, a final de cuentas (suma y sigue), “el amor es la indefensión máxima”. Y el conejismo llevado al extremo, y en ese extremo, todo mentira: “Cómo cambian las expresiones de los esposos cuando están solos”. Añade Harwicz, con razón total: “Tantas cosas se dicen a lo largo de un matrimonio, tantas cosas se hablan y casi nada es cierto”. Y en ese realismo de Perder el juicio, sobran espejos, porque todo se ve reflejado, absolutamente todo: “No es solo que el amor se fue, es que también se va el ensayo, la repetición, los celos, el sarcasmo del amor”. Y en este títere magistral que no exige mucho tiempo de lectura, no hay espacio para dejar fuera a nadie fuera de la diana (“amar a una madre es como entrar en una secta”). Pero todo es mentira, porque “la vida es a veces un error completo”. Y en esta novela maravillosa, hasta en el final hay píldoras mágicas: “Siempre están los que encubren un crimen haciéndolo pasar por accidente y siempre están los cínicos de su tiempo”. Que no muera el cinismo.

miércoles, 17 de julio de 2024

The Bear. Tercera temporada.

Comienza la tercera temporada de The Bear llevándolo todo al estrés, al reproche, al sermón, al dolor, a la incomprensión, al grito. Cuando todo se lleva al extremo no hay medias tintas. Siempre hay malos. Responsabilidad y éxito, estrellitas en un horizonte deseado pero imposible de pagar. Platos rotos en todos los sentidos. Vasos que hieren. Imágenes que imponen. El intento de explicación de lo inexplicable lleva a los guionistas a tejer enlaces que ni las arañas arquitectas. Pero no siempre lo hacen con triunfo, no siempre hay un Merino para rematar en Merkelandia al final del tiempo extra. Y The Bear, con este tiempo extra (¿sobra todo después de esa cena de la segunda temporada?) intenta alargar una comida que no siempre es digestiva. En este embuste con platos de menú a 115 dólares, no solo todo es mentira, sino que piden mandil limpio y planchado, manos sobrantes, embarazos delirantes y huidas hacia ninguna parte. ¿Y entonces su éxito? Solo se explica con el relato de los hechos, yendo a causas fuera del fogón, a nórdicos escenarios, a bíblicas respuestas (todo tiene una bíblica respuesta, no sé porque recordarlo una y otra vez). Y de golpe, un cuarto golpe, de frenazo en seco, de armarios que vaciar y cuartos que llenar de sofás de segunda mano, de palabras no dichas y cicatrices por hacer, de ollas de dolor y cuentas que no cuadran, de computadoras hechas de nombre y de la explicación de un presente que no se puede explicar. Y en ese viaje, en esa transición de la tortura a la felicidad, resulta que no hay felicidad: todo es estrés, todo es una foto falsa, un correo no contestado, una imagen borrosa que no se puede focalizar (o se puede focalizar y no queremos hacerlo). Y barrigas que pueden explotar, pero esperan al momento exacto para no cortar el relato, para no cortar el hilo de esa madeja que es el bocadillo nuestro de todos los días. Siempre habrá que bajar la persiana, siempre habrá que poner punto y final a ese Imperio bizantino que ni es imperio ni es bizantino, pero que se jacta de ello. Siempre habrá que intentar huir antes del funeral, antes de soportar a la madre mezcla de payasa y borracha (o payasa borracha, que no es lo mismo), siempre habrá que esperar a los cítricos que, con su jugo, envenenan todo el ruido. Siempre habrá que superar lo que somos (“Soy un boceto grabado”). Almax para todos.

jueves, 20 de junio de 2024

El simpatizante. Primera temporada.

Arrugas, espías, Charles Bronson, la reescritura de la historia, La guerra de Estados Unidos o La Guerra de Vietnam, intérpretes y contribuciones: “No apartes la mirada de la acción”. Nunca. “La mitad de orgulloso es mi máximo”. ¿Cómo medimos esa mitad? ¿Cómo cuantificar las mitades? ¿Sylvia Kristel? ¿Era esa de verdad? ¿Qué hacer? ¿Lenin? Trotsky? ¿Serna no jugaba en Croacia? ¿Krivchevski? Vaya usted a saber. Símbolos, amistad y bombas por doquier. Y la pregunta del millón, a cargo del vietnamita de turno: “¿Por qué estos ricachones presumen de ser en parte negros?” ¿Qué mitad es la buena de una dieciseisava parte? Aviones para todos, porque siempre hay que escapar a tiempo. “Yo no abandono, me retiro por un tiempo”. Muerte a los gallinas, y fuego para que no queden pruebas. Y las elecciones, siempre en torno a los capaces y a los leales, que se jodan los demás, pero “nadie puede sustituir a una madre”. Y antes del intento de escapada, ahora que Los planetas son tendencia, vivan las birras: “Hasta los cojones de los comunistas. Los comunistas podrán cambiar la cerveza por pis comunista, podrán cagarse en la belleza y la clase que tiene esta ciudad, pero no podrán borrarnos los recuerdos”. Y claro, “la patria está sobrevalorada”. Mucho. Hemingway no se podría contener ni ante la primera temporada de El simpatizante. Vivan los descontentos. Nada como un campo de refugiados para volver a la realidad. Norte, Sur, infiltrado, saber te lleva a preguntas que es mejor no hacerlas. Viva el amor a América. ¿Qué hacemos con las contradicciones? “El quid de la cuestión siempre ha sido la contradicción. Mi parte occidental siempre ha visto la contradicción como algo que hay que superar, pero la parte oriental como algo que hay que soportar. De ahí que mi parte oriental nunca tema aceptar la contradicción ante un giro inesperado de los acontecimientos y diga me lo esperaba”. Pum, pum. Vivan los marcos mentales y el feudalismo de los 60’s (¿acaso no seguimos en el feudalismo?). “Confesar secretos es lo más emocionante del mundo”. O no. Vivan los calamares. “El mundo sería un lugar mejor si nos sonrojara la palabra asesinato tanto como la palabra masturbación”. Pero como todo es farsa, toca readaptarse y pasar de general a vendedor de licor, pero sin tristeza, sin amargura, que todo con alcohol pasa mejor: “¿Cómo pueden estar tan felices? ¿Cómo pueden estar tan felices por dejar su tierra, como cobardes, y venir aquí? Alguna vez fueron soldados”. Pero no hay plan alternativo: “Las segundas patrias no existen. Una patria es una patria porque solamente hay una”. Y frases de H.C.M que llevan a enlazar conversaciones sobre lo importante de la biología, del amor a esa patria comunista, pero desde lejos, porque “no hay historia pequeña”. Pum, pum. “El amarillo no es bueno. Como la orina, asiático y con una tienda es como un tiro en el pie”.Pum, pum. “Solo el espía dirá que no hay espía”. Lagunas para todos, pero la cuestión es la siguiente: “¿Puede una pregunta hacer la veces de orden?”. Al final siempre mandan los mismos, siempre nos aterran los mismos, los que desde su poltrona controlan el cotarro: “La criatura más peligrosa de la tierra: un hombre blanco con traje y corbata”. Conforme va avanzando El simpatizante, el delirio es mayor. Cine dentro del cine, horror dentro del horror, parodia que roza lo hilarante sobre Apocalypse Now, El padrino o El último tango en París. Si, podemos intentarlo, pero “la vida es una misión suicida”. Pero ese delirio degenera en vuelta atrás, en escape sobre escape, en un horror indeterminado, en no saber cerrar un círculo. Lástima, las agonías largas, como bien escribía Manuel Alcántara, nunca son buenas.

Lo raro y lo espeluznante

Lo raro y lo espeluznante es un ensayo que te hace buscar información continuamente por alto número de referencias en el texto. Mark Fisher asegura que empezó a fijarse en lo raro tras un simposio sobre H.P. Lovecraft, y lo espeluznante es el tema central de un audioensayo (On Vanishing Land) de 2013. ¿Qué los une? Escribe Fisher: “Lo que tienen en común lo raro y lo espeluznante es una cierta preocupación por lo extraño”. La parte de lo raro empieza con “Fuera de lugar, fuera de tiempo: Lovecraft y lo raro”, en la que el autor asegura que “lo raro es un tipo de perturbación particular”. Pero da muchísimos matices: “No es que lo raro sea erróneo, sino que nuestras concepciones deben ser inadecuadas”. MF dice que “cualquier debate sobre ficción rara tiene que empezar con Lovecraft”. Es más, dice que con sus publicaciones en revistas pulp, “inventó el cuento raro”. En ese contexto, dice que “las historias de Lovecraft tienen una fijación obsesiva con la cuestión de lo exterior: un afuera que irrumpe a través de encuentros con entidades anómalas desde un pasado lejano, en estados alterados de conciencia o en giros extraños de la estructura temporal”. En ese sentido, añade palabras como conmoción, psicosis, placer, dolor y que la obra de Lovecraf (y está bien) no da miedo: “La fascinación es una sensación que comparten los personajes de Lovecraft y sus lectores”. Y para acabar, subraya: “En Lovecraft hay interacción, intercambio y, sin lugar a dudas, un conflicto entre este mundo y los demás”. Y siempre, la guerra, poniendo el trauma de lo nuevo (IGM) [hasta cita a Escher]. La segunda píldora, “Lo raro frente a lo mundano: H.G.Wells”, se centra en la lectura de su obra La puerta en el muro, con una “ficción rara que siempre nos muestra un umbral entre dos mundos”. Y en esas, sale la puerta verde, ya que “la puerta siempre ha sido un umbral que conduce más allá del principio de placer, al mundo de lo raro”. La siguiente aportación, sobre lo grotesco y lo raro, nos lleva al grupo The Fall, sobre todo a su etapa entre 1980 y 1982, porque según MF, “como en lo raro, lo grotesco nos habla de algo que está fuera de lugar”. Añade el autor: “Desde el punto de vista de la cultura oficial burguesa y de sus categorías, un grupo como The Fall -de clase obrera y experimental, popular y modernista- no podría ni debería existir, y en The Fall destacan por la manera en que esbozan un política cultural de lo raro y lo grotesco”. En su disco de 1980 (Grotesque), según Fisher, nos encontramos “cuentos, pero contados a medias”. Con la cuarta pildorita, el autor se acerca a Tim Power (Atrapado en el círculo de uróboros), citando Las puertas de Anubis en la que TP hace “una propuesta fabulosamente imaginativa sobre la paradoja del viaje en el tiempo”. Hace mención al rizoma desarrollado por Deleuze y Guattari en su obra “Capitalismo y Esquizofrenia”. Cita Matrix, Stars Wars y se pregunta: “¿No será que todas las paradojas tienen un toque de rareza?”. En el siguiente apartado (Simulaciones y alienación: Rainer Werner Fassbinder y Philip K. Dick), nos habla de las imágenes de Escher y de que “hay otro tipo de efecto raro: el que generan los bucles extraños”. Añade referencias a la adaptación como película para televisión de Fassbinder de El mundo conectado y de la novela de Dick Tiempo desarticulado en la que “la novela aborda el realismo literario como una especie de disneyficación”. Y, como no, acaba citando a Jameson y su obra El postmodernismo como lógica cultural del capitalismo tardío. Reflexionando sobre David Lynch titula la siguiente píldora como Cortinas y agujeros. Habla de Terciopelo azul y de la serie Twin Peaks con la constante de la “oposición entre un Estados Unidos de pueblecitos idealizados y diversos mundos subterráneos o ajenos (criminales, ocultos)”. Escribe Fisher: “Las cortinas ocultan a la vez que revelan; no marcan un umbral, sino que lo constituyen: son una salida al exterior”. Sobre Mulholland Drive, escribe que “cualquier realidad aparente reside en un sueño”. En la segunda parte del libro se acerca a lo espeluznante, que para el autor “merece ser, por derecho propio, un tipo particular de experiencia estética”. Añade que “se adhiere a ciertos espacios y paisajes físicos” y que se “constituye por una falta de presencia o una falta de ausencia”. En este particular, cita el final de la versión de El planeta de los simios de 1968, habla de Stonehenge y de la Isla de Pascua y asegura que “Lo espeluznante tiene que ver con lo desconocido; cuando descubrimos algo, desaparece”. En otro apartado se refiere Daphne de Maurier y Christopher Priest, con sus cuentos que fueron llevados al cine como en el caso de Los pájaros de 1952, en el que tiene un papel fundamental la radio: “Hacia el final, la BBC deja de emitir. Y el silencio significa que estamos de manera definitiva en el espejo de lo espeluznante”. Obras como La afirmación y El glamour, de Priest, “se articulan alrededor de ausencias, vacíos que deberían estar ocupados por ese algo que realiza la acción”. En las siguientes piezas (Algo donde no debería haber nada. Nada donde debería haber algo) y (Acerca de la tierra que desaparece: M.R. James y Eno), cita la versión de 1978 de La invasión de los ladrones de cuerpos y lleva el asunto a su terreno de estudio: “El puerto es un signo del triunfo del capital financiero; es parte de la infraestructura pesada que facilita la ilusión de un capitalismo desmaterializado. Es lo espeluznante que se esconde bajo el relumbre mundano del capital contemporáneo”. A los sucesores de James (Nigel Kneale y Alan Garner) les dedica el siguiente capítulo (El tánatos de lo espeluznante), asegurando que “muestran demonios inorgánicos o artefactos que han sido exhumados y que actúan como motores fatídicos que arrastran a los personajes a compulsiones mortales”. Y añade: “La jugada típica de Kneale es darle una vuelta de tuerca científica a lo que antes se había considerado sobrenatural”. Resumiendo, “la vida es un reino de muerte”. Se centra en la saga Quatermass, cita la obra de Ballard (El mundo sumergido) y ya comienza a referirse al 2001 Una odisea en el espacio de Kubrick. Cita la novela Red Shift, de Alan Garner y asegura que “no leemos la historia como una serie de acontecimientos aleatorios, sino como un brazado de sucesos traumáticos”. Refiriéndose a Margaret Atwood y Jonathan Glazer (De dentro afuera, de fuera adentro), no lleva a la novela de la primera de 1972, Resurgir, hablando del enigma del padre perdido y en la que “lo que nos acecha no son los espíritus de la historia, sino los espacios exteriores o que se encuentran en las lindes de lo humano”. Añade Fisher sobre la novela de Atwood que “podría leerse como un amargo despertar tras la euforia militante de los sesenta”. En cuanto al film de 2013 de Glazer, Under the skin, “la contribución final de la película es recordarnos la sensación de lo espeluznante que es intrínseca a nuestras inestables concepciones de sujeto y objeto, cuerpo y alma”. Hablando de huellas alienígenas se refiere a Kubrick, Tarkovski y Nolan, aunque “lo espeluznante sea, para nuestra decepción, uno de los grandes ausentes de la mayoría de obras de ciencia ficción”. De estos autores habla sobre 2001, El resplandor, Solaris, Stalker e Interstellar, asegurando que esta última “consigue la posibilidad al amor espeluznante”. Para acabar (... lo espeluznante permanece: John Lindsay) analiza la novela de 1967 titulada Pícnic en Hanging Rock, poniendo énfasis en unas desapariciones que dan mucho que pensar. En definitiva, un libro para volver a recrearnos en escenarios de ficción que nos llevan a esos momentos que meten el miedo en el cuerpo.

sábado, 15 de junio de 2024

Amarilla

Amarilla toma la excusa de la literatura para hablar de uno de los temas fundamentales de la vida contemporánea: los celos. Los celos por lo que tienen los demás, la envidia de comprar cosas que no necesitamos, pero no tenemos dinero ni para necesitarlo. Y el mundo editorial, retratado tan a menudo por una élite caprichosa, es descrito por Rebecca F. Kuang como un nido de víboras, como un pozo del que pocos se salvan dentro del agua insalubre. Anguilas para todos. Elitismo, postureo y sobre todo, Twitter cuando se llamaba Twitter. Kuang escoge la red del pájaro como escenario del escarnio, de la persecución, del señalamiento. Escribe RFK que “los celos para los escritores se acercan más al miedo”. Al miedo al descubrimiento. Al robo, al ocultamiento, al momento en el que te ponen en una diana y eres foco de ciertas miradas, aunque tú creas que eres el foco de todas las miradas. Pero en este mundo en el que todo es objeto de suspicacia, todo étnicamente estudiado, todo perfilado por mentes ajenas llenas de envidia, nada queda fuera de sospecha. Puestos a vender basura, “los superventas son elegidos de antemano”. Apostilla Kuang: “Da igual lo que hagas”. Y en ese escenario, “no hay mejor venganza que tener éxito”. Reflexiona la autora sobre la mentira de la nueva diversidad “porque la diversidad se vende muy bien ahora”. Pum, pum. Añade: “Los editores se desviven por las voces marginadas”. En esa gran mentira que es el mundo editorial (como todo en la vida), “cuanta más popularidad gana un libro, más popular se hace el hecho de odiar dicho libro”. Pero como decía al principio, en este nuevo mundo de redes (anti)sociales, en estas sectas de perversión, todo es meme, todo es risotada, todo es nido de buitres, todo es objeto de burla, todo es ataque desmedido: “Que te pongan de vuelta y media en internet es una especie de rito de iniciación que todo escritor debe vivir”. Y en ese hábitat, en ese digisistema, sentencia Kuang: “Nunca puedes doblegar a un trol racista por medio de argumentos”. Retrata también la autora a los grupos que intentar dogmatizar el asunto desde posturas que no son realmente altruistas porque “Twitter nos convierte a todos en ávidos jueces no cualificados”. Y respecto al autoritarismo, también encuentra su espacio que subraya con bolígrafo rojo: “No era una verdadera marxista, sino que era, como mucho, de la izquierda caviar”. Ya puestos a señalar, se recrea en la nueva persecución que acaba con la bajada de la persiana, con o sin motivo aparente: “Mi bonita cara anglosajona y yo nos hemos convertido en la víctima perfecta de la cultura de la cancelación de los fascistas de la izquierda”. Pero como todo es canción de Pink Floyd ($$), siempre hay que verle el lado económico a la disputa, siempre hay que ver lo positivo en la desgracia: “¿No deberíamos celebrar el hecho de poder sacarles los cuartos a los paletos racistas siempre que surja la oportunidad?”. Una buena novela para entender el nuevo escenario contemporáneo en el que nos movemos, el de sospecha continua.

Under the Bridge. Primera temporada.

El grupo Biznaga en su canción Una ciudad cualquiera nos dicen que “la soledad es una hermandad, el único amor posible”. Esas nueve palabras podrían resumir una parte de la primera temporada de Under the Bridge, una serie que cuenta el horror de un asesinato juvenil, investigado por policías que han pasado por esa orfandad de las casas de acogida, relatado por una escritora que perdió a su hermano, visto por familias inconexas, fuera de contexto, con desamor y odio. Under the Bridge nos muestra, sobre todo, desazón y un terror visceral por unos jóvenes que deberían ser simplemente jóvenes y no monstruos. En este ejercicio de pirotecnia que es UTB (no es fácil disfrutar de fuegos artificiales estando de luto), los personajes tienen muchos claroscuros, no sabemos nunca lo que esconden más allá de lo que, poco a poco, vamos intuyendo, vamos creyendo intuir. Y en esa atmósfera de ciénaga, de secretos y errores, de juicios mediáticos y de ira profunda, el cuadro que nos queda es de desazón, desazón incontenible y sin medida. No ahorra imágenes para disfrazar a unos personajes malvados, los que llevan a cabo el desastre y los que, desde la atalaya, ven lo que pasan y no dicen nada, o actúan como si no pasara nada, como si una víctima siempre tuviese un merecido final. De esta dureza, esfuerzos como el de UTB son de agradecer, porque no es nada fácil no caer en lo sentimental, en lo azucarado, en lo que no queremos caer hasta que caemos.

martes, 11 de junio de 2024

Realismo capitalista: ¿No hay alternativa?

Leyendo el inicio del libro Realismo capitalista: ¿No hay alternativa?, de Mark Fisher, creo estar escuchando aquellos primeros programas del Videodrome de Gregorio Parra en Radio 3 con Luis Alonso en la narración. Disfruté muchísimo con aquellos programas que grababa en cintas de cassette y que todavía conservo en una vieja caja de zapatos. Aquellas relaciones entre música, películas, libros y series sobre el posmodernismo eran novedosas en una radio que estaba anquilosada en los viejos postulados pero que musicalmente era brillante. En el prólogo, Peio Aguirre subraya el contexto en el que fue escrito este primer libro de Fisher (finales del 2009), e indica que “Fisher presta una especial atención a la cultura musical, pues para él la música es el lugar donde los principales síntomas del malestar cultural pueden detectarse”. A lo largo del libro se hacen referencias constantes a su trabajo en Further Education (Formación Profesional tras la Secundaria), y Peio Aguirre incide que ese trabajo le vale a MF para definir “con precisión las patologías de los desórdenes del hiperactividad juvenil dentro del capitalismo en relación con lo compulsivo de la cultura de consumo”. En ese contexto, partiendo de los 60’s como movimiento pictórico, PA afirma que “el realismo capitalista se afianza con el fin de la temporalidad y el presentismo”. Y apostilla, a continuación: “La certitud de que el futuro nos ha sido prohibido y el pasado se repite una y otra vez bajo la forma de la nostalgia y la retromanía”. La crisis de 2008 fue un golpe de realidad (otro más, seguimos esperando continuamente más y más golpes), y en ese sentido, el prologuista indica que “este libro rezuma el malestar y la rebeldía ante un escenario de cierre sistémico en el que el fin de la historia anunciado al menos desde 1989 condujo a la asunción casi generalizada de que no hay alternativa al capitalismo”. ¿Hay vida más allá de Thatcher y el capitalismo? Y desde el prólogo, vemos que la enseñanza se ha convertido en papeleo, en un Everest de papeleo sin fin: “El otro gran frente por combatir es la burocracia en la educación, ese sistema donde el profesorado mismo es cómplice del régimen de autovigilancia que la mercantilización de la educación promueve”. En el primer capítulo, MF afirma que “es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo” y que “no existe la coartada de las generaciones futuras, ya que no hay ninguna a la vista". Mientras cita El show de Truman, V de Vendetta, Hijos de los hombres, Heat, Batallón de limpieza, Uno de los nuestros, ¡Olvídate de mí!, El padrino, El último testigo, la saga de Bourne Trabajo basura, Sed de poder o Memento, intenta explicar lo que para él es el realismo capitalista: “La idea muy difundida de que el capitalismo no solo es el único sistema económico viable, sino que es imposible incluso imaginarse una alternativa”. Añade, que “el ultraautoritarismo y el capital no son de ninguna manera incompatibles”. Citando a T.S. Eliot y Harold Bloom, a Deleuze y Guattari, a Adorno y Fukuyama, a Jameson y Frank Miller, a James Ellroy y Zizek, a Ursula Le Guin y Michael Schudson, a Christina Marazzi, Wendy Brown o Campbell Jones, va dejando pildoritas para que nos traguemos lo que vivimos y lo que nos queda por vivir: “Los campos de concentración y las cadenas de café coexisten perfectamente”. Habla de “peste de la infertilidad” y de que, en ese escenario, debemos preguntarnos: “¿Qué ocurre cuando los jóvenes ya no son capaces de producir sorpresas?”. El pastiche posmoderno, con su impermeabilidad hace que “la tradición pierde sentido una vez que nada la desafía o modifica”. Y martillea con su simbología: “Una cultura que solo se preserva no es cultura en absoluto”. En este particular, para seguir definiendo el RC, añade que “ese giro de la fe a la estética y del compromiso al espectáculo es una de las virtudes del realismo capitalista”. En ese final del cuento sin Sergio Algora, MF asegura que “la posición de Fukuyama es la imagen especular de la de Frederic Jameson. Jameson afirmó que el posmodernismo es la lógica cultural del capitalismo tardío”. Y remata MF sobre FJ: “Según él, el fracaso del futuro es constitutivo de una escena cultural posmoderna que, como correctamente profetizó, se llenó de revivals y pastiches”. Con la comparación del mainstream y Nirvana, aseguró: “Nadie encarnó y lidió en este punto muerto como Kurt Cobain y Nirvana”. Y clava la púa en la cruz de los Seattle mezclando, como aquel video, sangre y hospital: “Nada le va mejor a la MTV que una protesta contra la MTV, que su impulso era un cliché previamente guionado y que darse cuenta de todo eso incluso era un cliché”. Y tras Nirvana, la mezcla: “Lo que vino después de ellos no fue otra cosa que un rock pastiche que, ya libre de esa angustia, reproduce las formas del pasado sin ansia alguna”. Pero la sangre fue al Tíber, y todo se vio más claro: “La muerte de Cobain confirmó la derrota y la incorporación final de las ambiciones utópicas y prometeicas del rock en la cultura capitalista”. Y el Live 8 de 2005 como síntoma, como tantas otras cosas, de que “el capitalismo es una estructura impersonal, hiperabstracta que no sería nada sin nuestra cooperación”. En ese apocalipsis, (no solo el de la novela de Ursula Le Guin [La rueda celeste]) en el que nos encontramos, la comparación queda de la siguiente manera: “El capital es un parásito abstracto, un gigantesco vampiro, un hacedor de zombies; pero la carne fresca que convierte en trabajo nuevo y los zombies somos nosotros mismos”. Para MF, el realismo capitalista “es algo más parecido a una atmósfera general que condiciona no solo la producción de cultura, sino también la regulación del trabajo y la educación, y que actúa como una barrera invisible que impide el pensamiento y la acción genuinos”. Desde el tercer capítulo, Fisher hace referencia a la problemática de la salud mental: “En el Reino Unido la depresión es hoy en día la enfermedad más tratada por el sistema público de salud”. Añade: “Frente a la enorme privatización de la enfermedad en los últimos treinta años, debemos preguntarnos: “¿Cómo se ha vuelto aceptable que tanta gente, y en especial, tanta gente joven, esté enferma?”. Y con su experiencia en los institutos, sentencia: “Ser adolescente británico en la actual etapa del capitalismo tardía podría ser sinónimo de enfermedad”. Y con esos zagales del centro de enseñanza, solo queda la realidad, ese espejo en el que se encuentran y que muestra la “incapacidad de hacer otra cosa que no sea buscar placer”. Y en esa cárcel que es para muchos alumnos ese mismo centro, el aburrimiento es el único recurso del alumno: “Aburrirse es carecer, por un momento, de la gratificación azucarada a pedido”. Ajustándose al tiempo mecánico de reloj, pone una fecha citando al economista marxista Marazzi: “El giro del fordismo al posfordismo tiene una fecha precisa: el 6 de octubre de 1979. Esa jornada la reserva federal aumentó la tasa de interés en veinte puntos, y así preparó el camino para la economía centrada en la oferta, que constituiría la realidad en la que hoy estamos inmersos”. El cambio hace que “el periodo de trabajo no alterna con el del ocio, sino con el del desempleo”. Y en esa alternancia, “lo normal es pasar por una serie anárquica de empleos a corto plazo que hacen imposible planificar el futuro”. Y entonces, catacrac, catacrac y “muchas mentes simplemente colapsan bajo las condiciones de intensa inestabilidad del posfordismo”. Y ya puestos a rizar el merengue de la tarta sin cumpleaños que es la marketinización de la educación, Fisher nos pregunta: “¿Los estudiantes son los usuarios del servicio o su producto?”. Desde el capítulo siete, aparecen las menciones concretas al estalinismo de mercado, “lo que el capitalismo tardía toma del estalinismo, para repetirlo, es esta primacía de la evaluación de los símbolos del desempeño sobre el desempeño real”. En cristiano sin fútbol, resultados: “La evaluación no apunta a las capacidades docentes de un profesor, sino a su diligencia burocrática”. Resultados: “El resultado no es otra cosa que una versión posmoderna de confesionalismo de Mao: se le pide a los trabajadores una especie de autodegradación simbólica constante"p. Resultados: “La recomendación a los docentes de ser más astutos en vez de trabajar más duro”. Nos falta llorar, porque “nuestra cultura es excesivamente nostálgica, proclive a la retrospectiva, incapaz de generar novedades auténticas”. La farsa siempre escoge rostro, ya sea el de Blair o el de Brown. O directamente, el Nany state, porque antes o después, caemos en la conspiración: “ Es obvio que “es la estructura la que genera vicios, y que mientras permanezca, los vicios se reproducirán”. Viva el Principio de Peter y que no caiga en el olvido el desastre de Hillsborogh. En el capítulo nueve, hablando de la Supernany marxista televisiva de Gran Bretaña, se refiere a Spinoza, y el “estado de abyección” de esos niños, si es que pueden considerarse niños. Aunque en la diana, la flecha llega a los progenitores: “Más bien, el problema son los padres. Son ellos los que siguen el principio de placer, el camino de la menor resistencia, y que así causan las mayores desdichas al interior de la familia”. Bájate los pantalones y tolera, padre, tolera: “Para facilitarse las cosas en el cortísimo plazo, los padres acceden a todas las demandas de los niños, que se convierten cada vez más en pequeños tiranos”. Y en esa gran marioneta, nos hacen llegar a momentos indeseables pero quizás, todavía, quede esperanza: “La larga y negra noche del fin de la historia debe considerarse una oportunidad inmejorable”.Antes del apéndice, asegura sobre la crisis financiera de 2008 lo siguiente: “Los rescates a los bancos se convirtieron en la garantía brutal de la insistencia típica del realismo capitalista, a saber, que no hay alternativa. Permitir que el sistema bancario se desintegrara pasó a ser impensable; la solución fue, por ende, una gigantesca hemorragia de fondos públicos hacia el sector privado”. Ya en el apéndice repite el lema thatcheriano de “No hay alternativa” hablando del estrés posfordista y sus múltiples formas, incidiendo que “el monitoreo inagotable y la precariedad van de la mano”. Y con el control de la situación total, asegura que “el trabajo nunca termina: el trabajador debe estar siempre disponible, sin derecho a una vida privada ajena al tiempo de trabajo”. Y todo es negocio, porque “el capital enferma al trabajador, y luego las compañías farmacéuticas internacionales le venden drogas para que se sienta mejor”. ¿Motivos? Es evidente: “Es más fácil preescribirle una droga a un paciente que efectuar un cambio rotundo en la organización social”. En la última entrega del libro, Deseo postcapitalista, escribe: “La aparición de los bienes de consumo electrónicos ha permitido al capital confundir deseo y tecnología al punto tal de que el deseo por un iPhone se vuelve automáticamente idéntico al deseo de capitalismo a secas”. Y en ese espacio, deja otra frase para reflexionar: “Necesitamos construir aquello que se prometió tantas veces pero que nunca se hizo efectivo a lo largo de las sucesivas revoluciones culturales de la década de 1960: una izquierda antiautoritaria efectiva”. Y terminando de joder la marrana, en la 148, nos pregunta MF: “¿Qué nos impide pensar, en definitiva, que el deseo de Starbucks es el deseo reprimido de comunismo?”. Hasta de las fotografías de Fréderic Chaubin habla MK en DC: “Edificios que se parapetan en el colapso de un mundo con otro, en los que los que el futurismo y la ciencia ficción se chocan con el monumentalismo en una especie de cripto-pop casi psicodélico”. En definitiva, una lectura que motiva para hacernos, repetidamente, preguntas y más preguntas sobre lo que podemos hacer cada uno de nosotros para hacer el mundo mejor. Ursula Le Guin, La rueda celeste

domingo, 2 de junio de 2024

Marbella. Primera temporada.

Parece que ese principio volpinístico que tanto repito (“El diablo es un agente doble al servicio de la Providencia”) es el motor de la primera temporada de Marbella. Todo es mentira, no te puedes fiar de nadie, con o sin uniforme, con o sin metralletas, con o sin púas que te claven el asfalto a las plantas de los pies (¿o era al revés?). Ahora que, después de Narcos, todo Cristo parece reverenciar a las mafias (da igual la procedencia), no está mal quitarle ese barniz de buenrrollismo, de beatitud, de ayuda al pobre necesitado. Y un pijo. Marbella nos muestra a tipos sin escrúpulos llegados desde distintos lugares y que se encuentran en ese agujero de oro mezcla de maldad y cuento de hadas con bengalas. Y en esa gran mentira edulcorada, no hay ninguno que se salve, porque hasta los policías mal pagados tienen su lado oscuro, tienen sus entrañas podridas. Todos. Y los peores, los abogados, esa estirpe mezcla de carroñeros y caimanes que se hacen de oro a costa (soleada, por supuesto), de lo que sea. Un buen retrato que utiliza el lenguaje animal para demostrar que hasta los mayores bestias tienen sitio de oro en el mejor lugar a escoger.

Donde caiga la flecha

El mismo día de la decimoquinta acabé la lectura de Donde caiga la flecha, ese libro en el que encontramos referencias a Paquirri, al Edificio Hispania, a La historia de Nastagio degli Onesti, al zanahorio de Bobby Axelrod, al Macallan sin hielo, a Robin y Marian y a un montón de asuntos más. La excusa, como siempre con RB y EL, es el periodismo, o se utilizan otros asuntos para hablar de periodismo. ¿Importa? Tal vez, no. Lectura fluida, en la que se ríen de los nuevos convencionalismos de la lengua (“subnormal, retrasado -ella tendría que escribir neurodivergente”), de la “paridad cosmética”, de todo aquello de lo que deberíamos reírnos y no nos reímos en público. En esa falsedad de lo que queda en el periodismo de papel (viva la tinta en las manos), y del otro (“como había dicho su padre, que había muerto hacía veinte años, a ver si se pasaba ya la maldita moda de internet”), se encuentra las autoras como oliva en vermú. Para todas esas mierdas del nuevo periodismo disfrazado de clics, las alforjas no deben ser grandes (“reunión y pérdida de tiempo eran sinónimos”) y los egos ombliguísticos de los que lo dirigen tienen frases (“en la prepotencia del mínimo poder, la que tienen los examinadores de autoescuela”) que no siempre debemos recordar. Y en ese mundo de prisas y compromisos, de estrictos horarios y jodiendas con vistas al editor de textos, podemos referirnos a Pedro el Cruel y a Enrique de Trastámara, o a Francisco Yañez de Almedina, ya que siempre se puede sacar tiempo para eso. Y el campo, en vez de la playa de la anterior aventura de Socorro, se muestra como el escenario de la ruina de seres que disparan a animales pero que desearían poder hacerlo a personas (o creemos que podrían hacerlo, que a fin de cuentas es lo mismo). También se habla de reliquias, de maquinitas de tirar balas, de perdices y cochinos, de comparaciones con las llegadas desde Venezuela a La Florida y de que “las mujeres no son bobas, se ponen bobas porque piensan que eso es lo que les gusta a los hombres”. Y en todo ese revoltijo, en toda esa quimera de inseguridades, aparecen ofertas que no se pueden rechazar y se realiza lo que más uno quiere: “Por fin volvía a lo que más le gustaba del periodismo. Tratar de saber”. Y en esa acumulación de pobrezas que es la vida (“solo la gente sin dinero se compra cosas que no quiere”), RB y EL nos aseguran que “es duro pensar que un imbécil puede causar tanto dolor”. Y apostillan: “Parece como más injusto que si lo hace alguien realmente inteligente”. También reflexionan mucho sobre el desamor, sobre un trabajo con posibilidades varias, sobre los secretos de los matrimonios. Hasta que dejan de tener secretos, hasta que dejan de ser matrimonios. Donde caiga la flecha suena a libro de verano, de granizado de limón, pero con un chorrito de Anís Salzillo, que los buenos libros hay que disfrutarlos sin prisa, aunque pensaba que, en algún momento, se iban a acordar de Greg Lemond. Pum, pum.

domingo, 26 de mayo de 2024

Civil War

El lema Agua para todos valdría para el comienzo de Civil War (ahora que las gaviotas murcianas se han olvidado del lema, suplantado en el voto agrario por unos abascales que buscan en esa mezcla de agua e inmigración temas con los que captar los votos). Agua para todos en una Yankilandia con fisuras, en una Yankilandia en guerra contra sí misma (¿acaso no lo ha estado siempre?), en un NY con policía masacrando a aquellos que tienen sed, con fotoperiodistas que tienen sed, pero de sangre. Y donde hay sangre hay foto, decía el hombre de la camisa verde. Una KD cansada, con ojeras, en busca de un clic con el que inmortalizar la muerte, que siempre está ahí, entre bombas y chalecos amarillos (otro día hablaremos de Nueva Caledonia, Macron, que la concordia te queda grande para llegar a ser emperador de la misma, que el título de zar pacifista ya lo tienen otros). Comparaciones berlinescas; resistencia desorganizada; guerras dentro de las guerras con unas banderas a las que les sobran barras y les faltan estrellas. El espíritu de Lee Miller sigue vivo, hasta que deja de estarlo. En esta película de zombies, con llamas y autopistas con coches destrozadas (todo demasiado previsible, todo visto antes ya, toda valija es poca) la agonía del gigante, parece que llega, pero cuesta. Y Gasolina para todos, que el estraperlo funciona bien, aunque siempre hay una rueda que sustituir, un dolor que reemplazar, una foto que pensar en realizar, aunque no tengamos que hacerlo. El túnel de lavado cuelga, pero no lo suficiente, que la época del saqueo siempre vuelve. Y en ese retrato, con víctimas y verdugos, no falta la cruz ni el jabón, no falta la amnesia porque siempre hay un Dachau aunque no sepamos que existió un Dachau. Me cago en la lealtad y en la bandera, decía mucho EHDLCV. “No existe ninguna versión de esto que no sea un error”, dice la Lee número uno de esta historia, conciencia sin conciencia en mitad del caos, en mitad de ese carro de supermercado que nadie volverá a utilizar porque no habrá ni supermercado ni nada que comprar. La etapa de las advertencias ya pasó. Tenebrismo a la luz de los bombardeos. La indiferencia siempre está ahí, seamos o no condescendientes. En nuestras ruinas contemporáneas no hay nada que construir, ni reconstruir, ni llevar a cabo nuevos procesos de recimentación: solo quedan cloacas putrefactas. “No es agradable estar asustado solo”. Nunca. Nikon no vale como contraseña en épocas de guerra. Tampoco. Y cuando hay que guiar al pajarillo en su primer gran vuelo, no tenemos alpiste. Ni grano, que hay vida más allá del Mao verdadero, que no es el chino sino el portlandiano. Viva Oregón. Viva la carnaza. Tiro al plato y tiro porque el parchís me apasiona. En este juego de la oca que es Civil War, no faltan motivos para la desesperanza, porque es el siguiente estadio en esta locura del XXI, que no es un siglo sino un refrito de fantasmas pasados. De muchos fantasmas que nos hemos empeñado en reconstruir. Estadios utilizados con otros fines, como las personas en épocas de guerra. Toda industria, incluida la del entretenimiento (¿es Civil War entretenimiento o realidad?) nos lleva a ese espejo contracultural, a ese espejo Antifa en el que todo se mezcla, como los líquidos de un revelado medieval que es utilizado para lo contemporáneo. Todo muy postmoderno, haciendo preguntas que sabemos pero que queremos que nos las contesten en voz alta. Repite Civil War, como en pandemia coronavírica, que la salvación está en granjas (o eso dicen), que la salvación está en los que fingen que no pasa nada, en los que creen que todo es mentira porque todo es mentira. Y en esta sucesión de columnas de humo, de edificios en llamas, las miradas se contraponen: las sucias, viejas y cansadas de los periodistas curtidos en mil batallas (¿qué es el periodismo aparte de una batalla?) con la de la joven que quiere retratar esas ruinas en brasas, esas parrillas humanas a las que solo les falta la carne de rata. Y mientras la guerra sigue, siempre hay un lapsus, un espacio temporal en el que no pasa nada: “¿La guerra te afectó tanto que no puedes probarte ropa?”. Y salen nombres en CW, en esa comparativa con el líder antes de dejar el liderazgo (o sus cenizas), que, boca abajo o boca arriba, con madera en el culo o no, nos llevan a lugares comunes porque CW es ese lugar común entre el recuerdo y el olvido, entre lo que queremos tener siempre presente y lo que nos atormenta en la pesadilla noctura: Gadafi, Mussolini, Ceaucescu. Y seguimos para boogie, que el hoyo 19 de este prostíbulo de locura siempre sorprende en su periplo. Siempre hay un búnker que nos atrapa y del que no podemos salir. Papa Noel siempre llega con sorpresa, con tiro a la cabeza, como bien aprendieron don Nicolás y su esposa, que la Navidad siempre tiene premio. Maniquíes deslavazados, pelos tintados, uñas que buscan un nuevo barniz, flores que invitan al sueño. El viaje parece que no quiere acabar, porque ya sabemos el final. Lo importante no es el final, es el viaje, es dormir cuando hay que dormir, es mirar el reloj por si mañana no puedes hacerlo. Cal para todos porque la zanja, antes o después, alcanza. Llega. Las bajas no importan. Las lágrimas, tampoco.

jueves, 9 de mayo de 2024

Los que escuchan

Le repito mucho a mis alumnos que todo es mentira. Los que escuchan es una gran reflexión sobre la mentira, y buena prueba de ello son las frases que deja al final: “Cuando comienza el relato, se pone en marcha la máquina de la mentira”. Más: “Lo único que podemos entender es la mentira”. En la página 511, se puede leer: “Y entonces empezó la condición humana, la melodía de la mentira”. Lo dicho, todo es mentira, pero las mentiras hay que contarlas bien y Diego Sánchez Aguilar lo hace reflejando la gran mentira de los institutos y de la parafernalia que rodea al cambio climático, a las empresas y a las posibilidades de éxito en el deporte, a las mentiras que engloban el cuidado de los mayores y de los grupos que luchan contra el poder establecido: “Hay algo indefinido que Asunción odia a los profesores: esa mezcla de arrogancia y servilismo, esa falsa humildad, sus maneras extremadamente educadas y atentas que apenas ocultan una condescendencia irritante, esa forma de vestir descuidada con la que parecen decirte que ellos están por encima de la vanidad y de las frívolas modas, ese aire de cansancio y resignación que apenas pueden ocultar tras las sonrisas de bondad y paciencia infinita”. El pasado también aparece constantemente en la novela, como algo que nos genera preocupación y vergüenza propia, porque somos ratas en un mundo de ratas, somos las gaviotas que esperan la hora del recreo para lanzarse a por los bocadillos que los alumnos tiran descaradamente. Los falsos mitos sobre el cambio climático son representados por una niña ciega que parece beber vinagre por las mañanas y que, directamente, tal y como la describe DSA, da miedo. Y ante la depresión, la decepción del día a día (acaso hay otra cosa) y la ecoansiedad, solo quedan soluciones químicas: “Otros, más apegados a los espejismos de aquella burbuja universitaria y a los mitos sobre el genio y la autenticidad, vivirán como una condena que solo se hará soportable gracias al uso de drogas legales o ilegales y a prolongados tratamientos de ansiolíticos y antidepresivos hasta que la vejez y la enfermedad terminen por borrar por completo aquella idea del artista atormentado y dolorosamente superior al resto de ciudadanos vulgares y finamente puedan morir en la paz blanca de la demencia y la amnesia”. Y como todo es mentira, bien vale darle a la quijotera sobre realidad y ficción, sobre preguntas que cierran círculos y abren polígonos, con fama o sin ella: “La realidad imita a la ficción porque la realidad, como muchas veces discutieron Ulises y Esperanza, no es más que una concreción de las imágenes que soñamos, vemos o leemos”. En LQE el acercamiento al arte es amplio, con alusiones concretas a artistas con universo propio que han hecho de sus interpretaciones obras atemporales. Y no vale reír, o tomarlo todo a chufla porque está ahí, justo ahí (entrecejo, alma) lo que nos espera: “Y esa sensación de que el apocalipsis se cierne sobre nosotros de forma inexorable y que no hay un puto motivo para frívolas o educadas sonrisas”. Y en esa gran metáfora que es la existencia, pone DSA la lupa en los programas de cocina con niños (o con padres que se empeñan en llevar a esos programas a sus hijos, martirizándolos o vendiéndoles una idea equivocada de la vida): “Las abrumadoras cifras de audiencia del programa demuestran que gran parte del país quiere agarrarse nostálgicamente a esa imagen de padres y niños unidos delante de una única pantalla en una emisión en directo, obviando, al menos por unas horas, la amplia optatividad que ofrecen las plataformas de entretenimiento y la abundancia de pantallas de todos los tamaños que hay en los hogares de clase media”. Y apostilla DSA: “Con esa condescendencia con que los adultos imaginan el mundo de la infancia como uno en el que solo existen la alegría la diversión”. Otro de los puntos a destacar es la continua idea de enfrentamiento que aparece en el libro, de guerra, de ejércitos, de la inmediatez porque “viene el tiempo de las murallas, las guerras y las fortalezas”. También ejercita la palabra el autor para pensar sobre la etiqueta que ponemos a los activistas, escuchando (o no) a los Clash, a Joy Division, a Los Ramones o a Dead Kennedys, ya que “la palabra felicidad es una trampa de la que intenta huir”. Y el capitalismo neoliberal, y la alternancia política (¿no van siempre de la mano?) y esas preguntas que no queremos hacer, o nos negamos a hacer, porque pensar te mete en líos. Pero en este mundo de falsos amigos en internet (la amistad no existe, sólo tenemos gente con la que pasamos ratos), quizás únicamente nos queda la locura: “Si Don Quijote tuviera redes sociales, habría encontrado a un millón más de locos como él. Y todos habrían dicho que sí, que son gigantes, que hay una conspiración para hacernos creer que son molinos, una conspiración capitalista, un genio malvado que nos manipula para que no veamos la realidad tal y como es”. LQE es un libro complejo, lleno de relatos magníficos dentro del propio relato, que a veces se hace un poco difícil leer pero que deja siempre muy buenas impresiones a pesar que todo, absolutamente todo, sea mentira.