lunes, 4 de julio de 2022

Obra maestra

´Hay que ponerle imaginación, pero puestos a imaginar, el hilo de la cometa da mucho juego en Obra maestra de Juan Tallón. Se pierde algo que no se debería perder. El autor, con un par de plomos, o con un par de algo pesado, se pone a preguntar, o dice que se pone a preguntar (a mí eso me da lo mismo), y cientos de voces alzan sus cuerdas vocales (hay alguna mermada, pero se lo perdonamos) y nos cuentan una historia. O varias historias. Las vanguardias artísticas contemporáneas son bocadillos a los que meterles el diente, pero no sabes si te van a gustar, si se te hacen indigestas o se joden con el calor de la siesta. He leído Obra maestra, en algunos casos, obviando el dueño de las palabras de cada apartado. Y al final, sumando con la calculadora de la especulación, da igual: siempre salimos perdiendo. Siempre. Todo es mentira y la pérdida de una escultura de 38 toneladas, más todavía. Y en esa bola de nieve sin nieve, en esa nada vacía, café para todos: para los que viajan en el Falcon sin zapatos y para los seguratas, para los dueños de las empresas y para los que organizaron la EXPO’92, para los que transformaron un edificio feo (me vienen a la cabeza también imágenes de la Asamblea Regional de Murcia en Cartagena ardiendo) en algo que debería ser la leche pero sin nata, y sin vaca. Y sin plomos, porque no podemos fugarnos aunque tengamos un Casanova a mano. Medita en más de una ocasión el autor sobre lo difícil que es todo en España: buscar información, ser atendido, la Justicia. Podemos llamar Justicia a muchas cosas. Y por el camino, entre tanto nombre, tanto artista, tanto político, tanto miembro de la Justicia, impotencia y largo recorrido, y frustración y cansancio y desesperación. Pero la colección de frases que va dejando el libro es mítica y retrata bien una sociedad contemporánea que se debate entre la ilusión y la desesperación, entre lo irreal y lo necesario, entre los superfluo y lo carente de contenido. “Pero la Historia del Arte y de su promoción es una sucesión de crímenes, no descubro nada”. Somos falsos porque todo es mentira, pero “no decir lo que piensas a las claras tendría que ser causa directa de muerte, como ciertas enfermedades”. No he querido buscar imágenes de la escultura en cuestión, y no sé si lo haré. Las dos veces que he entrado al Reina Sofía he salido decepcionado salvo por una mujer, una mujer en azul concretamente. “Asumir que todo lo antiguo es bueno implica frustrar la capacidad creadora actual”. Recoge Tallón opiniones sobre la forma de creación de estas obras artísticas tan peculiares, y más las de este Richard Serra que, como se dice al final del libro, vaya usted a saber si sabríamos su nombre si no es por esta historia y por este libro. Hablando del Reina Sofía, donde está esa mujer en azul y luego todo lo demás, aparece una afirmación en el libro: “En 1977 los conservacionistas madrileños lograron declararlo monumento nacional, y aunque seguramente es nacional, desde luego no es un monumento”. Todo es mentira y en ciertas ramas del arte, ese árbol está como el ficus de Santo Domingo de Murcia: biológicamente muerto al 90%. ¿Por qué acaban ciertas obras en ciertos lugares? ¿Por qué se paga por ciertas obras? ¿Qué pijo es el arte? Pero me gustan las frases que va recogiendo Tallón en esta novela que yo no sé si es novela o documento de ficción artística o muchas cosas a la vez: “El edificio carecía de valor místico, catedralicio”. Cierto. “La obra maestra es robar la escultura de Richard Serra, no hacerla”. Esa es la historia. ¿A quién le importan casi cuarenta toneladas de algo inclasificable? ¿A alguien de verdad? Pero, como alguien opina en el libro, “La policía vive de pensar mal”. A veces crees que todo es irreal, y que ni la escultura llegó a existir alguna vez. Ya el nombre de la escultura te lleva a pensar mal, o a pensar de otra manera, o a dejar de pensar: −Equal-Parallel/Guernica-Bengasi−. Y empiezas a investigar con los nombres sueltos y no sabes si estás despierto o sigues sin dormir otro día (llevo solo dos esta vez), y vuelves a las frases de Obra maestra: “Cuando no sabes si un desconocido de te habla en serio o te habla en broma, es hora de intentar un cambio de conversación, en fin, los contratiempos también pueden ser divertidos”. O no. Y luego la sinceridad, como cuando le dices una verdad a un alumno, o al padre de un alumno, y te llueven jaleos de irrealidad: “La cogería y la hundiría en el mar Cantábrico; hundiría la escultura y ataría al gerente y a la directora a ella. Hundiría a los tres, en definitiva, y no me arrepentiría ni desde la cárcel”. Y la incompetencia hecha persona, pues, como se asegura en el libro, “la administración está llena de gente así, que no vale ni para plantar lechugas”. Viva el Principio de Peter. Y reflexiones sobre Nocturno de Chile, y Bolaño, y sobre el robo en el Palacio Real en 1989 de dos Velázquez, un Carreño de Miranda y un Francisco de Bayeu, y sobre los tipos que compran arte como inversión, y frases manidas pero que están bien: “A veces, cuando la gente no sabe qué decir, dice Guernica”. Viva la distracción, porque “al final, distraerse es eso, poner la atención en otro sitio”. Y ese otro sitio puede ser un libro de Bioy Casares o un deseo, o en el caso de los multimillonarios, “es tan inmensamente rica y quizá imbécil, que sus caprichos son órdenes”. En definitiva, Obra maestra es un buen libro (o novela, o novela de ficción, o suma de muchas opiniones) que nos lleva a pensar sobre lo importante dentro de lo menos importante.

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