viernes, 29 de julio de 2022

Los carlistas

El carlismo es uno de esos asuntos de los que creemos que sabemos mucho, pero no es así. O mejor dicho, mejor hacerlo en primera persona masculino singular. Los carlistas, libro de Antonio M. Moral Roncal ayuda a entender ese complejo conglomerado de ideas, sucesos y equivocaciones no sé si bien intencionadas. Para AMMR todo se aceleró con la Revolución Francesa y con ese enemigo común que era el liberalismo. Siempre el liberalismo. Escribe AMMR: “Uno de los hechos históricos más interesantes de este periodo es el fortalecimiento de una corriente contrarrevolucionaria en el seno de un régimen absolutista”. Da más detalles desde el principio el autor: “El no restablecimiento de la Inquisición, hecho anecdótico pero cargado de significado junto a la formación de gobiernos moderados facilitaron la creación de una frustración entre las filas ultrarrealistas”. Pone énfasis el profesor de la Universidad de Alcalá de Henares en esas conspiraciones ultrarrealistas apoyándose en los Voluntarios Realistas, como la Guerra de los Agraviados (1827), sobre todo en Cataluña, que él define como “revuelta de protesta realista contra el gobierno, salvando la figura del monarca”. Apostilla AMMR: “El último año del reinado de Fernando VII fue una frenética carrera contra reloj entre carlistas y cristinos para organizar el inevitable conflicto”. Analiza el papel de la nobleza y de la Iglesia, indicando los prelados que se pusieron a favor del Pretendiente: el arzobispo de Cuba y los obispos de Solsona, Mondoñedo, Orihuela, Lérida y León. Respecto al día a día, “la balanza se inclina a favor del carlismo a la hora de analizar la actitud del clero regular”. AMMR le da tres características al primer carlismo: contrarrevolucionario, antiliberal y religioso, subrayando en bolígrafo rojo esa idea de “defensa de la Iglesia Católica y de su preeminencia social, religiosa y cultural frente al liberalismo”. ¿Y quién se levanta en armas? Alguien útil, y posible (me faltan cuatro adjetivos, Guillermo): “El soldado carlista se creía un soldado católico en guerra de religión”. Y todo bien sencillo, muy fácil de entender: “La simplicidad de su ideario y de los objetivos favorecieron esta convergencia social, elemento clave a la hora de explicar el arraigo popular del carlismo”. Divide en fases la primera guerra carlista (1833-1840): la fallida insurrección [septiembre 1833-diciembre 1833], la época de Zumalacárregui [diciembre 1833-julio 1835], la época de expediciones (julio 1835-octubre 1837) y el final de la guerra (octubre de 1837-julio 1840]. En los años de postguerra habla del exilio a Francia de uso 26.000 refugiados carlistas, y el exilio den Bourges de Don Carlos. En Cataluña destaca la figura del “trabucarie” o “latrofaccioso” mientras que en Madrid empiezan a crearse periódicos a favor del carlismo como La Esperanza (1844). Acaba este intervalo con la abdicación en Carlos Luis de Borbón Braganza, conde Montemolín. Subraya el autor el fracaso repetido de la posibilidad de boda con Isabel II. La segunda guerra carlista (1846-1849) o guerra de los matiners (madrugadores), sobre todo en Cataluña, aunque indica AMMR que “algunos autores se niegan a llamarla segunda guerra carlista”. Entre 1850 y 1868 señala el autor una época de crisis y dificultades, con la preparación de un alzamiento frustrado en 1855 y la conspiración de San Carlos de la Rápita que fracasa con fusilamiento y con Carlos VI firmando su renuncia al trono. Después subraya AMMR la teoría de las dos legitimidades y la alianza con los neocatólicos del carlismo. Con el sexenio, aparece la Unión Católico-Cartlista que en las elecciones de 1971 consiguió más de 50 diputados a Cortes y un importante número de senadores. La tercera guerra carlista (1872-1876) aparece gracias a la convergencia de “miedos, descontentos y desesperaciones ante un supuesto avance revolucionario”. Indica AMMR que “los carlistas comenzaron a crear un ejército semejante al de sus enemigos”. Subraya la importancia de la victoria en Estella y Montejurra: “A fines de 1873, la mayor parte de País Vasco y Navarra se encontraban bajo bandera carlista, de manera que, en poco tiempo, se estableció ya un estado legitimista”. Además, indica el autor que “el avance de la revolución democrática provocó un fortalecimiento de la contrarrevolución”. Pero el fin de la guerra vino con “el principal obstáculo para la victoria del carlismo: La restauración canovista”, a través del acuerdo y la represión. En el último cuarto de siglo XIX los pretendientes delegan en representantes como Cándido Nocedal o el Marqués de Cerralbo, que se centran en “la labor de propaganda que pasó a convertirse en una obsesión”, a través de la prensa, de la imagen y la transmisión oral. También da importancia el autor a la creación de la Casa de los Carlistas y los Círculos. Con la figura de don Jaime (1870-1931) se habla de Jaimismo durante el reinado de Alfonso XIII, con “notable interés por la conquista del espacio público, eso sí, imitando al resto de partidos”. Y da muchísima importancia AMMR al Requeté, que se utilizó en el “permanente enfrentamiento en las calles con republicanos y revolucionarios, especialmente cuando éstos amenazaban con un acto anticlerical”. Y el neutralismo ante la dictadura primorriverista al principio y la posterior crítica en 1925 al Directorio Militar, que provocó el control de la censura a la prensa carlista. Con la II República, en las elecciones de 28 de junio de 1931 se lleva a cabo una coalición con católicos independientes y nacionalistas, saliendo elegidos 5 de sus representantes. También, indica el autor, la colaboración con la creación del proyecto de Estatuto de autonomía, aunque la división entre carlistas y alfonsinos llevó a diferentes pactos. Con la muerte, sin hijos del Pretendiente, los derechos pasaron a su octogenario tío Alfonso Carlos, también sin hijos, que era hermano de Carlos VII. Indica AMMR la recuperación, a partir de entonces, del nombre de Comunión Tradicionalista o Tradicionalista Carlista. También subraya el autor la figura, desde Cádiz, del que él llama “integrista desconocido”, Manuel J. Fal Conde, que consiguió un importante número de votos en las elecciones de 1931, adquiriendo relevancia desde ese momento en el movimiento a nivel nacional. Con las elecciones en la época republicana, se reproducen los pactos con la CEDA en algunas provincias en 1933. En cuanto al papel de la mujer, destaca AMMR por lo novedoso, la figura de María Rosa Urraca Pastor, maestra burgalesa, aunque sigue afirmando el autor que “en el carlismo se seguía pregonando que el sitio natural y específico de la mujer era el hogar y la educación de los hijos, pero se aceptaba su incorporación a la calle cuando Dios, la Patria o el Rey lo necesitaban, como sucedía en aquellos momentos”. También pone de manifiesto Moral Roncal que, tras el golpe de estado fallido de Sanjurjo, hay choques “entre carlistas y afiliados izquierdistas”. Aparte del citado Fal Conde, subraya la imagen proyectada de Luis Redondo y Enrique Varela (jefe nacional del Requeté). En estos requetés, se cuantificaba las unidades en grupos (20 hombres), piquete (70) y requeté (276). Los enfrentamientos con grupos políticos provocaron muertes de afiliados y diputados, como fue el caso del diputado vizcaíno Marcelino Oreja por obreros socialistas en Mondragón. En 1936 se producen cambios en el movimiento, pasando la regencia a Francisco Javier de Borbón-Parma, sobrino de Alfonso Carlos, que le sucedió a su muerte. En las elecciones de febrero de 1936 los resultados alcanzaron los 10 diputados”. Con la Guerra Civil, indica Moral Roncal que “la prioridad carlista fue ganar la guerra anti-España”, siendo muy importantes en julio sobre todo en Andalucía y Navarra, y en batallas como las de Teruel, Zaragoza y El Ebro. A diferencia de otros grupos del frente sublevado, indica AMMR que el carlismo tuvo menos crecimiento que Falange durante la Guerra, aunque incorporaron a sus filas a personas procedentes de la CEDA, Acción Popular, PNV, la Lliga o Renovación Española. La negativa de Franco ante los partidos políticos llevó al destierro de Fal Conde. Tras el decreto de unificación de 19 de abril de 1937, quedaron asignados los roles en el nuevo estado en ciernes, siendo elegido el Conde de Rodezno como ministro de Justicia en el primer gobierno de Franco de 1938, iniciando una tendencia que se mantiene hasta la muerte de Franco. Durante la guerra, solo en Navarra ocupan puestos importantes en la administración, hecho que se mantiene hasta el final del régimen. Tras la finalización del conflicto, se iban a producir enfrentamientos con los falangistas, como el ataque sufrido en la concentración carlista del santuario de Begoña en agosto de 1942 (indica AMMR que incluso fue con la presencia del ministro Valera). A partir de 1939 se va a repetir la peregrinación a Montejurra, iniciándose el 3 de mayo de ese año, indicando AMMR que desde finales de los cincuenta “aumentó su carácter nacional, confluyendo carlistas de toda España, adquiriendo matices políticos y de sociabilidad, al producir discursos varios miembros de la familia Borbón-Parma”. Con el fallecimiento de Carlos VIII en 1953, y la elección franquista en la figura de Juan Carlos, Don Javier es invitado por Franco a abandonar España a mitad de la década de los cincuenta, aunque Don Javier colabora con el régimen en lo que AMMR llama “etapa de vigilancia tolerada”. Sin embargo, en el acto de Montejurra de 1957, era presentado el hijo del pretendiente, don Carlos Hugo, como príncipe de Asturias, resumiéndolo así AMMR: “Comenzaba un proceso de márquetin original y único: convertir a un universitario francés en un príncipe español”. Indica AMMR que aumentó la popularidad de los Borbón-Parma, sobre todo tras la boda de Carlos Hugo con Irene de Holanda, compitiendo en popularidad “entre las dos parejas reales". Además, indica Moral Roncal que “tanto el juanismo como el carlismo aportaban paulatinamente estrategias de colaboración y de oposición frente al régimen franquista”. El autor describe lo que el llama “el canto del cisne” a la “aventura política de Carlos Hugo”, indicando que “el Partido Carlista se convirtió en un partido socialista, autogestionario y federal, con el beneplácito de Carlos Hugo y tres de sus hermanas, que comenzaron a creer los vaticinios de la oposición antifranquista: a la muerte del dictador, Juan Carlos sería derribado del trono, por lo que era necesario presentarse como un candidato demócrata a sustituirle”. Subraya el autor la actividad política del partido en los años setenta, aunque su final vino por su fragmentación varios grupos en 1975, con la búsqueda de una alternativa por Comunión Tradicionalista y la Hermandad de excombatientes de Requetés en la figura de Sixto Enrique Borbón-Parma, “de reconocido talante ultraderechista”. Tras los dos fallecidos en los actos de Montejurra de 1976, recuerda AMMR que “los seguidores de Carlos Hugo acusaron al gobierno de Arias Navarro de impunidad y complicidad con los sixtistas”. Tras no participar en las primeras elecciones democráticas, en las de 1979 alcanzó únicamente los 50.513 votos, sin representación en diputados en Cortes, lo que llevó a la renuncia de Carlos Hugo en 1979. A modo de resumen, AMMR indica el “carácter amalgático, capaz de captar, articular y dar sentido a una variada gama de españoles descontentos (por el temor al orden social subvertido por la revolución, por la pérdida de los privilegios forales, por el empobrecimiento económico, por la disolución de formas de vida tradicional, por la amenaza a la Iglesia Católica y a la Monarquía tradicional…) con intereses dispersos y motivaciones múltiples”.

2 comentarios:

jm dijo...

A día de hoy el carlismo parecen unos juegos florales con tanto color y participación popular, pero es verdad que en época tuvieron que ser algo grande porque cuando visité el maestrazgo allí todavía se sentía impregnado lo que significó el carlismo. Cantavieja, Mirambel etc

supersalvajuan dijo...

Boina roja para todos