sábado, 16 de julio de 2022

Capitani. Segunda temporada.

Tiene Capitani un aire de serie B que engancha. No es nada del otro mundo, pero ese aspecto descuidado, de putas baratas y gente venida del este y de África a buscarse la vida al final te engancha. Champán de casa con lucecitas de colores y niñas de la noche con tatuajes en el mostrador. Lo dicho, no es nuevo, no es una novela de García Márquez, pero al final, lo ves. Ahora todos los que mean agua bendita con sus cánones de exquisitez netflíxtica critican la abundancia igual que antes criticaban la escasez. ¿Pero qué es un canon? ¿Quién nos manda seguir un canon? Mafias nigerianas, ritos que te llevan a la confusión, fantasmas del pasado con voz de mujer, y encima, en plural. Los plurales siempre te meten en líos, que decía el hombre de la camisa verde. Líos de jurisdicciones que no pueden acabar bien. Saber mucho te mete en líos y jugar con varias barajas a la vez te da la partida pero te puede quitar la vida. Demasiadas batallas en una guerra cutre pero interesante, eso es Capitani. No tiene por qué salir a relucir el lujo en mitad del estiércol. Fantasmas en todos los sentidos, luces que se encienden demasiado tarde, números tatuados en un pecho que necesita saco de boxeo. Salir de una prisión, y no solo física, que hay ostracismos laborales que duelen hasta en el alma. Evitar el destierro no siempre es fácil. Y el fantasma del familiar suicidado, y el Zolpidem con más sustancias que te lleva a la locura, y las delaciones y la embajada de Nigeria en Luxemburgo y sus problemas. Pero como siempre en la vida, se repiten las preguntas universales: ¿Me están utilizando? ¿Cuántos me están utilizando? ¿Quién no me está utilizando? Finales en plan El bueno, el feo y el malo, o en plan Amor a quemarropa, o finales reconocibles a la vez que te das cuenta de que nadie es lo que parece y que no existe la ley, existe la interpretación de la ley. En fin, que todo sigue siendo mentira, también en la segunda temporada de Capitani.

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