viernes, 15 de julio de 2022

El silencio de Teo

El silencio de Teo, libro de Miguel Venegas, te trae a la memoria noches de elecciones y revuelta, sueños de revolución y mentiras que te crees cuando te tienes que creer pero que acaban con un matrimonio y cenando con la familia política en un encierro pandémico. O no. Cada uno escoge su camino, su media verdad y, todavía, quedan algunos que resisten a pasar por el aro, por lo convencional, por lo establecido, por lo que te dicen que debes hacer: casarte, criar, pagar facturas sin motivo aparente y seguir pagando recibos toda tu puta vida. Viva la mediocridad. El mes pasado, con el calor de Murcia, me encontré en El Sur, una tarde que quedé con los amigos Sergio, Andrés y Jesús Manuel, a un exalumno (Albaladejo) que fue de los pocos que tuve (y él estaba entonces en 2º de ESO) que se encerraron en sus tiendas de campaña en la Glorieta de España en la plaza de Belluga por el 15M. Me dijo, al marchar del bar, que seguía loco, igual de loco que cuando le daba clase. Más quisiera yo. Al final cumples años y te aburguesas, como casi todos. Es triste, pero es así. Deja buenas reflexiones sociales y políticas El Silencio de Teo. Escribe Venegas que “vivimos entre bostezos lo que contaremos de forma apasionada”. Vivimos poniendo cargas de lavadoras y lavavajillas y crees que tienes libertad y no tienes un pijo. Ya no recordamos la guerra de Yugoslavia (los años que he tenido alumnos en 1º de Bachillerato me he empeñado en hablar de ellas y les aburre soberanamente), y, como mucho, hacemos un acto por el fin de la guerra en Ucrania y nos ponemos una pulserita azul y nos acercamos a la concentración las primeras semanas, pero luego todo se olvida. Ya no hay uso de las palabras correctas, ya no quedan expresiones ni “con orgullo y testosterona, como los padres de antes”, ni nada del resto. ¿A quién le importa la izquierda y las guerras del mundo? A nadie. No se habla de Reverte, ni de Kapucinski, ni de Galiano, ni de García Márquez ni de Vargas Llosa cuando era comunista y no salía en el Hola con esa señora que, como decía Alfredo Díaz, “gracias a Porcelanosa tengo resuelta la cosa”. Ahora toca premio Nobel que readapta a Galdós, o eso dice. El silencio de Teo no sé si pretende ser retrato generacional o siempre relato de una situación que empezó siendo temporal y que ha terminado siendo estructural: vivir peor que los padres, pensar que con tu sueldo no llegas a lo que tenías pensado llegar y que disfrutas unas cañas un jueves para olvidarte que cobras una mierda en un mundo de mierda. Buscas sucedáneos, buscas “el amor porque es gratis y se da poco”. Venegas se centra en un periodista en “el mundo digital (que) nos lo ha dado todo, y casi todo gratis, y eso ya no lo vamos a cambiar”. Viva la precariedad. Se centra quizás demasiado en el periodismo, porque “es el mejor momento de la historia para hacer periodismo, pero el peor para vivir de ello”. Luego, al final del libro, en un viaje alucinógeno al otro lado del plástico, se acuerda de los profesores que se quejan por sus sueldos (aquí no hay cojones a hacer una huelga en el profesorado porque no toca con el gobierno que tenemos, habrá que esperar que llegue el señor del protector solar para hacerlas). Pero podría ser cualquier empleo. No aparece el nombre de Pablo Iglesias hasta la página 25. Recuerdo las charlas que tuve el año que trabajaba en el IES Isaac Peral de Cartagena, con horario de entrada a las 8 de la mañana y de salida otros a las 11 de la noche (viva el interino preferente y no preferente) y las charlas que tuve con Antonio Martínez Bernal, ex concejal y exdiputado regional que volvía a la docencia después de muchos años. Charlaba mucho con él, en mi horario gruyere, de política, del 15M, y él siempre tenía claro que no habría sorpasso de Podemos al PSOE. Yo pensaba que sí, y me equivoqué. Y me engañaron. Yo que trabajo casi siempre a tiempo parcial, me dejé engañar, o creí y las dos últimas veces que voté, en diciembre del 2015 y en junio de 2016, creí para luego descreer. Todo mentira. Pero no se habla de política, o no se quiere que se hable de política en los centros de trabajo, o se habla en voz baja, o no se levanta la voz, o el puño, o lo que nos salga del níspero, no vaya a ser que alguien se moleste. Y que no se lea mucho, que también molesta. Asegura Venegas: “Una sociedad que no cuida su cultura es una sociedad condenada al fracaso; y en España estamos en mitad de ese fracaso. Y si no cuida su prensa, está condenada al saqueo”. Yo que empecé segundo ciclo de Periodismo en la Universidad lo dejé hastiado de aburrimiento y cansancio, y todavía me arrepiento. Pero me despisto. Reflexiona MV sobre lo dificultoso de conciliar ese trabajo de mierda con unas relaciones estables que no sean solo de jincamiento y hasta luego Lucas. Escribe el autor: “Y preferimos tomar cañas y volar a Londres por 20 euros, que criar un hijo sin salir de casa”. También aparecen en ESDT la victoria de Carmena en el Ayuntamiento de Madrid, el 1 de Octubre en Cataluña, la victoria de Ada Colau y las referencias a Hitler en conversaciones (eso lo hacemos todos). También se refiere a ZP y a las bombas de los trenes, y de aquel “No a la Guerra” del que no tienen ni idea los alumnos de 2º de Bachillerato porque solo importa la selectividad y te quedas en la Constitución del 78 y de ahí no pasas. El problema es el paso del tiempo. El silencio de Teo es de 2018, y el Pablo Iglesias de entonces no nos parece el mismo de 2015, ni de 2016. Escribe MV: “La gente odia a Pablo Iglesias porque la gente quiere un gobierno de extremo centro, con todo igual salvo los colores. La gente odia porque en este país se aprende primero a cavar trincheras, y después a amar las ideas que te van colando dentro y sin remedio”. Recuerdo tener que argumentar mi voto por Podemos en diciembre de 2015 y en junio de 2016. Hoy no lo haría, entre otras cosas porque ya no creo en nada (bueno, un poco en Jugadores de billar y poco más). También estudia el cambio entre padres e hijos, entre chaquetas de pana y camisas guayaberas y lo inclasificable que llevamos ahora. Recuerdo cuando en el IES Jiménez de la Espada me soltaron eso de que los faldones se llevaban por dentro y no por fuera… Y en esa relación padres contra hijos (se lleva mucho, siempre en contra), de diálogos nulos y muros de lamentación sin Sabbat, de soledad y huida, de escasez de palabras hasta que es demasiado tarde. No es fácil escapar, o querer escapar, o poder escapar de la casa familiar. Unos esperan a los 43 años, 6 meses y 28 días, otros no pueden ni esperar a eso porque les es imposible escapar, o querer escapar, o poder escapar de la casa familiar, paterna, materna o comuna Kika. Pero como dice MV, “teníamos cubatas y nos creímos ricos” y, además, “a partir de los treinta ya podemos admitir que hemos fracasado casi todos”. Y en esa relación paternofilial, o maternofilial, entre adultos con necesidades de sexo y alcohol (no siempre en cantidades iguales), surge el conflicto y surge, inevitablemente la enfermedad, porque ese ente llamado gente (inclasificable siempre) se sigue muriendo de cáncer, o de infartos, o de ictus (antes no había ictus, solo infartos) o de lo que toque antes, durante y después de la pandemia. Y no es fácil. Cuando he ido a los entierros de los padres de mis amigos, siempre pienso en las palabras que decir cuando llegas, en el estado en que te encontrarás al hijo, a los hermanos del hijo, a los familiares del muerto, y en las conversaciones que se tienen en los tanatorios y siempre se acaba hablando de o mismo, o como escribe Venegas, “el mío es un país donde la mitad de los jóvenes no puede trabajar, y los que lo hacen no pueden vivir con su sueldo”. O quizás de esto no se habla en los tanatorios, ni en los bares, porque ahora están mal vistos los pensionistas, que ya cobran más que los cobran cinco euros por hora, y no se quiere entender que ningún indígena español quiera trabajar de camarero, ni de cuidador de enfermos o señores mayores, o de nada porque todo es mentira en la vida, y no hay cerveza que aguante una conversación profunda sobre Pasolini ni Marx: “Nos han condenado a la eterna adolescencia. Cerveza, amigos, noches de sexo y los Reyes Magos. Así no podemos hacernos viejos, papá. Solo podemos jugar”. Y como en Juegos de guerra, “la única manera de ganar es no jugar”. Y también hay espacio para ese señor que nunca gobernaría con Podemos porque no podría dormir tranquilo, y el “No es no”, y esas palabras que se quedan por el camino. Y como en 4º de ESO, podemos poner una definición de Revolución, como la primera de la RAE: Cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional, o podemos (se repite muchas veces esa palabra, con y sin mayúsculas) poner la que aparece en ESDT: “Revolución. En Europa era una palabra temida, prohibida, perseguida, porque no te vayan a venir a quitar la casa y las tierras que dejó el abuelo con el sudor de su frente”. No vaya a ser. No vaya No. Yo con 45 años no tengo nada a mi nombre, ni casa ni coche ni nada que saliera en un diálogo de Los lunes al sol (aunque somos más de El buen Patrón). No hay banderas suficientes (fabricadas en China, por supuesto) para este país, o para estos países, o para lo que queda de España, Federico, que el desafío catalán ha acabado con nosotros, con tanto lazo y tanto tipo gritando independencia y reivindicando el proceso en los bares. No he leído a Houllebecq ni a Philipp Roth, pero, como en ESDT, toca hacerse, muy a menudo (o cada vez que te puedas levantar a orinar, antes de que te ponga una auxiliar extranjera en un hospital inhóspito un pañal con velcro), la pregunta del millón de dracmas, que siempre hay que acordarse de Grecia y Varoufakis: “Mi felicidad consiste a veces en no preguntarme qué es lo que soy, porque resulta que soy un gran fraude”. Todo es mentira, aunque no está mal que nos recuerden lo que quisimos ser y el chiste ambulante en el que nos hemos convertido. Coda: ¿De verdad no nos acordamos de Varoufakis?

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