martes, 14 de febrero de 2023

14 de abril (de Paco Cerdá)

Llegué a 14 de abril de Paco Cerdà sin pretenderlo. Apareció entre otros salvajes libros y fue a la mochila y en una jornada hice la lectura. Sin saber nada del autor, ni referencias. Disfruté el libro, y disfruté la forma de cerrar los párrafos. Los que nos fijamos mucho en obituarios tenemos algo ya a favor con 14 de abril. Y es extraordinario el esfuerzo informativo, de archivo y búsqueda de datos de los que no salen sus nombres casi nunca (o cuando salen, no les prestamos atención, o no queremos prestarles atención). Aquella jornada de 1931 que iba a cambiar tantas cosas luego no cambio tantas, o las cambió de forma inacabada, o fue un cambio de cromos pero no un cambio de régimen como debía ser. Y no lo fue. Aquella república burguesa tenía mucho de burguesa y poco de república, con los mismos políticos de casi siempre, con una herencia y unas puertas giratorias que chirriaban mucho y necesitaban un engrasamiento. “El poder es ambición”, escribe Cerdà. También que “un entresuelo burgués no es lugar para un castor”, hablando de Lerroux, de ese Lerroux metido en una caverna esperando la gran luz. Describe PC instantes epifánicos, de esos que se recuerdan y que no se repiten, porque son únicos. 14 de abril vive de retratos quemados y bustos que vuelan, de una euforia colectiva sin contención, de una ilusión que no solo se acabó en Casas Viejas. No. Hubo más cosas. Más asuntos. Y, entre aquella fauna, describe a Juan de la Cierva: “A Palacio, según qué días, según que hombres, se llega de etiqueta. El ministro Juan de la Cierva es uno de esos hombres en uno de esos días”. Un JDLC que va al encuentro de Alfonso XIII, a ese tipo que no era un cualquiera: “Tres décadas de reinado efectivo. Con veinte presidentes del Consejo. Con ciento dos gobiernos distintos. Con dictaduras y dictablandas. Con desastres marroquíes y una semana trágica en las calles catalanas”. Y ese día no estaba la magdalena para pespuntes. Toca huir. Gran verbo ese de huir. Y reflexiona el autor sobre la fuerza: “El poder es la capacidad de infundir miedo. De atemorizar y controlar para evitar la anarquía. De amedrentar y castigar para impedir la insurrección”. Apostilla Cerdà: “El poder son las armas. La potestad de utilizar la violencia en régimen de monopolio y a discreción. El resto son circunloquios o constituciones: rodeos elusivos de una incómoda verdad”. Y el apoyo de la Guardia Civil como fundamental para el cambio que no lo fue tanto. O quizás si lo fue y nos negamos a verlo: “Para algunos, sería el golpe de gracia al rey y a la monarquía. Pues sin armas ni miedo, que le queda a una corona desprestigiada”. Y añade Cerdà: “Las aramas y el miedo –el poder- abandonan al rey”. Y entre ratas, PC nos lleva a un cuadro que no es tal, porque no hay santos óleos que ungir, o si los tenemos pero no los utilizamos porque nos cansamos de rezar demasiado pronto. Y Romanones, y Niceto Alcalá-Zamora, y ese escenario velazqueño: “En Breda se capitula y se entregan las llaves para salvar el cuello. Y esto es Breda. Un bando va a presentar su rendición; el otro respetará su retirada, nada más. Pero esta vez, trescientos años después, en esta nueva Breda sin pintor de cámara regia, la Corona española pierde”. Y más frases que suelta el autor: “La revolución exige poetas que aviven el fuego”. Banderas que cambian de tonalidad en nombre del amor, y de la patria, y de la fe, y “todo cosido por el hilo incandescente de la épica”. Y en Madrid y en Barcelona, sucede la Historia, pero también en Éibar y en Cádiz, y todos los rincones de España en los que hay que cicatrizar suturas: “El exilio, la cárcel, las renuncias. Las derrotas, los desengaños. Tanta suela gastada, tantas penalidades para llegar aquí. A este instante sudoroso en el que se asoma al balcón”. Y si se mueve la bandera, es porque hay algo que sopla: “Pero el viento parece haber cambiado. Crepúsculo de los reyes, está despuntando el alba”. Y en esa Historia de olvidados, PC nos recuerda a los mártires de Jaca, a Galán y García Hernández, fracaso honroso pero con cementerio final. Y Ramón Acín, y la bata de Julián Besteiro, y el recuerdo de Carrillo. También 14 de abril habla de escribientes, de escritores de discursos de reyes en su despedida (Gabriel Maura), de la retórica sin vuelta atrás. Y la figura del infante don Juan, y las maletas por hacer. Y nuevas direcciones, que ahora “el poder sigue al pueblo, y no al revés”. Pero no era todo tan fácil. Nada fácil. Y el recuerdo por los nombres y las fechas del ayer que se levantaron contra la tiranía: Porlier, Daoíz y Velarde, Lacy, Riego, Hoyos y Lluch, Martín, Miyas, Torrijos y Manzanaeres, Sujuto, Abad, Aso, Rumi y todos los demás. Y las meses de derrota, con nombres y apellidos de ministros, del último consejo de ministros con el rey: “Alfonso XIII levanta la vista. Allí está la sombra alargada de su ancestro en esta hora aciaga, a las cinco de la tarde”. Y un dos en la quiniela, que se estaba perdiendo en casa: “La derrota apesta, la derrota hierde, avisa de lejos a cualquier pituitaria entrenada en los juegos del poder”. Exilio. Unamuno. La palabras de rigor: “Hoy ha comenzado una nueva era y terminó una dinastía que nos ha empobrecido, envilecido y entontecido. Vosotros, a los que se ha llamado chusma encallada, habéis dado un hermoso ejemplo de ciudadanía manteniendo el orden contra los del orden, que no eran más que el desorden organizado”: Y visitas italianas del calcio, que sin fútbol no somos nada. Ni nadie. Ni nunca. Y Franco y Millan-Astray, y las variaciones de los himnos que se hicieron populares, y el vacío carcelario y Margarita Xirgu y todo lo demás de lo que los yanquis se quisieron enterar: “En España se desmorona una dinastía de dos siglos y medio. En Washington preocupa la rueda de prensa de un miércoles de abril. Relinchos y cascos. Lacayos y palafraneros. Y el miedo real a la repetición de Ekaterimburgo, y los muertos de Navamorcuende y Zamora y Melilla y todos los lugares. Los daños colaterales. Y los golpes de resignación, porque no queda otra: “El poder está cambiando de manos. Todo va deprisa, muy deprisa. Maura empieza a llamar a los gobernadores civiles, uno a uno, para que entreguen el poder a los presidentes de las audiencias provinciales o a los líderes republicanos de cada territorio. Allí mismo, el comité designa a Niceto Alcalá-Zamora como presidente del Gobierno y Jefe del Estado; el comité revolucionario se convierte automáticamente en Gobierno Provisional de la República. Sin traspaso de poderes. Sin formalismos. Un golpe en la mesa y ya está”. Pum, pum: “Los golpes fuertes (…) La proclamación ha culminado. Quien no haya cenado, ya puede cenar”. Y otra vez Nicolás II y su recuerdo, y Alejandra, y los niños de nombres inolvidables: Olga, Tatiana, María, Anastasia Y Alekséi. Y las palabras del padre Coloma que recuerda el autor: “Ser rey es una misión peligrosísima. Un rey tiene que estar siempre dispuesto a morir, y para esto se necesita un valor muy grande. Jamás se disculpa a un rey la cobardía”. Y el recuerdo de los atentados fallidos de 1905, de 1906 y de 1913. Pum, pum. Y la carretera del Palmar, ahora avenida del Palmar (viva El Lugar de Don Juan, y, antes, Aljucer) esperando. Madrid camino de Cartagena por carretera, y llegar al puente de los peligros, y pasar el barrio, y cruzar por la puerta de casa de mi abuelo Juan, que era azañista. Alfonso XIII por Aljucer, un visto y no visto (esto es cosa mía, pero me la estoy imaginando y me gusta). Y el puñado de comunistas mal vistos: “Los camaradas no comparten lo que ven. Perciben un soplo de conservadurismo muy alejado del vendaval revolucionario que anhelan. No es esto, no es esto. Continuismo tras un velo de ilusión. Viejos políticos monárquicos revestidos con ropajes republicanos nuevos. Los amos de siempre mandando en el corral. La enésima mutación del capitalismo. Sucias impurezas". Le falta música de Joy Division, o de The Duruti Column: “Que no quede rastro. Ni gloria ni recuerdo: el olvido. A eso quiere el pueblo condenar a Alfonso XIII y a la monarquía en estas primeras horas republicanas. El rey se ha marchado de Palacio. Pero con eso no basta. La Corona debe pagar. Hay sed de venganza”. Y añade el autor: “No solo es iconoclastia, violencia simbólica y destrucción. Ha llegado la hora de resignificar. De construir nuevos mitos”. Y el catalán de Guillermo Reinlein, y nombre de los primeros ministros y la nueva legalidad: “Detrás de la retórica, del nuevo escudo y del marco orlado late un mensaje implícito. Hay un nuevo Gobierno en España con plenos poderes, que se declara investido directamente por el pueblo, y que está dispuesto a suspender los derechos necesarios sin intervención judicial con tal de proteger a la República de sus enemigos, ya sean monárquicos, comunistas o anarquistas. Es el orden. Lo que todo poder codicia”. Y Josep Pla en los Madriles, y “nadie al otro lado da señales de vida. Nadie intenta evitar el hundimiento de la monarquía, el derrumbe de quince siglos de monarquía roída por la base y apolillada por la altura. No es una lucha de clases: uno de los dos bandos no ha comparecido en la batalla”. Y listas de reyes, de Don Pelayo a Juan V de Portugal, Requiario y Teodorico de Galicia. Y más pum pum, que diría don Andrés Serrano del Toro: “Pienso en los libros que he leído sobre España, apuntas. En general, todos estos libros dicen lo mismo. España es una cosa inmóvil. La monarquía es una situación eterna. La duración de esa monarquía está garantizada, primero, por el Ejército y la Marina, que es una clase intocable. Después, por el latifundismo del Sur, de Andalucía y Extremadura. Después, por la Iglesia católica, apostólica y romana, por la que los españoles sienten una adoración viva, activa, pintoresca e indispensable. Después, porque la industrialización es incipiente, porque el orden público es fácil y porque la clase media es rabiosamente monárquica, y una mayoría del pueblo, también. Ahora bien: hoy, día 14 de abril, todas las impresionantes columnas del templo inmóvil se han derrumbado. Me vienen tales ganas de reír que, si no estuviera tan cansado, estas ganas serían aún más abundantes. Y por eso te conformas con la sonrisa, dejas la pluma y te hundes en la cama a dormir”. Pum pum, que diríamos ya todos. Y de Cartagena a Marsella, y la familia en casa, que mañana toca tren, y Ena, “la madre extranjera de una familia desgraciada. Desgraciada a su manera, pero desgraciada”. Añade Paco Cerdà: “No una reina, un príncipe y cuatro infantes. Las máscaras han caído, arrumbados han quedado los coturnos, ya para qué interpretar papeles. La auténtica tragedia se explica sola, sin shakespeares que la adornen. Y en esta tragedia hay una madre, cinco hijos y un destino: el ostracismo”. Y Cartagena y frases sobre monarcas que antes o después caen: “Los reyes no son más que polvo. Un solo día bastará para destronarlos y arrebatarles su poder”. Una buena opción para una lectura de domingo para coger el AVE Madrid-Murcia (aunque Alfonso XIII tardó menos que yo en hacer el trayecto en coche).

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