jueves, 16 de julio de 2015

P'tit Quinquin. Primera temporada

Todo es paranoia, todo es surrealismo, todo es louisfunismo en P'tit Quinquin. Demasiado louisfunismo. Alarde de imaginación, alarde de buscar en lo rebuscado de la mierda, porque en P'tit Quinquin hay mucha mierda. De vaca y humana. La serie saca lo pero y lo más malo de cada uno: el ritualismo eclesial de los entierros, los modales en los restaurantes y, sobre todo, la carga de los defectos humanos. Todo está podrido en el ambiente de un pueblo francés desde el que, algunos días, se ve la costa británica. Todos están relacionados con todos, aunque no se hablen. Y todo ello, genéticamente hablando, degenera en plan dinastía francesa. O española. O austriaca. Y te sale un Carlos II, o te sale un freak de proporciones memorables andando sin motivo aparente entre dos búnkeres en los que encontraron flotando una vaca muerto con el cadáver de una persona en su interior. Y más vacas. Y más muertes. Y recuerdos de Rubens. Y todo lo demás. De traca.

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