lunes, 1 de mayo de 2017

La Trêve. Primera temporada.

Vaya cantidad de mierda bien hecha vemos en la primera temporada de La Trêve. El sueño de Europa hecho vertedero humano. Jovencito africano, de Togo para más señas (no conoció el Togo II, pues entonces no hubiera cruzado Los Pirineos) que empieza vivir el sueño. Equipo de fútbol de categorías bajas en el fútbol belga de la zona francófona; policía que empieza su andadura con demasiados tecnicismos; alcaldesas con familias peculiares; peticiones que se hacen en Facebook después de vomitonas ajenas; entrenadores con gritos y gallos; compañeros de equipo que esconden demasiados secretos; ermitaños del bosque con escopetas viejas; guas en mitad del bosque belga; boxeadores de medio pelo con malas pulgas y peores rutinas putescas; amores del pasado con abortos incluidos; amores del presente con dolor de corazón; compañeros con ánimo de ascender y hacer las cosas bien; jefes que tienen líos con alcaldesas; ayuntamientos corruptos; presas que llevan a la locura; vírgenes que se aparecen en el peor momento; caseros ídolos del nazismo; emblemas que dan que pensar; hijos de diplomáticos que dejan en bragas a los Sex Pistols; fotos de pasión mal entendida; garajes que guardan gritos; corrupción china en el fútbol de tercera; locura, mucha locura. Mezclar pasado, pastillas y locura es un mal cóctel, pero a veces hay que hacerlo. Agobiante por momentos, pero de muy buena factura. Será por premisas. Y todas ellas hacen de la primera temporada de La Trêve una gran serie, con grandes momentos. A veces pensamos buscar la respuesta más difícil, la más rara, la diferente, la distinta. Y, quizás, como no nos damos cuenta, o no queremos darnos cuenta, la respuesta es la más fácil, la más sencilla, amor y desamor. Tenemos la respuesta y no la sabemos descifrar. Viva el Carnaval y los abalorios y todo lo demás.