viernes, 9 de junio de 2017

Tánger Bar

Llega a mis manos Tánger Bar de Miguel Sánchez-Ostiz gracias a amazonísticas compras de Don Importante. La edición del pasado viene con un prólogo de Enrique Murillo en el que se reflexiona con el papel de la provincia. No nos metamos en viejos hospicios provincianos, que para eso estaba Antonio Machado. Muchas veces desconfío de prologuistas que intentan regalar consejos sobre libros, concordia y todo lo demás. Los que somos de "provincias" (como si fuéramos una obra de teatro errante y sin rumbo) no creemos en esas etiquetas. Madriz, Madrid, Madrit, que decía el hombre de la camisa verde de la capital de España. Pero no estamos aquí para hablar de Ginés Caballero, sino de de Tánger Bar. Empieza el libro con la imagen de vuelta de un tren, acompañado de mayores y con los detalles que hacen distintos a los mayores. Al igual que al personaje, a mí también los viajes me cansan, no me gustan. Nada que saque de la rutina debe estar bien, dijo alguien que no era el hombre de la camisa verde. Reflexiona el autor sobre los pueblos costeros en invierno, esa mezcla entre jubilados y gentes de paso, interiores más fríos pero sombrías vidas de cara a vistas oceánicas. O lo que sea. El problema es no querer recordar. Hay etapas, épocas, tiempos, momentos que queremos borrar y borrar y volver a borrar si hablamos como Luis Aragonés después de una timba sin fin. Sin buen fin. Pero luego pasamos por sitios, por lugares, por bares que tienen otro nombre y nos vuelve todo a la cabeza: aquella noche que nos robaron, aquella noche que perdimos la cartera, aquella madrugada que casi perdemos el alma y aquellas juergas que resumían tan bien nuestro siniestro rumbo vital. Pájaros nocturnos que adorábamos la madrugada tanto o más que los murciélagos en las noches de Aljucer, o las merlas en los huertos por las tardes picando la fruta. Pájaros todos de mal vivir y peor dormir. Y mal vino. Y uvas sordas. Eufemismos para vidas que, casi nunca, acaban bien. Habla MS-O de la embriaguez del regreso, sentimientos que llevan a fantasmas de modo final. Los fantasmas de un pasado que, antes o antes, siempre vuelven. Caretos varios, caretos que vuelven a nuestro imaginario colectivo. "Imágenes", "el rostro de la muerte" y "la amenaza de un mal sueño". Así lo describe el autor. Ahora, en tiempos de Facebook y Twitter, en tiempos de mensajes y llamadas, en épocas de quedadas y andadas con la promoción del cole y del IES, es fácil encontrar a alguien que quiera ser encontrado. En los ochentas del siglo XX, volver a la provincia, con o sin hospicio, con o sin playa de La Concha, encontrar al personal no siempre era factible. O no queríamos que fuera factible. No siempre era bueno encontrar en mitad de una calle a las cinco y media de la mañana a unos tipejos con los que se compartieron pasos de cebra. O de peatones. O, como el hombre de la camisa verde, setas y parte de la farmacia del hospital. Tipos que tienen más peligro que el farmacéutico de Nurse Jackie. Subraya MS-O la curiosiosidad ("quizás morbosa") de conocer y saber sobre las personas con las que nos cruzamos miradas, malos rollos o simplemente la vida más o menos en común. Pone énfasis el autor en los pasos perdidos. Un politoxicómano como Juan Manuel Fernández Martínez, con el que comparto apellido y genes, decía que no tenemos amigos, que tenemos gente con la que pasamos ratos. Otro politoxicómano, también conocido en mi provincia, en mi pueblo, ahora en la trimilenaria Cartagena, el concejal Bartolín para los amigos, decía que todos somos dependientes. Y en estas nuestras provincias, somos carne del mismo cañón. Carne, picadillo, morcillas del Garrampón y simulacros del Jesuso. O del bar de turno. O del Tánger Bar. Atados a ciudades "como un lastre". Muertos y recuerdos de muertos, como al protagonista de Tánger Bar la muerte del Negro. Huir para seguir vivos. Antes o después tenemos que romper nuestras ataduras con la provincia, con el pueblo, con la residencia catastral, con el reino valcarcil, con el emirato de Sean Connery, con la pedanía de Pas y con las pulseras de FLM. Viva Lorca, Maroto y el abrazo de Vergara o Bergara, que depende de la fuente a la que acudamos a documentar el simulacro de acuerdo entre carlistas e isabelinos. Todos tenemos a nuestra particular Ana Lisa, a nuestro Rafael, a Altube, a Marta, a Horne, a Matilde, a Antón. Y para el protagonista, los escombros del Tánger Bar son los recuerdos de tiempos malgastados, de horas entre personas desconocidas pero que eran necesarias. Grupos unidos por la espera. ¿Desocupados? ¿Taciturnos? Personas que han perdido el deseo, que no buscan un futuro porque no tienen presente. Complicidad no siempre bien entendida. No siempre. Ante la soledad y el desamparo siempre buscamos un plan, una huida hacia adelante. No siempre funcionan, no siempre la Matilde de turno nos conviene. ¿Hay alguien esperándonos? ¿Esperamos nosotros a alguien? ¿Para qué seguir? ¿Tiene sentido algo en la vida? ¿Nos vale con un disco? ¿Con el periódico del día? ¿Simplemente la imagen de un cuadro nos puede salvar? Lo único era espacar de esa familia de Reniega, "la gloria de la región". El primer encuentro con las gentes del grupo, o, como dice MS-O, "la limpieza de lo no estrenado". Y parientes borrosos para bruma aún mayor. Miedo y vergüenza. El mundo dominado por la noche, para mal y para mal. Escribe MS-O sobre "el estado de mema beatitud". Muchas veces nos encontramos en ese estado, vegetando por la vida, enredaderas que suben para bajar, digestiones importantes previas a noches interminables. La supuesta amistad lleva implícita pactos de silencio miradas hacia otro lado (oir, ver, callar), pasar olímpicamente no de 4 en 4 años pero casi. Aquellos fueron dos años para el protagonista, dos años que describe el autor como "la inocencia cómplice de la turbiedad de otras vidas". Y las perras, ese dinero que llovía en época de sequía, barbechos laborales que no tenían explicación. Vagabundos y vidas ajenas. Magazines que creaban adicción. Modas pasajeras. Objetos perdidos en la memoria. La satisfacción de ciertos caprichos acaba siendo efímera, rito en mitad de una misa que en menos de una hora se acaba entre frente, ombligo, corazón y cartera. Viajar para volver, escapar para regresar, ir para llegar a casa lo más pronto posible. Melancolía, desazón, recuerdos, miedo. Todo en una misma frase, todo un truco de marketing de los de toda la vida. A cierta edad, con ciertos conocimientos, con cierta experiencias, no existen los regresos felices. La felicidad, envuelta en papel de celofán, sigue siendo utópica. Soledad y desasosiego. No nos queda otra opción. Subraya MS-O la "atracción por la vida fácil". La soberbia de la juventud y todo lo demás. Desgaste social, desgaste físico, desgaste hotelístico. 15 años y números de teléfono. Todo cambia. Turn, turn, turn que cantaban The Byrds. Todo cambia. Eclesiastés para todos. Apellidos que no se olvidan. Weintraub. Imágenes "intocadas". Noctambulias más o menos agitadas, necesarias tanto o más que la respiración propia y ajena. "Complicada trama de olvidos". 15 años después todos somos y son desconocidos. Hasta al desayuno se le va todo, se le va el olor y el placer 15 años después. La memoria nos sigue engañando, iluminando zonas, oscureciendo otras. Mobiliarios de distintos. Sonrisas desamparadas. Momentos en los que las palabras se juntan y no suenan convincentes. Los viajes al pasado tienen demasiados agujeros negros. Tonterías estomagantes. Y si hace falta, preguntar en una tienda por cajas chinas. Por hablar, preguntando. Y conversaciones sobre la guerra civil, sobre el penal de Santoña, sobre fugas por el mar y sobre campos de concentración. Que no se nos olvide. Con entusiasmo más o menos raro, pero que no se nos olvide. ¿Olor a tabaco frío? Resalta MS-O esos lugares singulares, como los que mezclan impostura con refinamiento. Lugares a los que no volver. Frases que resumen un estado de vida, momentos que nunca se olvidan, retratos que ni el del DNI: "Y algunos tienen esa cara de estupidez que sólo se consigue comiendo a diario con exceso". Petimetres del mundo, fundan la penúltima Internacional. O la antepenúltima. Esos momentos en los que el resto es silencio, nidos vacíos en los que nada es acogedor: frío, humedad, miedo, impulsos vacíos y canciones que no se sienten igual sin la andada en el cuerpo y la pandilla a tu lado. Y el gris del sueño, el que te deja grogui. Reflexiona MS-O sobre la importancia de los decorados, de lo que importa el lugar en el momento de tomar un café, de incitar una reflexión, de transformar el tiempo como canta Iván Ferreiro en El pensamiento circular. Y en esas frases que hacen pensar, dan que pensar, que muy a menudo nos deja MS-O: "Una ciudad no puede reducirse a un bar, a un mínimo grupo de gente. Pero sin embargo así veo que fue para mí. Y sospecho que así es para casi todos aquellos que tienen una idea más bien vaga y aproximada de qué demonios hacer con su vida y viven dejándose llevar por lo más inmediato". Los hábitos de todos los días. Son imprescindibles. No podríamos vivir sin ellos. Es más. No debemos intentar vivir sin ellos. Es utópico. Es un lapo entre el límite del Índico y el Pacífico. Incide MS-O en esa idea: "La vida reducida a unos hábitos de espacio y de trato, y poco más, y cada vez que se ven obligados a romper esa rutina, se sienten incómodos, agresivos y quieren regresar antes a su mundo pequeño y dominado". Y así te quedas. Con cara de estar perdido, sin brújula. Ya no está lo que nos creíamos que nos daba cohesión. Equivocados estábamos, pero supuestamente felices, supuestamente vivos. Y en esa pandilla, cada uno juega su papel. Bufón del reino, que charla con todo Cristo resucitado o sin resucitar, que antes o después llega la Semana Santa. Y librerías de toda la vida donde te encuentras joyas y sustos y todo lo demás. Biografías reconocibles. Fragancias del pasado que se mantienen en el presente. Recuerdo, espejismo, recuerdo. Círculos viciosos en torno a barras de bar. Subraya MS-O la "cordialidad insensata" de los borrachos. Las letanías de los alcohólicos son generalmente desatendidas. Infravaloradas. Fuimos comparsas; somos comparsas; seremos chistes ambulantes casi con total seguridad. Juegos siniestros que solo pueden meter(te) en líos. O meter(nos). El pasado común hecho estampa, foto sin fuste, hielo sin alcohol. Nada como un "beodo baldragas" para terminar de arruinar un plan. O mejorarlo dentro del caos. Como la muerte misma. Y libros que reflejan al protagonista de Tánger Bar, con "tufo de sacristía" (antes y después del incienso, las velas, el rosario y todo lo demás). Sociedades que se autorretratan ellas solas; sociedades que sobreviven en la carencia de los ideales más básicos; sociedades que no llegan "ni a parodia del esnobismo". Eso si que es ginevrabencismo en un párrafo, en muchos párrafos, en cientos de líneas que recordar. Como en Pantanosa, leemos, en palabras del autor, novela dentro de la novela, una "crónica desesperanzada de un tiempo muerto". Los finales de fiesta, contados y puestos en papel, en ocasiones, no son bien interpretados. Pero hay que contarlos. Gran invento el de la pretensión de la felicidad. Grandísimo invento. Y en las ciudades más o menos pequeñas, más o menos grandes, cualquier efervescencia acaba sabiéndose. Siempre. No hay resquicios para el anonimato. Nunca. Por mucho que se tapen, aireando alfombras siempre sale una parte de la verdad, aunque no sabemos si es la parte que queremos saber. Es difícil la caza, la pesca en aguas revueltas y podridas. ¿De verdad se pueden mantener separados barreras y silencios? Dificultoso al menos. Pone énfasis el autor en las vidas fraccionadas que llevamos. Aventuras, idas y huidas, vueltas sin motivos aparentes, representaciones idealizadas de vidas más falsas que un billete de Mortadelo. Después de años en la ciudad, a su vuelta, realmente nuestro protagonista solo conoce a un borracho y muchas sombras. Más concretamente, MS-O escribe "colección de sombras". Seis individuos que aparentaban ser lo que no eran, con sus disfraces y sus barnices, con potingues y perfumes para disimular sus tristes existencias. Unos más destacados; otros, menos brillantes; el resto, bufones de una corte que ni en la peor de sus pesadillas llegaban a esclavos versallescos. Incide el autor en la búsqueda de ese "señorito inútil de provincias, un provinciano desarraido con pujos de cosmopolita". Etiquetado así, da que pensar. Hay personas que viven siempre desocupadas, vacacionalmente ocupadas en trámites superfluos. Para MS-O, el protagonista es un "racimo de deseos insatisfechos". Siguiendo el nachapopismo reinante, uno "se dejaba llevar" por otras personas que, realmente, no se conocían realmente. Nada como el hecho de pasar ratos juntos para desconocerse. En década y media, muchos cambios. Hablaba el Maestro de Gramática que las costumbres son modas envejecidas. Si nos vemos en fotos de hace 15 años muchas veces no nos reconocemos como nosotros mismos. Esas edades chamorristas, llamadas falsamente de oro, acaban mal. El que vive siendo un fantasma acaba siendo un fantasma, me dijo una vez el hombre de la camisa verde. Entre lluvias y brumas todo acaba mal. ¿Es desidiosa la vida fácil? ¿Se puede mantener durante años una vida sin expectativas? Dicen los curas que en tiempo de melones cortos los sermones. Lo más saludable, quizás fuera no criticar a esa media docena de individuos. Perder la vida entre charcos; perder los sueños entre farras y refranes casposos. Y en mitad de ese crujir de dientes, de ladrillos bíblicos que descartaron los arquitectos, estaban las procesiones al bar, la contrarreforma personal de esa pandilla ante el estupor reinante. Cuando todo es niebla, cuando estás rodeado de mierda, cuando la caja del diablo suena en forma de bucle, solo nos queda la procesión al bar. Daba igual la invocación, la conversación, el tema del día; casi todo, olvidadizo. Da igual. Cuando uno nace con el alma robada, da igual. Bendita insistencia. Y cuando alguno de la pandilla se aburría, también. Hay ciudades que cansan, con y sin hospicio provinciano. ¿Pero hay escenario que no canse? ¿Alguno? ¿Vivimos como queremos vivir? ¿Por qué hacemos cosas que no queremos hacer? ¿Simplemente para satisfacer a los demás? ¿Realmente el talento necesita de víctimas? Tánger Bar, durante su lectura, hace pensar. Dulzura, nostalgia, falta de ocupación. Y el dandi del pasado convertido en fantasma del presente. Y los recuerdos de los cuadros, de los Ucelay y los Iturrino, y reconocer la ruina donde antes había esplendor. Es lo que tienen las "vidas estériles", todo se acaba y solo hay periódicos viejos que huelen de manera peculiar y ojos de cristal viudos. Y las risas burlescas y arrogantes entre ron y café. Máscaras y más máscaras. Barniz. Apestados de la vida siempre hubo. ¿Búsqueda de culpables en mitad del desastre quince años después? La corte convertida en sombras. ¿De verdad que hay complacencia en el deterioro? Cárcel, hospital, cementerio; lugares que separan, como hablábamos con el hombre de la camisa verde, a los amigos de la gente con la que pasamos ratos. Y esos dos últimos capítulos de retratos: ambientes, personajes, lugares cerrados, licores amarillentos, desesperanza y muertes que se pudieron evitar. O tal vez, no.