martes, 31 de octubre de 2017

Ray Donovan. Quinta temporada.

¿Cómo hablar de la quinta temporada de Ray Donovan sin parecer un chiste ambulante comparado con cualquiera de los personajes de este friso? No hay explicaciones causales en torno a los Donovan, porque hace muchos capítulos que esto no solo trata de Ray Donovan. Todo este círculo de poder, toda esta red de relaciones, toda esta gran teoría general de sistemas donovista es imprevisible. La sangre llama a la sangre. La novedad son los saltos temporales para recordar el dolor y la muerte, la sangre y la familia llevada a unos límites que acaban en cárcel, fiscalía o muerte. Y entre los puntos suspensivos y los signos de admiración, entre los andares resacosos de Ray y los vientos que llevan sus coches y sus bates de baseball, todo es posible. El cáncer, la improvisación, la camiseta número cinco de los Celtics, una Susan Sarandon que pide favores y los devuelve, catanas que no vienen de Santiago El Mayor, visitas al mar a dejar cadáveres, allanamientos de morada, luchas de poder en cadenas televisivas, estatuillas que cambian de manos, hijos con desviaciones, militares marinos que no toman cerveza, hijas que no saben la suerte que tienen de tener un Donovan en sus vidas. La venganza en Ray Donovan, antes o después, llega: la familiar, la institucional, la de Abby y la de los saltos al vacío. Salud para todos excepto para los que no adoren a Ray Donovan. Del plan a al plan jota, sin llegar a terminar el alfabeto, porque aquí todavía queda mucho que sudar, beber y batear. Embarazos que marcan saltos, experimentos médicos que quitan y devuelven la vida, psicólogos con experiencia militar, robos que desatan un Apocalipsis, negros que buscan su lugar en el mundo. De todo, pero con mucho dolor. Y todavía tengo esa camiseta con el cinco bostoniano en mis retinas. Y todo lo demás, también.