jueves, 15 de noviembre de 2018

Cegado por la luz. Primera temporada.

No solo esa entrada, no solo la posibilidad de viajar, no solo la música clásica, no solo las drogas, no solo las llamadas telefónicas, no solo la mafia. Cegado por la luz se abre a lo grande. Marcando territorio. Marcando noria en mitad de un bosque de hoja caduca. Los recuerdos, los mocos tendidos, la sangre enquistada, la paranoia hecha pesadilla. Todos hemos pagado alguna vez en alfombras. Ni más ni menos. En alfombras. La obsesión por los coches. Las gangas. El ruido de las vías del tren. La pureza. Hacer la compra por Navidad. Camisetas de Rivaldo del FCB. Gorrros que no esconden lo que eres, lo que serás. Intentar escapar pero negarte a ello. Iglesias que se te caen encima. Té asqueroso que escupir. Himnos en un Varsovia llena de Papá Noel. La Varsovia católica de toda la vida convertida en chiste de perversión y lujuria. ¿Argentina no existe? ¿El Mundial del 78? No podemos huir de nosotros aunque queramos. Imposible. Cegado por la luz es una bajada a los infiernos, a todos los infiernos posibles: el familiar (ausencia), el personal (sacar los más bajos instintos), el oficial (una policía y una fiscalía dispuestos a todo). Y no deja títere con cabeza. El protagonista es un Carlito, nunca mejor dicho, atrapado por su pasado. Y por un presente hijoputa. Siempre cuesta mucho bajarse del éxito en la cresta de la hola. Mucho. Pero hay que saber hacerlo. Y no todo el mundo lo sabe hacer. Intentar escapar es imposible (casi siempre). Y luego está el protagonista de Cegado por la luz.