lunes, 17 de junio de 2019

Deadwood: La Película.

Recuerdo que vi Deadwood tarde, fuera de lugar, con coordenadas temporales alejadas de su momento primigenio (que cantidad de palabras disparatadas seguidas). Y no me gusta el principio: pajas mentales sobre el alcohol, sus consecuencias, una coja vieja y una Sofía que se ha hecho mayor. Muy mayor. O no. Todos son mayores (pero falta uno). Es lo que tiene: no podemos sustituir a los muertos. ¿Cuántos campeonatos de F1 hubiera ganado Ayrton Senna si no hubiese pasado aquello en el 94? Pajas mentales. Dakota del Sur vuelve a nuestro mapa sensorial, vuelven los pastores y las cuñadas hechas esposas, vuelven los médicos que se salvaron del Apocalipsis. Magnates hechos políticos. Nada nuevo bajo el sol. Supervivencia, putas embarazadas, marcas que no llaman la atención y jodiendas que no salen a la calle. Senadores puteros (vaya novedad) y dueños que dicen lo que piensan aunque se metan en líos. Y da igual que sea 1889 o 2019: un bar no es lugar para teléfonos con los que te puedan encontrar. Totalmente de acuerdo con Al que un bar siempre debe ser un santuario donde no te puedan localizar. Y Deadwood en la película sigue con la venganza y lo que pudo ser y no fue. Y reflexiona sobre la muerte y lo que supone en las personas que saben que van a morir pronto. Nada nuevo bajo el sol, pero menos barro y más salón. El momento de despedirse siempre tiene ausencias. Morir solo o acompañado. Jodiendas con vistas a los cerdos del chino. Huir para volver a caer en ese infierno al que te llevan o te dejas llevar. A todo eso nos ha llevado Deadwood en su película. Recordar dedos cortados, recordar cuellos cortados, recordar niños bajo un caballo. Demasiados recuerdos para menos de dos horas. Viva Deadwood hasta en su despedida. Coda: Y vaya colección de caretos que en la retina los tenemos en Justified, en Hijos de la Anarquía, en House of Cards, en Ray Donovan, en American Gods, en Breaking Bad, en Ray Donovan...

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