martes, 9 de septiembre de 2025

Misión en París

La paternidad da muchas satisfacciones, pero quita tiempo para otros asuntos. Para la lectura. He leído Misión en París de madrugada, con una pequeña lámpara de lectura que va del rojo al amarillo, a ratos y en el silencio obligado de una décima en el que se escucha un viejo reloj dar las horas a la vieja usanza. Quizás lo que más añoraba de Alatriste eran los chascarrillos de los diálogos, porque ya sabemos que en esta serie de aventuras siempre hay misiones y casi nunca salen bien. Pero está bien recordar ese pasado de ciénagas y barro, y esa “singular clase de hombres: los arrogantes tercios de infantería española, portentoso seminario de soldados que durante siglo y medio acuchillaron el mundo”. Aunque, al final España sigue siendo parecida, “donde antes te mueve del sitio un doblón que un toro”. Me pregunta el amigo Andrés, cuando de siglo en siglo nos vemos, si le sobran páginas a ciertos libros. A La Zona de Interés, de Martin Amis, por ejemplo, le faltaban, quería seguir disfrutándolo, en esa locura. A Misión en París no le sobran, con esas expediciones capitalinas y el viaje a La Rochela durante su asedio. Es cuestión de observar, y mirar, que “a veces un soldado ve mejor que un general desde lo alto”. Quizás las expectativas ya no sean las mismas que en libros anteriores, pero Alatriste siempre se disfruta, aunque nuestro reflejo, ese de las lecturas antiguas, esté distorsionado, ya que “todos tenemos algo atravesado en el gaznate de la memoria”. Toca aguantar, la que está cayendo y la que caerá, y sacar el escudo diario de la lectura, si es que se puede, y recordar camino del trabajo que “hay campos de batalla más limpios que lo que ocurre en ciertas retaguardias”. Y sacando segundos de donde no los hay en ese viejo reloj, siempre hay un rato para el recreo en la insolencia de las palabras y de la cadena de mando, para el desquite y la venganza, para tener claro que “el mundo se ve distinto desde un salón que desde un campo de batalla”. Y cada uno, desde su pequeño espacio, tiene que seguir luchando, porque ya está uno, como Alatriste, “demasiado viejo para cambiar”.

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