sábado, 11 de enero de 2014

El ala oeste de la Casa Blanca. Tercera temporada

La tercera temporada de El ala oeste de la Casa Blanca es una sucesión de hechos que tienen lugar después de las decisiones que tomamos: mentir, asesinar, mirar a los ojos en el momento equivocado, jurar, cortar cables de teléfonos, contratar, comprar vestidos negros. Pero al final, después de los 22 episodios, recordamos el que los precede, estrenado poco después del atentado del 11-S-2001. Y ahí Sorkin nos mete en su terreno: en el de las preguntas que nos hacemos pero, sobre todo, en las que pensamos pero no las decimos en voz alta. Terrorismo, turbantes, yihad y la soberbia de la juventud. La jodida soberbia de la juventud. Vemos a un presidente que, quizás por primera vez, no trata tan bien a sus más estrechos colaboradores y se ve aterrado ante sus propias mentiras. Y ese grupo estrecho, ese círculo, duda. Es lo que ocurre con la confianza. A veces creemos al presidente como si fuera cualquier persona. Y no lo es. No lo es. No es fácil ese tratamiento. Ese señor, sí señor. Continuo y a veces, no tan necesario. Las mentiras y las sorpresas positivas del vicepresidente. Y los viajes en avión, y la invención de un país para no dañar sensibilidades. Y las mentiras televisivas sobre los informativos, que tito Aaron tan bien trató en Studio 60, y ahora en The Newsroom. A veces hay temporadas que no quieres que acaben pero tienen que acabar: sí o sí. Eso ocurre con la tercera de El ala oeste de la casa blanca, aunque no sabes si apellidarte del norte es perjudicial o no para el turismo. Y vemos las dos caras del feminismo (si es que solo tiene dos, de eso ya me ocuparé en el tema 72 de las oposiciones si es que lo retomo, que yo soy más de pacifismo [estoy entre Gandhi 3 y Gandhi 4] y ecologismo). Y todo lo demás.

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