miércoles, 15 de enero de 2014

Tiempo de transición

He leído la mayoría de páginas de Tiempo de transición en salas de espera de médicos y rayos acompañando a mi padre, como me pasó hace unas semanas con Los Gatos pardos. En Tiempo de transición, Patricio Peñalver nos cuenta historias de personajes diferentes pero a los que, antes o después les llega la decepción. Individuos con rumbo equivocado, quiosqueros sentenciados, conductores rutinarios, aspirantes a batas verdes que tendrán nauseas de por vida. Pero el diferente populacho de Tiempo de transición entre citas de Schowb, de Cortázar, de Rulfo, de Kafka, entre versículos bíblicos y coránicos, con referencias al quijotesco Cervantes y al busca bárbaros de Kavafis, a los Claros del Bosque de Zambrano y a muchos asuntos más, da mucho juego. Cuando tenía alumnos que superaban mi C.I (y he tenido muchos), hablaba de esa farsa que mis padres (nacidos en el año 44 y año 48) y muchos tipos e individuas de su generación medianamente alababan: tuvimos a un falangista como Suárez al frente de todo (el mismo que permitió que víctimas de ETA salieran por las puertas no principales de las Iglesias mientras mandaba camiones de dinero al PNV, [y, afortunadamente, aunque Escipión el Africano se lo cargue en sus palabras, lo mejor que le está pasando es no acordarse de nada]),a un PSOE que se olvido de sus ideales, a un comunismo injustamente tratado y a un sindicalismo que si curraba de verdad (los Redondos y Camachos, esos si trabajaron y no los amantes del marisco actuales). A lo que iba, que se me va el santo al cielo aunque hoy no compre cupones de la ONCE, ni el 38 ni el 75, ni el perro ni el gato, pero si encuentro el 64 si que buscaré mi casa, o las mamellas, o la con perdón, aunque mi abuelo los vendía en las cuatro esquinas. Esa transición, esa mal llamada transición, fue una puta farsa, un engaño. Llamadlo como queráis: milonga o bacalá. Esos individuos y tipejas que solo pensaban en funcionariarse, en entrar en el aparato del Estado cuando habían estado rajando de él hasta hace 4 días. Lo malo, siempre lo malo, es que el tiempo ha retratado a muchos de esos personajes, desde el señor Yáñez hasta el señor Martín Villa, ambos reflejados en las páginas que Clares ilustra en la portada con el pescadito sobre los legajos y papeles. Hay páginas que me revuelven en la silla y otras que me atraen más: me llaman más la atención las de las luchas universitarias, las de los párrocos que se la jugaron (como diría el gran Manuel Alcántara, ya no quedan curas obreros con casco y en el andamio, pero existieron, como el de mi pueblo que ayudo personalmente a la familia de un miembro del PCE que falleció en el aquel fatídico accidente y al que muchos paletos pueblerinos deseaban fusilar y algo más), la del despido (im)procedente (al final, despido). Y me quedo con el ritmo de ese último "El metro avanza hacia el Nuñez de Balboa" (¿de verdad alguien terminó de leer el Ulises de Joyce?), en el que me hace recordar la línea 6, precedente del 61 hoy extinto y que nos llevaba a Villa Desmadre camino de la Arrixaca (Murcia es que es así, nada como tener un enfermero como concejal de tráfico), y canciones de Albarracín con Farmacia de Guardia, y Burnin, y Víctor Manuel, y el Leño rosendiano, y al filipino Aute que nos hace dormir, y a los primos Vega de Nacha Pop, y al Sabina que habla de Madrid y al falto de rinoplastia Battiato, y a la Groenlandia de los Zombies. Pero, quizás sea mi (mala) interpretación, pero, afortunadamente, muestra la "decepción" con esa pésima transición que sufrió este país. Y, quizás, sigo malinterpretando, esos grupos musicales que he citado antes, no propiciarion la suficiente revolución cultural que España necesitaba, paralela al éxtasis que supusieron las huelgas generales del 76, y del 78, y del 81 y del 85. Quizás, también, por miedo a los tricornios y a la indumentaria militar, pero esta transición (mal)concebida, abuso de despolitización, fue algo absolutamente cosmético, y los niños que habían vivido como dioses durante la dictadura (Bonos, Bellochs y buena parte del PSOE, media UCD, el 80% de AP) fueron los que pactaron la gran farsa. El personal se olvidó de la gran miseria de los 70's con la imagen ilusoria de que el tardofranquismo convirtió en propietarios de algo (piso, coche, tele) a la mayoría de los españoles. Y esos ideales de lucha universitaria que cuenta Tiempo de transición, de maestros y profesores que se olvidaban del programa y leían los Campos de Castilla machadianos, se perdió en cuestión de años, creando la clase media más desmovilizada de la historia de España contemporánea. Por lo que refleja y por lo que hace evocar me gusta Tiempo de transición. Y todo lo demás.

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