martes, 13 de mayo de 2014

El hombre sin rostro

Año 1908. El asunto está feo en una España que diez años antes había perdido Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Casi nada. El terrorismo anarquista toma el país. Marruecos está que arde. Y, ante este jardín, el joven de los crucigramas, ahora ascendido en el periódico El Planeta, va a comenzar a investigar muertes inexplicables. Ese el punto de partida de El hombre sin rostro de de Luis Manuel Ruiz. En 1908 no se tenía los medios técnicos actuales, pero se investigaba. Se buscaban fórmulas mágicas por parte del Ministerio de Gobernación español. Se buscaban soluciones únicas e inigualables. Pero esa búsqueda tenía daños colaterales, tenía un resultado inesperado. Elías Arce, pese a su ascenso, sigue pensando en crucigramas y escaques. Luis Manuel Ruiz, a lo largo de El hombre sin rostro nos deja las mejores definiciones de algunas palabras, definiciones claras y concisas. Nunca nadie había definido tan bien palabras como porvenir, consagración, oscuridad, desproporción, pasión, amor, querencia, cariño, devoción, terror, dormitorio, aburrimiento, curiosidad, cadáver, hipoteca. Elías Arce viaja a Madrid engañando a mamá, bajo el barniz de un trabajo en notaría mientras malvive en un edificio de mal vivir, de tuberías raras y más raros vecinos. En sus investigaciones, conocerá a los investigadores de un proyecto que pudo cambiar la historia de España y lo único que hizo fue llevar antes al cementerio a más de uno de ellos. Pero algo de positivo tenía la empresa, conocer a la hija de uno de los investigadores, a Irene, una adelantada a su tiempo, boxeadora, amante de la velocidad, perspicaz y circense a la vez. Esa nueva "gripe sentimental" del protagonista, como dice el autor, nos adentra en la figura de Arce, un zanahorio extraño que intenta hacerse un nombre en un oficio como el periodismo. Y también nos dice Ruiz que el diccionario es el único sitio, el único lugar donde encontrarlo todo, y que no hay muerte dulce, y que todo conlleva una contraprestación. Una novela ingeniosa, de grandes comparaciones y que se hace un hueco obligatorio entre los mejores narradores de este país que sigue pasando tantas o más calamidades que en 1908. Y siempre puede repetirse otro Annual en cualquier latitud. Y punto.

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