lunes, 3 de agosto de 2015

La guerra del agua pesada

No me meteré en jardines ni laboratorios de batas blancas (que luego me sube la tensión) para hablar del deuterio. La guerra del agua pesada no es una serie cualquiera, ni la veremos en una cadena convencional de tronistas o imitadores o hijos de perra que juegan con animales hijos de zorras. No. La historia cuenta las operaciones de lo que se conoce como la batalla del agua pesada. Noruega, Alemania, Inglaterra, la segunda guerra mundial, el proyecto de la bomba que acabaría con Londres o cualquier lugar por los nazis, el papel de los científicos creadores de horror, un Heisenberg verdadero y contradictorio. Demasiado para seis capítulos muy bien construidos aunque con un montaje difícil, o, quizás, complicado. No es fácil construir estas historias sin caer en los tópicos. Ni jugar a historia ficción con la pregunta: ¿Qué hubiera pasado si los nazis hubieran conseguido antes la bomba que otros? Pajas mentales para cuando haga frío noruego en Murcia. Aquí se narra, se ilustra con nieve, se sufre con las decisiones y siempre se sale perdiendo. Contar los muertos de las guerras es un ejercicio desagradable. Vomitivo. Pero hay que hacerlo. Y en esta guerra, con agua pesada y sin ella, hay víctimas más útiles que otras. Víctimas necesaria. Lo que ahora los gurús, desde hace décadas, llaman daños colaterales. Dejemos que el frío nos invada y que triunfen series como la que pesa en la derrota. Y todo demás. Coda: hay trenes que no se pueden arreglar como hay ferrys que es mejor cogerlos a tiempo (o no cogerlos nunca).

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