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lunes, 1 de febrero de 2016
Mayday. Primera temporada
Gracias al hilo de la cometa de Aidan Gillen he llegado al visionado de Mayday. La desaparición de una joven de un pequeño vecindario en el que todo Cristo se conoce nos lleva a una batidora de mierda que empieza a salpicar a todo el mundo: el vecino peligroso, la policía, el matrimonio con subidones y bajadas al infierno, la ruina inmobiliaria, la soledad con los perros, las peleas callejeras, los mensajes con los móviles, las jefas de estudios con sus preguntas, las muertes cíclicas y todas las irrealidades que nos rodean. Creamos maquetas de ensoñación que se van al carajo: intentamos sobrevivir. Pero sobrevivir es un fracaso. Damos bandazos, las llaves no abren puertas a ciertas horas de la noche. Chocamos, subiendo la escalera, abriendo el desván. La locura nos hace decir cosas absurdas; la pintura de la cara, otra irrealidad. Y el juego de las gemelas, la esclavitud del mismo útero, la desidia de los institutos. Pero ya es tarde, la bicicleta está en el suelo. Suenan las campanas, damos el pésame, pero antes o después, un índice, en esa misma bicicleta, nos señala. La sangre, el vestido, la combinación equivocada, la videoconsola del presunto asesino, las pruebas perdidas, el momento tenístico que necesitamos para salvarnos o derrotarnos. Todo eso, incluido suicidio, es Mayday.
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