lunes, 6 de junio de 2016

Cuando la noche obliga

Tenía en una vieja estantería olvidado Cuando la noche obliga hasta que, hace poco, debido a la primera adquisición sueca de la habitación de la residencia catrastal, empecé a meterle la retina. Lo último de Montero Glez que había leído era ¡AL CAJÓN! Crónica de un mitin, en la que también aparecía Cádiz, aunque al principio de Cuando la noche obliga nos situamos en la vieja Tarifa, con el Luisardo y la Milagros entonando al personal con su particular estrofa de tropelías. Pero a la capital siempre se llega, antes y después, a sus antros y sus aparcamientos, a sus bares y sus calles, que a fin de cuentas siempre son un suma y sigue. Y los clubes siempre tienen que tener la puerta abierta, sea Cuaresma, Adviento o Corpus, que los cuerpos calientes tienen hambre de lentejas y billetes. Recuerdo que Cuando la noche obliga llegó a mí gracias a la buena de Rebeca, que podría ser protagonista de la novela que ella quisiera, pero eso es otra historia de otra asignatura de la ESO. A lo que iba. En el club Gurriatos, reconocible por todos y a todas horas, regentado por una Patrocinio sin marcas que lucir en su camiseta ni nada que destacar positivamente, la Milagros se ganaba el jornal. Y otra reconocible, para llenar el buche de viandas bíblicas, Casa Juan Luis, con retratos de famosos y famosos retratados a la hora de pagar, y viajeros con hambre de cerdo y cerda que diría la exministra de Igualdad y tatuajes de cansancio y todo lo demás. Y es cierto, como dice MG, que mear sobre mojado no es pecado, y el hombre de la camisa verde, allá donde esté, apostaría que tampoco requiere penitencia pública o privada. Y no solo se respira resignación, sino lo que haga falta. Y los viajeros que hacen viajes en puticlubs capitalinos, y pasean putas dentro y fuera, asiduamente, entre viaje y viaje compran muchos boletos para hacer antes que tarde el último viaje. Y llega el premio gordo, el cupón diario, la Primitiva y, si hace falta, el Euromillones con los pies por delante como buen viajero flaco de pintura grecotoledana. Y los secretos hay que mantenerlos en silencio porque si se dicen en voz alta dejan de ser secretos y, como no, llevan a la perdición. A un camino de perdición repleto de resaltos infernales, de gonorreas infatigables y úlceras sangrantes en mitad del colon. Y los agujeros y la saliva llevan a las letras, faltaría más. Pero los vicios, en primera persona del singular, cuando son deseados por dos primeras personas, masculino singular y lesbiana singular, no pueden ser compartidos. De ninguna manera. Y te metes en jardines y no tienes preparado el cortacésped y estás perdido en la peor de las selvas tropicales, sin brújula, con un humedad del 90% y lloviendo ante un sol injusto a todos rayos. Y todas las putas tienen un pasado como las páginas de los verbos en los libros de primero de la ESO: pretérito imperfecto, pretérito perfecto simple, pretérito perfecto compuesto y pretérito anterior. Todos los pasados de las putas te llevan a un único sitio: la tumba. Y es cierto que somos, o éramos, como país, España, el puticlub de Europa (viva Gomorra y viva Love/Hate que hacen referencia a ello), y que Cuba es el puticlub para los españoles (y yo espero deseoso que vayan a la ruina los hoteleros que han hecho de la prostitución en la isla caribeña y en otros lugares su modus vivendi). Y mapas difíciles de conseguir, y agujeros de obsequio, y saltos gibraltareños y zonas peligrosas. Y saltar(se) códigos, y besar a mujeres que no se deberían besar en ciertos sitios, y buscar el amor bajo las estrellas. Y todos, antes o después, hemos sitdo unos buscamanis de la vida, en cualquiera de sus múltiples circunstancias. Y como buscamanis de la vida, también siempre hubo y habrá apartaores de ganado, de todo tipo de ganado y, al igual que los otros, en cualquiera de sus múltiples circunstancias. Y siempre hay un bar al que entrar. Un bar al lado de algo, de alguien. Y peleas en habitaciones ajenas, en hostales ruinosos, entre navajas, carmín y olor rancio. Y no solo son resbaladizas las escaleras de la casa de putas, sino que han vertido tal cantidad de semen que los escalones son una pista de patinaje de hielo antes de congelar el liquido seminal. O como se diga. Y el esclavismo, el de antes y el de ahora, el que denuncian tipos con coleta y elque hacía cargar de oro las falanges de las señoritas londinenses, tiene siempre explicación. O explicaciones varias. Y al moro con dinero no solo lo llaman árabe, sino también señor. Ilustrísima, sultán o lo que haga falta mientras se deje sus monedas aquí, en esta gran casa de putas, que depende del día tiene el suelo resbaladizo o no. Y retratos de una España de migraciones y vómitos coloristas. Y nada como el cielo recién menstruado como para recordarlo, pijo. Y la memoria de los mapas y la que tienen los mapas sobre nosotros. Y la utilidad de los espejos, sumando años ajenos. Y nazis con pasado brumoso que hacen de Sodoma una forma de vida, hasta que el fuego de los libros pasó a las sábanas propias. Y el Luisardo a lo suyo, escalar y escalar, que la vida siempre es una cuesta como las de El Carmolí. ¿Mentir en defensa propia? Siempre. Artículo 34: hago lo que quiero, cuando quiero y como me da la gana. Cualquiera haría lo mismo. Viva la mentira. La moral es una alfombra para un día de lluvia y barro en Glastonbury, tiene su uso y poco más. Y la secta de los arrepentidos es muy peligrosa, junto con la de los políticos es la que más. O eso dicen. La reinserción, que gran mentira. Otra de tantas barnizadas por el sol y las rejas y las barcenísticas tendencias de nuestras vidas. Y tiene razón el gran Montero Glez al escribir que la historia es una gran letrina de fechas y batallas, aunque últimamente entre brexits y cajones todo se ha ido al carajo mil veces en pocos minutos. Y Sharon Stone, para variar, sin bragas en una película. Y mirar para otro lado siempre tiene sus ventajas. Demasiadas, tal vez. Y manos que ilustran el carácter de las personas, vidas propias y ajenas, señales de dolor místico y visceral.

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