martes, 27 de febrero de 2018

McMafia. Primera temporada.

Con altibajos y subidas de tensión, con vodka y muertos por el camino, con múltiples escenarios de droga y calumnia, la primera temporada de McMafia pasa del lujo londinense a la mierda de Bombay, del paraíso de Tel Aviv al frío de Praga, del mal gusto de todos los sitios a los robos de datos por Internet. Todo es mentira en McMafia: una gran farsa. La vieja escuela contra la nueva, la camiseta de Messi confundida con el número de CR7, el robo y la coacción, las camisas hawaianas y las putas rusas, las hermanas que esconden cosas y los padres suicidas, las madres confundidas y las novias desconfiadas, las camisetas cortadas y las calaveras entre las corbatas. Y el señor Norton haciendo de las suyas, como en Happy Valley, como en Guerra y Paz. Rusos israelíes, rusos británicos, rusos colonizando todo el mundo. ¿Cómo siempre? ¿De qué sirvió 1917? ¿Ha cambiado algo? Fronteras indopakistaníes, fronteras falsas y verdaderas, embarazos y rupturas y mentiras en cualquier latitud del mundo. McMafia es desconfianza y muerte en un vertedero, falsedad y muerte en un búnker, escoria y muerte llegada en el trayecto que va de un balcón a una acera. La verdad es una trampa. Siempre. McMafia deja una gran estela de cadáveres por el camino. El poder. Al final nos creemos poderosos antes o después en la vida, pero solo unos cuantos tienen realmente poder. Solo muy pocos. ¿Sentimentalistas a estas alturas de la película? ¿Sentimentalismos con vistas a ningún sitio? Palos de cricket y trenes a todos sitios. Teléfonos, teléfonos, teléfonos. Y más teléfonos. Y si hablamos de mafia, hablamos de familia. De la seguridad de la familia. Por la familia muere el pez, como el hombre de la camisa verde. En cuanto te falta alguien, todo al traste. Y sacas los más bajos instintos, y tu cara más cruel. Irregular pero buena primera temporada de McMafia. Vivan los puntos suspensivos y las amistades peligrosas, los fieles servidores y las llamadas no respondidas. Y todo lo demás, también.