lunes, 18 de junio de 2018

Versalles. Tercera temporada.

Demasiadas historias paralelas para empezar la tercera temporada de Versalles. O tal vez, no. Vuelta de la guerra, protestantismo, deseo contra vicio, incitación a la sublevación, y, como no, el hombre de la máscara de hierro. Y juramentos. Antes morir que confesar, antes volver a caer que escapar, antes un producto de las colonias que el pan y el agua. La seguridad, las revueltas, los zapatos del rey, la familia, el jaleo. España, Austria, jodiendas con vistas y no solo al sol español. Huir hacia ningún sitio. Hay sitios, como los autobuses urbanos, de los que no se puede escapar. Nunca. Lacitos amarillos y de todos los colores. Cerrajería. Roma. Sotanas, antes y después de pasarlo todo por la encíclica de turno. Y las hortensias. Clérigos como chicos de los recados. Leopoldo, el Papado, pactos, la futura muerte de Carlos, la división de España, tácticas ajedrecísticas, Francia como verdadera nación católica. Presencias vaticanas. Eminencias pasadas por vino. Demasiado oro, demasiada Biblia, demasiada mierda oliendo a incienso. Acercar o estar disponible, son cosas muy distintas (ya lo decía el hombre de la camisa verde). Los caballos, el jardín, la fuente. ¿Las mujeres no son expertas en cambiar de opinión? Guerras de religión que no parecen terminar nunca. Círculos que nunca se cierran. Muertes innecesarias. Agonías entre papeles. Demasiada (falta de) diplomacia. Y, claro está, el Infierno es una cosa muy personal. Demasiado.