lunes, 6 de agosto de 2018

El Chapo. Tercera temporada.

No todos pueden elegir el modo de morir. El Chapo lo tuvo y no lo aprovechó, igual que pretendió jugar a ser el rey consorte del sur y acabó extraditado a Yankilandia. Huir, huir, huir. Se repite mucho ese verbo en la tercera temporada de El Chapo. Demasiadas veces. También se habla de lealtades, de escapadas sin final, de traiciones carnales. Lo que no puede ser, no puede ser. ¿Es además imposible? Siempre que se pueda hay que huir. Si se tolera una deslealtad, filial o no, cualquier mal vendrá después. No profundiza mucho, aunque está superficialmente reflejado ese día que la emperatriz del norte pasó con el Chapo y que lo cambió todo. O que lo pudo cambiar todo. Nunca lo sabremos. O tal vez, si. También mantiene el interés la serie por las luchas internas por el poder dentro de los prietistas peñistas, siempre jugando con el eufemismo de los nombres y las campañas electorales y el apoyo del narco a los candidatos en los comicios. Nada nuevo bajo la bombilla de bajo consumo, pero no está mal recordarlo de vez en cuando. No está mal recordar el papel gringo, y el de los que no saben decir. Decir que si, es relativamente fácil. Abandonar el barco en la cresta de la marejada, no tan fácil para algunos. Y todo lo demás, también.