martes, 15 de octubre de 2019

De Dag. Primera temorada.

Viva la complejidad. Viva la angustiosa complejidad. Viva la complejidad bien hecha, bien realizada. Lo de la primera temporada de De Dag es de traca. Doce episodios para deleitarse con una serie que roza la perfección. Si no fuera por lo de lo Cocomocho sería para ir gritando por las calles ¡Viva Bélgica!. Arriba Bruselas y todo lo demás. Pero no hay que ir tan rápidos. Eso es lo bueno de De Dag: la tranquilidad para contar el asunto de un robo desde dentro y desde fuera, desde la policía y los secuestradores, desde la azotea antes de saltar y desde el suelo. Aquí todo el mundo tiene secretos. Demasiados secretos. Benditos secretos. Y está la familia: todos contra todos, todos con secretos, todos con algún muerto a las espaldas, todos con un un ex algo, alga o algue. De Dag va lenta pero sin contemplaciones. Ya lo cantaba La Costa Brava: Desastre. El jodido desastre. Una cosa es planificar el plan perfecto y otra cosa es que salga el plan perfecto. La multiplicidad de perspectivas hace de De Dag a veces ilumina, a veces desconcierta, a veces te lleva a pensar y pensar te mete en líos. Gracias Lorenzo Mejino por recomendar un cuadro tan perfecto, un Klimt y un Munch en mitad de la lluvia, mitad beso, mitad grito. Coda: Y como siempre, hay un señor o señora rosa que escapa con el dinero, hay alguien que tiene que esperar a un tullido que recupere milagrosamente su maratoniano ritmo, hay una persona que despierta y que lo puede cambiar todo.

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