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viernes, 28 de febrero de 2025
Lykkeland. El tiempo de la felicidad. Tercera temporada.
Hágase querer por un dedo cosido a su posición original. Hágase querer entre la medicina y las finanzas, entre la familia y las visitas inapropiadas, entre saber lo que hacer y querer hacer lo que no sabemos: “No es delito ser un capullo”. Pero ser un capullo tiene consecuencias, aunque no sea delito. No deja lugar a los espacios equívocos El tiempo de la felicidad porque siempre hay ataques, ya sea externos o internos, que nos dejan fritos. Crear, columpiar, innovar, poner en su sitio los asuntos, las cosas e, incluso, la familia. Con ese ritmo lento, sin prisa, El tiempo de la felicidad ha construido un buen relato, un ejercicio de comprensión de un proceso en el que se ensamblan máquinas y personajes, seres y piezas, válvulas y miembros de un cuerpo que da satisfacciones y también muchos quebrantos. Crisis bancarias, hipotecas, sueldos que no se cubren, despidos, ejemplos holandeses: “Sé que no es el peor día de tu vida. Ni el segundo. Pero no es bueno”. Y como decía el hombre de la camisa verde, y también ETDLF, “nada es nunca para nosotros”. Prudencia en épocas de imprudencia. ¿O era al revés? Ni retirada ni jubilación, que eso es un vocabulario trasnochado. Adicción a un trabajo que no acaba nunca, aunque poniendo en esa balanza que siempre va al mismo lado, dudamos entre familia y trabajo. Y volvemos a dudar de esa normalidad que aburre y abruma, que asusta y adormila. Humillaciones y discusiones, pero no todo va para ser puchero de marrano de engorde: “Somos buzos, no gais que se acuestan con desconocidos en saunas”. Y la pregunta del millón: ¿Hasta cuándo el petróleo? Hay veces que hay que tragar vinagres, saltar al vacío, hacer lo imposible por la familia política, y, si toca, rezar aunque el ateísmo sea tu religión y preguntarnos: “¿Deberíamos sacar pecho por contribuir a una sociedad clasista?”. Esta tercera temporada de El tiempo de la felicidad nos lleva a reflexionar sobre las dependencias: dependencia de Dios, dependencia de la familia, dependencia de las drogas y, sobre todo, dependencia del capitalismo, porque hasta los más recalcitrantes enemigos del mismo se derriten ante un buen cheque cargado de ceros. Pero al final, todo se reduce a lo mismo: “Jugamos al Monopoly. Nos compramos la primera casa, tenemos suerte cuando todos caen en nuestra casilla antes de que puedan comprar nada, y, de repente, tenemos un hotel y podemos ir a por todas. Y esta casa me la quedo yo. ¿Cómo? ¿Sólo dos casas? Pues venga, me las quedo yo también. El que inventó el Monopoly lo hizo para que la gente entendiera lo injusto y arbitrario que es el capitalismo. Nos subestimó. Todos somos avariciosos sin remedio”. Y yo quiero más casas.
viernes, 21 de febrero de 2025
Crimen de Irvine Welsh. Segunda temporada
La segunda temporada de Crimen de IW vuelve entre hormigas, sogas y dudas acerca del miedo: “El miedo: la emoción humana que nos indica si debemos luchar o huir. Es bueno enfrentarse a tus miedos, pero hacerlo no garantiza el éxito. Si así fuese no habría que echarle tanto valor. Enfrentarse al miedo no significa vencer al muy cabrón. No, ese es un reto muy diferente. Pero todos debemos hacerlo para seguir viviendo”. Viva el delirio, el ocultamiento, la vuelta a la rutina. Cenizas futboleras para intentar dejarlo todo atrás. “Los viejos miedos engendran otros nuevos”. O no. Y ya sabemos que “si la policía no es imparcial, la democracia está jodida”. Y si no se puede pasar del límite, habrá que “engañar al sistema, no luchar contra él”. Y en el retrato de CDIW nos queda claro que “las familias son un desastre, siempre tienen algo que ocultar”. Todo es mentira, porque “nadie consigue las cosas con esfuerzo”. Nada como el riesgo, como el barranco para hacerte la pregunta incorrecta, vayas de uniforme, con bata o tiza en la mano: “¿Quieres seguridad siendo policía en un mundo que se cae a pedazos?”. Nada como unas calaveras para volver a la realidad, aunque la realidad solo sea un pozo sin fondo, o un padrino que recae, o un jefe que da la desbandada aunque no llegue a la costa. Pesadillas para darte cuenta de que “nuestros fracasos crecen como tutores en nuestros corazones fatigados”. Si no había esperanza con la primera entrega, CDIW nos deja una segunda para asumirlo, para no creernos cuentos de catarsis ni reformas formales. No. Todo mentira. Siempre: “Hay cosas dentro de ti que nunca se van. Traumas y emociones que por mucho que intentas afrontarlos, siempre te tendrán cogido por las pelotas. Al intentar construir un mundo seguro en el que no suframos daños, al eliminar las amenazas físicas creamos las condiciones ideales para un insidioso colapso mental”. Y nos lleva a pensar si está permitido pensar, sólo pensar, matar a un nazi, aunque esas ideas sean de “pijos e imbéciles”. Y va a ser verdad que “el mundo es un pozo negro lleno de monstruos”. Y en esas cuitas, el personaje nos sigue dejando perlas a su estilo: “La pérdida es omnipresente e implacable. Pero las cosas que si queremos perder como el dolor, la inseguridad, la ansiedad, la desesperanza y el cansancio, tienden a quedarse. Y la desesperación, la sensación de que nos quedamos sin opciones, eso es lo que nos lleva a lugares extraños y oscuros”. Todo mentira, incluso, hasta la necesidad y la dignidad, pero pasan cosas “cuando los niños se hacen hombres”. Pero siempre está bien que la venganza, de la forma que sea, salga a relucir aunque sea en la mayor de las parálisis. Sin estar a la altura de la gran primera temporada, CDIW sigue estando a una altura considerable, incluso, recordando ese pasado con dolor, para pegar un salto a un vacío casi inimaginable.
El Pingüino. Primera temporada.
El comienzo de El Pingüino no sabes si tomártelo en serio o si va de una parodia mafiosa de poca monta. Luego se va enderezando, porque “nadie es intocable” y ya sabemos que todo es mentira porque hay preguntas que se contestan solas: “¿Cómo va a saber alguien lo que vales si no se lo dices?”. El Pingüino, en su versión de monstruito postmoderno refrito de muchos otros capos salidos de abajo y con aparato (da igual que sea en las piernas o con cicatrices en el rostro), nos muestra lo que vale hacer negocios y de que el trabajo no siempre es la salida profesional para el ascenso: “El mundo no está hecho para que triunfe el hombre honrado. Ser mecánico es un buen oficio, ese debería ser el sueño americano, una historia bonita con final feliz. Pero el mundo no funciona así. Todo es un chanchullo”. Y en esta historia, entre saltos en el tiempo y padres muertos, entre oleadas y medallitas para el tartajoso, nos deja claro que “no se dan premios por morir en los suburbios”. O quizás, mejor hacerse el tonto y no buscar letanías, porque “si te crees nada, serás nada hasta el día en que te mueras”. El Pingüino se concentra más en el pasado que en el presente, es una historia de mentirosos que no pueden superar a la mentira universal. Ni a ninguna. Ni al fuego ni al agua, aunque te abracen cuando te quemas o cuando te ahogas. O te obligan a la llamada, y luego no hay solución porque “no se construye un imperio con dos putos cubos”. En el cambio de cromos que es la vida nunca sabes si hay suficiente pegamento para aguantarlo todo, o para gasear a la familia. La diferencia no es importante. En ese tablero de ajedrez, todos somos “peones, ignorados, prescindibles”. Y aparte de peones, somos setas que buscamos una humedad en cualquier túnel, también ignorado, también prescindible. Pero al final, todo es codicia y la búsqueda de una lealtad que no solo se consigue con dinero. Y puestos a humillar, siempre es más fácil hacerlo cuando parece que no habrá mañana y no hay que dejar a nadie que sepa nada por el camino.
jueves, 20 de febrero de 2025
El borde cortante
Tenemos mucho chalado alrededor. Cuatro de cada cinco, decía el hombre de la camisa verde (sin contarse él, que estaba en una categoría superior al chalado, por supuesto). Si a eso sumamos la adolescencia, con su etapa previa y posterior, se crea un clima que ríase usted del infierno (o de la tundra, que eso también lo decía mucho EHDLCV). Pero El borde cortante nos lleva al extremo, al hospital y a su fuga en re menor, entre autobuses y palmeras, de tipas cuya vida “ha sido una infinita sesión de terapia”. Ahora utilizamos muchos eufemismos para todo, soltamos “salud mental” para no llamar a las cosas por su nombre, rebautizamos todo para no definir a los locos como locos y a los gilipollas como gilipollas. Todo empieza en el colegio, sigue en el instituto y, entre apareamientos varios y retos virales de redes sociales, termina en lo que antes era la universidad y ahora una ludoteca subvencionada con profesores en bambos y mascando chicles. Y los papás, o los que hacen de papás, tienen su culpa, aunque algunos ya llevan la locura en los genes. El borde cortante, pese a que creo que le sobran páginas, se hace de lectura fácil y diálogos rápidos (aunque con demasiada terminología entre confusa y loca, nunca mejor dicho), y contiene una sorna que nos lleva “del Tercer Reich a Torre Pacheco”. Entre el Luis Valenciano y el Román Alberca, siempre nos podemos encontrar a individuos con esas retinas ilustradas con palabras por el autor: “Los ojos, que son claros y que transmiten la sensación de ser una puerta cerrada para siempre”. Me gusta la valentía de Ginés Sánchez para llamar la atención sobre la contaminación, sobre la corrupción (“Primero pones a un consejero de Agricultura que sea negacionista de esto, ¿me sigues? Y luego pues ese consejero empieza a hacer trampas. Venga, hagamos una comisión que regule los vertidos. Y se hace la comisión, claro. Pero luego el mismo consejero se olvida de darle dinero para que trabaje. O de darle competencias. O se olvida de establecer cuál es el órgano que tiene que hacer las inspecciones. O se olvida de decir cómo hay que hacer los controles. O a quién hay que inspeccionar…”), sobre las tradiciones envejecidas convertidas de sábado fiesterosardinero en Murcia (“¿Esto qué son? ¿Reminiscencias de la marquesa tirándoles monedas a los pobres o qué pelotas?”), sobre la cultura de la cancelación (“¿Fue por lo de Orenes en sí o por lo del presidente acodado en la barra del casino los sábados por la tarde?”) y el pirañeo propio de una región que vive en una cloaca permanente en lo político y en lo ecológico porque “cuando entran en juego los intereses, pues empiezan a sonar los teléfonos”. Creo que habría quedado mejor, como entiendo yo la lectura, si se hubiese centrado más en lo salvaje de lo contaminado que en esos seres destrozados carne de locódromo, pero siempre está bien magnolializar el relato, aunque no te apellides Anderson y seas Sánchez: “Cuando se viven determinadas vidas, el suicidio es más que algo aplazado”. Y como todo es mentira, ya sabemos que “la verdad no existe y esa es la única verdad”.
miércoles, 12 de febrero de 2025
La península de las casas vacías
Termino, después de un mes de lectura entre recreos y huecos entre clases, La península de las casas vacías, de David Uclés, mientras en Murcia tiran los muros de la Cárcel Vieja para convertirla en bar, o restaurante, o lo que quieran. Ese es el nivel de nuestros políticos, y no es raro que la gente pase del asunto, o, directamente, no le importe. Es un libro complicado LPDLCV, porque el asunto de la guerra civil española no es fácilmente digerible a estas alturas. En la página 22, se lee: “En Iberia, país al que pertenecía Jándula, con voluntad, paciencia y algo de fe, en ocasiones la lógica se invertía al capricho de sus habitantes”. España es diferente y siempre caótica. Es raro que no hubiese más guerras civiles a lo largo de los años porque como dice DU “los gañanes no leemos, solo cavamos la mayoría nuestra propia tumba”. Esta es una novela de muertos pero sin tumbas apenas, de misas dichas y pospuestas, de gente que no era de política hasta que un empujón los metió en un torbellino de ideas equivocadas y ajenas. LPDLCV es una novela de mucho luto, de dolor, de liturgias que se respetaban, aunque no se comulgaba con ellas (Corpus Christi), de recuerdos de Imperio Argentina al principio y al final del libro, de cabañuelas y de idas y venidas, de grapas e istmos, de asesinatos que son previas y jaleos provocados por “niños grandes que se creen que van a cambiar el país”. LPDLCV habla de tierras pobres y pobres sin tierra, de santos y hábitos, de carnets que se utilizan y de bandos incontrolables, pero es que en la guerra (casi) todo vale. Deja buenas frases (en el realismo mágico o sin magia no me meto, que empecé siete veces CADS y ninguna vez pasé de la página 20), porque para entender aquel enfrentamiento muchas veces hay que ir a lo básico, a las oraciones sin rezo y al rosario a medio recitar: “Los políticos no tienen campo. Si no, no tendrían tiempo de inventar tantas cosas”. Y entre ajusticiamientos y comuniones van pasando páginas, entre cristales hervidos y ligas en el bar, recuerdos de Casas Viejas y de Castilblanco, de personajes que llegaron a mandar sin motivos más que su enriquecimiento o su tortura interior, como esa Carmen Polo que describe con palabras DU: “Intuyó que aquel hombrecillo podría mantener su mayor afición aparte de ir a misa: las joyas. Misa y joyas, una relación que de por sí dice más de ella que cualquier biografía”. En LPDLCV se habla de radio y se escucha la radio, caen del cielo panfletos y pan, crecen acelgas como sacramento de confirmación, se enumeran palacios por los que pasó Franco y campos de concentración donde pasaron otros españoles, se recuerdan matanzas, bombardeos, checas, sacas, paseos y nos ilustra el autor con palabras aquella situación a la que llegamos por (de)méritos propios: “Somo un país de necios, aquí y allí, por muchas camionetas de maestros y muchos ateneístas espabilaos que haya. La inepcia nos carcome”. También nos muestra LPDLCV la incompetencia y la maldad de unos mandos militares más preocupados por el desgaste y el alargamiento de una guerra que ya está en los libros, aunque “los libros y tanto pensar no traen nada bueno”. Reflexiona DU sobre la forma en que los libros de texto pasan muchas veces de puntillas sobre esta guerra entre hermanos, este fratricidio universal convertido en hechizo maldito que sigue aquí porque no hay manera de entender los augurios ni los viajes áureos a Moscú ni los ganchos con los que troceaban los cuellos. La llegada de la guerra a los pueblos fue distinta a la urbanita, aunque se transformó en venganza y rencilla, en cambio de vocabulario y de festividades, en modificación de hábitos y prohibición de costumbres. Nada como esas palabras de Odisto a su hijo José: “¡Te vas a una guerra, a una guerra entre hermanos donde todos seréis cainitas! ¡No sois derechistas ni izquierdistas! ¡Sois hermanos!”. Pero como todo es mentira en esta vida, ese todo se resume en una buena frase que se encuentra en la 281: “¿Qué coño vas a hacer con las ideas cuando te pongan el cañón en la boca?”. Hace DU mención musical para acompañar malos tragos o amargos, que a veces confundimos los sabores y olores (“supieron que habían llegado al campo de batalla por el olor podrido de la guerra”), las desbandadas y los zulos, los carniceros, los límites que no existen en la guerra y esos ruidos que se te meten en el alma y ya no salen en ningún momento (“conforme se acercaba al enemigo, oía el ruido de la guerra con mayor contundencia”). LPDLCV es un retrato de personajes citados (no sé si en el contexto adecuado), de intelectuales y fotógrafos, de compañías de teatro y tiros de gracia, de países que viven juntos pero no conviven, porque la convivencia es imposible si no cedemos en muchos puntos. Además, se refiere DU a esos momentos de ausencia sonora, “de ese silencio general, el que siempre presagiaba la batalla”. En esos silencios siempre hay un recuerdo para mártires y esquelas, para hojas de biblia reconvertidas, para esos suicidios que se convirtieron en repetición (fuera y dentro de los triángulos), para los que solo podían obedecer en su condición rasa, para asedios y treguas, y de cómo todo se transforma y la enseñanza más común se simplificaba con la ausencia de planes. Y en esa ilustración de lucha y muerte incluso hay hueco para fotografías presentes y escondidas, para quintacolumnistas y milicianos hoy totalmente olvidados porque, como escribe DU, tras aquella locura de guerra, postguerra y dictadura todo se tapó con un “pacto de silencio”. Y la entrada en las ciudades y las salidas de los puertos y unas fronteras que no eran más que espino con el que caer y no poder levantarse. De la infinidad de citas me quedo con la del olvidado Julián Besteiro, hoy borrado hasta en las filas del que fue su partido: “Me quedaré con los que no pueden salvarse. Es indudable que facilitaremos la salida de España a muchos compañeros que deben irse, y que se irán por mar, por tierra o por aire; pero la gran mayoría, las masas numerosas, esas no podrán salir de aquí, y yo, que he vivido siempre con los obreros, con ellos seguiré y con ellos me quedo. Lo que sea de ellos será de mí”. Con ese tiempo mecánico, de reloj, nos recuerda DU que “en una guerra siempre gana el que tiene más tiempo”. Un libro que nos recuerda que no está de más recordar, en más de una página, nuestro pasado, por muy oscuro que fuese y si se nos escapan las lágrimas, será, como decía el hombre de la camisa verde, por algo: “Todos lloraban, pues en la guerra, raro es el hombre que no se siente solo y llora, que no se siente herido y llora, que no ve la muerte venir y, acongojado, llora; por mucho que el cine y la literatura nos muestren hombría y poca lágrima”.
sábado, 8 de febrero de 2025
The Order
En el minuto 37 de The Order hay un diálogo entre el nuevo cachorro blanco que dice vivir la economía racial frente al viejo tiburón blanco que es acusado por el nuevo cachorro blanco de predicar en un desierto que es blanco pero que no se siente igual. Ambientada en 1983 y 1984, podría ser perfectamente aplicable al 2025, con o sin alas cortadas porque “en toda revolución siempre hay alguien que tiene que disparar primero”. Asaltos a bancos, ataques a sinagogas y cines porno, bombas hechas señuelos y persecuciones en un mundo hecho de mentiras. Porque en The Order todo es mentira. Neuronas al servicio de un gran plan, pero todo está podrido en Yankilandia, ese “gran país de mente cerrada”. Crisis al servicio de la idea equivocada, o de la falta de ideas, o de argumentos, o, directamente, del relato. The Order te pone en el estrado de la decisión, entre palabras y hechos, en las decisiones equivocadas: “Nos enfrentamos al exterminio de nuestra historia, de nuestra propia forma de vida”. Y con ese ladrillo, se puede montar un muro. O las cárceles que quieras. Hágase querer por 6 pasos, o por quinientos, para llegar al delirio: reclutamiento, obtención de fondos, revolución armada, terrorismo nacional, asesinato y día de la soga. Todo mentira, incluso en la doble vida, en la falsedad de los argumentos, en los chismorreos, en la palabrería de una historia que se cimentaba en el peor de los dramas: “El ganado, muere; los compatriotas, mueren; yo, moriré; lo único que sé que nunca morirá son las hazañas de un hombre muerto”. Lo dicho, hágase querer por un pensamiento equivocado y se meterá en líos de los que quizás no vuelva. O no quiera volver.
miércoles, 5 de febrero de 2025
Herrhausen. El banquero y la bomba. Primera temporada
“Un deudor muerto nunca pagará el dinero que debe”. La frase, del primer capítulo de Herrhausen. El banquero y la bomba, nos lleva a la pregunta y la posibilidad de una quita total de la deuda de los países endeudados. ¿Qué tipo de personaje podría hacer tales afirmaciones en 1987? ¿Quién perdió la IIGM? ¿Qué tiene que ver la deuda de Méjico con la alemana? ¡Condonación, condonación!! Vocabulario, trasnochado vocabulario: “No se trata de deuda sino de configurar el futuro”. ¿Entonces? ¿Lo perdonamos todo o somos inconscientes? ¿Se puede mirar continuamente hacia otro lado? Y en el partido de tenis entre hombres de corbata, siempre hay una réplica: “El valor añadido exige deudores”. Y desde el resto, de nuevo, la iniciativa: “Pero en un mundo limitado no hay crecimiento ilimitado y hay que ser innovadores. No sólo en cuestiones de deuda, sino que debemos pensar en todo”. Y, gritando entre un Nole antitodos y un Roger estilista, se le acusa con la tierra batida en la garganta de panfletista rojo al hablar de condonación. No hay juez de silla y el punto se alarga: “Para nosotros, un desplome bursátil es peor que una condonación”. Entre banqueros anda el punto: “Si algunos bancos no han hecho sus deberes, es su problema, no el nuestro”. El juego también lo lleva a cabo el poder cancilleresco, que Helmut mandaba mucho… El set, la junta. Y más frases: “Estados Unidos tiene una crisis de deuda más importante que la del Tercer Mundo, y nos afectará sobre todo a nosotros”. Se habla de presión constructiva, porque entre yanquis y alemanes anda el juego desde hace muchas décadas. Hágase querer por Bonn antes de Berlín. La lupa. La vigilancia. Rutinas a poner en entredicho. Hágase ser querer por lo antiprusiano: “Tenemos que ser desordenados, el peligro lo requiere”. Objetivos. Dianas andantes. Cambios. Hágase querer por una reja. Y Gorbachov, y reformas, y cambios inimaginables hasta que llega el caos. Hágase querer por un presupuesto soviético (viva la bancarrota): “La quiebra de la Unión Soviética es mayor de la que se intuye, y la RDA vive de su ayuda. ¿Qué pasará con la RDA cuando deje de existir la Unión Soviética?”. Y entonces, la Fracción del Ejército Rojo sale a escena: “Alemania y sus autoridades son historia”. ¿Qué no es historia? Vivan los rituales, sean o no sean soles de mediodía. Y las reuniones, los Mercedes iguales uno detrás de otro y saber que “lo que vale para Méjico vale también para el resto”. Hágase querer por un micro, hágase querer por los intentos de resurrección imposible, hágase querer por la moneda, por la inversión, por los defensores del mercado, por los que van en contra de todo. Ni una encíclica engloba tantas preguntas como la primera temporada de Herrhausen. Amigos entre amigos hasta que dejamos de ser amigos. ¿Qué es una probabilidad? ¿Quién hizo lo posible para que hubiese un día después de la caída de la URSS? Dormir y cohabitar, todo mentira, que la vuelta no es solo un pañuelo blanco en la americana. Mejor no hablar, que los bancos siempre dan problemas. Y siempre recordamos una caída del caballo, un Damasco particular, una casa de verano, una velocidad inusitada entre pinos. O lo que sea. Redenciones y Cristos camino del calvario. O de los calvarios. Vivan los negocios. Lo correcto es una conversación olvidada en mitad de un claustro, en mitad de un camino polvoriento, lo que queda escrito en una carta en un cajón de una mesilla. No se puede rezar esperando milagros siempre, que toda profecía llega antes o después: ¿Predecible o evitable? El pánico y ese dolor detrás de un mapa enorme: “Debemos decir lo que pensamos y luego hacer lo que decimos, y también debemos ser lo que hacemos. Entonces tendremos credibilidad. Esta adicción a ganar dinero rápido ha debilitado las estructuras consolidadas”. No hay calma pensada para asumir una catástrofe económica planetaria. O, quizás, tampoco tengamos soluciones para nada. O para casi nada. O para ni coger un teléfono. Pinchame y sabrás si sangro o cuento billetes, o pienso en la rentabilidad del dólar, o creo que una camisa sin botones es mejor en China que en ningún sitio. El crédito discreto, el crédito con garantías federales, el crédito a los rusos que un silencio es mejor que palabras que no se entienden en el mercado. Glasnot, Perestroika, Kissinger y superpotencias que quieren un plan B: “Ser militarmente fuerte no es suficiente”. Motivos para hacerse amigos de la URSS. Siete ni más ni menos, enumerar el miedo de los demás. El protagonista busca catarsis, y los americanos, siempre con la Z del insecticida van contra esas ideas utilizando a los antagonistas, porque las ideas preocupan cuando se dicen en voz alta: “A veces pienso que Gorbachov tiene la misma misión laberíntica que yo: reformar una empresa apática donde nadie cree en el cambio”. Y esas preocupaciones del jefazo del Deutsch Bank ochenteras, entre visionarias y apocalípticas (¿no es eso toda Edad Media o la Guerra Fría?), lo mismo valen para las caídas de ladrillos que para los bombardeos de ideas imposibles: “Un tercio de la población mundial no tiene acceso al consumo, por lo tanto, a un de tercio de la población mundial debemos ofrecerle las condiciones de acceso al consumo”. Sumas, manchas en la frente y colapso, aunque sean la mitad de los capítulos y sin supermercado ni gasolinera ni barco en el que huir. Comandos partidos, o partes de un comando. Secuestrar o matar. Saltar por los aires. Pero todo es por el dinero, porque “el dinero que no va ligado a proyectos es un error”. Visiones amplias, bicicletas, saltos al vacío. Visiones y casas que no son representativas de su pensamiento: “Muchos errores se cometen cuando a las empresas les va bien”. Más Cristos y hospitales, siempre redención, siempre buscando un Cirineo que ayude con la cruz, o con una escapada húngara, o un espino que cortar, como el que corta flores ajenas para personas ajenas. Tormenta para todos, decisiones que son sueños imposibles. Pero todo requiere dos velocidades, y siempre hay detractores e incluso hasta la revolución es mentira: “Deberíamos esperar a que se pose el polvo de los escombros para ver con humildad hacia dónde nos llevará este viaje después de la revolución”. Pero no hubo ni revolución, y cada ladrillo caído, otra losa para enterrar ideas y represión a partes iguales. Y puestos a rizar la bomba, nos preguntamos: ”¿Por qué no votamos primero si realmente queremos votar”. Todo, al final, es como un chiste sin gracia y, sin final propiamente dicho. Una buena serie para pensar que toda reestructuración por las buenas sigue siendo imposible. Pero siempre hay que recordar las derrotas para saborear mejor la mentira de las victorias. O de las falsas victorias.
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