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sábado, 29 de marzo de 2025
Las aventuras del Capitán Torrezno. Volumen I. Horizontes lejanos y escala real.
Desconocemos la existencia de muchísimo de todo, decía el hombre de la camisa verde. Algo así me pasó con Las aventuras del Capitán Torrezno, a las que llegué, por esos algoritmos de las máquinas que nos rodean mientras comenzaba la tercera lectura de Las pirañas y a la vez que, por aquellas cosas del destino, estaba comenzado la inabarcable Los sorias. Algo había para que las máquinas relacionaran la andada sanchezostiana con el bar Denver ideado por Santiago Valenzuela y recuperado por Astiberri. En esa andada, la de MS-O, en su “ópera de cuatro copas y los mismos bastos”, y en la historia de Santiago Valenzuela, vemos siempre interrogaciones, buitres que vuelan, suelos que no sabemos si son de madera o dunas perennes. Lo primero que se lee en estas aventuras torreznas es la pregunta resacosa de siempre: “¿Qué lugar es éste? ¿A qué clase de pesadilla he venido a despertar?”. Horizontes lejanos, la primera dosis de vitalidad de LADCT nos lleva a través de una caravana de bestias arrrastrando a otras bestias. Hasta vemos peñas atléticas en esta epopeya entre recuerdos del oso olímpico ruso, aunque nos queda claro que no vamos “a ninguna parte, simplemente huyen y buscan refugio, como nosotros”. Caudillos, cráneos rojos, ciudades de barro, luchas de ejércitos con espadas, flechas y lanzas: “¡Acabemos con la parodia!”. Libélulas y Manuel de Falla, cúpulas interiores constantinóplicas, billetes de redención, monedas con el careto franquista, shogun y Darth Vader, suspensos de teórico del examen de circulación y sofás hechos ciudades, sangre cobarde y moles de madera barnizada y preguntas que nos torturan: “¿Han visto los iconoclastas demasiadas películas de Kurosawa? ¿Hay bares en Deeneim? ¿Y darán tapa? ¿Es el Capitán Torrezno, en fin, un teleadicto?”. Y aparece la palabra Deeneim, ciudad con la que empieza este delirio de imágenes en blanco y negro. Se lee, allá en la 66, un extracto de la Crónica del Año de la Horda: “Desde Deeneim se convoca a todos los ejércitos, se buscan improbables alianzas, se reza -sobre todo- y se intenta dar acomodo a los miles de refugiados que abarrotaron esta ciudad levítica, poco preparada para la guerra”. Levítica, guerra, ejércitos, alianzas, reza, refugiados. Podríamos estar hablando en 2025 de Siria y persecución de cristianos, de Rusia y Ucrania, de Palestina, de incontables lugares en África y en selvas americanas. Pero no. Son los Horizontes lejanos de SV, con su gran billete de 100 pesetas convertido en sagrado estandarte. Pasada la 100, leemos sobre Deeneim: “La metrópoli cien veces creyente, mil veces monoteísta, un millón de almas suspirando por un Dios ausente”. Y gran DNI, el de Don José Hilario Viñereido Ulías, en un Génesis en el que todo es reconocible y en el que se lee desde la 133: “Sueño con que algún día entraré, más solo y más perdido que nunca, en uno de los miles de bares de Madrid, un antro cualquiera, como este y, que allí me encontraré en la barra, con otro tipo más solo, más derrotado, más borracho y más pesado que yo y que, apiadándome de él, le invitaré a una copa, sin saber que, bajo el disfraz de sus harapos y de los tópicos de su charla ¡Se esconde Dios! El Creador en persona que h a bajado hasta mi infierno para, una vez probada mi buena fe… ¡Salvarme! O concederme un deseo… redimirme, en fin”. Todo es Génesis, todo Adán y Eva, todo cambio entre bajos fondos y vecinos sin redención. En el acertadísimo prólogo de Iván Galiano a este Volumen I de LADCT, hay un recuerdo a Borges y a esos ciclos de la literatura en los que asedio, búsqueda, regreso y sacrificio de Dios se repiten como un tambor en Semana Santa. Y nada como recordar las maquetas del Ibertrén y olvidar que tenemos pequeños paraísos y que por nuestra necedad los convertimos en infiernos: “Un Dios dejado de lado por unos descendientes demasiado temerosos o quizás demasiado aprovechados”. Y puntazos que hoy no se entenderían, o un lector no entendería sin acudir a un buscador de internet (“tengo el estómago más vacío que la caja fuerte del Banco Urquijo”). Y más palabras para la recreación: “Soy el enorme rompedor de muros, con un sordo trabajo encomendado, soy el extraño que llega embozado al banquete; soy el odio, soy la ira, la rabia, y soy vuestro dolor”. Y en cualquier momento, en cualquier situación, sacas una conclusión sobre la que pensar: “El mal es tratar a los otros como cosas, considerarlos como simple botín o moneda de cambio, usarlos como moneda de cambio, usarlos como llave para otras puertas, como peldaños para nuestra ambición, como asideros para nuestro miedo o vertederos de nuestro asco, nuestro odio”. Y siempre hay un bombardeo de polen, o de fósforo, que recordar, aunque “si hay algo que no nos faltará nunca, eso son rumores”. Unas buenas aventuras para reflexionar, y eso es bueno porque “parece que la gente empieza a pensar por su cuenta”. Y añade SV: “Y así es como empiezan siempre los problemas”. Y a esperar más razias, sean o no veraniegas.
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