jueves, 27 de noviembre de 2025

The Morning Show. Cuarta temporada.

Siempre esperamos que TMS dé el paso definitivo, pero nunca lo hace. Hace un buen planteamiento, lo desarrolla bien (o muy bien, o casi perfecto), pero luego no se atreve. Como nosotros en la vida, no nos atrevemos a dejarlo todo atrás. Siempre volvemos. Decía el hombre de la camisa verde que somos adictos al redil. Y como siempre en TMS, aparece el chantaje, ese chantaje atemporal y siempre presente en forma de elección, o de posibilidad de elección. Y, como en todo delirio contemporáneo, siempre hay una novedad cada vez más macabra, llamada IA pero podríamos llamarla desastre (aunque el equipo de guionistas de TMS quizás, en su idioma escrito lo llamaría desastre, que todo es acoso y perversión). El otro día, hablando con un viejo compañero, hablábamos sobre las canciones que hubiese escrito Carlos Berlanga sobre las nuevas perversiones contemporáneas. Ese mismo equipo de guionistas de TMS debería plantearse si es suficiente hablar de chantaje, de locura, de persecución de errores incorregibles. Aunque debemos ser nosotros, en mitad de la posibilidad de elegir, los que debemos preguntarnos si somos el problema o ayudamos para la solución. Es la historia de siempre, la del graffiti en Aljucer por el referéndum de la OTAN, la de las brasas en los documentos quemados en la noche del 23F. Siempre tenemos una conciencia, si es que no somos desalmados, que nos persigue. O nos perseguirá. Todo nos perseguirá, antes o después. Y pañales sucios (muy sucios, de todo un día), que vuelven a relucir (con algodón o sin él) para contar un pasado lleno de mierda (como el Sena, o más todavía). Y en esa ciénaga de mierda (¿acaso no lo son todas?) siempre llega el final, el de los cruceros sin billete de vuelta. Sin billete de vuelta. TMS nos demuestra que hay personas que lo hacen todo por nosotros sin que nuestro ombligo (o nuestro orgullo, se dé cuenta) porque todo es mentira. ¿Cuál es el mayor logro de nuestra vida? ¿Existe posibilidad de ignorar nuestros logros por muy desagradables que nos salgan? Pero rizando la UBN, todo es posible, incluso, tomarnos el pelo de forma televisada. Otra vez.

lunes, 24 de noviembre de 2025

El Centro. Primera temporada.

El centro es una historia sobre topos en el CNI en la que sabemos, desde muy pronto, entre flores y asilos futuros, quién es el topo (o los que joden la marrana con Javier Ares de fondo, o un Real contra Atleti). Y cuando toca desayunar Ibuprofeno, se desayuna: “En contrainteligencia sólo están los mejores y, de vez en cuando, algún traidor. El Centro nos recuerda que no podemos fiarnos de las casualidades, de que la peor parte de todo es la espera y que no siempre vemos lo mismo que ven los demás, por lo que sólo nos queda una cosa: “Desconfiar todo el tiempo de todo el mundo”. Todo el tiempo. No de ahora, de siempre. Y como todo es mentira, “las explicaciones se fabrican, es parte del trabajo”. Aparte de los juegos de manos de JDB, es una historia bien contada, aunque sabiendo el nombre de la rata, la cuestión es esperar la caza de la rata. De la maldita rata.

domingo, 23 de noviembre de 2025

Anatomía de un instante. Primera temporada.

“Pensar tiene un límite”, le dicen a Suárez en el tercer capítulo de Anatomía de un instante. Decía el hombre de la camisa verde que lo mejor que le había pasado a Suárez al final de su vida era no acordarse de lo que hizo en política. Si algo deja claro Anatomía de un instante es que Suárez hizo concesiones a todo Cristo menos a los militares. Hágase querer por una idea, véndala por la tele y conseguirá llegar alto. Llegar alto para desparramarse desde la cima. ADUI es una serie de mucho humo, de tiros del pasado y tiros contemporáneos, de reyes con pronunciaciones raras, de militares traidores y de traidores disfrazados de militares, masones casi todos. Siempre jodiendo la marrana a destiempo. También decía EHDLCV que a Gutiérrez Mellado se lo había cargado, nada de accidentes, con una perorata sin pies, ni cabeza. De aquella locura del 23-F, de Tejero, de Armada, de Milans, no se salva ni Dios. Lo habían vendido como una maravilla, pero quizás se queda en retrato incompleto, a veces hasta de bostezo (el capítulo de Carrillo) pero con buenos momentos aunque con bocetos inacabados. Y quizás no tengamos que pensar tanto, que siempre nos metemos en líos, aunque, como a los militares en la Transición, no consigamos concesiones hacia nosotros en ningún momento del día. En ningún instante.

jueves, 20 de noviembre de 2025

Missing in Murcia. Primera temporada.

Chan. Chan. Cuando estuve por primera vez en Alquerías, aquello me parecía irreal. Tan cerca de todo y tan descerebrado todo. Aparecí por allí un 4 de octubre de 2005 y aguanté hasta el 30 de junio del siguiente año. Luego, quince años después, cuando volví otro curso, el instituto seguía igual, los mismos personajes y unos alumnos que habían cambiado de juguetes pero seguían cogidos con el mismo perfil. Pero nadie hablaba del entierro en el huerto de los holandeses, como cuando estuve la primera vez, no se hablaba de la estafa de los sellos a aquellos incautos que habían entregado sus ahorros y las perras de las tierras expropiadas por el AVE para el Fórum de turno, filatélicos todos de toda la vida. Missing in Murcia nos recuerda un pasado no tan lejano, pero que, con la inmediatez de todo lo reciente, parece pleistocénico. O más allá. Dinero, balones, altura, envidia, canteras, Buenafuente, Joaquín Martínez y Alejo Lucas, abogados y fiscales y jueces y toda una parafernalia en torno a desapariciones y rumanos, a holandeses y cámaras junto al tranvía, de viajes a casas del extrarradio y de niñas que se despiden de futuros muertos. No soy muy de true crime (o como se diga, o se escriba, o se deje de escribir o decir), pero Missing in Murcia va despejando, entre la primera y la segunda línea, entre colocadoras y rematadoras, las dudas sobre unos muertos fuera de lugar. Deudas (perras pendientes las llamaba EHDLCV) que siempre acaban jodiendo la marrana. O las marranas. Pero siempre, cerca de los limoneros, se puede encontrar todo. O casi todo. Una historia bien contada aunque deja algunos puntos suspensivos para que los completemos con recuerdos, con algún que otro Opel y con alguna que otra mirada al suelo. O varias.

sábado, 15 de noviembre de 2025

Yakarta. Primera temporada.

Los abuelos. Los malditos abuelos. Yakarta debería llamarse los abuelos. Los abuelos, esos pelos de la nuca de Javier Cámara en Yakarta, larguísimos como ellos solos. Este híbrido de ficción, de bocadillos en hostales y carreteras, de soledad y huidas, de coches ajenos y raquetas ajenas, va lento. Quizás demasiado lento. Apenas se ven volantes en esta historia que coge el bádminton como podría coger la Bolsa, o las lentejas. Ambición y deseo de recuperar un espacio, aunque sea minúsculo. Y los fantasmas del pasado, el olvido y ese bingo que nunca llega porque en el 92 nos lo dejamos todo. Llamadas telefónicas. Padres que todo lo pierden porque nacieron perdidos. Pero siempre hay un pasado que llama a ese presente de drama, de recuerdos de piscinas, de cosas que no puedes olvidar porque ese quebranto es eterno. Pero el dinero siempre te mete en líos (“son matemáticas, no hace falta”). O en más líos, que decía EHDLCV. Y la comida, en plan Tardajos Beauty, pero sin música de ascensor. Y el bingo, y las adicciones, y la forma en la que todo es imposible porque no hay solución de mirar atrás sin pensar en lo que fuimos y en lo que nunca volveremos a ser. Nunca. Y el delirio, la vuelta a la irrealidad, al vicio y esos pecados que nos llevan a repetir, una y otra vez, esa misma jodienda a la bahía. Y cualquier cosa nos vale. Cualquier cosa, pero todo vale, porque todo es mentira: “La memoria te puede fallar, pero el cuerpo no”. Pero siempre salimos perdiendo en la vida. Siempre. Y si es 14 de abril, más todavía: “Lo importante no es intentarlo. Intentarlo es una mierda”.

viernes, 14 de noviembre de 2025

Slow Horses. Quinta temporada.

Bajo esa apariencia decrépita de mugre y pérdida, Slow Horses vuelve en su quinta temporada con sus conspiraciones y sus carreras, con sus tipos raros y sus locuras (¿acaso se puede esperar otras cosas de tipos raros?). Pero aunque los que mean agua bendita reniegan de ella, siempre sorprende positivamente, o intenta hacerlo, aunque sea bajo esa estela de personajes mediocres, entre pedigüeños y gorrillas sucios, que buscan una solución, o algo de lucidez, en mitad de ese caos terrorífico. Y ante ese panorama (gran grupo, por Dios), siempre hay reflexiones que hacer cuando nos preguntan sobre lo que hacemos: “Podemos matar, saquear y chantajear, pero nuestros cuerpos tienen que ser un templo”. Y luego, ahora convertidos en marionetas del Islam (o de lo que toque esta semana, o esta temporada, o este ciclo en el infierno), toca creer que nada de lo que nos pasa nos lo merecemos: “Hemos matado, saqueado y chantajeado, y ahora nos lo hacen a nosotros”. Y, aunque a nuestros políticos les dé igual que nos sodomicen, nos destrocen y nos corten la yugular, “siempre es bueno saber a quién te estás enfrentando”.

viernes, 7 de noviembre de 2025

King and Conqueror. Primera temporada.

Uno vuelve a una facultad. A 1997. Recuerda un manual. Mitre. Mitre Fernández. Se hace uno, en plan reversión (¿existe esa palabra?), escucha Marie de Cristobal Tapia de Veer en bucle, y piensa en la batalla de 1066, y en Haroldo, y en los normandos (mandos, porque la que manda es la mujer y la familia de la mujer, como cuando te casas). King and Conqueror, es sufrimiento y penuria (la anterior y la de ahora), pero siempre recordamos más la anterior que la presente, quizás porque el presente es lo que no añoramos porque ya sabemos que nunca tendremos. Y frases. Deja muchas frases, dentro del contexto, dentro del aullido, dentro de la familia con intereses, dentro de un mundo que ya no es el de siempre pero que sigue mirando al cielo y confunde cometas con diluvios y letanías con penitencia: “Necesitar a alguien no es una debilidad, no cambia quién eres”. La necesidad y lo necesario. ¿Quién no es capaz de acostumbrarse a una cama de paja y a una casa con goteras? Y la Iglesia, siempre jodiendo, como la compañía telefónica nacional en un chascarrillo de My13: “Todos somos mensajeros de Dios, pues Dios mismo señala nuestro camino ahora”. Ahora, y siempre, y en K&C más todavía, todo va de monedas, de aleaciones, de fluctuaciones y mierdas con vistas a barcos que añorar: “La lealtad tiene un precio”. Mucho precio, entonces. Y puestos a creer, solo nos queda una creencia, la de la mentira, porque “sólo confiaría en un hombre que fuera fiel a sus creencias”. O no. Quizás todo era al revés, quizás todo (Normandía, Inglaterra, sus muertos), quizás, todo, sea mentira. O es mentira. En esa deriva (la de siempre, la de querer más, la de luces eternas sin Réquiem porque el obispo es el más corrupto de todos, o todos los obispos son los corruptos del mapa), hay fuego: “El poder es como una fogata, te dará calor y te protegerá, pero si ese fuego se descontrola lo destruirá todo a su paso”. Hay doctrina, hay ley (o falta de ella) siempre hay maestros dispuestos a soltar andanadas: “Todo el mundo te enseña algo, lo pretenda o no” (exentos dejaremos aquí a los regaladores de consejos, y, por supuesto, al infierno que les espera, por pedantes). Y únicamente nos queda luchar, porque sólo tenemos la espada y hemos asumido que “la política no se les da bien a los soldados”. Y mirar en retinas ajenas, en cierres y pliegues y el recreo de la “habilidad de ver el peligro en los ojos de alguien”. En los jodidos ojos de alguien. Y soltar la palabra Amén cuando toque, cuando no toque y cuando las que tocan (o callan) son las campanas, porque K&C también va de campanas, de muchas campanas: “La Iglesia se basa en las historias, no pestañean sin abrir ese libro suyo para ver que ojo cerrar primero”. Y viendo K&C hay que procurar pestañear, aunque sea sólo por joder al personal inglés, al normando y al que venga de un frío disfrazado de dios pelirrojo (o de sus descendientes pelirrojos). Y toca decir, otra vez, Amén.