sábado, 9 de diciembre de 2023

The Morning Show. Tercera temporada.

Hay momentos en que The Morning Show, en esta tercera temporada, quiere ir de Billions, quiere vender esa historia sobre el capitalismo y trajes caros, sobre Silicon Valley transformado por seres elonmuskizados, sobre los golpes de suerte convertidos en golpes de estado que acaban disfrazados, otra vez, en mero oportunismo. Pero no. A The Morning Show le falta dar, como otras veces, un paso. No vale este juego de la equidistancia, de lo políticamente correcto, de luchar contra los que luchan contra el aborto y ser más papistas que el Papa. Aunque el inicio es deslavazado (parece una suma de películas inconexas), nada como un ciberataque (o un supuesto ciberataque, o una desconexión) para enderezar la torre babilónica que es THS. No se puede estar en todas las salsas, aunque se mezcla, como en Sálvame, aquella historia de que “debemos dar la noticia, no ser la noticia”. Quizás, tirando de galones sin Sergio Ramos en el equipo, lo blanco no siempre parece blanco: “Lleva tanto tiempo que es parte de la decoración. Pero en todas las casas se renuevan los muebles”. Hay que cambiar cromos, pero siempre surgen lugares comunes: filtraciones, racismo, FBI y reconocer que “la naturaleza detesta el vacío”. Esos lugares comunes, probablemente, sean los que le dan el éxito a TMS, porque “siempre de etiqueta, nunca defraudas”. O no. Quizás sea el comercio de la bazofia, porque “es la mejor parte que tiene la basura, que se puede externalizar”. Y puestos a vender, compramos gente desesperada, gente etiquetada a la que le gusta mirar, a la que le gusta asomarse a un mundo que es incontrolable pero atrayente: “Los cotillas se vuelven suscriptores”. Pero con las pajas mentales (lo de creerse importante, tanto o más que la Sexta), chirría cuando escuchas frases del tipo “incluso los más jóvenes ven la tele si la democracia tiene un final abierto”. La gente joven no ve la tele, aunque por mucho que desde la tele se empeñen en decir que “no seguimos las reglas, las hacemos”. En este juego de TMS, “la Historia es lo que ustedes decidan que es”, aunque cansa, y mucho, esa patalea sobre la cantinela de la “fosa séptica patriarcal en la que vivimos”. Todo sube y está manipulado, nunca gusta que se despidan de ti, pero “cuando el tsunami llegue, espero que lo veamos desde el tejado”. Pero al tsunami, en THM, ellos tan socialmente no retrasados, lo llaman superola. THS nos vuelve a subrayar que todos tenemos puntos débiles (infinitos) y que no valoramos lo suficiente la distancia (cualquier roce, por pequeño que sea, nos lleva a multiplicar las palpitaciones) porque “cuando alguien tiene la viruela, no apetece abrazarle”. TMS, nos deja muchas polaroids a las que soplar. “Dicen que todas las fotos cuentan una historia” y las que deja TMS en esta tercera temporada, no son agradables por mucho que las vistan de trajes de gala y zapatos relucientes. Y no, no se dice guerra en Ucrania, siguiendo el lenguaje putinesco, se dice “operación militar especial”. Estamos perdidos en la batalla y no hay brújula que no guíe. Ni encendiendo la televisión.

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