domingo, 24 de diciembre de 2023

El Arpista

En El Arpista no siempre pasan cosas, pero casi siempre hay frases que poder subrayar, o de las que sacar algún beneficio. Desde el principio de la novela sobrevuela la idea de la conspiración, con La Manga como escenario dentro de otro escenario, con su forma de “cabeza decapitada de roedor imperfecta”. Y en esa lengua de hoteles (solo dos), se escuchan historias sobre el final de la Guerra Civil Española y sobre niños sin familia y viajes con retorno obligado. Escribe David Galindo Martínez que “somos lo que dicen de nosotros”. Somos más cosas, pero no siempre hace falta que lo sepa todo el mundo de nuestro entorno. Y en esas, pensamos en lo que significamos, o en nuestra invisibilidad más absoluta: “Los intercambios de turistas que necesitaban sentir que la tierra no es más que tierra y no un vertedero de escombros cársticos sobre el que se afanan unos seres imperfectos e incapaces de vislumbrar la hermosura de serlo. Un mundo en el que ya no tenían cabeza los lamentos”. El Arpista es una historia de desapariciones y de búsqueda, porque “esfumarse es un acto lúdico”. Ojalá fuese tan fácil. Y “la música es un engaño”. Como la vida, porque todo es mentira: “Desaparecer en un mundo tan grande, tan desunido y tan áspero como el que habitamos no debe ser nada difícil. Solo tienes que mentir”. Y puestos a recrearnos en lo que podemos llegar a ser (o, mejor dicho, pudimos llegar a ser), la venganza siempre anda suelta, con un collar largo porque “siempre hay alguien que te odia”. El Arpista nos lleva a creer, o a querer creer, que hay algo más esperando, que detrás de tanto rechinar dental hay profetas con lugares escondidos para los virtuosos y de que todavía está imperante ese “pragmatismo impropio de locos y herencia de otros malos tiempos vividos”. Y puestos a ilusionarnos con irrealidades, con ciudades invisibles, nos creemos reyes en nuestras ínsulas, porque “las islas tienen ese poder, el de hacer pensar que están fuera de la jurisdicción humana”. Pero toca repetir, curso o cárcel o situación administrativa, y eso ocurre, DGM nos lo recuerda en El Arpista: “Si algo te sale mal tres veces seguidas, la culpa es tuya”. Y en este mundo de ruinas, de belenes apocalípticos y tierras elegidas por el dolor, resalta el autor su acercamiento a la antivictoria: “Siempre me ha marcado y hecho generar algo de simpatía por los imperios caídos y por los soldados que quedan sin saber qué hacer después de la derrota”. El hombre de la camisa verde repetía continuamente aquello de que “siempre salimos perdiendo”. Y es así, lo demás es utopía, es viento calentujo que acelera el final previsto. O el otro. Y nos recuerda también esta novela aquella letanía sanchez-ostiziana sobre los escalones de la vida humana, sobre todo haciendo hincapié en los que dejamos atrás: “Las poses son como los de los modelos de los catálogos de los grandes almacenes que tratan de vender la juventud como una virtud de la que no hubiese que huir despavoridos sin mirar atrás”. Pero el reloj nunca juega a nuestro favor, poque “casi todo en la vida, si llega, lo hace a destiempo” (ríanse del añadido postimplantación varística). Y ya puestos a madurar, nos recuerda “la ausencia sólida de los que faltan”, como si no hubiese drama ya en nuestras vidas. Pero, pese a todo, siempre hay una línea (imaginaria) de pequeña esperanza, llámese encierro propio u obligado, en el que comparar el mar con lo demás: “El mar es un área neutral casi siempre, amigo. Un espacio en el que los hombres son solo lo que son. Bien poquito, te adelanto. Bastante cabrón es ya de por sí como para andar con fronteras y zarandajas que allí en medio no tienen razón de ser. Y la gente se comporta en general bastante bien sin mirar las banderas ni el color de las plantas de los pies del otro cuando lo ven en apuros. Aunque, por supuesto, hay de todo y allí es difícil disimular lo que llevas dentro”. Pese al humo que nos llega, debemos creer que “en estos tiempos tan convulsos, el arte es más necesario que nunca”. Una buena elección la lectura de El Arpista.

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