martes, 12 de noviembre de 2013

Inchaurrondo blues

Antes de empezar a hablar de Inchaurrondo blues, una novela que empieza muy bien, pero que está cargada de buenas intenciones mal desarrolladas, hay que partir de que en este país, hasta hace décadas llamado España, no existe la democracia ni tampoco la justicia. En este país los asesinos más sanguinarios de hipermercados hacen tranquilamente la compra y los enfermos terminales viven eternamente en libertad, no existen ninguna de las dos. Ya sabemos todos, o por lo menos todos los que lo sabemos, que este país ha olvidado, gracias a tipos que no estuvieron a la altura como el falangista Suárez, el impresentable Zapatero o el mísero Rajoy, los asesinatos. O, simplemente, la quema de autobuses. Hemos olvidado, o no tanto, los tiros en la nuca, los secuestros, la extorsión y todo la mierda que trajo el terrorismo. GAL incluído. Aquí hay para todos. Pero lo ocurrido en los últimos años, entre la escoria zapateril y la bajeza rajoyesca, no tiene nombre. Serán juzgados por historiadores extranjeros que vienen a chisparse en San Sebastián y a cebarse a pinchos en pueblos sanguinarios que idolatran a asesinos. Pero aquí ni caso. La prensa mayoritaria, en manos de la burguesía olvidadiza y, en muchos caso, olvidadiza, ni mú. Etarras a la calle y cohetes para todos. Y de la Real en Lyon, casi nadie se acuerda. De la otra Real, sí. No voy a destripar Inchaurrondo blues. Sólo diré que hay ciertos paralelismos que no sé si me gustan, no me gusta confundir el terrorismo etarra con el nazismo alemán, y, en esto, el señor Jiménez, cae en demasiados errores encontramos. Es cierto que un etarra y un tipo de las SS o de las SA son escoria; bueno, los etarras salen casi gratis de las cárceles y a los nazis se les castigo con un buen Nuremberg. Este país necesito ajusticiar a más etarras, a más comunistas, y a más militares franquistas, a cualquier asesino que se lo mereciese. No sé si los franceses hubiesen usado la guillotina correctamente de monarcas para abajo, pero algún Apocalipsis necesitamos, la verdad. Pero en fin, no se puede olvidar tan ricamente, ni marchar al oeste ni todo lo demás. Lo dicho, un libro cargado de buenas intenciones.

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