jueves, 9 de abril de 2015

Better Call Saul. Primera temporada

No sé si es mucho o poco tiempo, la verdad. Un 13 de octubre de 2009 terminé de ver la primera temporada de Breaking Bad. Lo dicho. No sé si es mucho o poco, no sé si los duendecillos verdes estaban ya en la mente de alguien. No lo sé. Ahora, más de cinco años después, parece que Saul forma parte de nuestras vidas, pero no este Saul de la primera temporada de Better Call Saul. Pero hay que saber que las raíces de las buenas vides son viejas, y el vino, y el sabor a fruta madura, y los patéticos finales, y todo lo demás, tienen un culpable: el cabronazo de Vince Gilligan. El tipo nos adelanta materia, nos va adelantando materia desde los putos capítulos de Expediente X hasta ahora. Y la muñeca en la piscina, adelantando el puto accidente de avión. Y todas esas mierdas. ¿Cómo éramos nosotros hace unos años? ¿Éramos chistes ambulantes como ahora o simplemente gilipollas? El apetito asesino, el colmillo, las flechas de San Sebastián, todo está en el ADN. Todo. ¿Pero de verdad Saul pudo ser el gilipollas que era antes de ser el Saul de las decenas de móviles en el cajón? ¿Seguro? ¿Tan patético? ¿Seguro? Eso de tragar veneno hasta inmunizarse está bien como truco de marketing, pero hasta cierto punto. Y el cabronazo de Gilligan solo nos adelanta una pildorita en mitad de nuestro tratamiento. Cambiamos quimioterapia por tortura china de pedicura; modificamos institutos por juzgados con tres bandoleros cortando cabezas; cambiamos a Pinkman por dos (des)cerebrados con patinete y cámara; matrimonios imperfectos; fraudes de saldo. Todo es mentira, hasta el calvo contando su historia de Philadelphia, y sus falsas borracheras, y su nuera en plan bien y su nieta haciendo esculturas de plastilina. ¿Cuánto va a estirar el chicle el señor Gilligan? ¿De verdad que Saul no nació cabrón? ¿De verdad que los cabrones tuvieron antes su corazoncito? Yo no me lo creo. Pienso que esto es un juguete en manos de Don Vince. Es una fábula sobre la perdición, sobre la lentitud del pasado, sobre los Rolex falsos y las monedas con JFK mirando al oeste, sobre las camareras que piensan en Kevin Costner y sobre los tickets de estacionamiento. ¿Hubiéramos invertido 10 capítulos de nuestra vida en un tipo tan patético como el Saul de la primera temporada? No lo sé. Pero la cometa de Gilligan no anda con prisa y el viento siempre tiene un precio. Demasiado precio. Y todo lo demás.

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