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miércoles, 23 de diciembre de 2015
Fargo. Segunda temporada
En mitad de la cuadratura del círculo, entre viajes a ninguna parte y copas sin fin, llegué a la segunda temporada de Fargo. Con cortázares sin raíz y desayunando cervezas, con amas de casa corroídas por el cáncer, por cadenas de mando sin orden ni concierto, con mafias de Kansas City enfrentadas a familias salvajes, con niñas malcriadas, con órdenes sin concierto, con policías ordenados, con esteticistas alteradas, con carniceros desheredados, con lectoras de Camus, con peluqueras sin tijeras, con indios salvajes, con todo eso y mucho más se cerró la cuadratura del círculo. Ese círculo incluye demasiados matices, demasiados hilos que coser, demasiados números de lotería que nunca tocan, demasiadas carreteras secundarias, demasiadas casas del lago aburridas, demasiadas llamadas telefónicas desde cabinas olvidadas de la mano de Dios, demasiadas cartas con las que jugar a ninguna hora, demasiadas subidas del lago, demasiadas juezas muertas sin motivo, demasiados accidentes sin motivo, demasiado café para el chico que tenía los mejores números en el equipo de fútbol americano del instituto, demasiado paleto sin fronteras, demasiado 1979 para negros con ínfulas, demasiado champú para tan poco pelo. Demasiado todo. Y se cerró el círculo, y volvimos a empezar, y el platillo volante nos deslumbró en mitad de tantos tiros y tanta sangre. Y todo lo demás.
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