miércoles, 2 de diciembre de 2015

El instante de peligro

¿Son las imágenes los mejores instrumentos para recordar? ¿Nos dañan las imágenes al tenerlas presentes? En El instante de peligro el juego que dan las imágenes nos lleva a un laberinto de paredes y retinas olvidadas, de repetición de conductas y preguntas recurrentes. O tal vez, no. Cada uno le da una interpretación a las imágenes en esta era en lo que todo es efímero y olvidadizo, todo abundante pero desechable. Y, encima, Miguel Ángel Hernández Navarro nos pone en su palabra, alguna que otra vez, la deflación entre las páginas y citas de Walter Benjamin para que nos guíe su brújula hacia ninguna parte. O al norte de la perdición, que a fin de cuentas, es lo mismo, por mucha ropa que te pongas encima en mitad cualquier sitio. ¿Vocación para las imágenes? ¿Le damos sentimos a algo que fue creado por la necesidad y sin sentido artístico? Dedica el libro a los ausentes y a las historias borradas, y acaba la primera frase del libro con la palabra sombra. Marcando territorio. Correos electrónicos, imágenes entre 1959 y 1963, jodiendas con vistas a los ladrillos. Y reflexiona, para situar a Martín y sus sombras, en el mundo laboral de la indefensión, de la temporalidad, de la marginalidad laboral de lo que parece que brilla a la perfección y no es así. Como todos, pero en el mundo universitario, esa casa de putas en la que el líder es enfermedad venérea. Y la crisis, y el frío, y la nieve, y la huída al pasado de los tormentos. Y no me creo eso de "mirar el pasado con los ojos del presente". Películas en las que no pasa nada y hacen pensar. Y, pensar, como bien dicen en Cerdos y diamantes, te mete en líos. Y el recuerdo pasado de Sophie, error y acierto, pasatiempo o capricho lo hubiera definido Francisco Nixon en cualquiera de sus canciones (otra vez le pongo el pero de la música a la novela, no me vale lo de la emisora de radio en el coche en busca del objetivo que nos destroza nuestro pilar argumental de la historia). Me gusta que Hernández Navarro subraye ese privilegio de ver las películas (y yo lo traslado a cualquier hecho, cualquier libro, cualquier prospecto farmacéutico) en soledad. Cada vez tenemos menos tiempo para esa soledad que la sociedad del XXI infravalora pero que tiene lucidez caballeresca. Sophie, Lara, Anna: ausencia, repetición, presencia, distancia, comparación, palabras, silencios. Siempre nos da por la comparación, por la puntuación, por la equiparación cuando hablamos de mujeres, y eso solo nos lleva a otra palabra: derrota. Si comparamos, salimos derrotados, y si perdemos, no encontramos ese norte de esa brújula laberíntica de sueños marcos de fotografías con o sin marco. He leído El instante de peligro entre bares, trenes y autobuses, rodeado de desconocidos, como los muros y las sombras de la novela. Habla el autor del tiempo que tarda Martín, el protagonista, en ver las imágenes. Repetir las imágenes hasta hacer de ellas retinas, aunque luego olvide otras fotografías que añore. Y luego encuentras una entre un millón, persona o imagen, y la pierdes, y te arrepientes, y buscas lo mismo en otra, pero no es la original. Nunca. Y unir los tres primeros números primos, alterados, encerrados en una habitación, esperando una redención. Pero no se consigue la pureza de la imagen ni de la fotografía. Y luego siempre hay un momento en nuestra vida que, un tipo con una indumentaria peculiar, nos desmonta nuestra historia: en un despacho, en una consulta médica, en un salón, en mitad de una conferencia. Se nos caen los palos del sombrajo y salimos por la calle de atrás. Por la puta calle de atrás, y tenemos que empezar de cero, y ni los números primos, drogados o no, se van a arreglar por mucho que los dejemos encerrados en su habitación entre juegos neperianos y de los otros. Y aparece la historia americana, y la Guerra Civil, y solo faltan Fogel y el tiempo y la cruz. La cruz, siempre hay una cruz entre sombras e imágenes, entre retratos y letanías. No sé si el amor y el sexo se pueden resumir en una teoría de la mirada, las miradas son demasiado complejas, habrá que buscar una teoría más fácil y menos caprichosa que la de una mirada. Y lo que tenemos, es cierto, ahí si que acierta, todo es invisible e incomprensible. Porque todo tiene una explicación, una comprobación que nos fastidia todas nuestras hipótesis. Y todo lo demás.

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